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El balcón de los comandantes

Por 24 de enero de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

El domingo, cuando Evo Morales estaba en el balcón del Palacio Quemado para presenciar el desfile militar en su honor, Hugo Chávez entró en escena. No se asomó en un rincón, ni se limitó a saludar, sino que se instaló en el centro del balcón durante medio desfile, saludando a la gente, flanqueado por el vicepresidente y por el propio Evo, como si fuesen sus edecanes.
Poco después, una gorrita marrón se arrimó al lado de Chávez, sobresaliendo apenas de la balaustrada. Bajo la gorrita se extendía brevemente el comandante Tomás Borge, miembro fundador del Frente Sandinista de Nicaragua. Al final, una mujer se metió en el cuadro y abrazó al presidente venezolano. Ya para entonces, entre el tumulto formado alrededor de Chávez, parecía que Evo estaba castigado en el rincón de su balcón, con la banda presidencial como la sábana del bebé regañado.
Ayer en la mañana, en una reunión de partidos de izquierda latinoamericanos, logro ver de cerca a Borge, siempre con su gorrita, y a la mujer de ayer, que resulta ser su esposa. Borge llega a la reunión tarde y se sienta con los demás panelistas. A veces, conversa con ellos en voz alta sin importarle gran cosa el orador de turno. Hasta que llega su momento de hablar.
Una vez más, apenas es una gorrita que se mueve en el estrado. Pero eso sí, una gorrita arrogante. Borge asegura que los sandinistas son leales a sus principios hasta la muerte, pero luego explica con picardía que se han aliado con la Iglesia nicaragüense y ahora todos los púlpitos les hacen propaganda. Como quien narra sus charlas de amiguetes, se refiere al presidente Torrijos de Panamá, cuenta chismecitos de sus conversaciones con Fidel, dice que Chávez lo ha invitado a Venezuela. Cada cierto rato, larga una arenga del tipo “patria libre o muerte” y la gente aplaude.
Minutos después, veo a Borge aún más de cerca durante la conferencia de prensa. Una vez más, llega tarde. Mientras los demás hablan, exige un té y un vaso de agua. Luego suelta algunas soflamas más. De pie a su lado, su señora lo cuida, lo masajea, lo atiende. Es la izquierdista mejor vestida que he visto en toda Bolivia. Va decorada con aretes de motivos andinos y sortijas de amatistas, todo con aire de artesanía popular Gucci. Y su atuendo debe costar en conjunto la mitad del presupuesto nicaragüense. Pero lo peor es su prepotencia. Está tan encima de Borge que termina sentada en el sitio del delegado mexicano, quien acaba la conferencia de pie.
Borge es una especie de aristócrata de la revolución. Habla del antiimperialismo como si fuera su hacienda privada, y siempre parece a punto de meterle mano a alguna empleada. Pero más allá de su odio por EEUU, es imposible arrancarle una sola idea, propuesta o programa. Y no es el único. Al salir de la conferencia, paso por una universidad donde la gente se aglomera para escuchar el discurso de Chávez. En el momento en que me acerco, el venezolano cuenta que de niño era monaguillo y su mamá quería que fuese cura.
En la reunión de partidos de la mañana, he escuchado la palabra “izquierda” doscientas veces, y cada vez me ha parecido que se refiere a algo diferente. Algunos consideran que es el MERCOSUR y el frente energético, otros la asocian a la nacionalización de los recursos naturales, para otros es un movimiento autoritario, y no faltan los que la definen como la opción antisistema. Yo no tengo claro qué sea la izquierda, pero francamente, espero que no sea lo que creen los dos que ayer se encaramaban al balcón, como si la fiesta fuese suya.

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