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Gabo en su trocha

La primera vez que leí Cent ans de Solitude (era la traducción francesa) nada más terminar la última línea de la novela, volví a la primera para empezar una relectura. Quería entender cómo un escritor al acumular, una sobre otra, generaciones de Buendía, es decir construyendo una pirámide vertical según las edades, había conseguido despistarme en un laberinto, una obra horizontal, donde desaparecía la sensación del paso cronológico del tiempo.

Claro que me acordaba de lo que dice la mama grande: el tiempo no pasa, da vueltas, pero tenía que entender la trampa perfecta de la primera frase que dice "Muchos años después... " ubicando al lector en un después. El despiste es total pues en la tercera frase, en lugar de hablar de un después se ubica el antes más temprano: "El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo".

Fue para leer Cien Años de Soledad que me dediqué a mejorar el poco castellano que había aprendido en el Instituto, descubriendo que los costeños tienen sus palabras, como "trocha" que aparece al principio de la novela y que no es un camino si no una trocha para subir de la Ciénaga grande a la Sierra Nevada.

Muchos años después conocí a Gabriel García Márquez. Soy de los "happy few", como decía Stendhal, que llegaron a hablar con él de literatura y del desorden del mundo. Me reclutó entre los maestros de su fundación de periodismo. Entonces no puedo hacer comentarios o valoración sobre su declaración al diario la Vanguardia: su parón total al no escribir una sola línea durante el año 2005. Claro que entre lo mejor, una pausa, y lo peor, un punto final, sé por donde me gustaría que camine el maestro en su trocha literaria.

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26 de enero de 2006
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Solo y acompañado

El amigo Sergio sugirió en un comentario que hablase del arte grupal y del arte individual. No sé exactamente a qué se refería. Puedo decir, eso sí, que como receptor uno reacciona ante la pieza artística sin que importe si es obra de un solo hombre, o de muchos. Uno piensa en la novela, o en la ópera, o en la pintura, o en la película, como en una unidad de sentido: nos da igual si la fabricaron una o mil manos. Pero claro, como autor, aquello que creo a solas y aquello que creo con otros no me da igual. Tal como dije días atrás, cuando escribo una novela soy a la vez productor, guionista, director, actor, musicalizador y responsable de los efectos especiales. Esto es maravilloso porque me pone ante una situación creativa en la que no existe más límite que el de mi talento: puedo concederme a mí mismo un presupuesto ilimitado y escribir durante años, cosa que un director de cine real no puede hacer. Soy libre. Soy feliz. Nadie se mete conmigo. (Salvo la familia, por cierto, cuando reclama que baje de mi nube.) Cuando hago cine, todo el mundo se mete conmigo. El productor, para empezar. El director, si es que escribo para otro. Y los actores, y los técnicos, y los músicos, y los diseñadores… Esto significa no uno sino miles de rompederos de cabeza. Pero yo siento que todos y cada uno de ellos valen la pena. ¿Por qué, si crear a solas delante de mi Macintosh es tanto más relajado? Tan sólo por esto: porque crear con otros me enriquece. Si uno tiene el tino de rodearse de colaboradores más talentosos que uno, lo que resulta de presentarles nuestra visión y recibir su feedback es infinitamente más rico que lo que uno había imaginado por las suyas. Me encanta crear un mundo a partir de la nada; pero disfruto tanto o más cuando la gente con la que me asocio ve cosas de ese mundo en las que yo mismo no había reparado, o me propone instancias superadoras. La idea original se espesa, adquiere texturas y sonoridades impensadas. Ya no se trata de una fantasía solipsista, sino de un universo compartido. Y ese juego es, al menos para mí, un placer irrenunciable. Jugar solo está muy bien, y jugar con otros ni qué hablar. Me han preguntado una y mil veces qué prefiero, si la literatura o el cine. Suelo responder que esa pregunta equivale a preguntar si uno ama más a mamá o a papá. Uno los ama a los dos, y desearía no tener que prescindir de ninguno. Ese es mi caso, pues. Amo la libertad absoluta de la literatura. Y también amo crear con otros. Prescindir de alguna de estas disciplinas me convertiría en un sujeto más pobre.

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26 de enero de 2006
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Santas

El Vaticano ha iniciado el proceso para canonizar a Melchorita Saravia del Perú. Bueno, se ha iniciado el proceso para considerarla “venerable”, que es algo así como sargento segundo de la santidad. Este proceso es más lento que la seguridad social. Para llegar a santa, la Melchorita puede formar cola durante 300 años como San Martín de Porres. Es verdad que a San José María Escrivá, fundador del Opus Dei, le tomó menos de treinta, pero es que él tenía mejores contactos. El proceso de la Melchorita no será muy rápido, además, porque ella nunca hizo grandes aspavientos. Simplemente fue buena. Era una monjita que no se peleaba con nadie y trataba bien a la gente. Eso significa que se está mejorando el nivel de las santas peruanas, porque la anterior, Santa Rosa de Lima, patrona de América y las Filipinas, era una psicópata. Es verdad: Santa Rosa se puso un cinturón de castidad con púas hacia adentro y tiró la llave en un pozo. Luego, amarró su cabellera a un clavo colgado de la pared para no quedarse dormida y poder rezar toda la noche. Cuando le dijeron que tenía las manos bonitas, se las quemó. Como una arribista del reino de los cielos, estaba dispuesta a todo con tal de ser Santa. Al final se salió con la suya. No tenía mucha competencia. A mí la que me gusta es Sarita Colonia: Sarita era una inmigrante provinciana que trabajaba en la capital como empleada doméstica y pescadera. Sus milagros eran del tipo milagro barato para gente pobre: sacaba a los ladrones de la cárcel, hacía que llegase plata para pagar el alquiler y conseguía que el esposo canalla volviese al redil. Sus seguidores, que aún se aglomeran en su mausoleo, son sobre todo prostitutas, asaltantes y malvivientes de toda calaña. La cárcel del Callao lleva su nombre, y los reclusos se la tatúan en el pecho. Sarita no tiene historia oficial. Cada quién le inventa la que le conviene. Las empleadas domésticas creen que murió por los maltratos de su patrona. Los ladrones dicen que la acusaron de un robo que no cometió. Las prostitutas aseguran que trataron de violarla, pero Dios le cerró el sexo. Con esos antecedentes y esas malas juntas, está claro que la Iglesia católica nunca ha aceptado a Sarita y jamás la admitirá a trámite. Pero tú puedes pedirle un milagrito por Internet si haces clic aquí.

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26 de enero de 2006
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El Rey y el Loco

Acabo de escuchar unas declaraciones de Miguel Illescas, maestro internacional de ajedrez, por la radio. Decía que las máquinas son cada vez más potentes y es cada vez más difícil vencerlas. Un programa medianejo, de 50 euros, ya juega como un maestro. Tiene almacenadas sobre los tres millones de partidas y resuelve a gran velocidad guiándose con las jugadas vencedoras. Como la acumulación informativa es muy discreta para los movimientos de inicio (las salidas sensatas son escasas) y para los finales (se juega con pocas piezas), es casi imposible vencer a la máquina como no sea en el juego medio. Es en esta zona media donde los mejores jugadores del mundo todavía pueden superar a las máquinas mediante estrategias muchas veces suicidas. Dicho con mayor claridad, en la zona media un gran maestro puede mover las piezas haciendo lo contrario de lo que haría un gran maestro. La máquina no puede entonces recurrir a su almacén de datos porque no tiene recursos contra la insensatez del contrario. Sólo de este modo la máquina puede quedar en desventaja al llegar al final de la partida. El humano sólo gana si se arriesga a perder toda sombra de racionalidad frente a la máquina. Es interesante. No me parece muy distinto de lo que están llevando a cabo los suicidas islámicos. Incapaces de vencer en ataques frontales, sabiendo que tienen perdidos los finales de todas las guerras, se plantean el juego medio de una manera enloquecida. De ese modo, lo que los americanos creyeron que sería el final de la guerra en Irak, con la toma de Bagdad, se ha convertido en un juego medio. Y loco. Si el juego de los americanos sólo confía en la información de sus máquinas, se arriesgan a perder la guerra. La máquina no puede de ninguna manera incluir el suicidio en su planificación. Es de sentido común: sólo puedes ganar una guerra contra las máquinas si tus soldados combaten decididos a morir. Para lo cual hay que estar loco.

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26 de enero de 2006
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De una candidatura a la otra

Chile es un país limpio. Cuando uno llega al aeropuerto de Santiago de Chile, toma la autopista llamada Costanera Norte para llegar a la capital. Es impresionante. Muy impresionante. No queda ni una de las publicidades enormes que se colgaron para la última elección presidencial. No se ven las caras de Michelle Bachelet, Sebastián Piñera, el pobre Joaquín Lavín, fantasma de la elección anterior, y tampoco Tomás Hirsch, el candidato comunista que la prensa internacional olvidó por completo. Chile es un país donde nada más termina una campaña electoral se limpia todo. Sólo queda un anuncio para sopa, de caldo con legumbres. Un país que, después de cocinar unas elecciones durante tantos meses, vuelve al caldo, es un país trabajador y en orden.

Michelle Bachelet, sin que nadie le pidiera nada, llegó a autoimponerse una tarea apresurada: formar su gabinete antes del domingo con un 50% de ministras. La formación del gabinete compite con las noticias clásicas sobre las corrupciones y coimas (palabra muy chilena) que ocupan de manera regular una crónica política siempre dominada por la tentación de ser publicada en la sección de justicia de los periódicos.

¿Se termina así la historia? Para nada. Chile va de una candidatura a la otra. Hoy se publica la noticia acerca de que la Universidad Andrés Bello presenta de manera formal al comité Nobel la candidatura del poeta Gonzalo Rojas al premio Nobel de Literatura. Rojas es un poco como Hirsch: una persona que siempre olvida la prensa internacional a pesar de que tuvo todos los premios que conforman una gran figura en el idioma español: Reina Sofía de España, Octavio Paz de México, Miguel Hernández de Argentina y por supuesto el Cervantes de España. Hace 15 años, recuerda el diario La Tercera, que un autor hispanohablante no ha sido galardonado en Estocolmo. Hace tiempo, ya. Y Chile, donde una Presidenta no se demora en obligarse a empezar su trabajo, ya se mete en el camino de otra candidatura, más compleja ésta, lo sabemos todos.

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25 de enero de 2006
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Elogio del ingenio

Hace pocos días tuvo lugar en los suburbios de Buenos Aires uno de esos atracos que tan sólo ocurren en las películas. Un grupo de delincuentes ingresó en un banco privado de Acassuso por la puerta principal. Una vez dentro se colocaron máscaras y anunciaron el asalto. En un gesto de aparente buena voluntad, permitieron a los rehenes comunicarse con sus familias. En cuestión de un rato la calle se convirtió en un hervidero, entre los familiares que se desgarraban las vestiduras, la prensa y la policía. Mientras se negociaba una salida para preservar la vida de los rehenes, los delincuentes vaciaron las cajas de seguridad y se dieron a la fuga por un túnel que ya tenían preparado de antemano. Cuando los policías se dieron cuenta, ya era demasiado tarde. Habían mantenido un cerco durante varias horas alrededor de un sitio que los ladrones ya habían abandonado. Al tiempo descubrieron un bote de goma, en que los delincuentes habrían emprendido la ruta por el río. A eso se le llama tenerlo todo pensado. En estas sociedades que tanto dicen valorar la iniciativa privada, no puedo menos que admirar la artesanía del golpe. Esta gente trabajó largo y duro, y planeó mucho y bien. Nadie resultó lastimado. Y en su gran mayoría, los damnificados fueron individuos que atesoraban en cajas de seguridad sumas en efectivo que no habían declarado ante las autoridades impositivas. De hecho, a consecuencia del golpe son muchos (y por ende visibles, con sus conspicuos bolsos de gimnasia) los ciudadanos que ahora desfilan a diario por los bancos para extraer dinero de sus cajas de seguridad. Algunos de estos individuos están entregando su dinero a operadores ilegales para que concreten una operación que suele denominarse “cable negro”, por la cual transfieren sus bienes a una cuenta neoyorquina por vía electrónica, pagando entre el uno y el uno y medio por ciento de lo así transferido, según informó ayer el diario Página 12. Como los bancos han hecho saber que no compensarán a las víctimas de robo más de 50.000 dólares por caja de seguridad vulnerada, es lícito imaginar que aquellos que extraen sus bienes atesoran valores muy por encima de esa suma. Y la cantidad incesante de operaciones de “cable negro” que se ve estos días permite colegir, de igual modo, que se trata de gente que esconde del fisco dinero que no puede haber hecho de formas del todo sanctas. Por eso mismo, aun cuando entiendo que el atraco al banco fue un delito y que seguramente perjudicó a algunos trabajadores honestos, no siento nada parecido a la pena por aquellos damnificados que de víctimas tienen poco, y de honestos menos. Quien roba a un ladrón…

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25 de enero de 2006
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Porno

Cambiar de ordenador, como estoy haciendo en este preciso instante, es una recia experiencia que me devuelve a la adolescencia. Enfrentado con el nuevo objeto de deseo, pero con las piernas temblorosas, me pregunto: ¿qué le gustará? Le quito la funda. Observo. Espero a que se caliente un poco. ¿Qué significarán estos parpadeos? ¿Estará a punto? Voy haciendo pruebas. Pulso aquí. Regular. Aprieto un poco más arriba. No hay respuesta. ¿Y si apoyo dos veces? ¡Cielos, no le gusta! ¿Será por este otro lado? Vamos a probar con este botón. ¡Dios sea loado, se ha abierto de golpe! Seguiremos por esta senda. Así, muy bien. ¿Será bueno insistir? ¡Oh, no! ¡Maldición! ¡Horror! ¡Ha vuelto a salir Error Finalizar Ahora! Pura infancia. Algo de lo que es difícil conservar nostalgia. Quizás sólo nos suceda a los varones, esas criaturas oximorónicas, tan inseguras como chulescas. Seguramente por eso las chicas prefieren Apple.

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25 de enero de 2006
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La dictadora en miniatura

Hoy se inaugura en La Paz la feria de Alasitas, un mercado de miniaturas que refleja los deseos de los bolivianos para cada año que comienza. En cientos de puestos aglomerados en una quebrada, los comerciantes ofrecen pequeñas imitaciones de pasaportes, dólares, euros, títulos profesionales, casitas de artesanía. Para los chicos que necesitan novia se venden gallinas de cerámica. Para ellas, gallos. Este año se suman a la mercadería bombonas de gas -por los hidrocarburos- y ordenadores que representan el trabajo. Los bolivianos compran lo que desean recibir este año y lo llevan a otro puesto, donde lo bañan con pétalos de flores y lo colocan sobre unas estufas de carbón quemados con incienso. Así bendecidas, las miniaturas garantizan un 2006 lleno de viajes, dinero, trabajo y, sobre todo, vivienda. Tras visitar la feria, asisto a una conferencia a cargo de Domitila Chúngara, una leyenda de las luchas sociales de Bolivia. En 1967, Domitila sufrió la masacre de San Juan, en que el dictador René Barrientos mandó al ejército contra las comunidades mineras de Catavi y Llalagua. Ella misma, que estaba embarazada, fue apresada y torturada hasta que perdió su hijo. Posteriormente ayudó en la lucha contra la dictadura del general Hugo Banzer. En la Navidad de 1978, inició una huelga de hambre que terminó por derrocar al gobierno militar. A lo largo de su vida ha sufrido persecuciones, exilios y vejaciones de todo tipo, y su valor está completamente fuera de duda. Ahora que Bolivia inicia una nueva era, ella es el rostro de la dignidad indígena. Y sin embargo, conforme habla, ese rostro se ensombrece. La principal preocupación de Domitila es el voto cruzado. Dice que mucha gente ha votado a Evo para presidente, pero a otras opciones para las prefecturas regionales. Ella quiere acabar con esa actitud, que considera “peligrosa” para la revolución. Yo creo que el voto libre forma parte de la democracia, y que lo peligroso es suprimir esa posibilidad. Pero supongo que no es grave, que el de Domitila es un punto de vista polémico y nada más. Sin embargo, más adelante, Domitila expresa su preocupación porque las universidades, en vez de cumplir su función social, distraen a los jóvenes de sus obligaciones con la comunidad. Y lo mismo opina de los medios de comunicación. Según ella, la televisión dirige una campaña de alienación astutamente orquestada: las telenovelas distraen a las mujeres, los dibujos animados a los niños, el fútbol a los hombres. Tras esa argumentación, defiende la necesidad de “nacionalizar” la educación y los medios junto con los recursos naturales. Finalmente, la dirigente describe a la revolución como un reloj: según su metáfora, un reloj necesita que todos sus engranajes caminen en rigurosa organización. Si alguno de ellos avanza egoístamente hacia el otro lado, es necesario repararlo o retirarlo. Las personas y sus voluntades individuales son los engranajes. Domitila no explica quién es el relojero. Al salir de la conferencia vuelvo a pasar por la feria de miniaturas de Alasitas. Imagino a Domitila como una miniatura de dictadora, pero no tengo claro que eso sea lo que los bolivianos han comprado para este año. Al fin y al cabo, ella no forma parte de la jerarquía del MAS. Unos pasos más allá, en un quiosco, la prensa anuncia los primeros convenios energéticos de Bolivia con la Venezuela de Hugo Chávez. Con su oferta de asesoría técnica, un invitado sorpresa se suma a la mesa: Irán, que está desarrollando energía nuclear. Al lado, un par de curanderos leen la suerte en claras de huevo disueltas en cerveza o en rescoldos de plomo derretido. Para Bolivia, la suerte del año que viene ya está decidida. Depende de Evo Morales que su reloj sea más grande que los primeros y peligrosos engranajes con los que se va encajando.

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25 de enero de 2006
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El balcón de los comandantes

El domingo, cuando Evo Morales estaba en el balcón del Palacio Quemado para presenciar el desfile militar en su honor, Hugo Chávez entró en escena. No se asomó en un rincón, ni se limitó a saludar, sino que se instaló en el centro del balcón durante medio desfile, saludando a la gente, flanqueado por el vicepresidente y por el propio Evo, como si fuesen sus edecanes. Poco después, una gorrita marrón se arrimó al lado de Chávez, sobresaliendo apenas de la balaustrada. Bajo la gorrita se extendía brevemente el comandante Tomás Borge, miembro fundador del Frente Sandinista de Nicaragua. Al final, una mujer se metió en el cuadro y abrazó al presidente venezolano. Ya para entonces, entre el tumulto formado alrededor de Chávez, parecía que Evo estaba castigado en el rincón de su balcón, con la banda presidencial como la sábana del bebé regañado. Ayer en la mañana, en una reunión de partidos de izquierda latinoamericanos, logro ver de cerca a Borge, siempre con su gorrita, y a la mujer de ayer, que resulta ser su esposa. Borge llega a la reunión tarde y se sienta con los demás panelistas. A veces, conversa con ellos en voz alta sin importarle gran cosa el orador de turno. Hasta que llega su momento de hablar. Una vez más, apenas es una gorrita que se mueve en el estrado. Pero eso sí, una gorrita arrogante. Borge asegura que los sandinistas son leales a sus principios hasta la muerte, pero luego explica con picardía que se han aliado con la Iglesia nicaragüense y ahora todos los púlpitos les hacen propaganda. Como quien narra sus charlas de amiguetes, se refiere al presidente Torrijos de Panamá, cuenta chismecitos de sus conversaciones con Fidel, dice que Chávez lo ha invitado a Venezuela. Cada cierto rato, larga una arenga del tipo “patria libre o muerte” y la gente aplaude. Minutos después, veo a Borge aún más de cerca durante la conferencia de prensa. Una vez más, llega tarde. Mientras los demás hablan, exige un té y un vaso de agua. Luego suelta algunas soflamas más. De pie a su lado, su señora lo cuida, lo masajea, lo atiende. Es la izquierdista mejor vestida que he visto en toda Bolivia. Va decorada con aretes de motivos andinos y sortijas de amatistas, todo con aire de artesanía popular Gucci. Y su atuendo debe costar en conjunto la mitad del presupuesto nicaragüense. Pero lo peor es su prepotencia. Está tan encima de Borge que termina sentada en el sitio del delegado mexicano, quien acaba la conferencia de pie. Borge es una especie de aristócrata de la revolución. Habla del antiimperialismo como si fuera su hacienda privada, y siempre parece a punto de meterle mano a alguna empleada. Pero más allá de su odio por EEUU, es imposible arrancarle una sola idea, propuesta o programa. Y no es el único. Al salir de la conferencia, paso por una universidad donde la gente se aglomera para escuchar el discurso de Chávez. En el momento en que me acerco, el venezolano cuenta que de niño era monaguillo y su mamá quería que fuese cura. En la reunión de partidos de la mañana, he escuchado la palabra “izquierda” doscientas veces, y cada vez me ha parecido que se refiere a algo diferente. Algunos consideran que es el MERCOSUR y el frente energético, otros la asocian a la nacionalización de los recursos naturales, para otros es un movimiento autoritario, y no faltan los que la definen como la opción antisistema. Yo no tengo claro qué sea la izquierda, pero francamente, espero que no sea lo que creen los dos que ayer se encaramaban al balcón, como si la fiesta fuese suya.

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24 de enero de 2006
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La regla más importante

A veces la realidad conspira delante de nuestras narices. Hechos en apariencia aislados se confabulan para decirnos algo, o por lo menos intentarlo. El sábado me puse a ver los extras del DVD de El paciente inglés, en parte por curiosidad (amo esa película, y por ende me tienta saberlo todo sobre su gestación) y en parte como tarea educativa, en la inminencia del rodaje de mi primer cortometraje. De todo ese material, lo que más me interesó fue aquello en lo que había depositado las menores expectativas: la entrevista con Walter Murch, el editor de la película. Veterano de películas que yo también amaba, como La conversación y Apocalypse Now, Murch contaba las dificultades de montar un relato con tantos puntos de vista e idas y vueltas en el tiempo y en el espacio; casi inevitablemente, lo que el director y guionista Anthony Minghella había planteado en su plan original debió ser reformulado una y otra vez en la sala de edición. La intención del guión estaba clara en el papel, pero la realidad de lo filmado (la luz, la cámara, los actores, el tiempo de cada plano) les sugería a cada paso nuevos caminos narrativos. Lo anterior me hizo pensar en la soledad del narrador literario al enfrentarse a similares decisiones. Cuando uno escribe una novela o un cuento es a la vez productor, guionista, director, actor, fotógrafo, musicalizador y experto en efectos especiales. Los narradores del mundo anglosajón cuentan con la herramienta extra del editor literario, que en buena medida obra como el editor cinematográfico: ellos leen la totalidad del material y sugieren caminos alternativos, cortes aquí y allá, primeros planos o planos generales, para que el conjunto de la novela funcione mejor. Pero en el mundo literario hispanoparlante estos editores existen rara vez. Por lo general los textos originales sufren apenas correcciones de estilo. Esto deja al escritor en soledad, tratando de responderse la misma pregunta que en el cine se formulan a coro muchas voces calificadas: ¿cuál es la mejor manera de contar esta historia? Al caer la noche, haciendo zapping, descubrí que un canal de cable pasaba un documental sobre la edición cinematográfica llamado The Cutting Edge. Valía la pena, aunque más no fuese por sus muchos apuntes históricos. Al comienzo del cine, por ejemplo, la mayor parte de los editores cinematográficos eran mujeres. ¿O no se parecía el trabajo al corte y confección que en ese entonces se asociaba tanto al talento femenino? (Por suerte sigue habiendo editoras talentosísimas, como la Thelma Schoonmaker que es parte esencial del equipo de trabajo de Martin Scorsese.) Allí me enteré también de la existencia de un señor llamado Owen Marks. ¿Quién fue Owen Marks? Nada más y nada menos que el tipo que editó Casablanca, Al este del Edén y El tesoro de la Sierra Madre. El hecho de que nunca lo hubiese siquiera oído nombrar es un signo de lo poco que se valoraba a los editores en la era dorada de Hollywood. Por fortuna hoy en día se los aprecia de otra manera. El editor es el pobre Cristo que se enfrenta a miles y miles de metros de celuloide, piezas sueltas de un rompecabezas, con las que deberá responder a la pregunta sobre la mejor forma de narrar esa historia. La angustia de cualquier creador ante las combinatorias casi infinitas de esas piezas puede ser terrorífica, como cualquier novelista puede también atestiguar: ¡hay tantas miles de formas de contar la misma historia! Uno de los que daba su testimonio en el documental era, ¡otra vez!, el ubicuo Walter Murch. Por la tarde, cuando me preparaba para escribir estas líneas, recordé un libro sobre la edición cinematográfica que me habían obsequiado mis amigos de la maravillosa librería madrileña Ocho y Medio. No recordaba al autor, pero al encontrar el libro no me sorprendí: era Walter Murch. Al repasar su texto, titulado En el momento del parpadeo, encontré indicaciones de la enormidad del trabajo que suele caer encima de los editores: Coppola, por ejemplo, filmó 230 horas de celuloide para Apocalypse Now, lo cual significa que por cada minuto que acabó en la película hubo noventa y cinco que fueron a dar a la basura. Una vez atrapado por la lectura llegué al tramo en que Murch explica lo que denomina La regla de seis, esto es, y en orden descendente, la lista de los seis criterios más importantes que un editor considera a la hora de elegir tal plano y tal corte por encima de las demás posibilidades. Por supuesto, la mayoría de los criterios son técnicos: la dirección de las miradas, la ubicación espacial de los personajes… Pero el criterio principal, el número uno, el que incluso justifica que un editor se pase por el forro las consideraciones técnicas, es para Murch clarísimo: la emoción. “Lo último que se aprende en la escuela de cine, si es que se aprende,” dice Murch, es lo que más importa. No es extraño que debamos andar tanto para descubrir una verdad que conocíamos desde el comienzo, pero en la que no nos animábamos a confiar.

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24 de enero de 2006
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