Félix de Azúa
Acabo de escuchar unas declaraciones de Miguel Illescas, maestro internacional de ajedrez, por la radio. Decía que las máquinas son cada vez más potentes y es cada vez más difícil vencerlas. Un programa medianejo, de 50 euros, ya juega como un maestro. Tiene almacenadas sobre los tres millones de partidas y resuelve a gran velocidad guiándose con las jugadas vencedoras.
Como la acumulación informativa es muy discreta para los movimientos de inicio (las salidas sensatas son escasas) y para los finales (se juega con pocas piezas), es casi imposible vencer a la máquina como no sea en el juego medio. Es en esta zona media donde los mejores jugadores del mundo todavía pueden superar a las máquinas mediante estrategias muchas veces suicidas.
Dicho con mayor claridad, en la zona media un gran maestro puede mover las piezas haciendo lo contrario de lo que haría un gran maestro. La máquina no puede entonces recurrir a su almacén de datos porque no tiene recursos contra la insensatez del contrario. Sólo de este modo la máquina puede quedar en desventaja al llegar al final de la partida. El humano sólo gana si se arriesga a perder toda sombra de racionalidad frente a la máquina.
Es interesante. No me parece muy distinto de lo que están llevando a cabo los suicidas islámicos. Incapaces de vencer en ataques frontales, sabiendo que tienen perdidos los finales de todas las guerras, se plantean el juego medio de una manera enloquecida. De ese modo, lo que los americanos creyeron que sería el final de la guerra en Irak, con la toma de Bagdad, se ha convertido en un juego medio. Y loco. Si el juego de los americanos sólo confía en la información de sus máquinas, se arriesgan a perder la guerra. La máquina no puede de ninguna manera incluir el suicidio en su planificación.
Es de sentido común: sólo puedes ganar una guerra contra las máquinas si tus soldados combaten decididos a morir. Para lo cual hay que estar loco.