Marcelo Figueras
Detesté con toda mi alma la versión fílmica de Las crónicas de Narnia: El león, la bruja y el ropero. En realidad la culpa no es tanto de la película, que no deja de ser otra extravagancia de efectos especiales de las que abundan desde el éxito de El señor de los anillos, sino del relato original de C. S. Lewis. Comparto por completo la opinión del profesor J. R. R. Tolkien sobre la fantasía de su viejo amigo: se trata de una alegoría chapucera, que subestima a su público –empezando por los niños.
Mucha gente (tanto artistas como público) supone que el género de la fantasía habilita al relator a recurrir a cualquier elemento que le venga a la mente, por disparatado que parezca. ¿Qué sentido tiene meterse a crear un relato fantástico, si uno no va a poner a prueba los límites de su imaginación? Pero con Narnia Lewis pasó por alto que un relato debe ser consistente con las reglas del juego que propone, y muy especialmente en el caso de un relato con elementos fantásticos. Cuanto más alocada la creación, más necesario el rigor del narrador. El universo debe evidenciar una lógica interna extrema para que el relato funcione como debe e imponga su verosimilitud aun cuando esté lleno de magia blanca, negra o mixta.
Por eso narraciones como El señor de los anillos funcionan con tanta efectividad. Tolkien llegó al extremo de imaginar un background histórico y religioso apenas insinuado en el libro, creó varias lenguas que otorgan coherencia hasta a la confección de los nombres y recurrió a criaturas fantásticas de la mitología nórdica, como puede atestiguar cualquier estudioso del tema. Del mismo modo funcionan Matrix (la película original), Blade Runner y Metrópolis, por mencionar tan sólo ejemplos clásicos: estos relatos exponen un universo peculiar y respetan su lógica interna a rajatabla. Lewis, en cambio, parece haber improvisado sobre la marcha, recurriendo a cualquier elemento que le hiciese falta en el momento en que se le presentaba un brete. Castores y lobos que hablan, minotauros, grifos, cíclopes: todo vale en el gran guiso de Narnia. ¿Cómo salen los niños Pevensie de este peligro? A ver, déjenme pensar: ¿por qué no hacer que aparezca Santa Claus? Y ya que Santa Claus trae regalos, ¿por qué no aprovechar para que le entregue a los Pevensie sus armas? ¿Papá Noel regalando armas? ¿Qué nos queda para después: el rey mago Baltasar llamando a la jihad?
El león, la bruja y el ropero carece de sentido como relato único, no tiene ni pies ni cabeza. Puede, eso sí, ser considerado un antecedente de la lógica de los videogames, en tanto hila una serie de peligros cuya superación significa el paso a otro nivel que no tiene nada que ver con el anterior, hasta llegar a una batalla final tan grande como innecesaria. Ojalá aparezca pronto una película con elementos fantásticos que tenga sentido (¿V for Vendetta, tal vez: la adaptación de la historieta de Alan Moore?), antes que los productores de cine confundan la parte con el todo y concluyan que la fantasía es necesariamente una pavada, el sucedáneo actual de las películas de Stallone y Schwarzenegger en los 80.