Marcelo Figueras
Hace pocos días tuvo lugar en los suburbios de Buenos Aires uno de esos atracos que tan sólo ocurren en las películas. Un grupo de delincuentes ingresó en un banco privado de Acassuso por la puerta principal. Una vez dentro se colocaron máscaras y anunciaron el asalto. En un gesto de aparente buena voluntad, permitieron a los rehenes comunicarse con sus familias. En cuestión de un rato la calle se convirtió en un hervidero, entre los familiares que se desgarraban las vestiduras, la prensa y la policía. Mientras se negociaba una salida para preservar la vida de los rehenes, los delincuentes vaciaron las cajas de seguridad y se dieron a la fuga por un túnel que ya tenían preparado de antemano. Cuando los policías se dieron cuenta, ya era demasiado tarde. Habían mantenido un cerco durante varias horas alrededor de un sitio que los ladrones ya habían abandonado. Al tiempo descubrieron un bote de goma, en que los delincuentes habrían emprendido la ruta por el río. A eso se le llama tenerlo todo pensado.
En estas sociedades que tanto dicen valorar la iniciativa privada, no puedo menos que admirar la artesanía del golpe. Esta gente trabajó largo y duro, y planeó mucho y bien. Nadie resultó lastimado. Y en su gran mayoría, los damnificados fueron individuos que atesoraban en cajas de seguridad sumas en efectivo que no habían declarado ante las autoridades impositivas. De hecho, a consecuencia del golpe son muchos (y por ende visibles, con sus conspicuos bolsos de gimnasia) los ciudadanos que ahora desfilan a diario por los bancos para extraer dinero de sus cajas de seguridad. Algunos de estos individuos están entregando su dinero a operadores ilegales para que concreten una operación que suele denominarse “cable negro”, por la cual transfieren sus bienes a una cuenta neoyorquina por vía electrónica, pagando entre el uno y el uno y medio por ciento de lo así transferido, según informó ayer el diario Página 12.
Como los bancos han hecho saber que no compensarán a las víctimas de robo más de 50.000 dólares por caja de seguridad vulnerada, es lícito imaginar que aquellos que extraen sus bienes atesoran valores muy por encima de esa suma. Y la cantidad incesante de operaciones de “cable negro” que se ve estos días permite colegir, de igual modo, que se trata de gente que esconde del fisco dinero que no puede haber hecho de formas del todo sanctas. Por eso mismo, aun cuando entiendo que el atraco al banco fue un delito y que seguramente perjudicó a algunos trabajadores honestos, no siento nada parecido a la pena por aquellos damnificados que de víctimas tienen poco, y de honestos menos.
Quien roba a un ladrón…