Félix de Azúa
Es todo un carácter. Habla pausadamente, da profundas caladas al cigarrillo, sólo se interrumpe para sorber un poco de whisky. Las dos mujeres que nos acompañan le escuchan con indisimulado respeto.
“Era una pareja del norte, daneses, si no me equivoco, padre e hija, y estaban haciendo fotos sobre las rocas en la playa del Orzán, en La Coruña. Querían un recuerdo del temporal. Desde luego que no lo olvidarán. Una ola de cuatro metros se los llevó al agua. El padre trató de agarrarse a las rocas nadando frenéticamente. Mala cosa”.
Se interrumpe en momentos bien elegidos y aprovecha para dar una calada al pitillo, quitarse una brizna de tabaco de la boca y sorber un poco de whisky.
“Es lo peor que puedes hacer y lo que hace todo el mundo. Las olas le golpeaban una y otra vez contra las rocas como si fuera un corcho, hasta que otra más fuerte le partió el cráneo”.
Vuelve a sorber su whisky y a quitarse una brizna de tabaco con el índice.
“La hija conservó la sangre fría y en lugar de ir hacia las rocas, se internó mar adentro. Nadó despacio para no perder fuerzas, ni se quitó los zapatos, se dejó flotar, eso es lo que hizo, ahorrar energía y calor”.
Otro trago, otra calada, otra hebra.
“Al cabo de un cuarto de hora la recogimos con la zodiac, estaba medio congelada, al borde del colapso, pero viva”.
Ha mantenido los ojos bajos durante todo el relato y ahora levanta la cabeza y mira fijamente a Diana.
“Piénsalo. A veces lo que te parece más seguro es lo que te va a costar la vida. Hay ocasiones en que lo único seguro es el riesgo. Donde crece el peligro también crece la salvación”.
Sin dejar de mirar a Diana, se quita otra brizna de tabaco de la lengua.
“!Ah, vaya!”, dice Diana, azorada.
En ese momento caigo en la cuenta de que el tipo está fumando cigarrillos con filtro.