Skip to main content
Category

Blogs de autor

Blogs de autor

El simple acné

Al cine le gusta la infancia, y los niños suelen agradecerlo: es infinito, desde los tiempos del mudo, el número de estrellas infantiles, aunque no todas perduran una vez pisado el umbral de la adolescencia. También están las películas que, sin hacer de sus pequeños intérpretes grandes figuras, logran recrear el propio rito de paso de la niñez a la juventud en el seno de la familia; Roma, la obra maestra de Cuarón, es una de ellas, y se dice que su éxito mundial y su historia íntima en blanco y negro sirvió de inspiración a Kenneth Branagh para escribir y dirigir Belfast, que usa su propia infancia norirlandesa como argumento. Se trata, a mi juicio, de una evocación raquítica y sentimental, en la que lo previsible supera a lo sensible, aunque sí se explora con gracia el enredado asunto de las lenguas y los acentos locales del inglés, dando pie a que tanto actores irlandeses (Caitríona Balfe en el papel de la madre, Ciarán Hinds en el del abuelo) como británicos (la extraordinaria Judi Dench en el de la abuela) se luzcan en la dicción nativa o recreada.

La blandura del filme de Branagh asoma cuando, al salirse del cuadro de costumbres, bien trazado aunque confuso y apelotonado en las escenas de violencia callejera, el director se quiere lucir como artista imaginativo: hace del technicolor un crudo símbolo del escape de la grisura cotidiana en la secuencia en que la familia va en grupo a ver en una sala de Belfast Chitty chitty bang bang, el pomposo musical familiar de Ken Hughes basado en una novela no jamesbondiana de Ian Fleming, y también le da al cine clásico (Solo ante el peligro) un valor de contraste o contrafuerte debilitado por la repetición chillona de la conocida música de Dimitri Tiomkin en ese famoso western. Nada comparable con las más modestas pero tan elocuentes fantasías juveniles de Jacques Demy que Agnès Varda fue trenzando en distintas películas cortas y largas, una vez muerto su esposo, o las referencias literarias en su altar privado de Antoine Doinel, el niño aventurero y díscolo de Los cuatrocientos golpes de Truffaut.

Cineasta infinitamente superior a Branagh es Paul Thomas Anderson, quien en su nueva Licorice pizza (traducible como “Pizza de regaliz” o “Pizza de jarabe”) puede decepcionar incluso a los que, como yo, somos incondicionales de su obra. Los protagonistas de esta película innecesariamente prolija (133 minutos) no son ya niños, sino un chico adolescente (Cooper Hoffman) y una muchacha (Alana Haim) que se acerca a los treinta años, si bien ambos tienen un curioso rasgo en común: su acné. Esta palabra, que en castellano suena un tanto oriental (quizá por su cercanía a “acmé”, el cenit o periodo de máxima intensidad en un proceso morboso), no es peyorativa sino estrictamente patológica, como queda claro en la definición que da de ella María Moliner en su diccionario: “enfermedad de la piel consistente en granitos y asperezas producidos por la obstrucción de los folículos sebáceos”. Espero no ser acusado de altivez, ni de maldad cutánea, por detenerme en ese particular que tal vez yo mismo sufrí en la edad del pavo, aunque no me recuerdo granujiento.

Al margen de la elección de Anderson de dos protagonistas para mi gusto tan desprovistos de encanto, el prominente acné facial de ambos me resultó exagerado, aunque sea auténtico y no cosmético. ¿Acaso el maquillaje no existe en el cine para esas contingencias? Los primeros sesenta minutos de Licorice pizza tienen la banalidad afeada de sus asperezas, y lo malo es que las historias colaterales del guion escrito por el propio Anderson resultan mero afeite de superficie, sobre todo en la peripecia cargante en la que ni siquiera se lucen Tom Waits y Sean Penn. Lo más ajeno, lo más extravagante, lo que no es orgánico sino artificial o extrapolado es lo que funciona narrativamente, en el humor guillado y en la historia del concejal sufriente. Ese trenzado cómico-dramático realza la película en sus tres cuartos de hora finales, gracias sobre todo al personaje (real) de Jon Peters, encarnado por el actor Bradley Cooper en una creación del peluquero espídico que acabó de amante de Barbra Streisand, una mujer de tan rebelde pelo; la velocidad cómica del actor logra una escena de comedia esperpéntica que está entre lo mejor del cine ligero de Paul Thomas. Y después, en una concatenación fulgurante, el episodio de las elecciones municipales, para el que, según ha contado con detalle el director a la revista Fotogramas, Anderson aprovecha los recuerdos personales de su amigo Gary Goetzman, crecido como el propio P.T.A., en el californiano valle de San Fernando, donde, acabada pronto su carrera de actor infantil, Goetzman creó una empresa que fabricaba camas de agua como las del filme, antes de convertirse en productor cinematográfico y asistente voluntario de la campaña electoral de Joel Wachs, un político no-inventado que ocultaba su condición de homosexual para aspirar al cargo de consejero municipal de Los Ángeles. Esa memoria de Goetzman insertada en una piel ajena le da de súbito al filme una densidad semidramática y alegórica que entronca con las escenas de fantasía dialogada o monologal que tanto nos deslumbraron por su novedad en la seminal Magnolia. Abierto por el relato de su amigo Gary el torrente de las remembranzas del tiempo ido, el director Anderson tuvo al alcance de su mano un material común que supo aprovechar: “me bastó con documentarme dentro de mí mismo”.

Ahora bien, el acné, natural o simulado, no es de por sí ni embellecedor ni irritante. En la pantalla su verdad puede tapar una ficción o ser el añadido anecdótico de un cineasta en busca de inspiración, algo que no le falta a Jonás Trueba en el extenso y muy hablado Quién lo impide, filme al que, sin embargo, me costó entrar, al contrario de lo que suele pasarme en tanto que espectador de sus anteriores apólogos juveniles: todos ellos captaron mi atención y mi interés desde las primeras imágenes, quizá porque este lo vi yo solo en un aparato de televisión propia y no, como aquellos, acompañado del público escogido de los minicines del bendito arte y ensayo. Tampoco ayudaba su sustrato temático, los grupos de mediación escolar en los centros de enseñanza, asunto que se me presentó como árido, temeroso yo en un principio de que este cineasta tan limpiamente fabulador que es Trueba hubiera caído en el discursismo sentencioso y maquinal de los documentales firmados por el norteamericano Frederick Wiseman, confeccionador de secos estudios sobre instituciones (hospitales, ayuntamientos, grandes almacenes, bibliotecas públicas, academias militares) y los colectivos humanos que en ellas operan.

No es así, por fortuna. Los devaneos de los estudiantes de Quién lo impide son insípidos, como lo son siempre los entresijos de la seducción, aún más a esas edades; pero interesan, como sus trifulcas, sus celos, sus peleas, y algunas van en serio. ¿Son todas de verdad, o todo es falso y preestablecido por Trueba el Demiurgo? Mejor es no saberlo a ciencia cierta. Por mi parte, les vi crecer a varios en tres horas y media, chicas y chicos, y en los rostros de ellos la barba se imponía como un brote de afirmación o de atrezo. Los pelos femeninos cambiaban más de peinado. La temida sociología de la enseñanza media dejó así de inquietarme, en beneficio de la dramaturgia: una dramatización leve, a veces desmañada como la propia edad de los protagonistas. ¿Y el cutis del conjunto? La piel suave apenas se altera en los 220 minutos de tránsito o maduración. La trama, sin ser trillada, no nos depara sustos, aunque sí emociones, sobre todo cuando un Jonás profético sucumbe a la curiosidad de dar a sus personajes rienda suelta y ponerles delante la cámara en acción. Responden ellas y ellos, unos mejor que otros, ganando en espesura; sin caer en la cuenta, o conscientemente, se han hecho criaturas de ficción. Y a algunos, no a todos, se les ven los granos en la cara.

Leer más
profile avatar
6 de junio de 2022
Blogs de autor

Lengua cortada

Afirma Claudio Eliano en su Varia historia, que el tirano Hanón de Cartago, en su insolencia, para eliminar las conjuras y conspiraciones ordenó por decreto que los naturales de la ciudad no podrían hablar entre ellos, bajo pena de hacerles cortar la lengua.  Pero los ciudadanos consiguieron sortear la prohibición haciéndose señas con la cabeza o gesticulando con las manos, levantando las cejas, y aún con expresiones de los ojos, todo en burla y desacato.

Entonces, mediante otro decreto, mandó prohibir los gestos.  En señal de protesta y rebeldía, la gente se concertó una mañana en la plaza, y al unísono rompió en abundante y amargo llanto. De manera fulminante, otra vez por decreto, fue abolido el derecho de llorar. Así quedaron suprimidas las palabras, los ademanes, y aún la libertad natural de los ojos de derramar lágrimas.

Me viene esta historia a la cabeza ahora que en Nicaragua ha sido declarada fuera de le ley la Academia Nicaragüense de la Lengua; es decir, han sido prohibidas las palabras, consecuencia de lo cual, ya se sabe, es el silencio. El director de la Real Academia Española, Santiago Muñoz Machado, lo ha puesto mejor que nadie: “cortarle la lengua a la gente e ir un paso más allá en la opresión”.

Seguramente habrá pronto en Nicaragua una Policía del Silencio, cuidando de que nadie se comunique entre sí, de modo que la gente no pueda pronunciar las palabras viejas en calles, plazas y mercados, ni inventar ninguna palabra nueva en los bares y las barberías.

La lengua que cuenta, inventa, juzga, condena e impreca, se burla, el poder absoluto la juzga siempre sospechosa de atrevimiento y sedición. La boca es la puerta de toda rebeldía, y también es puerta de la risa, con la que no congenian tampoco las tiranías, que siempre están de mal humor.

Hanón no se ríe, menos de sí mismo. Y odia las bromas irreverentes, lo mismo que cualquier clase de invención, porque la libertad de crear que se halla en las palabras le parece sediciosa; por eso, entre las prohibiciones de sus decretos entran las novelas, y las letras de las canciones, de las que siempre sospecha mofa a su majestad.

La lengua, por lo tanto, pasa ahora en Nicaragua a la clandestinidad. Academias, de ahora en adelante, solo las militares. Ya antes que la Academia Nicaragüense de la Lengua había sido suprimida la Academia de Ciencias. Ciencias y letras, ¿para qué?

 Los ciudadanos de Cartago se abstenían de hablar en público, y lo hacían por medio de gestos; pero, en privado, lejos de los oídos de los esbirros de Hanón, sin duda se comunicaban en susurros en las alcobas, en los baños públicos, en los caminos y parajes solitarios. Y en las cocinas.

  En El fin del Homus Sovieticus, Svetlana Aleksiévich recuerda como en los años de la dictadura del proletariado, el lugar donde la gente se congregaba para hablar, fuera del alcance de la policía secreta, era en las cocinas. La cocina se convirtió en confesionario y conspiradero, donde los vecinos se intercambiaban los zamizat, las copias al carbón de libros y folletos prohibidos por la censura oficial, y donde podían desahogarse, pese al miedo.  Porque el fiel compañero del silencio impuesto por decreto es el miedo, que una vez apartado da paso a la rebeldía.

Pero en Nicaragua no se prohíben solo la academia que cuida de las palabras. A la fecha son 440 las organizaciones de la sociedad civil que han sido declaradas fuera de la ley, bajo la acusación de que todas, por el hecho de ser independientes, actúan como agentes extranjeros, y significan por tanto un peligro inminente para la soberanía nacional, que ahora reside no en la nación sino en la pareja gobernante.

Las palabras, y también la memoria hay que erradicarlas. El Instituto de Historia de Centroamérica, que guardaba la colección más valiosa de documentos y fotografías de la nación, ha sido clausurado por decreto, lo mismo que la Fundación Enrique Bolaños, que poseía la biblioteca digital más importante del país.

Son sospechosos también quienes se organizan para avistar pájaros, proteger reservas silvestres, o cultivar la ejecución de instrumentos musicales. Un vistazo al último de los decretos que suprimen asociaciones civiles, nos puede dar una mejor idea:

La Fundación para el Desarrollo de las Reservas Silvestres Privadas de Nicaragua; la Asociación de Pianistas, la Asociación Teatral Quetzalcóatl, la Sociedad de Gestión Colectiva de Derechos de Autor. Y la Asociación Nicaragüense de Pediatría, médicos que curan niños por instrucciones del enemigo extranjero.

Hanón desconfía de quienes se organizan libremente de manera solidaria, porque sospecha que, aunque se trate de una fundación que promueva la operación de labios leporinos, o que procure quimioterapia a los niños con leucemia, lo hacen en contra suya.

Pero nada es gratuito, sin embargo, ni caprichoso, ni fruto de la irreflexión de un momento. Todo obedece a un diseño maestro, que tiene por fin inmovilizar a los ciudadanos y desaparecer sus iniciativas, hasta llegar al control total de la sociedad. Cada quien, en su casilla asignada, moviéndose nada más cuando el Hanón lo decida.

Hanón, el Gran Hermano, te vigila. Si te mueves de tu nicho, te corta la lengua.

Leer más
profile avatar
6 de junio de 2022
Blogs de autor

Dificultades insalvables

Es un embuste habitual encabezar un artículo afirmando que "no tengo aquí a mano el libro pero creo que fue XXX quien dijo tal cosa". En mi caso, ahora, podría utilizar ese mecanismo, pero no, reconoceré que se trata de Sigrid Nunez (¡qué ganas de escribir Núñez!) quien, a su vez, citando al citadísimo Milosz, escribe que cuando en una familia nace un escritor la familia se hace trizas. Y digo que es un embuste habitual porque no hay quien cite de memoria, siempre se cita ante la fuente, ante un libro bien sujeto entre las manos y con los ojos bien abiertos, pero por eso de presumir de memorión conviene, a veces, inventarse lo de “creo que fue”.

Efectivamente, la existencia de familia en la vida de un escritor constituye un problema, un problema tan serio que puede impedir la redacción de una novela, aunque se arguya o se sugiera que no está basada en hechos reales. Por ejemplo, mi situación, en la actualidad, es de paro técnico al encontrarme con la necesidad perentoria de incluir en la novela Vórtex, que llevo décadas garabateando, diversos personajes que son mucho más que pálido reflejo de la realidad, quiero decir que son mucho más que pálido reflejo de miembros de mi familia. ¿Cómo hablo de xxx, pederasta irreductible, que me hizo vivir alguno de los episodios más sórdidos de mi infancia? Un tipo que falleció hace mucho, pero al que le deben de sobrevivir descendientes, que no me consta que sean voraces consumidores de narrativa, pero nunca se sabe si un abogado leído y ocioso perteneciente a su entorno, podría ver en mi texto una alusión directa al venerable cabeza de familia y enfrascarse en una tenaz persecución judicial.

Y otra cosa. Las cámaras de seguridad. Artilugios que prosperan por doquier y que imposibilitan describir con verosimilitud cualquier acción criminal situada en tiempo presente. De qué modo el protagonista, inteligente asesino en serie, trasunto del autor, puede desarrollar su tarea si el lector sabe que el personaje, esté donde esté, quedará registrado, desbaratando la trama.

O sea que el tantas veces anunciado término del género novelístico por fin ha llegado, al menos para mí, dada mi preferencia por colocar a asesinos y pederastas en el centro operativo del argumento. No puedo, tengo sentimientos, neutralizar a toda mi familia, y no puedo forzar la promulgación de una ley que, en aras de la privacidad, elimine las cámaras callejeras. A mí, clausurada la narrativa, sólo me queda la poesía.

Leer más
profile avatar
2 de junio de 2022
Blogs de autor

Una cosa que piensa

¿Cabe pues hablar de máquinas que piensan?  A la  pregunta de Alan Turing  hace casi tres cuartos de siglo  lo primero que pasa por la cabeza es la de que todo depende de lo que entendemos por pensar. El propio Turing escribe en el arranque “Deberíamos  empezar definiendo lo que significan los términos máquina y pensar”. No parece que esta exigencia se haya siempre respetado.

Etimológicamente pensar es “sopesar”, alzar, relevar, hacer que algo sea  relevante  a fin de pesarlo o… pensarlo, dirimir respecto a sus posibilidades con vistas a obtener un resultado que se espera. Pero, obviamente, de entrada  esto puede ser aplicable  tanto a la compleja reacción que tiene un animal que  valora opciones  de fuga ante la presencia de un depredador, como a la disposición  de un político que  tantea o calibra los beneficios y perjuicios de adoptar tal posición. Y cuando Turing  plantea la pregunta se está refiriendo a algo más que a esto.

De hecho Turing parece tener en mente  un ser (“una cosa que piensa” Descartes dixit) cuya reacción ante el entorno fuera homologable  a la de los humanos en las circunstancias en las que  actúan racionalmente. Y quisiera al respecto insistir en un aspecto problemático ya señalado:

Cuando nos dirigimos a un ser humano, tenemos como punto de arranque,  presupuesto o condición, que estamos dirigiéndonos a un ser pensante y no esperamos la respuesta para determinar que  efectivamente es así (si responde mal o caóticamente, diremos que es un ser confuso, pero no ponemos en cuestión su condición de ser pensante). Esto no podía escapar al propio Turing, de ahí la dificultad de interpretar su texto en el sentido  de juzgar  a la invisible entidad de la misma manera que juzgaríamos  a los humanos, es decir, sólo si responden a nuestras preguntas de un modo que nos parece razonable diríamos que su respuesta es resultado de que han estado pensando, es decir que son seres inteligentes. Pero con independencia de este problema, cuando quien considera la eventualidad de una máquina inteligente es un pensador de la envergadura de Alan Turing, hemos forzosamente de considerar  que no se trata de un uso abusivo del término inteligencia.

Estamos ante la hipótesis  de que una entidad que (al igual que ocurre en nuestro caso)  se activa incluso cuando nada relativo a las condiciones de posibilidad de su existencia está en juego; una entidad cuya percepción digamos sensorial  fuera (como en nuestro caso) mediatizada por entidades que no cabe sin más reducir a elementos  sensibles, como  son los conceptos, los contenidos del platónico campo eidético; una entidad  que a partir de de un conjunto finito de elementos físicos  estuviera en condiciones de desplegar una pluralidad potencialmente infinita de elementos “significantes”; a lo cual cabe añadir que esa entidad estaría atravesada por los elementos emocionales, las ansias creativas y la frustración por no alcanzarlas que son rasgos de nuestra inteligencia.

En la intersección de la ciencia y la filosofía, el proyecto de Turing abre el siguiente interrogante: siendo el hombre un animal de razón y de lenguaje, ¿llegará él mismo a ser creador de razón y lenguaje?; ¿creador de  algo que (parafraseando a Descartes) afirma, niega, siente, conjetura, concluye  teme, se motiva y sobre todo duda, aspectos todos ellos que son expresión de inteligencia? Los cerebros artificiales solucionarán  mucho mejor que el hombre ciertos problemas antes  evocados, reemplazándonos en  tareas tecnológicas. Pero ¿serán  émulos de Dante  o Calderón, compondrán como Mozart o Vivaldi? Interrogación a la cual cabe añadir:

¿Serán esos nuevos seres  capaces  de formular algo análogo al principio de equivalencia de la relatividad general o al principio de incertidumbre de Heisenberg de la Mecánica Cuántica?  ¿Serán capaces de “interesarse” por algo como las figuras cónicas que fascinaban al pensamiento griego y que sin embargo no tuvieron durante siglos utilización técnica alguna? ¿Serán  susceptibles de ser movidos por la pura exigencia de inteligibilidad que, desde la física elemental de los jónicos hasta las discusiones sobre los fundamentos de la física cuántica (¡que se prolongan desde hace un siglo!) son un aspecto esencial de la ciencia (no el único por supuesto)? ¿Serán capaces de sentir ese “estupor” (según Aristóteles punto de  arranque de la filosofía) que experimenta un científico cuando constata algo que, funcionando perfectamente, parece escapar a los principios mismos de la ciencia, ese estupor que -por mucho que hubiera previsto el resultado- no pudo dejar de experimentar Alain Aspect ante su experimento de no localidad? En suma:

¿Dará el hombre lugar a un ser artificial dotado de la inteligencia a la vez conceptual y sentiente (por utilizar la expresión de Zubiri) que ha posibilitado un Garcilaso, pero también un Descartes o un Einstein, y que además tenga esa trágica certeza de la propia finitud que acompañaba a esos  creadores, como acompaña a todo ser de palabra?

Leer más
profile avatar
2 de junio de 2022
Blogs de autor

Europa, Europa

 

Aunque pasen los años, hay profesores que no se olvidan. Tal vez fuera por su personalidad, porque nos descubrió algo en concreto o porque nos escuchaba con sincero interés cuando tomábamos la palabra; a veces por un detalle, como una frase que era como una marca propia. Francisco Fernández Buey, profesor de Ética y Filosofía Política en la Universitat Pompeu Fabra, iniciaba sus explicaciones con la pregunta: “¿De qué hablamos cuando hablamos de…?”, antes de abordar conceptos como libertad, justicia o verdad en Arendt, Benjamin, Gramsci o Weil. Aquel íncipit alentaba a no dar nada por sentado en esos términos tan gastados por el uso, a dudar por norma de si hablábamos con propiedad o, al dialogar, evitar un fracaso frecuente: creer que nos referimos a lo mismo por el mero hecho de usar las mismas palabras. La situación de Ucrania me ha devuelto a ese arranque de las conferencias de Fernández Buey.

Por ejemplo, al leer títulos recientes sobre los derroteros de la Unión Soviética antes de su disolución, como en el de Vladislav Zubok (Collapse: The fall of the Soviet Union), donde encontré una réplica de Alexánder Yákovlev a George Bush: reunidos en la Casa Blanca para debatir sobre una Ucrania independiente tras el referéndum de 1991, el primero, uno de los impulsores de la glasnost , le dijo al presidente estadounidense que en Rusia había, “por desgracia, mil interpretaciones distintas para la palabra independencia ”.

Tanto el libro de Zubok como el de Mary E. Sarotte (Not one inch) o Kristina Spohr (Post Wall, Post Square) se abstienen de reducir la causa de la Europa post-Crimea a la supuesta promesa incumplida de no ampliar la OTAN hacia el Este, cuando no está recogida en ningún acuerdo y se hizo en circunstancias que al cabo de poco cambiaron radicalmente. ¿Fue temeraria la ampliación de la OTAN? Depende de a quién se le pregunte.

En un diálogo con Alexéi Navalni publicado en formato libro, Opposing forces, Adam Michnik recuerda que Mijaíl Gorbachov le dijo al presidente polaco que la pertenencia de su país a la OTAN era un error. Acto seguido, Alexander Kwasniewski le preguntó cuál era su opinión de Yeltsin. Gorbachov se refirió a su sucesor como un “tonto y borracho”. Cómo no entrar en la OTAN, le espetó Kwasniewski, si todo un arsenal nuclear estaba en manos de un presidente así. Si Rusia fuera una auténtica democracia, añadió Michnik, no se sentiría amenazada. Con Yeltsin, además, apunta Spohr, “la democracia nació muerta”, pues “la corrupción se desbordó y el Estado de derecho nunca arraigó”.

Aquello fue una tormenta perfecta con capitanes al mando improvisando decisiones a oscuras. Las cuestiones sobre Rusia, tan renuente a ceder un ápice de su soberanía y celosa con su identidad y estatus, no se habrían resuel­to “ni con la diplomacia más delicada”. ¿Contentar a Rusia o devolver la dignidad a sus rehenes, esa zona gris llamada Europa del Este? Para algunos, el dilema per­siste.

¿De qué hablamos cuando hablamos de Europa? De nuevo esa pregunta con tantas respuestas como interlocutores. Ojalá fuera tan fácil como trazar un signo igual en matemáticas. Respuestas, además, fugaces, pues no tardan en dejar de ser válidas. Europa como rompecabezas maldito, como proyección bienintencionada, abismo y paraíso en un mismo espacio, solución y problema, modelo y contra­ejemplo. “Europa era el refugio de nuestro infierno doméstico”, le contó Michnik al hoy encarcelado Navalni, la alternativa a la censura, la represión y el fraude que viven hoy Bielorrusia o Kazajistán, los “buenos vecinos” de Rusia. ¿De qué hablamos cuando hablamos de Europa del Este? Todavía de una terra incognita, tres décadas después de descorrer el telón de acero. En lugar de escucharla y (re)conocerla entonces, lo que sedujo de ella a Occidente, como apunta Iván de la Nuez en su reciente La larga marca, fue su experiencia convertida, de manera superficial y exótica, en estética nostálgica.

El zarpazo de Moscú ha provocado, entre otras cosas, que de la “otra Europa” nos lleguen hoy voces claras y seguras como alternativa a la retórica de la grandeur de los viejos imperios que solo se reconocen entre sí. A la determinación de Kaja Kallas o Kiril Petkov se han unido Sanna Marin y Magdalena Andersson. “Nos conocemos a nosotros mismos en la medida en que nos ponen a prueba”, dicen unos versos de Wisława Szymborska. Allá donde vayas (escribo esto desde Cracovia) consulta a sus poetas, me dijo otro profesor.

Leer más
profile avatar
31 de mayo de 2022
Blogs de autor

Italo Calvino, viaje a la ciudad invisible del nuevo mundo

A Italo Calvino no le pareció suficiente la crónica de su viaje a los Estados Unidos – “demasiado modesta literariamente y no lo bastante original como reportaje”– y prefirió dejar las galeradas ya corregidas en un cajón. Ahora, sesenta y dos años después, podemos leer su libro inédito como si fuera el mensaje de un náufrago perdido en el marasmo del tiempo. Escrito para los lectores de su época, sorteando las creencias vigentes y las supersticiones intelectuales dominantes, llega hasta nosotros como un doble testimonio: en sus reflexivas observaciones sobre América se refleja también la conciencia del escritor europeo.

En los Estados Unidos de 1960 no se había representado todavía la crisis de los misiles, el asesinato de los Kennedy, la muerte de Marilyn Monroe, ni la operación Rolling Thunder en Vietnam, ni todo lo que vino después. Calvino llegó a un país que mantenía intacta la formidable confianza puesta en sí mismo e incorrupta la jactancia por sus triunfos.

Ciento cincuenta y seis epígrafes recogen sus notas de viaje, su entrometida curiosidad, su impaciente indagación y la inquisitiva sentencia de un viajero sin prejuicios. La escuela de la dureza, la muerte del radical, el reino del óxido, los persuasores ocultos, las residencias de ancianos, el peatón sospechoso, el sindicato del striptease… configuran el retrato de una sociedad que se expande jubilosamente junto a una sombra que no tiene nombre.

El libro de Calvino, el dietario de un entusiasta viaje de seis meses a lo largo y ancho del país, fruto de largas conversaciones con los personajes que salen a su paso, podría encuadernarse junto al informe de Tocqueville, ayudarnos a hacer el balance de cómo han ido las cosas en estos dos últimos siglos y ver si han desembocado finalmente en la prosperidad que se esperaba o en la miseria que se temía.

A Calvino le intriga que el espectacular optimismo del país sea compatible con las casuchas de madera que se pudren en el fango, el despiadado odio racista de los blancos pobres, el macartismo latente, la ruina de las barriadas populares, la obsesiva prioridad del dinero, la lucha sin escrúpulos por el enriquecimiento y los alardes del mercantilismo consumista. La pesquisa ambulante de Calvino se hace por ello más penetrante y le obliga a interrogarse sobre lo que no se ve a simple vista.

Calvino, que no deja de verse como un Bouvard et Pecúchet , percibe una vaga tristeza detrás de la bulliciosa alegría americana y se pregunta de dónde procede la desolación que palpita en los paisajes más bellos del país. Observa a los viejos jubilados “ parpadear y roncar delante de la televisión”, sin llenar nunca su sórdido “ vacío interior”. Siente escalofríos al contemplar la “ opaca banalidad de las pequeñas ciudades industriales” y la maquinaria productiva “que manejan autómatas somnolientos”. Le resulta incomprensible que la América laica se haya desprendido de la tutela de los pastores y predicadores para someterse a la despótica terapia psicoanalítica. Constata la penuria de una sociedad resignada al bucle de la ansiedad, el préstamo bancario y la deuda perpetua. Y le irrita de un modo indecible la idiotez publicitaria de la televisión.

La confesada aversión del autor por los beatniks – “tienen un aspecto poco higiénico, son arrogantes y no pueden considerarse buenos vecinos”– expresa lo ajeno que se siente al esnobismo de las modas. Calvino admite su “ deplorable falta de sensibilidad hacia quien prefiere andar mal vestido” y un franco desdén por sus obras literarias; cree ver además en estos movimientos culturales una impostura similar a la que rige cualquier otra farsa del gregarismo social. Calvino comenta su admiración por la espléndida belleza de los negros que siguen a Martin Luther King, nos cuenta que el free jazz racionaliza el “ nerviosismo actual” y lamenta que el expresionismo abstracto sea una pintura cargada de consternación “ ciega y vociferante”.

Hollywood elabora para el imaginario colectivo de los estadounidenses las ilusiones y fantasías que alimentan la ficción de su identidad, pero Calvino hace notar que ningún grupo étnico –irlandeses, italianos, rusos…– “ha salido indemne del trauma de la inmersión en el nuevo mundo”. La cicatriz de aquella herida es el síndrome de los pioneros, colonos y emigrantes que abandonaron o huyeron de Europa sin dejar de sentir un anónimo y difuso despecho, nostalgia y envidia.

El país que recorrió Calvino podría ser una de sus ciudades invisibles. Una ciudad en donde lo que en verdad se es y lo que se dice ser se ha plegado en una única presunción.

Quizá la enorme ciudad derramada sobre el inmenso paisaje del nuevo mundo sea una de sus ciudades semióticas, la ciudad de los signos, con la marca de una orfandad única en la historia del mundo. La interpretación de estas señales es lo que permitió a Calvino intuir en 1960 lo que iba a venir: "Es bastante probable que en el futuro haya varias sorpresas desagradables para los Estados Unidos".

Un visionario

Italo Calvino (Cuba, 1923-Siena, 1985), uno de los intelectuales italianos más destacados de su tiempo, fue editor, novelista, pensador y traductor. Durante la ocupación alemana de Italia fue partisano de la Brigadas Garibaldi. Colega de Cesare Pavese, Elio Vittorini y Natalia Ginzburg participó en los apremiantes debates ideológicos y estéticos de la posguerra y se fue desplazando desde la novela realista hacia el reino de la fábula literaria y los postulados de la imaginación lúdica. Sus libros –El barón rampante, El caballero inexistente, El vizconde demediado, El castillo de los destinos cruzados, Las ciudades invisibles, Si una noche de invierno un viajero, …– expandieron el paisaje creativo de la imaginación narrativa y el campo abierto por el posmodernismo literario.

Durante su larga estancia en Paris, Calvino fue proclamado por sus amigos Raymond Quenau y Georges Perec como mémbre étranger del grupo Oulipo (Ouvroir de littérature potentielle).

Sus Seis propuestas para el próximo milenio se publicaron póstumamente como el testamento de un visionario asomado al futuro en el que ahora vivimos.

Reseña del libro: Un optimista en América de Italo Calvino SIRUELA

Texto completo en PDF:   La Vanguardia_Culturas_Viaje a la ciudad invisible del Nuevo Mundo_Calvino

Leer más
profile avatar
30 de mayo de 2022
Blogs de autor

Octogenario

Tener ochenta años tiene muchas ventajas, por eso todo el mundo está deseando cumplirlos, pero también tiene algunos inconvenientes. A las habituales llamadas de las compañías telefónicas, eléctricas e inmobiliarias, se suma ahora la oferta de dos nuevos productos.

El primero es el denominado Botón de la Vida, un dispositivo que uno se cuelga del cuello y que ante cualquier percance sólo tiene que pulsar. El modelo básico, barato de compra y barato de cuota mensual, sirve para avisar, por ejemplo, que te has roto la cabeza del fémur y estás tirado en el suelo de la cocina; ellos vienen, revientan la puerta del piso y en una ambulancia te llevan al hospital (puerta y ambulancia son gastos aparte). El modelo intermedio, bastante más oneroso, permite que tus salvadores acudan con mayor celeridad, abran la puerta sin arrancarla de cuajo y no exijan que, para desplazarse, debas hallarte en situación de infarto, ictus o fatal accidente doméstico, que si se te dispara la tensión arterial o te has quedado temporalmente ciego, también pueden echarte una mano. Finalmente, el modelo prémium, francamente caro, añade a todos los servicios antes citados, la posibilidad de que venga un profesional a hacerte compañía, bien una amable psicóloga, bien una espectacular E.S.G., Enfermera Sexual Gerontológica, o su equivalente masculino, ambos de nacionalidad brasileña.

El segundo producto es el clásico seguro de decesos, con tal cantidad de ofertas que no me ha quedado más remedio que desarrollar una estrategia para cerrar la conversación telefónica sin ofender al trabajador que llama. Informo, a mi interlocutor, que llevo tres días muerto y que quisiera saber, en este caso, si también así podría concertar dicho seguro. Ha habido de todo. La mayoría me ha pedido que por favor repitiera lo que había dicho y tras la repetición han colgado, sin insultarme, todo hay que decirlo. Algunos me han recriminado, educadamente, que me burlara de cosas tan serias. Y, lo más profesional, una disciplinada muchacha porteña que, después de unos segundos de silencio, me ha respondido con un lapidario “deberé consultar a dirección”, luego ha seguido otro silencio, algo más largo, para terminar con un socorrido “le llamaremos”. Espero que no tarden, ya conocen cuál es mi estado.

Leer más
profile avatar
27 de mayo de 2022
Blogs de autor

Tedio y jolgorio

Oscar Tusquets reedita su testamento 30 años después. Desde entonces, se ha afirmado la posición de los ‘tusquetianos’ y ha desaparecido la llamada “escuela de Barcelona”

Cuando hace 30 años comenzó Oscar Tusquets a decir (o quizás a aullar) que estaba hasta la coronilla del arte de vanguardia y que ya no soportaba más progresismo soporífero, las monjas de la corrección (las de entonces) se horrorizaron y salieron huyendo con las sayas arremangadas con ambas manos como si hubieran visto a un fauno en actitud exigente. En Barcelona dominaba entonces, y aún ahora, una arquitectura mona, simple, rebosante de buenas intenciones, mezquina y de venta fácil, la llamada “escuela de Barcelona”. Era la continuación nunca interrumpida del paralelepípedo de cristal sostenido por pilotis innecesarios y otros inventos de finales del siglo XIX y comienzos del XX. Pero, claro, para que la caja de cristal y acero tenga grandeza la ha de concebir Mies van der Rohe, y los pilotis son cosa de Le Corbusier, pero no de los discípulos terminales de Gropius casi todos nacidos en el medio rural y muy paisajistas de calendario.

Uno se pregunta por qué provocó semejante indignación una pura expresión de gusto, como decir que a uno le parece más elegante la peineta que la barretina, sobre todo cuando algunos del clan posmoderno, como Michael Graves, habían alcanzado considerable reconocimiento entre las vírgenes sensatas. La inquina contra Oscar seguramente se debía a que no le podían perdonar las dos gigantescas columnas dóricas que abrían, en su casa, sobre un huertecillo florentino. Eso y que hubiese montado la mejor cocina profesional de la ciudad para uso y disfrute personal.

Resumiendo, es un asunto que requiere estudios de antropología aplicada: a Oscar la burguesía barcelonesa de ultraizquierda (la misma de hoy) no le perdonaba que gozara, que se divirtiera con un asunto tan serio como la arquitectura catalana, que eligiera el escándalo en una sociedad levítica que todo lo arreglaba en silencio y pagando. Ha de tenerse en cuenta que la grandeza, esa virtud antigua, tan helénica como medieval, está muy mal vista en la sociedad monjil y burguesa de Barcelona cuyos hitos actuales en materia política son Iceta, Montilla e Illa, claros varones de las marcas.

Pues bien, 30 años más tarde vuelve a editar Tusquets (en Tusquets) su testamento con el título Sin figuración, poca diversión, que ya lo dice todo. Ha pasado el tiempo. Se ha afirmado la posición de los tusquetianos, de los punkis, de los brutalistas, de los deconstructivos, de cualquiera con un poco de ambición y ha desaparecido la escuela de Barcelona. También han desaparecido algunos artículos fenomenales de ediciones anteriores como el de la arquitectura del tacón de aguja, quizás para evitar amostazar a las actuales vestales. El libro entero, prefiera uno las cajas de cristal o las columnas de acanto, sigue siendo inteligente, impertinente, divertido, insostenible e instructivo.

Leer más
profile avatar
25 de mayo de 2022
Blogs de autor

Este es ‘El mejor periodismo chileno’ de 2021

El 22 de marzo de 2022, Matías Vallarino, de 21 años, murió tras ser amarrado, pateado en la cabeza, golpeado con palos y hierros y asfixiado por una turba de vecinos que lo confundieron con un ladrón. El joven había entrado al antejardín de una vecina de La Florida huyendo de asaltantes que lo atracaron en un parque. Entre los atacantes había un trabajador de seguridad ciudadana de la comuna de Providencia.
¿De dónde venía tamaña crueldad, esa furia asesina? Cuando escuché en la radio sobre ese linchamiento, me pareció insoportable, pero a la vez comprensible. Yo había leído El justiciero imaginario, texto que ganó el Premio Periodismo de Excelencia en la categoría de Reportaje en el año 2017. En ese texto, Rodrigo Fluxá y Arturo Galarce diseccionan el caso de Pablo Oporto, un comerciante que se paseaba por radios y canales de televisión alardeando de que se había visto “obligado” a matar a una docena de delincuentes, algunos de ellos menores de edad, que intentaron asaltar sus negocios. Ante el discurso de la falta de seguridad en los barrios, Oporto se convirtió en un héroe. Incluso un canal lo puso a cuestionar las propuestas en seguridad de la entonces candidata presidencial Beatriz Sánchez.
Hace un lustro, este texto de la revista Sábado de El Mercurio ponía el dedo en la llaga: Oporto era un mentiroso, no había matado a nadie. Pero gran parte de la sociedad, como se leía en las muestras de apoyo en las redes sociales y en su éxito mediático, veía con buenos ojos su mentiroso derrotero letal. El mitómano fue desenmascarado. Pero detrás y debajo de lo obvio, la admiración por el que mata como conducta aceptable ante la ola de robos mostraba una enfermedad social que desde entonces no hizo sino crecer en las calles chilenas.
Esto hace el periodismo en profundidad, que mira más allá de la anécdota (un farsante dice que mató a 12 y todo era mentira) para hacernos pensar en qué nos mostraba la historia de Oporto de un país con un pasado reciente de violencia y asesinatos ilegales por parte de aparatos del Estado.
Desde hace 19 años que el Premio Periodismo de Excelencia de la Universidad Alberto Hurtado elige a grandes periodistas, editores, profesores y pensadores de la comunicación para que seleccionen, como prejurados y jurados finalistas, a aquellos trabajos periodísticos que logran ir más allá: los que descubren las causas, las consecuencias, las tendencias, lo que está pasando y lo que muestra el germen de lo que vendrá.
Este libro es un ejemplo cabal de ello: los textos contenidos aquí, ganadores y finalistas de las categorías Investigación, Reportaje, Crónica y Entrevista en periodismo escrito, sacan a la luz lo oculto y aplican la linterna y la lupa para que veamos con claridad lo que se nos quiere ocultar o lo que no podíamos o queríamos ver.
El 2021 fue un año de agitada agenda noticiosa y electoral. Inició su trabajo la Convención Constitucional, se renovó el Congreso y el joven Frente Amplio llegó a La Moneda de la mano del presidente Gabriel Boric. Antes, el gobierno de Sebastián Piñera debió sortear nuevas cepas del Covid 19, y la posibilidad de una segunda acusación constitucional tras las revelaciones de la investigación Pandora Papers, que expuso posibles delitos en la venta del proyecto minero Dominga. Los retiros de los fondos de pensiones siguieron tensionando la agenda política y económica, en paralelo al alza de las tasas de interés y el fantasma de la inflación. En este libro, que recoge lo mejor del periodismo nacional, encontrará algunos ecos de estas noticias que dominaron la agenda, pero también trabajos que tienen la cualidad de abrir agendas propias, al visibilizar temáticas hasta entonces poco o nada recogidas por la prensa. Un buen ejemplo de ello es el trabajo ganador en la categoría de Entrevista, un texto en el que un padre sordo es entrevistado por su hija periodista y al final le pregunta a su entrevistadora cómo se ha sentido ella siendo hija de no oyentes. Esta publicación precedió a la elección de CODA, película ganadora del Oscar que trata muchos de los mismos temas. La mayoría de los medios fueron a hurgar en el mundo invisible de los sordos y su relación con sus hijos oyentes tras la noticia que venía de Hollywood. Sin embargo, este mundo desconocido para muchos estaba ya contenido en la modesta revista digital chilena emf (es mi fiesta), gracias a la visión y la pluma de la periodista Karla Sánchez Layera, quien no tuvo miedo en meterse con su historia familiar y con un tema que no estaba en la agenda de nadie.
Los reportajes del incansable Ciper muestran la independencia que deben conservar los medios ante irregularidades a la derecha y a la izquierda. Al investigar y publicar sobre los negocios turbios del presidente Sebastián Piñera junto con LaBot y sobre las cuentas abultadas de la candidata Karina Oliva, muestran que los medios realmente independientes no investigan solamente a los que defienden ideas distintas a las de sus periodistas o sus lectores.
En un momento en que el Colegio de Periodistas de Chile abrió una controversia al manifestar públicamente su apoyo al actual presidente Gabriel Boric en la segunda vuelta contra José Antonio Kast, es importante resaltar la importancia de conservar el principio básico que para los periodistas “los nuestros” no son los políticos afines a nuestras ideas, sino los intereses del público y la sociedad.
Año tras año, en estos libros algunas firmas y medios se repiten: son los que van construyendo una carrera sólida que es fundamental agradecer y premiar. Por ejemplo, después de ganar el Premio Escrito el año pasado por su extraordinaria crónica “Los soldaditos del narcotráfico”, que develaba el drama de niños a quienes el Estado colocaba con indolencia en manos criminales, este año Matías Sánchez de revista Sábado de El Mercurio se luce con la investigación a fondo de otro horror contra la infancia: las niñas alojadas en hogares “protegidos” que son captadas por redes de proxenetas para ser usadas en redes de prostitución infantil. Es también el caso del gran investigador Andrew Chernin, co-ganador del premio mayor en 2018 por la investigación del “me too” chileno contra Nicolás López y Herval Abreu, ahora firma en La Tercera uno de los textos más inquietantes y con mayor repercusión del año 2021: la entrevista al convencional constituyente Rodrigo Rojas Vade, un trabajo periodístico que abunda en datos y denota un alto nivel de investigación, y donde quedó al descubierto que no tenía cáncer, pese a haber construido su personaje público y su campaña para llegar a la Convención Constitucional, sobre el mito de un hombre en lucha contra esta enfermedad,.
Pero el Premio Periodismo de Excelencia y sus libros anuales son también un espacio donde surgen voces, plumas y medios nuevos: nombres a los que prestar atención en el futuro. Este año destaca Pousta, un medio que creció desde ser un blog sobre cultura y entretenimiento en 2009 a mutar hacia una exitosa plataforma de comunicación multimedial. Son buen ejemplo de esta apuesta sus dos trabajos finalistas que figuran en este libro: un reportaje sobre los niños que no conocen la lluvia en un país donde a las empresas extractivas no les falta el agua y otro sobre la clase media convertida en “precariado”, endeudada y siempre al borde del descalabro económico y mental.
Dos medios digitales orgullosamente feministas, La Otra diaria (“Tres disparos en el bosque”) y emf (“Cuando nacieron yo lloraba mucho porque eran oyentes”), muestran que todos los temas se pueden y deben tratar con enfoque de género, de derechos humanos y poniendo la lupa en los olvidados y los perseguidos.
Entre todos, tradicionales y recién llegados, muestran que incluso en tiempos de crisis económica general y de los medios en particular, se puede hacer trabajo honesto, creativo y valiente sobre los asuntos que importan.
Hay aquí miradas nuevas a temas de siempre (paraísos fiscales, abuso de menores) y asuntos nuevos (los negociados con las compras de la pandemia); personajes conocidos (el famoso escritor Emmanuel Carrère) y voces que deben oírse (Anthony, el adolescente arrojado al Mapocho por carabineros); hay relatos con elementos literarios e informes precisos sobre datos y números.
Hay mucho presente rabioso, y también lugar para el rescate de gestas olvidadas, como la primera marcha de gais y travestis a meses del golpe de Estado de 1973.
¿Cuáles de estos reportajes, crónicas y entrevistas se leerán en el futuro como el preanuncio de cosas que sin esta visión no serían notadas? ¿Cuáles quedarán por años en la memoria de sus lectores, como a mí me sucedió con “El justiciero imaginario”?
Quedan todas y todos invitados a encontrar en estas páginas los trabajos que no se limitaron a seguir la agenda impuesta por el poder, sino que bucearon en lo nuevo, y encontraron las bellezas y los males que estaban por florecer.

(Este texto es mi prólogo a El mejor periodismo chileno 2021, publicado en mayo de 2022 por Publicaciones Universidad Alberto Hurtado)

Leer más
profile avatar
23 de mayo de 2022
Blogs de autor

Una isla en un mar de tormentas

Vine a vivir a Costa Rica el mismo día que me había casado, el 26 de julio de 1964, un viaje de bodas que se convirtió en una estancia de catorce años que fueron los de mi formación como escritor. Un ambiente ideal porque San José, la capital, era una ciudad pequeña y tranquila, pero con librerías bien dotadas, atendidas por libreros de verdad, en las que se celebraban tertulias literarias, y cuando conocí, en la que tenía lugar cada tarde en la Librería Lehmann de la avenida central, a José María Cañas, dueño de la hazaña de haber escrito la novela Infierno verde, que trataba de la guerra del Chaco entre Paraguay y Bolivia, sin haberse movido nunca de la redacción del periódico que dirigía.

Había también una espléndida Biblioteca Nacional, desgraciadamente derruida años más tarde para convertir el solar donde se asentaba en un vulgar estacionamiento, y donde me sentaba a conversar con su director, afable y erudito, don Julián Marchena. Y el Teatro Nacional, una reliquia del siglo diecinueve, por el que pasaban afamadas compañías de ópera, y en cuya sala mayor se podía escuchar a la Orquesta Sinfónica Nacional; y numerosas compañías de teatro que actuaban en al menos ocho salas independientes, nutridas por directores y actores que llegaron luego exiliados, huyendo de las dictaduras del cono sur.

Y aquellos fueron también mis años de conocer, toda una novedad para mí, el mundo de la democracia, rara para quien, viniendo de una país sometido a una dictadura familiar, se encontraba de pronto en otro donde se podía ver al presidente de la república, entonces don Francisco Orlich, entrar a un restaurante y sentarse en la mesa de al lado, acompañado por un par de amigos, sin escolta ni aparato militar. La leyenda decía, y no es extraño que haya verdad en ello, que al presidente don Otilio Ulate, una década atrás, lo había atropellado un ciclista cuando cruzaba la calle frente a la plaza de la Artillería en San José.

Costa Rica era desde entonces una rareza, de verdad, en la Centroamérica plagada de dictaduras militares, donde los coroneles se orinaban en los muros de la patria, según el poema de Otto René Castillo, poeta convertido en guerrillero y capturado y asesinado en aquellos mismos años sesenta; una región donde cada ola de exiliados iba a dar siempre a Costa Rica, abierta desde entonces como tierra de acogida. Una isla de libertad cercada por un mar de tormentas.

Parte esencial de esa rareza de que hablo, era que el ejército había sido abolido, y los dineros públicos, en lugar de gastarse en tanques y cañones, se invertían en la educación. Y más rareza aún, era que la abolición de las fuerzas armadas, decretada en 1948, había sido consecuencia de una revolución triunfante que, en lugar de afianzarse en los cuarteles, mandó cerrarlos y convertirlos en museos.

Aquella guerra civil, ganada por las fuerzas encabezadas por José Figueres, electo luego democráticamente a la presidencia, fue breve. El poeta nicaragüense José Coronel Urtecho, agudo en sus juicios, solía decir que los costarricenses sólo tomaban las armas para no tener que volver a pelear. Ya antes habían derrocado a la dictadura de los hermanos Tinoco en 1919, rareza también, y una rareza estrafalaria, en un país como Costa Rica. En términos centroamericanos, aquella fue una dictadura efímera, porque duró sólo dos años. La de los Somoza en Nicaragua duró cincuenta, y esta otra de ahora lleva ya quince y pretende extenderse por siempre.

Aquellos años fueron para mí de exilio, y hoy, viviendo de nuevo en el exilio, he vuelto para recibir un doctorado honoris causa de la Universidad Nacional, y otro de la Universidad de Costa Rica, y mediante esos reconocimientos honoríficos  siento que se me otorga la ciudadanía cultural de este país en el que en tantos sentidos me reconozco, y que, tantos años después, sigue siendo la rareza que descubrí en 1964, porque la democracia sigue arraigada sobre las bases firmes puestas décadas atrás, lo mismo que sus instituciones.

El país ha cambiado tras medio siglo, claro está. San José, la tranquila ciudad provinciana asentada en el valle central y cercada por montañas de tarjeta postal, que podía recorrerse en escasa media hora de oeste a este, desde San Pedro de Montes de Oca hasta Escazú, se ha trocado en una urbe caótica de tráfico infernal, donde cada día surgen nuevas torres de edificios, nuevas urbanizaciones, nuevos centros comerciales, y donde crecen también las desigualdades sociales, con toda su cauda de males.

Pero los emigrados no han dejado de fluir, y más bien el número de quienes llegan desde Nicaragua se multiplica, empujados por razones económicas, en busca de trabajo, y también por los vientos del exilio, periodistas, dirigentes sindicales y gremiales, líderes de oposición, sacerdotes, activistas de derechos humanos, profesores universitarios, dirigentes estudiantiles, profesionales, empresarios.

Es la otra Nicaragua, que crece cada día en Costa Rica, miles que, como yo, cuando llegué aquí hace más de medio siglo, aprenden en este país la lección diaria de la libertad y la democracia, que tan útil nos será en el futuro.

Leer más
profile avatar
23 de mayo de 2022
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.