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Un poco de esperanza

Por 20 de enero de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

Ayer bajó a la ciudad el Hombre del Monte. Nos vimos en uno de los escasos cafés de Barcelona que ofrecen vino de calidad en copa aceptable. Fue un Terrer.
Este caballero supo muy pronto que tenía un don para la literatura, del mismo modo que Giotto comprendió que debía dedicarse a la pintura o Mozart a la música. Para estas cosas, hay que nacer.
Ni corto ni perezoso (espléndida expresión en la que nadie sabe explicar lo de “corto”) decidió emprender una vida de escritor, para lo cual es eminente comer poco y vestir con indulgencia. Lo principal en la carrera de escritor es no gastar un duro, todo lo demás es accesorio. Así que, tras pagar los derechos reales, se subió a la montaña para ocupar un viejo caserío de la familia, destartalado, pero con presencias faulknerianas.
Aunque es todavía joven, ha publicado una docena de novelas, ensayos, cuentos, biografías, con mayor o menor repercusión pública, aunque sigue teniendo que contar las monedas a fin de mes en plan mercader flamenco con balancilla. Su prosa, que ya era muy buena en la juventud, se ha ido fortaleciendo y musculando como los cazadores profesionales que desde muy pequeños andan ojo avizor entre las breñas. Su prosa ha adquirido ese inconfundible aroma de leña quemada y brezo entre nieblas que suele adornar a los perros conejeros.
Mientras tanto ha aprendido griego clásico, alemán y un poco de arameo, esta última y utilísima lengua gracias a un cura aficionado a lo veterotestamentario, que también transita por aquellos peñascales y con el que hace intercambio de saberes.
Ahora tiene un libro traducido al alemán (pero no publicado en España) y va a editar otro en Portugal (pero no en España), porque éste es un país muy burro.
A mi modo de ver, tanto el Hombre del Monte, como aquel Hombre de las Focas y de los Pingüinos de hace un mes, mantienen viva la dignidad de la literatura. Son admirables (sin concepto, como decía Pierce) y permiten conservar la confianza en un arte que últimamente parece haberse originado en Occidente para producir superventas.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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