Félix de Azúa
El titular del periódico de esta mañana dice: “El Papa alerta de que el sexo sin amor convierte al ser humano en mercancía”. Se refiere a Deus caritas est, la primera encíclica de Benedicto XVI. Como en todo lo demás, la Iglesia de Roma lleva un retraso de decenios en materias en las que ya fracasó la izquierda hace quinquenios.
Que el sexo como puro valor de cambio nos convierte en mercancías, es una viejísima máxima moral de la izquierda proletaria. Todavía recuerdo cuando un actual alto cargo de la Generalitat expulsó del Partido Comunista Catalán, el célebre PSUC, al finísimo AGT porque había intentado ligar con una camarada. Le montaron una autocrítica, decía AGT con su sarcasmo habitual.
El primer feminismo revitalizó la reivindicación para luchar contra el uso del cuerpo femenino como reclamo publicitario. El fracaso de la izquierda y del feminismo en este intento de ennoblecer a los humanos ha sido uno de los más estrepitosos. No sólo se utiliza cada vez más el cuerpo de hombres y mujeres en la publicidad, sino que ya se hace como una invitación explícita a la copulación.
De otra parte, el modo de vestir de las hembras jóvenes imita apasionadamente el de las estrellas del pop más obscenas y pornográficas. Y sin la menor duda, la práctica habitual del sexo sin amor se ha convertido en el derecho político más reivindicado por los adolescentes. O quizás el único.
El sexo sin amor nos convierte, ciertamente, en mercancías, pero el Papa olvida la posibilidad más cruel: que precisamente porque somos mercancías y es inevitable que lo seamos, tenemos cada vez más sexo y menos amor.
El problema moral no es que las mercancías forniquen como mandriles, sino que a esas mercancías se les pueda llamar “seres humanos”. Y somos mercancías porque no queda ya ni un solo aspecto de los humanos que no sea mercancía, desde sus órganos vitales hasta su reproducción. Somos un almacén de mercancías: el hígado, el esperma, el corazón, y muy pronto los genes, son mercancías. Por no hablar de nuestra actividad espiritual, toda ella inmersa en un mercado de trabajo totalitario.
Tal es la encíclica de Houellebecq, en su excelente Plateforme, un alegato mucho mejor escrito que el de su Santidad. Aunque, claro, como la Encíclica está en latín, no se nota.
Por cierto que para mucha gente, la prohibición papal tendrá como consecuencia, o bien la abstinencia, o bien aumentar la autoestima.