Jean-François Fogel
La primera vez que leí Cent ans de Solitude (era la traducción francesa) nada más terminar la última línea de la novela, volví a la primera para empezar una relectura. Quería entender cómo un escritor al acumular, una sobre otra, generaciones de Buendía, es decir construyendo una pirámide vertical según las edades, había conseguido despistarme en un laberinto, una obra horizontal, donde desaparecía la sensación del paso cronológico del tiempo.
Claro que me acordaba de lo que dice la mama grande: el tiempo no pasa, da vueltas, pero tenía que entender la trampa perfecta de la primera frase que dice «Muchos años después… » ubicando al lector en un después. El despiste es total pues en la tercera frase, en lugar de hablar de un después se ubica el antes más temprano: «El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo».
Fue para leer Cien Años de Soledad que me dediqué a mejorar el poco castellano que había aprendido en el Instituto, descubriendo que los costeños tienen sus palabras, como «trocha» que aparece al principio de la novela y que no es un camino si no una trocha para subir de la Ciénaga grande a la Sierra Nevada.
Muchos años después conocí a Gabriel García Márquez. Soy de los «happy few», como decía Stendhal, que llegaron a hablar con él de literatura y del desorden del mundo. Me reclutó entre los maestros de su fundación de periodismo. Entonces no puedo hacer comentarios o valoración sobre su declaración al diario la Vanguardia: su parón total al no escribir una sola línea durante el año 2005. Claro que entre lo mejor, una pausa, y lo peor, un punto final, sé por donde me gustaría que camine el maestro en su trocha literaria.