Skip to main content
Category

Blogs de autor

Blogs de autor

Por fin

Estamos tratando de sobrevivir sin ningún sentido, orientación, proyecto o finalidad. También la historia humana ha perdido todo horizonte y se ha convertido en periodismo

Dado que ha concluido la Liga de fútbol ahora ya puede volver a empezar. Las diversiones tienen mucho predicamento gracias a que se terminan. Es esencial que haya un final para que algo cobre sentido. Si no hay un fin, un término, no hay modo de saber qué sentido tiene el asunto o la experiencia. Tal es la función del orgasmo. En tiempos clásicos la historia de los humanos era cíclica y cuando un círculo se cerraba, otro empezaba y por eso podían adivinar el futuro. El cristianismo cambió la figura: la historia progresaba hasta la vida eterna, pero después del juicio final. Cuando el cristianismo fue perdiendo clientela apareció la historia moderna, es decir, el fluir de una duración sin final y por lo tanto sin sentido, el puro acontecer.

Una historia sin final genera tanta aflicción como la vida humana, la cual, precisamente por no esperar sino la muerte, es imposible que tenga sentido. Morir no es un final, es la aniquilación de todo final, de modo que, para remediar el agobio, los modernos empezaron a suponer finales de la historia. El más famoso es el de los marxistas: un progreso continuo hasta la extinción del Estado y de la lucha de clases. Una vez constatado que el resultado del marxismo era el opuesto, es decir, que sólo subsistía un Estado cada vez más opresor y violento, este truco dejó de tener encanto.

Podríamos seguir mirando hacia atrás, como hizo Karl Löwith, en busca de las historias antiguas y sus ensalmos salvíficos, pero no hay tiempo. Estamos ahora tratando de sobrevivir sin ningún sentido, orientación, proyecto o finalidad. También la historia humana ha perdido todo horizonte y se ha convertido en periodismo, en una niebla de noticias. No es fácil tenerse en pie azotados por el torbellino de las novedades.

Leer más
profile avatar
1 de junio de 2021

Juan Marsé, fotografiado en su despacho en 2016 KIM MANRESA

Blogs de autor

Marsé, la diatriba de los furiosos

 

No estábamos lejos de Xalapa cuando coincidimos en una fastuosa cena, a la luz de la luna, en unos jardines de frondosa y descuidada vegetación. ¿Cuánto hace que no nos veíamos? Sergio Pitol lo recordó al instante: “Desde el día que nos jodiste a todos”. No tenía yo conciencia de haber llevado a cabo una proeza semejante y preferí creer que Pitol se divertía con otra de sus fabulosas humoradas.

Años antes nos había reunido Luis ­Goytisolo en la sede de su fundación ­gaditana para hablar de la literatura memorialística. Los invitados compartimos reflexiones y juicios sobre la narración que hilvana el recuerdo y el olvido, el remordimiento y la jactancia, lo vivido y lo inventado. De ahí que propusiera yo una amarga revisión de los llamados diarios personales. Solo merecerán este nombre, dije entonces, los textos que han sido escritos para no ser publicados. Y a ser posible, los que se incineren con los restos mortales del propio autor.

Un diario es un lugar íntimo de confrontación y su valor procede de la radical privacidad de su escritura. Reproduce el diálogo oculto de la más extraña interioridad y transcribe lo que nunca será dicho. Si un diario auténtico llega a nuestras ­manos podemos considerarlo el reverso anímico del autor. La réplica solipsista de su voluntad estética y el reflejo veraz de un abismo desconocido. Solo en estos casos podrá un diario insinuar la existencia de un yo inédito y escondido. Todo lo demás se puede ir contando en las novelas o con la placentera egolatría de las autobiografías.

No creo que acudiera al encuentro organizado por Luis Goytisolo, pero en el diario que acaba de publicarse Juan Marsé deja constancia de su lucidez: “Esto es una pérdida de tiempo, no me pasa nada digno de mención, esto no tiene el menor interés, tengo serias dudas de que sirva para algo, es un empeño loco y banal”. El asunto acaba cuando Marsé confiesa su absoluta desgana por “bucear dentro de mí mismo”.

El autor reitera tantas veces su tedio que el lector de este falso diario personal no puede dejar de preguntarse ¿quién ­demonios está detrás de la publicación del libro? Temiendo por un momento que Marsé hubiera sido incitado a entregar en contra de su voluntad un manuscrito cuya pobre sustancia lamenta una y otra vez. A pesar de las apariencias, sin embargo, ­resulta que sí. El autor corrigió las galeradas con el celo que exige la prosa de sus novelas.

Leyendo las páginas de estas Notas para unas memorias que nunca escribiré se contagia el lector con la desidia de Marsé y concluye que el único interés de este libro perezoso y aburrido son los insultos, vituperios y agravios lanzados contra su conocido repertorio de bestias negras. Como si el autor fallecido quisiera ser recordado gracias al desprecio que sentía por todas ellas. Este es un charlatán, aquel un ­chorizo, el otro es un plasta, aquella tiene el culo de pera, la de más allá es feúcha, la otra está chiflada, aquel escritor es un ­camelo, el de acá es un personaje siniestro, o un tipo repugnante, o un trepa aberrante, o un ­risible zángano. Habría sido este el diario de un hombre arruinado si no fuera por el placer que en su enojada vejez destila Juan Marsé contra sus aborrecidos colegas.

Desde luego que no son estas las ­últimas voluntades que redacta en la hora postrera un escritor estimable. Como ­testamento uno habría esperado leer una de sus memorables piezas de orfebrería narrativa y ver flotar su figura en el limbo de sus entretenidas ficciones. Marsé nos ha legado en cambio un deslavazado libelo de improperios que nada añade a lo que fue saliendo de su boca y de su pluma en artículos, entrevistas y declaraciones hechas durante su larga trayectoria de cáustico polemista. No obstante, hay motivos para esperar que el libro póstumo reciba alguna distinción y sea reconocida su contribución a la formación del espíritu nacional. Al fin y al cabo, el diario servirá de manual a los que necesitan pulir la corrosiva inquina de sus manías y el verbo ardiente de sus fobias.

El diario de Juan Marsé será un libro de referencia para el tumultuoso club de los furiosos y en sus páginas aprenderán a afilar conceptos, alternar adjetivos, rebuscar en el diccionario de sinónimos y dar así a sus diatribas la frescura de quien desea liquidar a sus estúpidos congéneres. Dado que la presencia de los demás ha llegado a ser un estorbo insoportable, libros como este ayudarán a precipitar la anhelada ­extinción del prójimo. Aunque el lector deberá aportar su propio arsenal de convicciones, su fervor justiciero y un pendenciero afán de sinceridad, pues sin vocación no es posible sacar provecho a la enseñanza de este inesperado libro.

Han quedado atrás los tiempos en que la educación sentimental reprimía el instinto caníbal de nuestra especie y los manuales de urbanidad promovían entre los seres humanos la impostada gentileza de la hipocresía caballeresca. Finalmente se ha producido la gran liberación y se han derribado los ídolos que nos han oprimido durante siglos. Gracias al ejemplo moral del diario de Marsé sabremos des­hacernos de la agobiante contención del carácter y de la irritante paciencia de la templanza. Los que padecen con disgusto la oprimente restricción de su tendencia natural a la discordia agradecerán que al fin uno de los suyos se haya atrevido a ­publicar un libro como este.

Publicado en CULTURA/S de LA VANGUARDIA

Leer más
profile avatar
29 de mayo de 2021
Blogs de autor

Tan solo para contarlo

En esta reflexión sobre el hacer del hombre (puesto en paralelo comparativo con el comportamiento de animales y máquinas con estructura de redes neuronales) he venido sugiriendo que si el hombre hace cuentas y en ocasiones da cuenta o razón de las cosas, quizás la modalidad primordial de contar es la emblemáticamente representada por nombres como Homero, Tolstoy o Melville. Me he referido ya aquí en más de una ocasión a la trama de Moby Dick y al destino de Ismael, el narrador, que ahora creo útil recoger de nuevo:

Ismael vincula su deseo de escapar de tierra firme al hecho de que la vida se ha convertido para él en un gris y desolador día de noviembre. En lugar, nos dice, de arrojarse como Catón sobre su espada, Ismael busca en los puertos de mar un modo de redención y un nuevo destino. Destino que, para todos los tripulantes de la nave, quedará sellado por la obsesión trágica del capitán del ballenero, Ahab: Starbuck, segundo de a bordo, que tras oponerse a los designios de Ahab es el primero en acudir a la llamada de éste cuando resurge de las aguas, ligado por los arpones al lomo del cetáceo; Bulkington, presentado como embarcación azotada por el temporal, para la que la costa rocosa (promesa de reencuentro con "todo lo que es caro a nuestra existencia mortal") constituye el peligro mayor; el arponero Queequeg, que al tener premonición de su propia muerte encarga al carpintero el ataúd… y así todos los tripulantes de la nave, el Pequod.

Sin embargo, algo distingue a Ismael de los demás, a saber, el hecho de que Ismael sobrevive. Sobrevive gracias al ataúd que había construido para sí Queequeg y que, en la calma de las aguas que sigue al apocalipsis, la suerte ofrece le como balsa flotante. No obstante, Ismael no se equivoca sobre cómo interpretar esta condición de único superviviente; sabe ahora cuál era realmente el contenido del nuevo destino que buscaba, destino que se confunde con una misión: Ismael ha sido preservado "tan sólo para contarlo".

Contar no es, en efecto, una actividad contingente, que el hombre vendría o no a realizar según se lo permitieran o no las vicisitudes serias de la vida. Pues contadas o narradas vienen a ser para el hombre, en un momento esencial de su desarrollo, todas las cosas que configuran el mundo. Si un día el mundo apareció bañado en palabras, es decir, si fue contemplado por ese animal singular que es el hombre, justo es que Ismael sienta que sobrevivir al destino del Pequod supone asumir la tarea de redimir por la palabra la pulsión que atormenta a Ahab y que, imponiéndose sobre toda exigencia movida por el interés social o la exigencia animal de conservación, le había llevado a sacrificar, junto a la suya propia, la vida de sus hombres.

Leer más
profile avatar
28 de mayo de 2021
Blogs de autor

Granja animal

La naturaleza sin animales es incomprensible, y nosotros sin ellos seríamos poca cosa; lo creo y no he tenido nunca en mi vida más que un periquito hablador en una jaula, aunque he escrito sobre el reino animal escenas de novela y una elegía fúnebre a un chucho. Uno de mis mejores amigos se llama Trotski y es un husky siberiano que vive en tierras calientes. Pascal dijo que “ningún animal admira a otro animal”. ¿Y a los humanos? ¿Es admiración lo que nos tienen o amor perdurable? Depende, claro, de cada especie y raza, de cada hogar, del buen o mal talante de cada propietario. Entre las últimas chorradas del gobierno de Boris Johnson está el proyecto de ley que reconoce capacidad de sentimiento a las que pronto se prohibirá llamar bestias. Con ese motivo me entero de que también en España se quiere modificar el código civil para que los animales dejen de ser tenidos por objetos, haciendo además que los divorciados con mascota ganancial lleven a los tribunales la custodia del gato huérfano de una u otra mano acariciadora. Me parece una buenísima iniciativa cualquier medida que proteja a los animales del abandono y el maltrato, y les asegure, en las casas como en las granjas o cuadras, la higiene, la atención, el acomodo e incluso, por qué no a ellos también, el privilegio de la comida gourmet; me he visto sorprendido en los supermercados por su gran variedad, destacando un “pienso vegano para perros adultos”, aunque es difícil saber si la dieta vegana la quiso el animal o la impuso su dueño. El paquete grande de esta delicatessen zoológica estaba a 85 euros, pero los había más asequibles. ¿Y los millones de seres que pasan hambre en el mundo? Qué tópico, ¿verdad? Se me llamará demagogo, o algo peor, ¿criminal?, si añado que me gusta la pata negra y de vez en cuando saboreo un besugo, que tiene en su cabeza ojos a cada lado, como los míos.

Leer más
profile avatar
28 de mayo de 2021

Dacia Maraini. Foto: Archivo Dacia Maraini

Blogs de autor

Dacia Maraini y sus primeras islas

 

I. Hokkaidō y Honshu

En La vuelta al mundo en ochenta días (1872), Julio Verne sitúa a sus protagonistas, viajeros contra reloj a lo largo del globo terráqueo, en el puerto de Bríndisi para hacerlos zarpar rumbo al canal de Suez y, a través de allí, ir a atracar en Bombay, la primera costa asiática, al cabo de trece días. En la tercera hoja de un viejo diario recuperado, Dacia Maraini observó un mapa. Lo había dibujado su madre, Topazia Alliata, y en él aparecía marcado un itinerario: el que realizó la propia Dacia —una niñita rubia de ojos azules que entonces aún no había cumplido los dos años— junto con sus padres destino a Japón. El recorrido parte del mismo puerto, en la llanura salentina a orillas del Adriático, y efectúa su primera parada a las puertas del canal que comunica con el mar Rojo. Como una serpiente acuática azul que bordea las costas de dos continentes, el trazado repta por las aguas de distintos mares tocando en algunos puntos tierra firme: Adén, Bombay, Colombo, Singapur, Manila, Hong Kong, Shanghái y Kobe. «El agua se aprende por la sed; la tierra, por los océanos atravesados», dicen unos versos de Emily Dickinson.

Luego se dirigirán a Sapporo, en la isla de Hokkaidō, donde moran los ainu, el objeto de estudio del venerado padre, Fosco Maraini —etnógrafo y orientalista—, y pretexto para alejarse, en 1938, de la Italia fascista, pero también de los padres de uno y otra. Oriente es un destino de deserción surgido de la terquedad de Fosco. El vaivén del barco es de las pocas cosas que, a la edad de un año y medio, una niña consigue retener y de ahí nace su predilección futura por las embarcaciones como lugar de placer narrativo, de la mano de Stevenson, Verne, Conrad o Melville. Descubre las líneas del mapa hecho por su madre, como las huellas del destino en la palma de una mano, en los diarios de esta última, escritos entre 1938 y 1941. Con esas sucintas anotaciones Dacia Maraini establece un diálogo en La nave per Kobe. Diari giapponesi di mia madre [En barco hacia Kobe: diarios japoneses de mi madre] (2001).

Dacia Maraini

«El primer sabor que conocí y del cual tengo memoria es el sabor del viaje. Un sabor a maletas recién abiertas: naftalina, lustre de zapatos y ese perfume que impregnaba la ropa de mi progenitora, en que hundía mi rostro con deleite», leemos en sus páginas. La memoria tiene algo de maleta, que se abre como un libro. En ella cabe un número finito de objetos, aunque transportan texturas aromáticas invisibles que despiertan el resto de los sentidos. La maleta es un contenedor de historias para el teatro ambulante de los recuerdos. El nomadismo, cuenta la autora, corre por las venas de los Maraini, bulle cuando un sexto sentido muy suyo detecta un estado de reposo. Ese sentimiento, no obstante, se mitiga con la seguridad del retorno, pues se parte para volver, se sueña para despertar, se ansía la noche para retomar los sueños, como un eco, otra vez, del poema 135 de Dickinson: «La paz se revela por las batallas; el amor, por el recuerdo de los que se fueron; los pájaros, por la nieve». Aquel que renuncia o se abstiene del objeto deseado conoce mejor su valor que el que lo posee. Viajar es hacer realidad el impulso natural de esta coleccionista de las vivencias más extravagantes y felices, como se autodefine Maraini.

Con En barco hacia Kobe Dacia Maraini recupera la historia de resistencia y coraje de su familia en el campo de concentración para antifascistas japonés, cuando la pareja se niega a adherirse a la República de Saló, Estado títere de la Alemania nazi: «Acuérdate de decir que no fui a un campo de concentración para seguir al hombre que amaba […] Yo, por mi parte, dije que el nazismo y el fascismo estaban en contra de mis ideas, que no me gustaba el racismo», le advierte su madre en el tramo final del libro. En cierto modo, Maraini transforma una experiencia íntima, la de la madre, circunscrita al mundo doméstico, en material de reflexión política. La actitud de su progenitora madre no deja de ser un eslabón más en la antiquísima historia de sacrificio femenino a favor de la maternidad, pues, por su parte, el padre nunca abandonó su carrera profesional, sus expediciones y su ambición intelectual. Aunque durante mucho tiempo devota de la figura paterna, Maraini escogerá finalmente el arte de contar de su madre, de quien escuchaba los cuentos a la hora de dormir, y no el estilo ensayístico y etnográfico del padre. El cuerpo femenino de la madre se convierte en la isla a partir de la cual pensar el mundo. Según decía Virginia Woolf: «Como mujer no tengo país… Como mujer, mi país es el mundo entero».

II. Sicilia

De isla a isla. La memoria es un archipiélago. La naturaleza insular de los recuerdos hace que cualquier mirada atrás sea siempre una travesía por las aguas del tiempo. Maraini recala por primera vez en Sicilia en 1947, cuando se firma el Tratado de París. Desde donde nace el sol, un transatlántico; luego, después de un tiempo en Florencia, un barco desde Nápoles. Una niña de once años llega a la isla mediterránea de las tres puntas, el lugar donde se hunden las raíces nobiliarias de su madre pintora. El clima y el paisaje, junto con las dominaciones extranjeras, dice Lampedusa, es lo que ha configurado el alma siciliana. Sometida durante la mitad del año a cuarenta grados de fiebre y la otra mitad a un «invierno ruso», esta tierra, asediada por monumentos fantasmagóricos del pasado, la acoge con recelosa curiosidad. La lengua de Maraini, la de los juegos y la de los sueños, es la japonesa, que ha articulado con la sintaxis del hambre sufrido en el campo de concentración. Allí, rememorada con la cadencia palermitana de la madre, Sicilia se colaba en la miseria oriental para distraer el vacío del estómago, pues la carencia de alimentos «hace galopar los sentidos y trotar la fantasía»: sardinas a beccaficominne de Santa Ágata, berenjenas a quaglia… No obstante, cuando pise ya Bagheria, al este de Palermo, no solo encontrará los sabores fantaseados. Será también el descubrimiento de la playa, los libros, los helados, los limones, los dátiles. Los restos de casas destruidas durante la guerra y los arbustos de moras eran lo único que se parecía a lo que había dejado atrás.

Dacia Maraini

Villa Valguarnera, la casa de sus ancestros, es un palacio de austeridad neoclásica, el más imponente de Sicilia, construido al pie de una suave colina, Montagnola, desde la cual se pueden admirar los golfos de Palermo y de Termini Imerese, así como el monte Catalfano. Cuando Stendhal visitó el palacio, lo cautivó ese mirador que arrancaba sonidos del alma como el arco de un violín. La villa es el corazón de esa narración autobiográfica de Dacia Maraini titulada Bagheria y publicada en 1993, fruto de su regreso a sus estancias a una edad ya madura. Como el cuerpo humano, los edificios también se arrugan y acusan el paso del tiempo. No se puede volver a ellos tal como los recordamos. Aunque no solo hace mella el cansancio de los materiales. La autora nos habla de la destrucción sistemática de los tesoros paisajísticos de su adolescencia por culpa de la corrupción, la desidia y la rapiña, especies invasoras de todo el Mediterráneo. Belleza robada, inútilmente maltrecha. Algo ha quedado de la antigua grandeza de Bagheria, pero en bocados, entre jirones de los viejos jardines comprimidos en las nuevas autopistas, envueltos de edificios de execrable gusto, ocultos por cortinas de casas apelotonadas. A veces nos alejamos del lugar de la infancia para no presenciar, apretando puños y dientes, el deterioro del paisaje amado.

«Hay un momento en su historia en que toda familia aparece feliz ante sus propios ojos», añade Maraini en este ensayo memorialístico con el que rompe el silencio interpuesto entre ella y la tierra de su familia materna, gente de esa alta alcurnia siciliana «ávida, hipócrita y rapaz». Ella se siente más próxima a la abuela paterna escritora —nacida en Hungría, de padre inglés y madre polaca— de alma peregrina, que abandonó a su marido y a sus hijas para perderse por Bagdad y, luego, conocer en Roma a su futura pareja, el escultor Antonio Maraini. ¿Cómo aceptar, además, la moral siciliana, que no prevé una voluntad femenina contra la lujuria masculina, venga de donde venga, sea de un desconocido, de un amigo de la familia o del propio padre? Bagheria es un destello de dicha después de la penuria y las bombas de la guerra, un paréntesis en la degradación de los afectos, cuando, en silencio, escucha a su padre, antes de que las abandone, charlar con los amigos bajo el cielo estrellado, con la fragancia de la menta adormecida: «¿Y si el universo respirase?».

III. Mallorca

Una islómana como Dacia Maraini, imbuida de ese espíritu isleño que parece rozar solo a unos cuantos con su misterio, obtuvo el primer reconocimiento internacional a su carrera literaria —por entonces incipiente, inaugurada con Las vacaciones (1961)— con un premio vinculado a otro lugar insular, alejado de las metrópolis: Mallorca. La tarde del 11 de mayo de 1962, en la librería Einaudi de Via Veneto, se celebró la presentación de los vencedores del Prix Formentor. Dacia Maraini, que acogió un tanto contrariada ciertos prejuicios que rodearon la noticia, lo ganó en la sección de inéditos con L’età del malessere (publicado en español en 2018 como Los años rotos por la editorial Altamarea). ¿Qué podía significar, para una joven escritora de veintiséis años, viajar a un rincón escondido del Mediterráneo, a recoger un galardón tan importante? En primer lugar, conocer esa Mallorca a la que la dictadura le había robado algo de su luz, no como la que describió Borges en un precioso poema narrativo, publicado en 1926: «Y yo —como tantos isleños y forasteros— no he poseído casi nunca el caudal de felicidad que uno debe llevar adentro para sentirse espectador digno (y no avergonzado) de tanta claridad de belleza».

Dacia Maraini

Maraini recuerda que se encontró con una España «embalsamada», que contrastaba con el aliento aperturista del premio, cuyo objetivo era, entre otros, abrir el contexto literario español al mundo democrático. La naturaleza taciturna de la protagonista de Los años rotos, Enrica, cuyas motivaciones resultan esquivas a los lectores, es una chica del extrarradio romano que parece entregarse de forma apática y un tanto maquinal al deseo sexual. La autora conoció bien ese ambiente suburbial cuando se trasladó a vivir a Roma con su padre, después de la separación entre la pintora y el etnólogo. A principios de la década de 1950, Roma era una ciudad mucho más pequeña que la actual, en la que los intelectuales se veían y se encontraban en los restaurantes de Piazza del Popolo, para intercambiar impresiones y tejer una comunión creativa. A modo de piazza intelectual, el hotel Formentor nació de la iniciativa del poeta y diletante Adán Diehl, cautivado por el paisaje de ese retiro, como un refugio literario y artístico cuando adquirió a la familia del también poeta Miquel Costa i Llobera, en 1926, la península de Formentor, a la que solo se tenía acceso en barca. Tres años más tarde abrió sus puertas como lugar de hospedaje, desestimada la opción de crear un paraíso privado. Desde entonces, Formentor sigue fiel a su aspiración de ser un cenáculo fértil en el que la belleza del entorno desempeña un papel decisivo e inspirador. Es, a fin de cuentas, un mirador insular desde el cual tomar la medida del genio literario.

Leer más
profile avatar
26 de mayo de 2021
Blogs de autor

La medicina del recuerdo

En la isla desaparecen las cosas, desde lazos para el cabello hasta perfumes, cascabeles, sombreros o pájaros. Cuando las rosas se esfuman para siempre, los días no se vuelven más ás­peros. Porque sus habitantes están hechos de una pasta que les hace borrar la me­moria, y no añoran lo que pierden. Aun así, los agentes del orden inspeccionan las ­casas en ­busca de recuerdos para destruirlos –fotografías sobre las aves ya extinguidas, por ejemplo– o para capturar a los resistentes, individuos capaces de recordar, por lo que deben esconderse. Es el arranque de la ­historia de Yoko Ogawa en La ­policía de la memoria (Tusquets), y sus páginas te enredan en lo que sería una vida amnésica, sin pasado.

¿Cómo nos dibujan nuestros propios recuerdos? Qué importancia tiene lo que se ha filtrado por el coladero del olvido y permanece “como si lo estuviera viendo ahora”. Algunas escenas se grabaron en un mármol indestructible. La muerte del padre –todavía hueles el cloroformo del hospital de paliativos–; el parto y el hilo rojo del ombligo; aquel primer mensaje de amor, palabra por palabra. Pero además habitan en el disco duro una colección de pisos alquilados –y tú en ellos–, de habitaciones de hotel o cachivaches inútiles. Entre lo memorable hay chatarra, souvenirs en miniatura que se han ido mudando contigo.

Los objetos viejos derraman su misterio en los mercadillos. No podían nombrarse mejor: Encants, un espacio donde se cruzan pasado y presente, levantando un hechizo que te envuelve en un ánimo preciso. En el libro homónimo, una memoria gráfica de la feria de Barcelona con fotografías de Rafael Vargas y textos de Victoria Bermejo, una se sumerge en una sobredosis de realismo a veces mareante, igual que su oferta. Y a través de la vajilla de porcelana o los espejos de tocador, de los colchones postrados ante una fachada, las vírgenes, los relojes, los soldaditos y las perlas, se prolonga la rueda de la existencia. Su poética decadente nos atrapa, aunque no que­ramos vivir rodeados de ella, basta un ­condimento en el plato que nos sitúe en medio del caos que nosotros seguimos imaginando como el fluir de esa sinuosa línea entre el nacimiento y la muerte. Con el tiempo, aprendemos a aligerar bultos, a deshacernos tanto de amigos y conocidos como de zapatos. Pero algunos de ellos regresan. La fortuna de hallar una pitillera de plata o de reencontrarte con un antiguo compañero de pupitre te regala una perspectiva literaria de tu propia vida, porque recordar también es volver a ser. Y no hay pócima que lo iguale.

Leer más
profile avatar
26 de mayo de 2021
Blogs de autor

Quién te ha visto…

Los sediciosos catalanes odian a Barcelona, la menos nacionalista de sus ciudades, y los barceloneses son inhábiles para defenderse de la ruina

Anduve la semana pasada por Barcelona. Hacía un año que no la pisaba. Recorrí el barrio del Museo de Arte Contemporáneo (Macba), edificio y plaza muy estimados por la Escuela de Arquitectura de aquella ciudad cuyos mandarines trataron de gentrificar buena parte del Raval. Con toda objetividad se puede decir que en un año no sólo no ha habido mejora alguna, sino que todo ha decaído. Es una ruina.

El caso es que los sediciosos catalanes odian a Barcelona, la menos nacionalista de sus ciudades, y los barceloneses son inhábiles para defenderse. Los muros sucios de garabatos y signos macabros, las calles tomadas por patinetes, ciclos, tablas, patines y toda suerte de baratijas, los domicilios robados legalmente, todo recuerda al Nápoles de hace 40 años, pero sin gracia.

El proceso que ha llevado a la ruina a aquella parte del país está muy bien descrito en el sagaz ensayo de Anne Applebaum titulado El ocaso de la democracia (Debate). Allí describe el temible cuadro del actual populismo fascistoide. Los casos de Hungría y Polonia, que conoce de primera mano, son demasiado parecidos al de la Cataluña sediciosa. Una pulsión autoritaria y agresiva por parte de unos burgueses mal alfabetizados, resentidos y de una singular incompetencia, aunque expertos en el manejo de las pasiones de una muchedumbre irracional y pía a la polaca.

Por supuesto el fenómeno no se reduce a la Europa post-bolchevique, a Trump, a Vox o al Brexit. Applebaum menciona el caso de Venezuela donde estuvo en 2020 para constatar el cruce del rancio marxismo-leninismo con el corrupto populismo nacionalista. Extrema derecha y extrema izquierda se abrazan, como la CUP y los separatistas. Eso sí, con la benevolencia del Gobierno de España.

Leer más
profile avatar
25 de mayo de 2021

TEXTOS HÍBRIDOS: Revista de Estudios sobre Crónica y Periodismo Narrativo

Blogs de autor

Periodismo y literatura: amantes que caminan hacia el encuentro

 

La revista académica Textos Híbridos acaba de publicar su dossier El periodismo narrativo latinoamericano (Vol. 8 No. 1). Tuve el privilegio de participar con sus coordinadores en la selección y edición del número, incluir un ensayo sobre nuevos caminos de la crónica… y presentar esta edición con la introducción que aquí les comparto. Usando los cinco potentes artículos sobre cronistas de México, Argentina, Brasil y Chile, lanzo una propuesta sobre el camino que están emprendiendo los periodistas narrativos y los literatos de no ficción: un abrazo amoroso, híbrido y anfibio en medio del puente que nos une.

En 1972, en la introducción a su antología seminal El nuevo periodismo, Tom Wolfe postuló con brillante desfachatez que el periodismo narrativo o literario (que combina temas y apego a los datos como el mejor periodismo, el tono y estructura narrativa como en las grandes novelas y la inmersión lindante con la más acuciosa observación etnográfica) no era tan solo similar o comparable a la mejor literatura de su tiempo: era la forma más avanzada y estimulante de escritura literaria, y que reemplazaría a la novela como manifestación escrita del espíritu de la época.

Con igual optimismo desafiante, en 2012 Jorge Carrión llamó a su antología de periodismo narrativo hispanoamericano Mejor que ficción.

Entrados ya en la tercera década del siglo XXI, la lectura atenta de los artículos de este dossier muestra que ambos tenían razón. Y también que estaban equivocados.
Los “cuentos-reportajes” de João Antônio, las crónicas-ensayos de Óscar Contardo, los perfiles inmersivos de Leila Guerriero, el arte de “escribir escuchando” de John Gilber y las lacerantes historietas de denuncia de Andrea Dip y Alexander de Maio están entre lo más potente, creativo y literariamente relevante que se publicó en cualquier género en los últimos años (con la excepción de las obras de João Antônio, el corpus estudiado en este dossier es de la década de 2010). Estos artefactos narrativos salen bien parados de cualquier comparación.

Pero en su mismo hibridaje y diálogo con saberes, artes y prácticas narrativas, son parte de un fascinante colectivo que difumina los lindes entre periodismo y literatura, entre relato y ensayo, entre el mundo otrora prestigioso de las bellas letras y los bajos fondos de las redacciones de periódicos. Por eso, por textos como los analizados en este dossier pierde sentido la comparación entre ficción y no ficción.
No tiene sentido hoy en día decir cuál es más o mejor, porque todo viene barajado y repartido con arte y observación. Desde la verdad los autores analizados en estos artículos se acercan a las artes, pero desde las artes también se está usando cada vez más herramientas del periodismo, de la divulgación científica, de la escritura académica. La creatividad es hoy anfibia, híbrida.

Ese encuentro viene de las dos orillas. Ya las novelas de este tiempo, como las inclasificables Magnetizado de Carlos Busqued, Los errantes de Olga Tokarszuk o de El nervio óptico de María Gainza, entre muchas otras, son tejidos de historias reales e inventadas, experiencias propias y ajenas, ciencia y fábula, informe, análisis y poesía, dramaturgia, guion y manifiesto. También en el audiovisual se cruzan cine de ficción, documental y reportaje; en el podcast, voces que cuentan, analizan e imaginan con ruidos, música y efectos sonoros; en los relatos gráficos, danzan la foto, el dibujo animado, la infografía y la cartografía como arte.

Con ese acercamiento dialogan en alegre mixtura los cinco textos aquí presentados. Y cada uno lo hace a su manera.

1. El extraño caso del cuento-reportaje (Brasil)

En los años sesenta y setenta del siglo pasado, el cronista brasileño João Antônio se sumergió en el linde entre ciudad y mar para contar Um dia no cais (Un día en el muelle), y se auto-internó en un manicomio para gritar y susurrar desde adentro Casa de loucos (Casa de locos).
En el artículo de Filgueiras de Souza “A literatura é uma porta aberta em Casa de Loucos: um conto-reportagem brasileiro” (La literatura es una puerta abierta en Casa de locos: un cuento-reportaje brasileño), se da cuenta de la escalofriante valentía de este pionero y de la modernísima invención de un término inexistente en castellano, el “cuento-reportaje”, que usaba técnicas de inmersión y observación participante que en esa época desarrollaban los antropólogos, y plasmaba sus experiencias en un estilo personal único.
Ese continente entero que es Brasil, que durante décadas se mantuvo ignorado por las prácticas periodísticas y las indagaciones científicas de los estudiosos del periodismo narrativo de la parte hispanoparlante de América, viene ahora a darnos a los que hacemos y pensamos la literatura de no ficción del resto de los países de Latinoamérca la pieza que faltaba para contarnos la historia del “informar contando”. El conocimiento de João Antônio nos dota de un valioso antepasado para entender el camino por el que ahora transitan los cronistas de Argentina, Colombia, México, Perú o Uruguay.
Impresiona en el exhaustivo estudio de Filgueiras de Souza la radical modernidad y renuencia a plegarse a los códigos y compromisos del periodismo de su tiempo que llevaron a este innovador a contar no solo la clínica (la “casa de locos”) desde dentro, sino la enfermedad mental desde su vertiginosa esencia en la mente desquiciada.

2. Nuevas voces en la tradición de la crónica urbana (Chile)

En el siguiente artículo, el diálogo se estrecha entre la crónica y la columna de opinión, entre el ensayo y el cuento real, entre contar, especular y soñar despierto.
“El framing urbano en la crónica de Oscar Contardo”, de Claudio Lagos-Olivero y Carlos Lange, presenta al escritor, ensayista y articulista chileno Óscar Contardo como un flaneur a la vieja usanza y también un agudo observador de las actuales visiones de la ciudad desde la sociología, la arquitectura, el urbanismo, la historia, la psicología social. Podríamos definirlo como un paseante crítico.
Sus crónicas urbanas en el diario La Tercera son un proyecto valiente, porque van a contrapelo de la línea editorial del mismo diario. Los autores colocan estos textos breves de Contardo en el justo punto entre el proyecto intelectual de desmontar el feliz empacho de los gobernantes de ese 2012 (el año de las columnas analizadas) en que los gobernantes, los empresarios y los poderes mediáticos de Chile postulaban que el país entraba satisfecho al Primer Mundo, y el detenerse como cronista en anécdotas, detalles, personajes, pasajes y edificios que desmienten esa pretensión.
El análisis de estos textos muestra un hilo de continuidad con la crónica urbana, que en Chile incluye la mirada patricia de Joaquín Edwards Bello y el desplante marginal de Pedro Lemebel, y un quiebre en su discutir con el discurso oficial. Así, contrasta el relato de éxito con las señales de alarma que llevaron casi una década más tarde al estallido social.

3. Inmersión extrema en artistas de dos mundos (Argentina)

A primera vista, pocos artistas son más distintos que el joven bailarín de malambo Rodolfo González Alcántara y el veterano pianista clásico Bruno Gelber. Pero ambos son argentinos, y la celebrada cronista Leila Guerriero construyó con ellos la compleja y caleidoscópica identidad de su país.
Carolyn Wolfenzon analiza los libros que Guerriero dedica a seguir e intentar entender a ambos personajes. Su artículo, “Opus Gelber y Una historia sencilla de Leila Guerriero: una reflexión periodística del arte”, pone el ojo en una práctica poco habitual en el periodismo narrativo latinoamericano: tomar en serio el mundo del arte no como un negocio, una industria o una fuente de chismes personales, sino como una forma profunda de conocer los cambios y meandros de una sociedad en transformación.
A primera vista, Gelber es el colmo del engolamiento europeizante, y González Alcántara, una caricatura de las anticuadas destrezas campestres. Parecen el estiramiento hasta el paroxismo de dos personajes de Jorge Luis Borges, el gaucho intenso y el exquisito hombre de mundo, ambos fuera de época en la década de 2010.
Sin embargo, en el estudio preciso Wolfenzon, se entienden estos perfiles periodístico-literarios como viajes radicales para entender a dos obsesionados, uno en un arte solo conocido y solo concebible en Argentina; el otro cultor al teclado de la obra eterna de Beethoven y los compositores románticos.
El recorrido de la autora por los métodos de investigación, observación, entrevista y escritura de Guerriero muestran la profundidad de un proyecto narrativo ambicioso, que abreva en la estructura de la novela de viaje hacia un personaje fascinante, y en los destellos de prosa poética que caracterizan las crónicas breves de la escritora.

4. Aprender a escuchar a las víctimas (México)

Después de tres buceos en las voces de acento fuerte y reconocible como son las de João Antônio, Contardo y Guerriero, Sam Law y Gabriela Polit Dueñas se adentran en otro de los caminos innovadores del periodismo narrativo actual: el testimonio de víctimas como un profundo aprendizaje del escuchar para saber qué y cómo escribir.
El artículo “Escribir escuchando. La crónica de Ayotzinapa de John Gibler” sigue el proyecto investigativo de Polit sobre periodistas de México, Argentina y Colombia que escriben sobre el horror, las violaciones a los derechos humanos, los femicidios, la violencia impune.
En este camino, la obra de Gibler se inscribe en la tradición del testimonio, la transformación de los dichos de los entrevistados en monólogos cuasi-teatrales, como las historias orales de la mexicana Elena Poniatowska (La noche de Tlatelolco; Nada, nadie; las voces del temblor) y Svetlana Alexiévich (Voces de Chernóbyl, Los muchachos de zinc).
Como señalan los autores, Gibler ha tomado dos decisiones valientes, arriesgadas: dejar que los sobrevivientes y familiares de estudiantes desaparecidos en Ayotzinapa cuenten sin el dictado de preguntas que dirijan su relato, y dejar fuera las voces del Estado y los defensores de la versión oficial.
Desde el título mismo de su nombre, Gibler toma partido: Fue el Estado. Los ataques contra los normalistas de Ayotzinapa. Una Historia Oral de la Infamia. En esto se inscribe en la larga tradición que se remonta a los orígenes de la versión latinoamericana del Nuevo periodismo en los años sesenta, con Miguel Mármol del salvadoreño Roque Dalton, Biografía de un cimarrón del cubano Miguel Barnet y Hasta no verte Jesús mío, de la mexicana Elena Poniatowska (todos publicados en 1966).
Pero hay un elemento nuevo que destacan Law y Polit: que la historia que cuenta Gibler está en permanente discusión y búsqueda de controvertir y dejar en evidencia las mentiras y tergiversaciones de la versión oficial y las construcciones de los medios del poder. En ese sentido, en diálogo con los otros artículos de este dossier, el trabajo de Law y Polit destaca la forma en que Gibler entrecruza en sus “voces de Ayotzinapa” un relato fiel de los hechos y un cuestionamiento a las mentiras y fabricaciones interesadas de los mismos hechos.

5. Explosión de formas narrativas (Brasil)

El periodismo narrativo actual escapa, supera, crece desde la palabra impresa para incluir diálogos con otras herramientas narrativas, y una de las más creativas y estimulantes es el cómic o historieta de no ficción.
Desde el pionero Joe Sacco, a la vez artista y periodista (Ferraz y sus coautores mencionan que el fenómeno estalló en Brasil con la llegada de los primeros libros de Sacco, Palestina y Notas al pie de Gaza), el uso de expresivos dibujos a la vez permite contar hechos reales con un lenguaje cercano a lectores más jóvenes y a un público poco habituado al periodismo de investigación, y en casos como este, acerca y crea empatía con las historias terribles de personajes vulnerables sin exponerlos como haría una foto o una descripción.
En “Memória e o testemunho como ferramentas potencializadoras para o jornalismo narrativo na HQ Meninas em jogo” (Memoria y testimonio como herramientas potenciadoras para el periodismo narrativo en el cómic de no ficción Niñas en juego) los autores analizan la forma en que se planeó, se investigó, se realizó y se difundió el trabajo de la cronista Andrea Dip y el dibujante Alexander de Maio, los testimonios de niñas prostituidas en la antesala del Mundial de Fútbol 2014, que se jugó en Brasil.
Al presentar en su trabajo académico ejemplos de los “quadrinhos” (la palabra en portugués, “quadrinhos”, me parece especialmente bella y evocativa), se amplifica la explicación del potencial de estas nuevas formas de narrar para adentrarse en un tema tan delicado.
Impresiona el valor de los textos, sintéticos y bien imbricados dentro de las imágenes. Al dibujar también a la periodista que entrevista a las niñas, se abre a escenas que usualmente están fuera de una crónica, como el momento en que aparecen dibujados los tatuajes en la piel de la cronista, y después de que los lectores lo notan, la entrevistada le dice a su entrevistadora que le gustan. Hay poesía y empatía en esta forma de comenzar el diálogo, hablando de este elemento antes de que las víctimas cuenten su drama.
Hay en esta historieta tantas fuentes y tanta información como en un reportaje al uso, pero este artículo resalta cómo se usan para revelar y denunciar una situación traumática desde los testimonios de las víctimas y, como dicen los autores, “para liberarlas de sus propios fantasmas”.

Encuentros híbridos

Esperamos que este recorrido por el periodismo narrativo actual (Gibler, Guerriero, Contardo, Dip y De Maio) y este rescate de grandes referentes del pasado como João Antônio interese, haga pensar y enriquezca la mirada sobre formas de contar la realidad de los lectores tanto como nos gustó hacerlo al equipo de Textos Híbridos y a mí, el presentador de este dossier.
Quiero agradecer a los autores de los cinco excelentes textos, y a Ignacio Corona, a Claudia Darrigrandi y todo el equipo por el tremendo trabajo realizado en este número, en las difíciles condiciones de la pandemia y con un entusiasmo y cariño encomiables.
Estos artículos presentan una defensa convincente de la vitalidad y audacia del periodismo narrativo de hoy. Y sí, tal vez tenían razón Tom Wolfe y Jorge Carrión: ¡en su apego a la realidad con tanto arte, son mejores que la fantasía!

Leer más
profile avatar
24 de mayo de 2021
Blogs de autor

El Generalísimo del brazo largo

En septiembre de 1956 se celebró en Panamá una cumbre de las Américas a la que asistió el general Dwight Eisenhower, presidente de Estados Unidos, quien se vio rodeado de lo más conspicuo de la fauna de dictadores latinoamericanos, todos en sus más vistosas galas militares, y el pecho sobrados de medallas.

Era el tiempo de las repúblicas bananeras, cuando en plena guerra fría los hermanos John Foster y Allen Dulles, el uno jefe de la CIA, el otro secretario de estado, quitaban y ponían presidentes en el Caribe, si así lo quería la United Fruit Company.

Las fotos tomadas en aquella ocasión en los salones del recién inaugurado hotel El Panamá, son memorables. En ellas aparecen, disputando el sitio más próximo a Eisenhower, entre otros, el general Anastasio Somoza de Nicaragua, el coronel Carlos Castillo Armas de Guatemala, el general Marcos Pérez Jiménez de Venezuela, el general Gustavo Rojas Pinilla de Colombia, y el general Fulgencio Batista, de Cuba. Falta, sin embargo, el más poderoso e influyente de todos aquellos sátrapas vestidos con trajes de opereta, el Generalísimo Rafael Leónidas Trujillo. Dueño del poder absoluto en la República Dominicana, por razones protocolarias no podía estar presente en el conclave, pues había dado en préstamo temporal la presidencia a su hermano, el general Héctor Bienvenido “Negro” Trujillo, quien ocupa su lugar en la foto de familia.

El Generalísimo, que no había tenido empacho en llamar a la capital Ciudad Trujillo, en su propio homenaje, aparentando pudor había dejado en depósito la banda presidencial a Héctor Bienvenido, el más dócil y apagado de sus hermanos, mientras él preservaba en su puño todos los poderes, empezando por el de vida o muerte.

Esta fauna tan peculiar no tardaría mucho en desaparecer del mapa. Somoza fue muerto a tiros, al apenas regresar a Nicaragua, por un poeta desconocido; Rojas Pinilla fue obligado a renunciar por un paro nacional en mayo de 1957; en julio del mismo año Castillo Armas cayó bajo las balas de un custodio del palacio presidencial; Pérez Jiménez fue derrocado en enero de 1958; y Batista huyó de Cuba la nochevieja de ese mismo año. Y el gran ausente, el Generalísimo Trujillo, fue emboscado y muerto el 31 de mayo de 1961, hace ahora sesenta años.

El Generalísimo se consideraba situado en un sitial más alto que el de sus demás colegas del zoológico. Somoza, tras una visita oficial a Ciudad Trujillo en 1952, regresó quejándose de que en las reuniones oficiales, el sillón de su anfitrión se hallaba siempre colocado en lo alto de una tarima, lo cual lo obligaba a mirar hacia arriba. Tampoco se conformaba Trujillo con reinar solamente en su isla; y fueron sus ambiciones de poder más allá de las fronteras, y su sed de venganza, llevada también más allá de las fronteras, lo que terminó perdiéndolo. Y, astuto como era, tampoco pude leer el cambio de los tiempos.

El primer clavo de su ataúd lo puso con el secuestro, en plena quinta avenida de Nueva York en 1956, del profesor Jesús Galíndez, un exiliado vasco que tras la caída de la república española había vivido en República Dominicana. Fue trasladado en un vuelo clandestino a Ciudad Trujillo, y asesinado por la policía secreta en las ergástulas de la dictadura, en venganza porque Galíndez había revelado en un libro un secreto de alcoba: Ramfis Trujillo, heredero del Generalísimo, no era hijo suyo.

En 1957 extendió su largo brazo hasta Guatemala para asesinar a Castillo Armas, también por venganza ante la vanidad herida: Trujillo lo había apoyado con armas y dinero para derrocar al coronel Jacobo Árbenz en 1954, y esperaba que lo invitara a presenciar el desfile de la victoria; o que, una vez en la presidencia, lo condecorara con la Orden del Quetzal. La tarea de dirigir el complot la confió nada menos que el jefe de sus servicios secretos, Johnny Abes García, a quien acreditó como diplomático en la embajada dominicana en Guatemala.

Y por último, el atentado contra el presidente Rómulo Betancourt de Venezuela, en junio de 1960, lo cual lo llevó a meterse en aguas profundas, y fatales. Betancourt era un respetado líder, electo democráticamente tras la caída de Pérez Jiménez. Sobrevivió, con quemaduras, a la carga de explosivos que estalló al paso de su caravana en una avenida de Caracas; pero Trujillo pagó esa cuenta, y muchas otras, antes de que se cumpliera un año. Como la historia se suele contar mejor en las novelas, hay tres que leer sobre la era Trujillo: Galíndez, formidable y poco frecuentado libro de Manuel Vásquez Montalbán; La fiesta del chivo, de Mario Vargas Llosa; y La maravilla vida breve de Oscar Wao, de Junot Diaz.

Tres enfoques diferentes pero que concurren a develar la figura del dictador de bicornio emplumado que se propuso él mismo como candidato al Premio Nobel de la Paz, y se dio a él mismo una infinita cauda de títulos entre los que se hallaban los de Padre de la Patria Nueva, Paladín de la Libertad, Invicto de los Ejércitos Dominicanos, Primer Agricultor Dominicano, Primer Maestro de la Patria, Genio de la Paz, Protector de Todos los Obreros, Héroe del Trabajo, Primer Anticomunista de América.

 

Leer más
profile avatar
24 de mayo de 2021
Blogs de autor

En el súper

Llevo una semana de jefe de urgencias de un hospital de proximidad y no ha pasado día en que no recordara el artículo de Fernando Savater, publicado en El País, sobre la dificultad extrema en la apertura de botes y latas de conserva. Me refiero a las cuasiamputaciones de dedos, a diestro y siniestro, causadas por latitas de origen chileno de berberechos y caballa, y a los cortes profundos en la palma firmados por el vidrio de unos cilíndricos y chatos envases navarros de puntas de espárragos. Pero hoy, sábado, jornada en que libro, no he recordado a Savater sino a César Aira, a su genial relato “El carrito", la historia de un carro de supermercado que disfruta de vida propia y que, harto de tanto manejo y tanto transporte, se encara con el narrador para aterrorizarle gritando ¡soy el Mal! Pero a mí, el carro no me ha hablado, he sido yo, quien tras cargarlo, descargarlo en caja y volverlo a cargar para descargarlo en el maletero del coche, le he interrogado, también a gritos, espetándole de forma furibunda cuándo, ¡por Dios!, iba a dotarse de ese lector del total del contenido, lector que traslada directamente a la tarjeta de crédito el importe de la compra, lector que las secciones de tecnología de los diarios vienen anunciando desde hace años como de aplicación inminente. Claro, antes de devolver el carrito al supermercado, he cerrado las puertas del coche, y esta distracción la ha aprovechado, muy disgustado por la reprimenda, para moverse y rayar el guardabarros trasero derecho.

Leer más
profile avatar
24 de mayo de 2021
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.