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Las luces y los penes

Por 16 de enero de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Durante mi visita a Valencia, una señora –ya mayor ella- me recomienda el museo de San Pío V. Dice que tiene una excelente colección de pinturas antiguas. Como tengo poco tiempo, opto por el Museo de Arte Moderno. Al saberlo, ella frunce el ceño. No le gusta el Arte Moderno. Dice que no entiende las obras ahí expuestas. En cambio, le gustan las clásicas, porque las comprende. Le muestran cómo era el mundo antiguo, le muestran figuras de cosas reales.
Cuando finalmente voy al Instituto Valenciano de Arte Moderno, encuentro dos exposiciones que con seguridad no le gustarán. La primera de ellas, de Miquel Navarro, muestra casi trescientas piezas de los últimos cuarenta años. Algunas son instalaciones compuestas por miles de piezas de madera que reproducen ciudades fantasmales, como grandes viñetas de ciencia ficción. Muchas otras están dedicadas a la luna, constante fuente de fascinación para este artista. El otro motivo obsesivo de su obra es el falo.
En las esculturas y pinturas de Navarro, el falo se convierte en arma de combate, en eje de diseño urbano, en puente, en templo, en fuente. Sus personajes empuñan penes, los idolatran, los recorren. Algunos de ellos son sólo grandes penes con brazos. La obra de Navarro es un juego con la masculinidad como principio ordenador de la realidad, una diversión simpática, perversa y a menudo chocante.
El otro artista expuesto es el diseñador Ingo Maurer. Así como un ebanista trabaja con madera y un pintor con los colores, la materia prima de Maurer es la luz. Maurer convierte la lámpara en una obra de arte. Sus sistemas de iluminación adquieren la forma de vajillas estallando, de vías lácteas, de corazones con patas de gallina. Sus lámparas colgantes tienen forma de gigantescas cúpulas monócromas invertidas, bajo las cuales uno se siente absorbido por el color.
Con seguridad, mi amable señora no comprendería las luces y los penes que copan las exposiciones de Navarro y Maurer. Pero es que hay poco que comprender. No tratan de representar una realidad material o trascendente, como las pinturas del siglo XIX o el arte sacro. En realidad, el arte moderno no reproduce objetos, los crea. Maurer y Navarro generan atmósferas nuevas, cosas sorprendentes, imágenes inéditas para un mundo que ya tenemos demasiado visto. Y al hacerlo desafían los límites de la realidad, se imponen ante las estrechas posibilidades de lo existente.
No es una casualidad que este concepto de arte haya nacido con las vanguardias del siglo XX, aparejado con otra cosa que a la señora no le gusta nada: las utopías políticas. Estas planteaban que el hombre podía concebir y crear un mundo mejor. Aquellas proponían que el mundo iba más allá de lo que nos mostraban nuestros sentidos. La insatisfacción ante la insuficiencia de la realidad produjo estas revoluciones en el arte y la política: las dos grandes herencias de un siglo en que el hombre jugó a ser Dios.

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