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Escrito por

Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

Taurus, 2024

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El Fausto real

 

El ensayo ‘Por qué Schoenberg’ muestra la vida del compositor austriaco, cuya música nunca fue bien recibida por el público, aunque sí por los profesionales

Han pasado ciento cincuenta años desde que nació y más de cincuenta de su muerte. Sin embargo, el problema de su música sigue casi intacto, lo que supone un caso único. Un reciente ensayo de Harvey Sachs, publicado en España con el título de Por qué Schoenberg (Taurus), traiciona un poco el original, Why He Matters?, o sea, ¿por qué es importante, por qué es relevante Schoenberg? Y ese es el caso, la música del austriaco nunca ha sido bien recibida por el público, aunque sí (y mucho) por los profesionales. Sachs trata de entender esta extraña paradoja, la de que uno de los más relevantes músicos del siglo XX no sea del agrado del público en general.

La vida de Schoenberg fue una lucha constante y agotadora por imponer su criterio contra todo el mundo, menos un puñado de discípulos. Fue la típica vida tardo romántica del artista de vanguardia en tanto que mártir. Tenía un carácter irascible, impetuoso, neurótico, pero también gran humanidad y piedad hacia los desvalidos. Aunque lo supremo fue la convicción de que su aportación a la historia de la música era trascendental y superior a la de Bach o Wagner.

Su biografía musical está claramente divida en dos partes. Por un lado, el Schoenberg tardo romántico, cuyas obras serían, no sólo aceptadas sino incluso reclamadas por el público, así los Gurrelieder y la Noche Transfigurada, que, todavía hoy, son sus obras más ejecutadas. Y por otro, el segundo Schoenberg, el que urde un nuevo tratado de armonía, pronto llamado “dodecafónico” o también “serial”, aunque él no se decidiera por ningún marchamo. Así como el primero aún hoy recibe la atención de los programadores, aunque sea de tarde en tarde, el segundo es en verdad infrecuente que suba a los escenarios.

Lo más curioso es que este segundo Schoenberg había cumplido ya los cincuenta años, pues se considera que la primera composición en verdad dodecafónica fue la quinta de sus Cinco piezas para piano Op. 23, y data de 1923. A partir de este momento la obra propiamente ortodoxa, según su concepción armónica, es muy raro que sea elegida por los programadores. Con una excepción rotunda y apoteósica, su ópera Moses und Aron, que nunca concluyó y se interpreta tal cual quedó, a falta del movimiento final.

Como judío prominente en la Viena y el Berlín del nazismo, hubo de exilarse en 1934, primero a Nueva York y finalmente a California, donde viviría el resto de su vida hasta 1951, con su mujer y sus hijos. En los EE UU tuvo mejor acogida que en Europa, aunque no puede decirse que ocupara un lugar eminente. Aquellos terribles años de guerra lograron que algunos americanos acogieran con generosidad a quienes huían del genocidio.

Fue en ese periodo cuando tuvo un tropiezo fascinante con Thomas Mann. El novelista, también exiliado, buscaba una expresión musical para su personaje de la novela Doktor Faustus, en la cual un músico vende su alma al demonio (Fausto) a cambio de la inmortalidad artística. El modelo que siguió fue Gustav Mahler, y desde luego la tremenda sinfonía que expone Mann hacia el final del libro es muy semejante a la Octava del vienés. Pero le faltaba una justificación teórica que hiciera demoníaco al personaje. Fue el filósofo T. W. Adorno quien le sugirió (y luego le expuso) el dodecafonismo de Schoenberg. Así lo acogió Mann con una maestría narrativa superlativa, pero cuando lo leyó Schoenberg montó en cólera. La ira del músico era fabulosa y esta vez fue extrema. Con buen criterio, Mann añadió una nota, a partir de la segunda edición, mencionando a Schoenberg como el padre de la teoría. El músico luego justificaba su explosión porque el personaje de Mann era sifilítico, lo que le ponía en mal lugar.

El libro de Sachs es excelente, aunque sigue sin aclarar por qué, hacia los años cincuenta del siglo XX, las artes emprendieron una deriva en busca de una pureza formal solipsista que alejó a la población de sus mejores artistas. El resultado, un siglo más tarde, es la laboriosa y a veces inútil recuperación de un periodo aún misterioso de la historia del arte que sólo parecen apreciar los profesionales.

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23 de enero de 2024

El retrato de Luis de Góngora realizado en 1622 por Diego Velázquez

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Música, maestro

 

Mi última cacería fue la persecución de unos versos de Luis de Góngora

Los aficionados a la literatura gozamos de una pasión sólo comparable a la de los cazadores. Nuestra arte venatoria consiste en perseguir una pieza literaria por bosques y majadas hasta dar con ella. La presa suele quedar libre y continúa su vuelo o carrera; nosotros volvemos satisfechos y cansados.

Mi última cacería fue la persecución de unos versos de Luis de Góngora. La presa mostró su hocico en una soberbia edición titulada Góngora y la música, un CD grabado por dos conjuntos, Vandalia y Ars Atlántica, con canciones que han usado letras de Góngora en los siglos XVI y XVII. Cuarenta piezas, junto con un notable ensayo sobre los conocimientos musicales del cordobés.

El hocico era el siguiente: dos miembros de la cátedra Luis de Góngora (Universidad de Córdoba) dicen, el uno que la música le va muy bien al verso gongorino, el otro que la música no añade nada a un poeta que es de lo más musical. Incitado por el rico pelaje de la presa me fui luego a la Fábula de Polifemo y Galatea para recorrer algunas armonías olvidadas, pero hube de recurrir a un guía experto en este tipo de caza, José María Micó, músico y poeta, quien publicó hace más de 20 años una glosa de la fábula, estrofa a estrofa, del mayor interés.

Y allí nos quedamos detenidos, el animal sonoro, mi guía y yo, en la estrofa XII al oír unos sonidos asombrosos que nos mantuvieron en vilo como un cernícalo dudoso. Eran sonidos atronadores, pero admirables, como algunas invenciones de Wagner. Por un lado, sonaba la siringa de Polifemo, hijo de Poseidón, pero por el otro la caracola de Tritón, hijo del mismo padre y de distinta madre. Ambos, celosos y cainitas, competían por emitir el sonido más divino. De repente, se oyó un estruendo y sobrevino el silencio con tal contundencia que mi presa aprovechó el despiste para salir huyendo con Micó y escapar a la caza. ¿Qué había sucedido?

Hube de recurrir a un nuevo guía. Esta vez un sabio al que fui a visitar en la gruta donde permanece la mayor parte del año, allí por el valle de Baztán. Me recibió Ramón Andrés, el hombre que más sabe de todo, pero singularmente de instrumentos musicales; iba cubierto de chirimías y violas de gamba como un Arcimboldo.

Una vez expuesto el misterio, o sea, ¿cómo pudo ser, oh Andrés sapientísimo, que aquel concierto titánico se interrumpiera de golpe? Con una vocecilla a la que había que prestar mucho oído para entenderla, el sabio me mostró dos instrumentos, la siringa del cíclope y el caracol torcido de Tritón. Así empezó una larga historia que ocupó el resto de la jornada, porque en aquella estrofa compitieron dos héroes grandes como montañas, uno el monocular Polifemo a quien Ulises burló con una broma idiota, y el gran Tritón, por cierto muy mal esculpido en su principal fuente, la del Moro de Roma, porque lo que sopla Tritón es una enorme caracola y no un doble caracol (Eneida VI, 171).

Pues bien, llevados por su odio mutuo, ambos vástagos del dios de mar apuraron al máximo sus fuerzas hasta tal punto que Tritón hizo estallar su caracola y dio el triunfo a Polifemo, así llegó el silencio que tanto nos había perturbado a Micó y a mí. Habíamos asistido a una gigantomaquia.

¿Y cómo, oh Andrés, es que la dulce siringa vence a la estridente caracola?, pregunté. Hizo un gesto esquivo. Quizás, dijo, porque la siringa es, en realidad, la ninfa del mismo nombre (Sýrinx) a quien Pan perseguía con saña rijosa y cuando ya le daba alcance pidió ella auxilio a sus hermanas, las cuales la convirtieron en un cañaveral. Desolado, Pan cortó unas cañas y las ató con cuerda de cáñamo. Luego tapó los tubos mediante tapones de cera a diferentes alturas y sopló por ellos. La voz de la ninfa era ahora música de infinita gracia y melancolía. Eso fue lo que le dio la victoria al cíclope.

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11 de enero de 2024

Portada de 'Lubianka', de Felipe Hernández Cava y Pablo Auladell. Norma Edit.

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Las entrañables

 

Los versos de José Jiménez Lozano y el cómic de Felipe Hernández Cava pueden ayudar a digerir el pavo, el besugo, la centolla o lo que sea que caiga en sus respectivos hogares

 

¿Son realmente alegres las fiestas navideñas? Por supuesto, y desde el neolítico, que es cuando empezaron a celebrarse los jolgorios del solsticio de invierno. Este año el solsticio cayó el día 22, de modo que estamos en plena celebración.

Y lo que se celebraba era nada menos que algo trascendental. A partir de esa fecha los días dejan de menguar y comienzan a ser cada vez más claros y soleados. Es, por lo tanto, el momento de comenzar a preparar la tierra, esa tierra petrificada por el frío, para sembrarla en cuanto sea posible.

No es extraño que la fiesta solar se hiciera coincidir con el nacimiento de un dios esencial para la agricultura como es el sol, pero con el cambio de las divinidades quiso la Iglesia de Roma que el viejo Helios se convirtiera en un recién nacido llamado Jesús e hizo coincidir el solsticio con el niño dios.

Eso en Roma, donde Helios había sido un dios de primera categoría. En Bizancio, en cambio, aquella parte del cristianismo que suele llamarse “oriental”, no lo aceptó, les pareció un capricho del obispo de Roma y ellos mantuvieron su fecha del nacimiento de Jesús el 6 de enero, es decir, el día de la Epifanía, al que, con su astucia habitual, Roma impuso el disfraz y la leyenda maravillosa de los Reyes Magos.

Comprenderán ustedes que en estas fechas lo propio es hablar de regalos y jolgorio. La tierra se despierta, los días crecen, nosotros hemos llegado vivos a otro año y podemos cantar aquello de “el año nuevo se viene, el año viejo se va, y nosotros nos iremos y no volveremos más”. Como siempre, lo grandioso de la alegría es que podemos bailarla sobre nuestras tumbas.

Así que me voy a permitir regalarles dos títulos de libros que pueden ayudar a digerir el pavo, el besugo, la centolla o lo que sea que caiga en sus respectivos hogares.

El primero es para gente de corazón grande y abierto, humanos que aún buscan en la lírica lo que la prosa no les puede ya dar. Es una antología de José Jiménez Lozano, uno de los mejores escritores de la España de posguerra muerto hace pocos años. Se llama Señores pájaros (Pasos contados, con prólogo de Andrés Trapiello) y reúne 273 fragmentos o poemas, todos ellos dedicados a las aves, de las que Lozano era un fiel amante. En muchos de ellos las avecicas contrastan sus delicados perfiles con la nieve, porque Lozano vivía en un lugar frío y con muchos meses blancos. Así que no hay mejor lectura en estas fechas que un homenaje a lo más hermoso de la creación.

En el lado contrario me gustaría hablarles de algo infrecuente, un texto ilustrado, o sea, un cómic, si es que aún se llaman así. Este se encuentra en el lado opuesto, trata del mundo negro, de la maldad que a veces se apodera de algunos países y los destruye como la lepra. Su título, Lubianka, alude al gigantesco edificio bolchevique donde tenía su cuartel general la NKVD y la prisión anexa donde se torturaba hasta la muerte a los disidentes. No es que haya cambiado mucho, porque hoy es la sede del Servicio Federal de Seguridad, que viene a ser lo mismo. El autor del texto es Felipe Hernández Cava y los dibujos de Pablo Auladell (Norma Editorial). Cuenta la siniestra historia de un atroz suboficial que se dedica a la destrucción de la esposa de un gran poeta al que ya ha ejecutado. Podría ser una historia real, desde luego, porque conocemos casos muy similares. El arte del dibujante crea la atmosfera irrespirable de aquel régimen en el que asombrosamente siguen creyendo algunos ciudadanos. El texto de Cava, por cierto, recuerda con maestría el lenguaje que aún utilizan algunos de ellos que aún hoy tratan de someternos.

Entre el cielo y el infierno, bien está que elijamos una compañía que los muestre con buen pulso y gran corazón. No otra cosa hizo Dante.

 

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28 de diciembre de 2023

'Libros de viaje' de Julio Camba (Biblioteca Castro, 2023)

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Un buen regalo

 

Para quienes creemos que la literatura es algo más que un pasatiempo, una ayuda médica, un ejemplo moralizante, un ornamento cultural, o cosas semejantes, la recuperación de los grandes de nuestra historia literaria es motivo de gran satisfacción. Y no sólo de los clásicos antiguos, sino también de los modernos.

Y tal es el caso del soberbio volumen que la benemérita Biblioteca Castro ha dedicado a Julio Camba con el título Libros de viaje, un regalo. En estas más de mil páginas se reúne lo mejor de aquel artista casi olvidado. Y es que Camba era un virtuoso del humor y a veces se puede tomar ese género como un excedente literario o algo indigno de la mayor valoración. Es un error. El humor de Camba es una firme muestra de inteligencia, de rigor crítico y de prosa virtuosa, limpia, sin ornamentos, tan desnuda como la de Azorín, aunque, eso sí, haciéndonos sonreír sin descanso.

Camba fue el periodista mejor pagado de su tiempo, escribió en los diarios más importantes y casi siempre como corresponsal. Tenemos excelentes juicios suyos sobre Inglaterra, Alemania, Francia, Italia, Suiza y Estados Unidos en unos años, más o menos entre 1916 y 1932, en los que tuvieron lugar sucesos muy notables. Su ingenio es siempre acertado, exacto, y sorprende su actualidad.

Valga un ejemplo. En uno de sus viajes a Londres dice: “Al inglés tradicional, la inteligencia le parece, en el fondo, una cosa así como para estafadores, para artistas, para revolucionarios o para italianos”. Cualquiera que haya vivido en aquel país, sobre todo si ha tratado con gente inteligente, sabe que eso es ciertísimo. Los ingleses inteligentes odian la exhibición de inteligencia.

Él era un gallego de 1884, pero vivió hasta 1962. Conservó una querencia básica hacia su lugar que aparece con frecuencia. Justo al principio, está en una pensión gallega escribiendo uno de sus artículos cuando advierte que una criadita le mira con veneración. “¡Ay, señorito! —me dice—. El saber escribir le debe ser una grande regalía”. Y lo fue. El editor, su mejor experto, Francisco Fuster, ha calculado que entre 1911 y 1915 firmó casi mil artículos, ¡y todos buenos! Quienes debemos escribir uno a la semana sudamos para no caer en una sosería, pero él siguió entero hasta, por lo menos, 1949, cuando regresó a España para habitar en el hotel Palace a partir de 1957. Allí residiría hasta su muerte.

En esa etapa final era conocido como “el solitario del Palace”: cayó en una grave misantropía y sólo se veía con un puñado de amigos. En los tristes años finales lo trató Luis María Anson, a quien consulté. Me dijo que Camba salía poco, pero conservaba un agudo sentido del humor, quizás del sarcasmo en aquellos años negros. Anson visitó la capilla ardiente, pero la clínica, como nadie acompañaba al difunto, expuso el féretro en el garaje y entre dos columnas de neumáticos viejos. Como uno de sus artículos, me dijo Anson.

Todos los libros del volumen son magníficos, cada uno según los sucesos que atestigua. En un primer viaje transatlántico será la ruina de la bolsa de Nueva York lo que le ocupe, o la inflación galopante de la Alemania de Weimar, o lo que puede hacerse con una peseta en Italia o en Portugal durante los años veinte. Aunque quizás lo más curioso sea su último libro sobre la Nueva York de los pistoleros, de los conflictos raciales y de la mecanización. Un testimonio imponderable.

El humor perfecto que siempre le sostuvo era el resultado de una inteligencia viva y una cultura extensa. A veces recuerda a un antiguo filósofo de la Stoa. Vean, con esta frase se despide al final del volumen: “Usted, lector, no es realmente usted. Usted es una caricatura de otro señor, es decir, una caricatura de lo que debiera haber sido”. Un sabio.

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12 de diciembre de 2023

'Watt' de Samuel Beckett. Ediciones Cátedra, 2023

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Bienvenido de nuevo Samuel Beckett

 

Se reedita la novela ‘Watt, del Nobel irlandés, exacto retratista de unos años terroríficos que pueden volver en cualquier momento

El siglo XX nos trajo a Stalin, a Mao, dos guerras mundiales, el Holocausto, las bombas atómicas y un par de carnicerías más que no quiero recordar. Decenas de millones de muertos, según los cálculos más prudentes. Como es lógico, el alma de los europeos se vio zarandeada y es admirable que hayamos sobrevivido como especie. Un marciano habría esperado que nos suicidáramos definitivamente con una buena juerga nuclear.

La maltrecha conciencia mundial tuvo varios resultados en el orden de la representación. Lo de vivir con la amenaza de una extinción no dejó de afectar a los artistas, que son quienes nos representan de verdad y no los políticos. Así que los artistas pasaron a representarnos tal y como nos vieron, raros, deformes, informes, anómalos, invisibles, tullidos, tartamudos, o simplemente mudos.

Llevamos varios años más templados y parece que podemos estudiar aquel pasado que se llamó “la vanguardia” con algo de sosiego. No en todas partes, claro, aunque sí en un Occidente que se apaga, pero que ya no está masacrando a sus esclavos. Y el efecto que tuvo en la literatura aquella conciencia de la destrucción fue un grupo de literatos inmensos que ya no podían representar a los humanos de un modo, por así decirlo, luminoso y heroico. Sin embargo, sería muy mala idea darlos por muertos. Joyce, Proust, Kafka, Faulkner, Bernhard, Manganelli, Benet, Rulfo, en todo Occidente apareció durante el siglo XX una literatura a la que sólo le quedaba la nuda forma como capacidad de ser. Y uno de los principales fue Samuel Beckett.

Es de celebrar que no se haya agotado la capacidad de fascinar, moralizar e iluminar que tiene esta literatura difícil, áspera, oscura, pero sabia. Y leer a estos artistas es muy conveniente para entender que todo puede apagarse en cualquier momento. Estoy celebrando la aparición de una nueva traducción de Watt, la última novela en inglés de Beckett, traducida y prologada por José Francisco Fernández en una editorial asequible y que puede llegar a muchos estudiantes (Cátedra).

La historia de esta novela es otra novela, bien contada por Fernández en su extenso prólogo. Beckett la escribió mientras huía de un refugio a otro como miembro de la Resistencia, perseguido por los nazis que ocupaban Francia. En aquellas absurdas condiciones llevó Beckett sus cuadernos, en los que iba escribiendo y anotando lo que sería finalmente la novela Watt, nombre del protagonista, aunque tan inexistente como Godot, el más famoso de los personajes becketianos. Watt tiene una pareja, el señor Knott, a quien sirve en una parodia de las antiguas novelas de amos y criados que se ha eternizado hasta el día de hoy gracias a los Arriba y abajo televisivos.

Rechazada por el mundo editorial

Aunque la terminó en 1945, no se publicó hasta 1953 tras ser rechazada por casi todas las editoriales inglesas y americanas, muy reacias a reconocer que aquella prosa convulsa y sarcástica era un fiel retrato de la civilización del siglo XX. Y una vez editada apenas tuvo acogida. No sería hasta 1968 (¡menudo año!) cuando se publicó en francés por la editorial Minuit y en versión del autor con ayuda del matrimonio Janvier, que comenzaría la recepción entusiasta de la novela. Los mandarines franceses se reconocieron en aquel retrato del género humano disforme, desintegrado, pero de una ironía lacerante que un irlandés creaba de la nada.

Había otros efectos que fascinaron a quienes dominaban la opinión literaria. Uno de ellos era la evidente caricatura de Descartes, filósofo al que Beckett siempre tuvo entre sus favoritos y que de inmediato registraron los maestros del estructuralismo y la deconstrucción.

Sea, pues, bienvenido de nuevo nuestro Beckett, exacto retratista de unos años terroríficos que pueden volver en cualquier momento.

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28 de noviembre de 2023

'El Jarama' de Rafael Sánchez Ferlosio. Edit. Cátedra, 2023

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El río de la vida

 

El académico Mario Crespo publica una interesante y extensa biografía de Rafael Sánchez Ferlosio

No es fácil escribir sobre Rafael Sánchez Ferlosio porque ya se ha dicho todo, pero en esta ocasión es obligado avisar a los ferlosianos y jarameros (que no jaraneros) sobre una importante publicación que llena una ausencia inadmisible en la bibliografía del personaje.

Se trata de la edición crítica, aunque no se llame así en los títulos de crédito, de El Jarama, la clásica (ya) novela de Ferlosio, por el erudito e industrioso Mario Crespo, joven correspondiente de la Real Academia Española en Santander. Su labor ha sido enorme y en la extensa introducción de casi doscientas páginas encontrará el aficionado serio una biografía muy interesante de Ferlosio, con datos curiosos sobre su infancia y juventud, una completa historia de la recepción del autor desde las Industrias y andanzas de Alfanhui, que es también una revisión de la historia de la literatura española en los años cincuenta, así como una infinidad de citas del propio Ferlosio en entrevistas o declaraciones que dan idea de la armadura de su inteligencia y la grandeza de su espíritu.

Sólo por este largo ensayo sobre Ferlosio ya merece la pena el libro, pero es que sobre el texto ha reunido Mario Crespo mil trescientas sesenta notas, todas ellas relevantes. Lo sé, no es una lectura fácil ir subiendo y bajando en la página cada diez segundos, pero el esfuerzo merece la pena. Quizás se podría haber dado un formato mayor a esta singular edición, pero su inclusión en la benemérita Letras Hispánicas facilita su adquisición por los más jóvenes.

¿Y qué es hoy El Jarama? Pues sigue siendo una lectura cautivadora, un experimento espléndido. Muchos saben que Ferlosio abominó de su novela debido al colosal éxito que tuvo. Llegó un momento en que no soportaba que le hablaran de su libro, como si en su enorme obra (cuatro grandes volúmenes en Debate, al siempre atento cuidado de Ignacio Echevarría) sólo existiera esta exquisita narración. El predominio periodístico de lo que él llamaba, sin aprecio, “lo literario”, le exasperaba.

Porque su rechazo de “lo literario” se dio muy temprano, como bien cuenta Mario Crespo, y desde el principio fue violento y militante, aunque había mucho de dramatización en ese rechazo. En su correspondencia con Coindreau, su traductor al francés (el cual era también traductor de Faulkner para Gallimard), se muestra mucho más templado (p.50). El caso es que de aquel rebote le vino la pasión lingüística ayudada por la lectura de la Teoría del lenguaje de Karl Bühler (Rev. De Occidente) a la que se dedicó con un ahínco casi enfermizo en los veinte años siguientes.

Pero lo extraordinario es que su renuncia a “lo literario” dio lugar a una cascada de ensayos (casi tres mil páginas en la edición de Debate) a cuál mejor y con el siguiente y muy sorprendente añadido: todos son literariamente relevantes hasta el punto de que su contenido queda supeditado por entero a la forma literaria. Miles de sus lectores lo fueron por la prosa y sólo ancilarmente por las ideas que defendía. Dicho en plata, Ferlosio renunció a lo que él llamaba “el papelón de literato”, pero no a la literatura, por mucho que abominara de ese término. De hecho, él y Juan Benet fueron los grandes expertos de la prosa española del siglo XX, sus renovadores e inventores.

Eso no disminuye, ni mucho menos, a una generación que ha ido creciendo con el paso del tiempo, como el extraordinario narrador que es Ignacio Aldecoa o el siempre vivo Miguel Delibes, se trata sólo de un magisterio de oficio, el de Ferlosio y Benet, y fue algo infrecuente en las letras españolas, la del literato que produce una obra de arte considerable, más allá de los géneros, de las clasificaciones académicas o de las convenciones históricas. Dos maestros que, además (cosa infrecuente en este país) se respetaban y admiraban mutuamente.

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16 de noviembre de 2023
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Estado de alarma

Nuestro mundo está en declive. En buena medida, las herramientas que hicieron posible el predominio occidental están oxidadas o se desgastan a gran velocidad

Creo bastante extendida la sensación de que estamos viviendo el final de algo, de una era, de una civilización, de un modo de vida, de un mundo. En los últimos meses, además, las guerras de Ucrania y de Israel han reconstruido aquel orbe dividido por dos que dominó en épocas anteriores. La antigua dicotomía entre mundo libre y mundo comunista se ha mudado en mundo occidental y todo lo demás. Los occidentales tenemos la sensación de estar rodeados de enemigos enormemente populosos y distantes como los musulmanes, los chinos y los rusos. Por primera vez desde hace varios cientos de años, formamos una minoría amenazada.

Sobre esta cuestión ha escrito Martín Caparrós un libro (El mundo entonces, Random House) muy efectivo. Usa la clásica trampa de editar unas crónicas firmadas por alguien absolutamente ajeno a nuestro mundo, como hizo Montesquieu con sus Cartas persas, imitadas por Cadalso en sus Cartas marruecas. En tales cartas, alguien por completo ajeno a la cultura europea enjuiciaba las costumbres y chifladuras de los habitantes del viejo continente. Caparrós utiliza una ficción similar: esta vez es un historiador del año 2122, más o menos, quien describe la vida de los occidentales en el siglo anterior. El resultado es el mismo que en sus predecesores, la sorpresa, el escándalo y, en no pocas ocasiones, la risa y la desesperación.

Sin embargo, ese mundo (el nuestro) tan disparatado es, además, un mundo peligroso y sobre todo un mundo en declive. En buena medida, las herramientas que hicieron posible el predominio occidental están oxidadas o se desgastan a gran velocidad. El pensamiento, tanto científico como filosófico, las artes, el saber y la memoria, el orgullo y la dignidad, la vida en común basada en la tolerancia y la inteligencia, se van encogiendo.

Antes de morir en 2020 a los 90 años de edad, George Steiner, una de las mejores cabezas del siglo XX, le concedió una entrevista a Nuccio Ordine que se ha publicado con el título de El huésped incómodo (Acantilado). Allí se encuentra el último lamento de un judío que había vivido y contribuido en su larga vida a elevar la cima de la cultura occidental. Sus últimas palabras son desoladoras. Es consciente de que el ocaso de todo lo que fundaba la grandeza del mundo occidental ha iniciado una carrera acelerada hacia su muerte. Así, dice, le cuesta trabajo “entender por qué cada día crece más la distancia que me separa del irracionalismo moderno, y me atrevo a decir, de la creciente barbarie de los medios, de la vulgaridad dominante. Creo que estamos atravesando un periodo que cada vez se vuelve más difícil…”. Podría atribuirse a un problema de vejez, si no fuera que un hombre bastante más joven como Caparrós no piensa distinto.

Si sólo se tratara de la creciente trivialidad de los campus americanos o la destrucción de las humanidades europeas, no sería demasiado letal, pero Steiner adivinaba que esa degeneración tendría efectos físicos inmediatos. “Hoy se respira un aire peligroso en nuestro continente. Me produce un gran temor el viento xenófobo y antisemita que sopla en muchos países europeos. El odio al extranjero, la caza del judío, la apología de la autodefensa y de las armas son los peligrosos signos de una terrible regresión, un preludio a la violencia”.

No ha vivido los últimos acontecimientos de la guerra de los musulmanes contra Israel, ni ha conocido las manifestaciones de apoyo al islam en los países occidentales. Él, que vivió con horror el exterminio nazi, vería con lucidez la inevitable relación entre el fin de los principios democráticos y liberales que consume a nuestra cultura, y un futuro marcado por las masacres.

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3 de noviembre de 2023

Detalle del retrato de Jovellanos pintado por Goya en 1978.

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Jovellanos, una excepción

 

Solo de vez en cuando aparece una figura como Gaspar Melchor de Jovellanos, intelectual y hombre de bien de los poquísimos que han brillado en España

No hemos tenido suerte, los españoles, con nuestros dirigentes. Cuando no eran unos pobres dementes como El Hechizado, han sido felones como Fernando VII, o incapaces como los sucesivos presidentes de las dos Repúblicas empeñados en destruir el país. Solo de vez en cuando y como por milagro aparecía un hombre excepcional, al que, casi siempre, aplastaban los canallas. Tal es el caso de Gaspar Melchor de Jovellanos, intelectual y hombre de bien de los poquísimos que han brillado en este país.

Levantó la liebre Andrés Trapiello al comentar los Diarios publicados por la notabilísima KRK de Oviedo y editados por María Teresa Caso. Y tenía toda la razón: esos volúmenes, regiamente anotados e ilustrados, muestran a un hombre bueno, culto, inteligente, trabajador y honrado. Como es lógico, poco duró. Me he centrado en el diario que llevó durante su exilio, primero en Valldemosa y luego ya preso en el castillo de Bellver. Es algo único en la literatura española.

Quien le condujo a prisión no fue el valido de Carlos IV, Godoy, uno de esos políticos lastrados por su egoísmo e incapaces de ver más allá del oro, es decir, del poder. Quiso Godoy usar a Jovellanos como pantalla liberal y afrancesada en sus trapicheos con Napoleón (quien, por cierto, siempre se burló del gañán), pero Jovellanos no podía soportar que Godoy se mostrara en público con su amante Pepita junto a su esposa, la condesa de Chinchón. Aquella desvergüenza le parecía que hundía el prestigio del Estado. Y se lo hizo saber. Sin embargo, fue el partido de la Inquisición, ya caído Godoy, el que lo mandaría arrestar en 1801. Lo condenó al destierro, primero en Valldemosa, y luego preso en el castillo de Bellver. Allí pasó seis años ocupado en su diario.

Los cuadernos son de gran interés. Jovellanos era incapaz de dejar reposar la cabeza y anotaba sin descanso cuanto veía, sabía, le contaban o leía. Las entradas (casi 700 páginas de gran formato) muestran a un hombre que no deja pasar por alto un solo detalle, a pesar de estar confinado entre cuatro muros. Cuando, a partir de 1804, le relajan las condiciones y puede dar algún paseo fuera del castillo, da minuciosa cuenta de las costumbres campesinas, los modos de hablar, el estado de los campos, la riqueza o pobreza de las fincas, la arquitectura balear, en fin, muestra una curiosidad infinita que ofrece una idea muy exacta de las islas a principios del XIX.

Impresionan particularmente las lecturas en esos años. Son colosales y de una variedad sorprendente. Lee o le leen (tuvo problemas serios de cataratas) la Gramática de Port-Royal, el Paraíso perdido de Milton, todas las obras que logró alcanzar de Ramon Llull, cientos de autores latinos desde Pomponio Mela a Cicerón, pero también decenas de tratados como el Episcopologio mallorquín o las memorias de Louis-Philippe de Ségur sobre Napoleón. En fin, era una arrolladora necesidad de saber que no se agotaba en sí misma, sino que perseguía la reforma del mundo, palmo a palmo. Ha dejado una enorme cantidad de tratados que aún son de recomendable lectura, porque la suya, es, además, la mejor prosa del siglo en España.

¿Pero quién lee a Jovellanos a día de hoy? Quizás algunos escolares y universitarios asturianos, pero contados con la mano. ¿Quién lee estas soberbias Obras completas de la editorial KRK? Quizás unos pocos estudiosos. El caso es que no debería haber institución o biblioteca seria que no tuviera en sus fondos las obras de este hombre ejemplar que acabó muriendo de mala manera por causa de una pulmonía en un pequeño puerto gallego, cuando trataba de salvarse de los invasores franceses, tras haberse salvado de los inquisidores españoles. Un admirable personaje ya casi romántico.

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17 de octubre de 2023

DEBOLSILLO, Septiembre 2023

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Victoria & Albert

 

En el ensayo ‘Londres victoriano’ Juan Benet recogió su fascinación por una ciudad a la que viajó incansablemente

Fue sin duda el escritor más venerado del fin de siglo, aunque sólo por una minoría. Juan Benet era el campeón de la vanguardia y de la literatura severa, en tanto que Cela o Umbral eran los seguidores del casticismo tradicional. Pero hay dos Benet, el muy riguroso y de difícil lectura (Viaje de invierno, En el Estado, Saúl ante Samuel) y el que se baja de la columna y escribe algunas narraciones espléndidas (Una tumba, Otoño en Madrid) y ensayos de gran autoridad (En ciernes, Puerta de tierra, La inspiración y el estilo). En este último apartado figura una de sus últimas y más interesantes obras, Londres victoriano, reeditado por Debolsillo, que tanto está haciendo por conservar viva la obra de Benet.

Este ensayo, publicado por Planeta en 1989 con amplia ilustración, es una verdadera joya. No es sólo la historia de un Londres que Benet conoce mejor que cualquier historiador pues siempre se sintió fascinado por esa ciudad a la que viajó incansablemente buscando, a veces, rincones imposibles como el Prince Albert Gin and Beer Palace, de Maida Vale, una de las glorias de la era imperial, sino que, sobre todo, mantuvo una ávida curiosidad por la sociedad londinense, alimentada en su latría hacia Dickens, George Eliot, Henry James o Stevenson.

Benet comienza con la coronación de una jovencísima reina Victoria en 1837, y la sigue hasta su muerte en 1901. Es un repaso vivísimo de una Inglaterra que emergía de la guerra contra el corso, cumplida en 1814, y que se iba a convertir en la mayor potencia armada y bancaria del mundo. Benet elige los datos inexcusables, pero los esmalta con anécdotas y retratos memorables que sólo un novelista de raza sabe discernir.

A modo de ejemplo: le da un papel especial al príncipe Alberto, marido de Victoria, cosa poco frecuente, pero es que Benet amaba el Victoria and Albert Museum, una creación genial del príncipe, en donde se han conservado los más heterogéneos aperos, herramientas, utillaje, productos de la cerrajería, de la imprenta, de la forja, en fin, la inmensa cacharrería técnica e industrial del siglo XIX. Un tesoro que, de no ser por el aprecio del príncipe hacia la obra artesanal, se habría perdido. En consecuencia, dedica páginas al monumento fúnebre de Albert que todos hemos visto en Hyde Park, pero que pocos se han fijado como lo hace Benet con una maestría de ingeniero.

El año de la coronación es también el año de aparición del primer Dickens, a quien seguirá desde este bautismo por un Londres apenas urbano, hasta el último Dickens, el cronista de la ciudad imperial. Hay mucha literatura en este ensayo, pero el protagonista es la ciudad misma. Cómo pasó de ser un burgo medio campestre a la capital financiera y militar del mundo.

La coronación de Victoria coincidió (son palabras de Benet) con un cambio radical de la sociedad inglesa. Fue una transformación inevitable que primero borró el aspecto aún prístino de la campiña y luego el del mundo entero. Pero a Benet no le ciega su admiración. Sabe que el mundo que se estaba gestando iba a costar millones de vidas humanas y un tipo de sociedad urbana como la que conocemos. Este es uno de los últimos párrafos del libro: “Inglaterra era muy posiblemente hacia 1901 uno de los países más inhabitables de Europa”. Y es que el país estaba en guerra con los separatistas en Irlanda, con los bóers en África, con los bóxers en China y, concluye, “con buena parte de socialistas, sufragistas, sindicatos, artistas, intelectuales, adúlteros, insolventes, y homosexuales, en casa”.

Benet sigue vivo y sin competencia. Fíjese en la portada, es del notable pintor Eugenio Benet.

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3 de octubre de 2023

Retrato de Gonzalo Fernández de Oviedo pintado por Coriolano Leudo Obando y expuesto en la Academia Colombiana de Historia.

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El oro de América

La cultura de este país está dominada por la “izquierda” y eso quiere decir que los cronistas de Indias no merecen la menor atención sino la hoguera

¡Qué admirable colección de cronistas está editando la Biblioteca Castro! Como es bien sabido, la cultura de este país, necesitada de subvención, está dominada por la así llamada “izquierda” y eso quiere decir que el inmenso tesoro de los cronistas de Indias no merece la menor atención sino, quizás, la hoguera. De modo que la empresa de darlos a conocer o reeditarlos sólo la puede llevar a cabo una entidad privada con verdadero espíritu cultural. Ahora, por ejemplo, la Biblioteca Castro ha editado la Historia general de las Indias de Gonzalo Fernández de Oviedo, una de las obras más importantes del renacimiento español.

El volumen, con más de setecientas páginas, recoge la primera parte de una obra gigantesca que Oviedo no vio impresa. Esta primera parte, editada en Sevilla en 1535, es de una riqueza inaudita. Oviedo, erasmista culto y leído hasta el punto de que fue acusado de converso sólo por eso, vivió largo tiempo en La Española, isla que hoy abraza a la República Dominicana y Haití. Su primera virtud, al menos para mí, es la prosa. Oviedo se esforzó por escribir de modo que todo el mundo lo comprendiera porque su máximo interés se acercaba a lo que nosotros llamamos “ciencia”. Por esta razón el orden de la primera parte va recogiendo sistemáticamente todo lo que debían aprender los españoles sobre aquel mundo nuevo y desconocido. Les proporciono un resumen.

Comienza explicando el descubrimiento de Colón y sucesores. Viene luego la descripción de los indígenas, sus costumbres y herramientas, sus viviendas, los bailes y cantos como medios para conservar la memoria oral. Pasa luego a los árboles, las yerbas (sobre todo las medicinales), los animales terrestres, los peces, las aves y los insectos (mi capítulo favorito). Procede entonces a contar la colonización y termina esta primera parte con un notable capítulo sobre naufragios. Como no había modo de dar idea escrita de algunos animales o plantas, incluyó unas xilografías que los editores han tenido el acierto de respetar. ¿Cómo, si no, iba a dar idea de, por ejemplo, la iguana (“ivana serpiente”) que camina tan deprisa sobre las aguas que no le da tiempo de hundirse? (p.409).

Es muy admirable que este hombre diera tanta importancia a la naturaleza y sus fenómenos cuando aún faltaban dos siglos para que comenzara en serio el trabajo de los naturalistas. Además, se empeña en que todo lo que cuenta sea por experiencia personal, lo que añade aún mayor atractivo a sus descripciones. No me resisto a incluir la del pez volador, bien resaltada por las editoras Belinda Palacios y Natacha Crocoll: “La color del lomo es como azul, de la color que está el agua cuando el cielo está muy claro y desocupado de nubes y sereno” (p.411)

Uno se mortifica imaginando lo que los ingleses o los franceses hubieran hecho con semejante personaje”. Típico del erasmista era, también, su pasión por las lenguas y palabras de los nativos, su empeño en denunciar las barbaridades de Pedrarias Dávila, gobernador de Darién y uno de los más repugnantes carniceros de la colonización, sus disputas con Bartolomé de Las Casas su competidor y el mayor calumniador que hubiera conocido en vida. En fin, una existencia espléndida, una obra admirable y un talento casi ignorado por los españoles. Uno se mortifica imaginando lo que los ingleses o los franceses hubieran hecho con semejante personaje.

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19 de septiembre de 2023
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