Marcelo Figueras
El amigo Sergio sugirió en un comentario que hablase del arte grupal y del arte individual. No sé exactamente a qué se refería. Puedo decir, eso sí, que como receptor uno reacciona ante la pieza artística sin que importe si es obra de un solo hombre, o de muchos. Uno piensa en la novela, o en la ópera, o en la pintura, o en la película, como en una unidad de sentido: nos da igual si la fabricaron una o mil manos.
Pero claro, como autor, aquello que creo a solas y aquello que creo con otros no me da igual. Tal como dije días atrás, cuando escribo una novela soy a la vez productor, guionista, director, actor, musicalizador y responsable de los efectos especiales. Esto es maravilloso porque me pone ante una situación creativa en la que no existe más límite que el de mi talento: puedo concederme a mí mismo un presupuesto ilimitado y escribir durante años, cosa que un director de cine real no puede hacer. Soy libre. Soy feliz. Nadie se mete conmigo. (Salvo la familia, por cierto, cuando reclama que baje de mi nube.)
Cuando hago cine, todo el mundo se mete conmigo. El productor, para empezar. El director, si es que escribo para otro. Y los actores, y los técnicos, y los músicos, y los diseñadores… Esto significa no uno sino miles de rompederos de cabeza. Pero yo siento que todos y cada uno de ellos valen la pena. ¿Por qué, si crear a solas delante de mi Macintosh es tanto más relajado? Tan sólo por esto: porque crear con otros me enriquece.
Si uno tiene el tino de rodearse de colaboradores más talentosos que uno, lo que resulta de presentarles nuestra visión y recibir su feedback es infinitamente más rico que lo que uno había imaginado por las suyas. Me encanta crear un mundo a partir de la nada; pero disfruto tanto o más cuando la gente con la que me asocio ve cosas de ese mundo en las que yo mismo no había reparado, o me propone instancias superadoras. La idea original se espesa, adquiere texturas y sonoridades impensadas. Ya no se trata de una fantasía solipsista, sino de un universo compartido. Y ese juego es, al menos para mí, un placer irrenunciable. Jugar solo está muy bien, y jugar con otros ni qué hablar.
Me han preguntado una y mil veces qué prefiero, si la literatura o el cine. Suelo responder que esa pregunta equivale a preguntar si uno ama más a mamá o a papá. Uno los ama a los dos, y desearía no tener que prescindir de ninguno. Ese es mi caso, pues. Amo la libertad absoluta de la literatura. Y también amo crear con otros. Prescindir de alguna de estas disciplinas me convertiría en un sujeto más pobre.