Jean-François Fogel
El suplemento literario del diario “Le Figaro” publica la lista de los diez novelistas que más libros vendieron en el año 2005. Es un trabajo serio, hecho con una muestra amplia que incluye a todas las redes de distribución y tanto a los libros de bolsillo como de tapa dura. El resultado tiene que sorprender a los amantes de la literatura francesa que la siguen desde fuera a través de los medios de comunicación.
Solo cuatro escritores vendieron más de un millón de ejemplares: Marc Levy (2,3 millones), Bernard Werber (1,2), Amélie Nothomb (1) y Anna Gavalada (1). Los críticos en los periódicos y revistas tratan sólo a Nothomb de escritora. Como es belga, podemos decir que no hay un escritor reconocido en Francia que venda más de un millón de libros al año. Levy escribe historias fantásticas (ha vendido un libro a Spielberg para su adaptación al cine), Werber mezcla investigaciones sobre crímenes con metafísica y Gavalda escribe historias de amor con un tono, una música como se dice en Francia, que apunta al mercado femenino.
Después vienen Fed Vargas (0,5), Christian Jacq (0,5); Christian Signol (0,4), Eric Schmitt (0,4), Michel Houellebecq (0,4) y Max Chattam (0,35). Otra vez, la critica solo reconoce a uno de ellos como escritor: Houellebecq, el gran perdedor de la temporada, pues se le escapó el premio Goncourt. Vargas y Chattam escriben novelas policíacas clásicas. Jacq se mantiene en la Egipcia antigua que vende en el mundo entero a través de traducciones. Intenta ampliar su mercado al publicar un libro sobre Mozart, lo que hizo también Schmitt, que escribe de manera regular para el teatro y ubica sus novelas alrededor de temas muy variados (Cristo, Hitler, intelectuales franceses del siglo XVIII, etc.). Signol es el sobreviviente de un género que fue muy poderoso: la novela del campo, con fuerte presencia de la naturaleza y una visión ligeramente cósmica de la vida en un pueblo o una finca.
Lo que comparten estos diez escritores es muy obvio: no hay ni uno que hable de Francia hoy en día o que se atreva a pintar un contexto francés para desplegar sus personajes. En un país que se obsesiona con su decadencia, esto se llama temor al espejo.