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El milagro del taxi

Por 12 de enero de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

“¿Usted desea que le distraiga con un relato?”. Así comienza mi trayecto en taxi, por la zona de Pedralbes. “De ese modo el viaje se le hará más corto”, añade el amable conductor. Tiene un leve acento, no muy pronunciado, que conozco perfectamente. Le pido que emprenda la narración. Cuenta entonces una historia que se inicia en la entrada del Hotel Princesa Sofía, cuando un caballero bien trajeado pide que le conduzca al aeropuerto lo más deprisa posible porque lleva retraso.
Mientras avanza la historia yo me fijo en la exactitud y elegancia de su lenguaje. Utiliza frases king size como “localidad colindante con el municipio de Belvitge” que ya no saben pronunciar ni los universitarios. Y también algunos giros que se han perdido en España, como “no le negaré que también influyó lo bien parecido que era aquel individuo”.
Mi conductor es un hombre de cincuenta años, de tez café con leche, gruesos labios, nariz aplastada, y gasta gorra de béisbol. Cerca de mi destino, la historia finaliza con una pistola apoyada en la nuca del narrador, doscientos euros y el móvil perdidos (“para demorar la llamada: vea, era un eficaz profesional”), y el hombre bien parecido huyendo hacia el barrio de San Blas, donde la policía catalana procura no poner los pies. Hemos llegado.
“¿Es usted cubano?”, le pregunto.
“Así es, en efecto, fino oído, ¿cómo lo adivinó?”
“Mi abuela era cubana”
“¡Ah, qué alegría acaba de darme! ¡Somos hermanos, de algún modo! Y perdone la indiscreción, ¿ha vuelto usted por allí?”
“No. Nunca he pisado la isla”
En ese momento se volteó, como dicen allí, y mirándome a los ojos añadió con esa convicción que sólo tienen ya los exiliados:
“¡Mejor! Volveremos cuando se haya impuesto la democracia y entonces aquel será el país más bello del mundo”
“No me cabe la menor duda”
Por mucho que insistí, no quiso cobrarme y tuve que abandonar el taxi por los bocinazos de los impacientes.
¡Lástima que ya no usemos sombrero! ¡Era la ocasión perfecta! Muere Fidel. Se impone la democracia en Cuba. Viajo para visitar la tumba de mi bisabuelo. Me encuentro con el taxista por las calles de La Habana. Sombrerazo.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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