Jean-François Fogel
Chile es un país limpio. Cuando uno llega al aeropuerto de Santiago de Chile, toma la autopista llamada Costanera Norte para llegar a la capital. Es impresionante. Muy impresionante. No queda ni una de las publicidades enormes que se colgaron para la última elección presidencial. No se ven las caras de Michelle Bachelet, Sebastián Piñera, el pobre Joaquín Lavín, fantasma de la elección anterior, y tampoco Tomás Hirsch, el candidato comunista que la prensa internacional olvidó por completo. Chile es un país donde nada más termina una campaña electoral se limpia todo. Sólo queda un anuncio para sopa, de caldo con legumbres. Un país que, después de cocinar unas elecciones durante tantos meses, vuelve al caldo, es un país trabajador y en orden.
Michelle Bachelet, sin que nadie le pidiera nada, llegó a autoimponerse una tarea apresurada: formar su gabinete antes del domingo con un 50% de ministras. La formación del gabinete compite con las noticias clásicas sobre las corrupciones y coimas (palabra muy chilena) que ocupan de manera regular una crónica política siempre dominada por la tentación de ser publicada en la sección de justicia de los periódicos.
¿Se termina así la historia? Para nada. Chile va de una candidatura a la otra. Hoy se publica la noticia acerca de que la Universidad Andrés Bello presenta de manera formal al comité Nobel la candidatura del poeta Gonzalo Rojas al premio Nobel de Literatura. Rojas es un poco como Hirsch: una persona que siempre olvida la prensa internacional a pesar de que tuvo todos los premios que conforman una gran figura en el idioma español: Reina Sofía de España, Octavio Paz de México, Miguel Hernández de Argentina y por supuesto el Cervantes de España. Hace 15 años, recuerda el diario La Tercera, que un autor hispanohablante no ha sido galardonado en Estocolmo. Hace tiempo, ya. Y Chile, donde una Presidenta no se demora en obligarse a empezar su trabajo, ya se mete en el camino de otra candidatura, más compleja ésta, lo sabemos todos.