Marcelo Figueras
Me emocionó un artículo que Lilia Ferreyra publicó el lunes en el diario Página 12. Lilia fue compañera del escritor Rodolfo Walsh durante los últimos años de su vida, que culminaron el 25 de marzo de 1977, cuando Walsh cayó en una emboscada y fue asesinado por un grupo de tareas de la Armada. En su texto Lilia recuerda haber viajado a España en 1982 desde su exilio mexicano, ocasión en la que conoció a Martín Grass, uno de los sobrevivientes de la ESMA. Grass fue uno de los pocos que vio el cadáver de Walsh: estaba tirado en el suelo como un trapo, sobre el cemento frío del campo de concentración. Según Lilia refiere, dice Grass que había visto otros cadáveres pero ninguno con tantos disparos: tenía el pecho “cortado por una diagonal de impactos”. Respecto del destino de su cuerpo, la tesis de Grass no deja lugar a dudas: no cree que lo hubiesen arrojado al río, sino más bien incinerado durante una práctica de lo que los verdugos, con cinismo sin par, solían denominar “un asadito”.
Pero lo que más me emocionó fue otra cosa. Dice Lilia que Grass leyó parte de los textos de Walsh, que los secuestradores se habían llevado de su casa del Tigre, como ya narramos hace algunas semanas en este blog. El recuerdo de Grass era vago en general, pero sí recordaba haber leído el último cuento de Walsh, Juan se iba por el río. Lilia dijo de memoria las primeras líneas, y Grass la interrumpió para continuar el relato. “Yo leí ese cuento,” dice Lilia que Grass le dijo aquella madrugada madrileña, “lo leí allí, en la ESMA”.
Juan se iba por el río fue lo que quedó del proyecto de una novela que Walsh decidió, o quizás entendió que no lograría, escribir. Según Lilia, es la historia “del argentino derrotado del siglo XIX, del último argentino antes de las grandes inmigraciones”. Un hombre simple que fue arrastrado de guerra en guerra, participando en batallas que le eran por completo ajenas, hasta que al final de su vida contempla el río, soñando con llegar del otro lado del Plata, y decide cruzar el lecho seco a caballo.
Según Lilia, cuando Walsh le leyó el párrafo final (porque Walsh era de los que leía sus textos a aquellos oídos en los que confiaba), ella le preguntó si Juan llegaba al otro lado del río. “No sabemos,” dice Lilia que Walsh dijo, así, en la primera del plural, como si hubiese sido testigo de la vida de Juan en compañía de otras presencias innombradas. La indefinición de la forma verbal resulta apropiada. Juan no se fue, se iba, la acción seguía y sigue abierta. Walsh tampoco se fue, Walsh se iba. Nos gustaría saber dónde está ahora, al menos lo que queda de él.
Pero no sabemos.
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Este lunes que pasó habría cumplido 79 años.