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El negro literario de Alan García

Además de un excelente escritor, Óscar Collazos es un hombre con un admirable par de cojones, una de esas personas que parecen no comprender los límites de lo posible y que avanzan hacia las catástrofes con la ciega determinación de los ingenuos. Y luego, para colmo, lo hacen bien. Decidió ser escritor viniendo de una familia pobre y de una infancia sin libros. Y ahora es una voz literaria imprescindible de su generación. En 1989 se atrevió, tras veinte años de exilio europeo, a regresar a una Colombia criminalizada en la que prácticamente gobernaba Pablo Escobar. Y se niega a irse. Sus artículos de prensa le han valido amenazas de muerte. Y no deja de escribirlos ni de estar vivo, y para colmo, de tener sentido del humor. Pero eso lo sabe todo el mundo. A mí lo que me interesa de su pasado es el lado oscuro: Óscar Collazos era el negro literario de Alan García.

-En esa época –me dice-, Alan acababa de huir de Perú, perseguido por Fujimori, y se vino a Bogotá. Yo creo que sobre todo residía en París, pero tenía un apartamentito por acá. Y era muy amigo del ex presidente Belisario Betancur. Así que, cuando escribió sus memorias, le preguntó a él quién podía ayudarlo con el estilo. Y Betancur le dio mi nombre.

Collazos me mira con unos ojos pequeños y fijos que oscilan entre el escepticismo y la ironía. Es el tipo de persona que puede contar un chiste desternillante y quedarse serio, como si estuviese probándote, a ver si lo escuchas.

-Recuerdo el libro de Alan–le contesto-: El mundo de Maquiavelo. Pero no eran unas memorias, era como una novela más bien.
-Sí, pero contaba su historia. La mejor parte era su huida por los techos de Lima, descalzo y desesperado. Eso estaba bien narrado.

Esa fue la parte que yo leí. La revista Caretas publicó un extracto en que narraba la fuga nocturna y el abandono de sus amigos. Algo así como Scarlet O’Hara, justo antes de jurar que nunca más pasaría hambre. Sin embargo, lo que más me llamó la atención fue una cuestión de estilo. Se lo digo a Óscar:

-La prosa tenía juegos del lenguaje, y saltos de tiempo y perspectiva… ¿Por qué no simplemente contó sus recuerdos?
-Con un libro de memorias, cada dato puede ser contrastado y puede meterte en problemas. En cambio, con la ficción se puede jugar más.
-O sea, para poder mentir.
-Yo creo que era un poco mitómano, la verdad.
-¿Le descubriste mentiras?
-No, me refiero a que creía firmemente en una ficción épica sobre su propio personaje. Se veía a sí mismo como una especie de enviado para salvar al Perú. Literariamente, lo más difícil del trabajo fue depurar los excesos retóricos en los que ensalzaba las cualidades del protagonista.

El héroe de la novela se llamaba Alan García, pero la historia estaba contada en tercera persona, aunque a veces pasaba al monólogo interior. Era el tipo de recurso literario que caracterizaba a Vargas Llosa. En versión Alan, claro.

-¿Y te hiciste muy amigo de Alan?
-No, no intimamos. De hecho, sólo nos vimos tres veces. Yo le pedí que me diese el manuscrito y no me llamase en un mes, hasta que tuviese el trabajo terminado. Luego se lo di, y lo aprobó. Fue una relación correcta y de trabajo.
-¿Qué es lo que más recuerdas de él personalmente?
-Decía que era pobre. Me regateaba la tarifa cada vez que nos veíamos, quería pagarme menos. Pero creo que al libro luego le fue bien. Lo publicó Planeta y se tradujo a varios idiomas. Mejor, para ayudarlo en su pobreza.
-¿Sabes que ahora podría ser presidente?
-Claro, si lo eligiesen, me habría gustado pasar por allá a saludarlo. Pero supongo que, si publicas esto, me van a negar la visa al Perú. 

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8 de mayo de 2006
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Grandeur

Todavía hoy muchos franceses, sobre todo los agraviados, repiten incansablemente la palabra “Francia” en cuanto abren la boca y se refieren a ella como los catalanes cuando hablan de Cataluña, como un ser humano con sus hábitos, manías, amores, cóleras, deberes y demás adornos de los mortales, aunque con el paradójico sobreentendido de que la Patria es inmortal.

En Radio France hablaba esta mañana un ensayista cuyo nombre no he retenido y que utilizaba ese tonillo insoportable: “La France debe hacer esto y aquello por sus inmigrantes. La France tiene que pedir perdón por sus crímenes coloniales. La grandeza de la France la obliga a comprender a sus hijos árabes”. Y así sucesivamente.

Para distraer el asco, me fui a pasear por el soberbio hospital de los Inválidos, ese Escorial que Luis XIV ordenó edificar para dar asilo a sus soldados tullidos, una construcción severa, adornada tan sólo con cañones y bombardas, en cuya iglesia se encuentra la tumba de Napoleón como un escarabajo de pórfido finlandés en la celda fúnebre del faraón.

Si hay algo que queda lejos de la Francia actual es esa grandeza que utilizaba arteramente el quejica de la radio. Los cañones de Luis el Grande están magníficamente esculpidos, cubiertos de tritones, delfines, soles borbónicos, guirnaldas floreadas, parecen llevar borceguíes con hebilla de plata. Los cañones revolucionarios (quedan muy pocos) tienen el ascético aspecto de lo producido a toda prisa y con cuatro duros, son cañones sans culotte. Los cañones napoleónicos, los románticos cañones de la Grand Armée, de un verde aguamarina, ya han asumido la sobriedad burguesa y sólo las iniciales del Emperador decoran sus fustes. Los últimos cañones, los de la guerra moderna, son tan desnudos, eficaces, exactos e insípidos como un edificio de Gropius.

Nada queda de la Francia revolucionaria, nada queda de la Francia imperial, nada queda de la Grandeur, sólo la retórica barata del nacionalismo; unos tópicos que ya ni siquiera se atreve a utilizar la ultraderecha, pero que usan con todo desparpajo las almas bellas contra los franceses. Para que suelten la pasta, naturalmente.

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8 de mayo de 2006
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Pequeño Manifiesto de Odio al Hoy

Siempre detesté a Shirley McLaine. No me pregunten por qué: admito que la mujer actúa bien y que en su época dorada cantaba y bailaba con decoro, pero aún así la aborrezco desde que tengo uso de memoria. Me parecía una mujer amarga y resentida, lo que aquí solemos denominar un mal bicho; un juicio por completo infundado, lo asumo, pero no por ello menos real en el interior de mi cabeza. Lo sorprendente fue que hace algunos años me asignaron la responsabilidad de entrevistarla, y cuando me senté delante suyo no pasé de la segunda pregunta. Lo que ocurrió fue instantáneo, una reacción química en estado puro: nos detestamos tanto de manera recíproca (les juro que esto era evidente en ella, también), que me levanté y me fui. Nunca he hecho nada menos profesional en mi vida, y eso que he entrevistado a alguna gente memorable durante mi carrera periodística: Paul McCartney, Martin Scorsese, Julia Roberts, Madonna, Mick Jagger, Liza Minnelli, Sean Connery, Daniel Day Lewis, Arthur Miller… De ahí el asombro que siento cada vez que admito que existe algo que comparto con McLaine, aun cuando se trata del rasgo más insólito –quizás el único insólito- de su personalidad: la creencia en vidas pasadas.

No se asusten, no lo digo del todo en serio. Ella sí defiende esta creencia a capa y espada, ha llegado a editar varios libros al respecto que por supuesto no he leído: sostiene que todos hemos sido otros en siglos pretéritos, otras gentes, otras vidas. Por lo general yo me río de la superchería, y muy especialmente de la tendencia de esta gente a sostener que han sido personalidades célebres en tiempos remotos; nadie reivindica haber sido un campesino ruso o un esclavo etíope, por lo general afirman haber sido Cleopatra o Cromwell o Arquímedes. Pero a veces me descubro pensando que ciertas características mías (no me hagan decir cuáles) habrían sido más útiles en otros tiempos. Y en días como hoy me convenzo de que debo haber vivido en otros tiempos con mayor felicidad, porque detesto al mundo contemporáneo.

  Me encantaría haber vivido en tiempos más simples. Hacerme cargo de mi parcela de terreno, procurándole a mi familia el techo y el alimento, aun sabiendo que es posible que deba defenderla con las armas. Cambiaría todas las presuntas ventajas del mundo contemporáneo (en materia de medicamentos y de tecnología, por ejemplo) por la posibilidad de controlar mi vida un poco más de cerca, a pesar de que esto signifique vivir menos. El tiempo que la tecnología nos regala se pierde en millones de pequeños actos que, engarzados, suponen tan sólo un nuevo tipo de esclavitud. Vas a pagar una cuenta y te dicen que el billete es falso. Pagás con tarjeta y te dicen que la banda se desmagnetizó. Cargás el servicio a tu cuenta bancaria para que te lo debiten y descubrís que te debitan cosas que no esperabas. Querés renunciar a un servicio (de internet, o un gimnasio) y te encontrás con un montón de pegas sobre las que nadie te había informado cuando te inscribiste. ¿Qué la tecnología te ahorra tiempo? No me hagan reír…

El ordenador permite corregir de manera menos engorrosa que el papel, es verdad. Pero arrancar una página del cuaderno o de la Remington Rand no era tan grave; de hecho, la infinita mayoría de las obras fundamentales de la literatura y del teatro no han sido escritas con ordenadores. Lo cual me lleva a otro de los motivos por los que odio al mundo de hoy: vivo en un tiempo que da por sentado que las mejores novelas y los mejores dramas ya han sido escritos. No creo que Cervantes haya padecido este prejuicio. Ni Melville. Ni Dickens. Todos los grandes artistas tenían predecesores a los que querían superar, pero no se topaban a diario con gente que les decía que ni se molestasen. Buena parte de los escritores de hoy asumen el rol de comentadores, se contentan con trabajar en textos que funcionarían como un pie de página a los grandes de verdad. ¿Qué demonios pasó con la ambición creadora?

Ni siquiera puedo contentarme diciendo que la gente es más sofisticada. ¿Qué clase de sofisticación tiene una opinión pública que se traga con anzuelo y todo eso de que el terrorismo, con el islamismo como ideología, es el cuco de este tiempo? Es verdad que parte del planeta está en manos de regímenes más piadosos que las monarquías de antaño, o que las simples dictaduras. Pero tampoco podemos dar por sentado que se trata de conquistas inamovibles: estamos a tan sólo una conflagración nuclear, o una sequía, o una peste de distancia de regresar a los métodos de la Edad de Piedra.

En medio de este panorama, me queda el consuelo de saber que hay algo que me permitiría entenderme con Shirley McLaine. (¡A pesar de que hayamos sido enemigos acérrimos en otras vidas!) Es así: las posibilidades de sembrar concordia aparecen en las circunstancias más inesperadas.

Ya se los dije. Hoy tengo uno de esos días.

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5 de mayo de 2006
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SIMON LEYS

Cada mes la revista francesa Le magazine littéraire lleva dos columnas. Una, excelente, es firmada por Enrique Vila-Matas que demuestra que supera el conocimiento de la literatura francesa que tienen los propios franceses. La otra columna viene del otro lado del mundo. La firma Simon Leys, un profesor belga de literatura que vive en Australia. Su verdadero nombre es Pierre Ryckmans. Ha robado su pseudónimo a un héroe del novelista Victor Segalen. Es un autor extraño, un hombre mítico en muchos aspectos. Profesor de estudios y de idioma chinos escribe tanto en francés como en inglés y tiene una ironía, y también una transparencia en la escritura que lo establecen como una figura aparte entre los lectores que siguen sus pasiones.

Leys fue traducido al español en los años setenta cuando se dedicaba a escribir el contrario de lo que decían los maoístas en Francia. Por temor a ellos y a perder su visa para ir a China tuvo que esconderse detrás de su seudónimo para publicar ensayos que se llamaban Los trajes nuevos del presidente Mao y Sombras chinas. En estos libros se leía la verdad sobre China en aquella época: la “banda de los cuatro” era un hampa en el poder y la revolución cultural, una catástrofe con un sin número de muertos y de poblaciones desplazadas.

Desde entonces, he seguido a Ryckmans/Leys muy de cerca. Ha escrito sobre China, pero también sobre literatura y sobre el mar. Es difícil explicar por dónde va este autor. En 2003, por ejemplo, publicó un librito Les naufragés du Batavia (Los náufragos del Batavia) en la editorial Arlea. Es la historia de un milagro: trescientas personas que tenían que hundirse con el barco Batavia, en 1629, cerca de una isla de la costa australiana, llegan a salvo a tierra. Enseguida los sobrevivientes se dedican a hacer lo que la serie de televisión Lost muestra en el mundo entero: compartir la vida que les regaló la suerte. A pesar de hacerlo en un pequeño paraíso, se matan entre ellos a una velocidad tremenda. Es una historia real, basada en hechos, y, bajo la pluma de Leys, un relato encantador y realista.

Lo que más sorprende en Leys son los temas que le movilizan. Ha escrito una novela para imaginar qué habría pasado si Napoleón no hubiera muerto en Santa Helena; ha producido muchos ensayos literarios (Balzac, Simenon, Evelyn Waugh…); ha traducido al inglés Confucius y  al francés Two years before the mast de Richard Henry Dana, que es el mejor libro nunca publicado sobre el mar (existe en español bajo el título Dos años al pie del mástil). Entonces no me sorprende que la última columna de Leys trate de Joseph Conrad, que combina gran literatura y mar. Pero, al leerla, descubro lo que quizá había olvidado: Vladimir Nabokov odiaba a Conrad.

“Conrad es un escritor para escautismo” dijo Nabokov citado por Leys. La razón del odio: Dimitri, el abuelo de Nabokov, había reprimido en 1862 un levantamiento polaco que tenía entre sus responsables al propio padre de Conrad.  Casi toda la familia cercana a Conrad fue asesinada por las tropas de Dimitri Nabokov. Su nieto no soportaba la denuncia hecha por el escritor polaco de la barbarie rusa personalizada por un antepasado de su familia. Al leer esto he vuelto en seguida a los famosos cursos de literatura de Vladimir Nabokov. Capítulo sobre Dostoievski. Cito: “Dostoievski no es un gran escritor, más bien un autor mediocre…”. Y esta vez, tenemos que recordar que no fue el abuelo sino el tío bisabuelo de Vladimir Nabokov, quien fue encargado de la investigación sobre Dostoievski cuando este tramaba un complot contra el zar. Después, fue el jefe de la fortaleza Pedro y Pabo donde Dostoievski quedó detenido. Otra vez, Vladimir Nabokov no sabía cómo asumir un antepasado carcelario.

A pesar de huir a Rusia, el padre de Lolita tuvo que asumir, y no sabía cómo, la carga de una familia que participó en el absolutismo del poder del zar. Lo hizo, cuando se trataba de literatura, con unos odios que llegan al ridículo. Basta recordar las cuatro categorías que utilizó para clasificar a los personajes de Dostoievski: epilepsia, demencia senil, histeria, psicópatas. No voy a seguir así, contando lo que me provocó la lectura de la columna de Simon Leys: es un autor maravilloso, de los que abren las puertas escondidas en nuestras bibliotecas.

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5 de mayo de 2006
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Las cartas de Evo

Durante la toma de posesión de Evo Morales, en enero de este año, miles de campesinos bolivianos desfilaron por las calles de La Paz celebrando su triunfo. Entre ellos, recuerdo a una anciana, que me contó que era la primera vez que iba a la capital y que, de hecho, jamás en toda su vida había salido de su pueblo en el Altiplano. La señora, además, era analfabeta, de modo que tampoco podía leer periódicos ni libros. Pero cuando le pregunté por qué había votado por Evo, ella respondió con seguridad:

-Por la nacionalización de los hidrocarburos.

La nacionalización de los recursos naturales constituyó precisamente el eje de la protesta contra Sánchez de Lozada que desembocó en el triunfo electoral del MAS. Como tal, se convirtió en la demanda emblemática de unas bases cuya calidad de vida no ha mejorado con la liberalización económica. Ahora bien ¿Es la nacionalización una alternativa viable o los bolivianos se condenan a sí mismos a la miseria? ¿Está Bolivia repitiendo irracionalmente modelos caducos? ¿Responde Morales a una demanda popular apasionada e insensata?

Las respuestas a estas preguntas –siempre contradictorias y extremas- suelen mostrarnos más el sesgo ideológico de los analistas que la realidad en el terreno. Pero los políticos actúan sobre la base de cálculos bastante pragmáticos y, sólo en segundo lugar, empuñan la ideología para justificarlos en público. Y Evo ha demostrado varias veces que no es la excepción. Imaginemos que ese es el caso y tratemos de dilucidar con qué cartas juega.

Morales cuenta con el altísimo precio de la energía, precio que se incrementará con la nacionalización. Con el valor del gas y el petróleo inflamados, calcula que puede sacar una tajada mayor de esos recursos de la que, hasta ahora, le han ofrecido las transnacionales en las negociaciones. Debe suponer que el beneficio que les ofrezca a las empresas seguirá resultándoles demasiado interesante como para irse. O que, en el escenario extremo de no llegar a un acuerdo, la tecnología y capacitación para la extracción puede ser provista por algún socio. Cabe suponer que ese socio es Chávez, con quien ahora forma el bloque de reservas energéticas más poderoso del continente.

El eje económico Castro/Chávez al que se añade Morales es también una apuesta política costosa pero efectiva. Los médicos y profesores que aporta el cubano constituyen la base de la popularidad de Chávez entre los venezolanos sin recursos. Escapar del modelo económico de oferta y demanda permite subvencionar servicios y alimentos. Evidentemente, ese sistema sólo se podrá mantener mientras la energía siga cara. Morales apuesta a que así será. Y colaborará con eso. 

Sin embargo, las consecuencias internacionales de ese eje van mucho más allá. La intención de Chávez al abandonar la CAN –y llevarse consigo a Bolivia- no fue integrarse en el Mercosur, sino adueñarse de él rivalizando con los grandes. Entre los intereses afectados por la nacionalización boliviana está la empresa brasileña Petrobras. Tanto Lula como Kirchner han protestado por la reunión de Evo y Chávez con sus socios pequeños, Paraguay y Uruguay. La ambición de Chávez es descarada, pero lo cierto es que no te puedes pelear con el que reparte la gasolina. Al menos, no si quieres desarrollo industrial. La construcción de gaseoductos y oleoductos en la región creará un sistema circulatorio cuyo corazón estará en Caracas.

En un año de procesos electorales marcado por el descontento contra la economía liberal, se constituyen dos distintas alternativas para América Latina: la respetuosa socialdemocracia de Chile, Brasil o Uruguay, y la agresiva izquierda antisistema de Venezuela y Bolivia. Desde luego, la partida sigue abierta. Pieza clave en el equilibrio regional será México, cuyas reservas de petróleo estatal y cuya vecindad con EE. UU.  darán al nuevo gobierno el voto dirimente entre los dos modelos rivales.

El Perú, por supuesto, no es ajeno al juego. La pelea con Venezuela de las últimas semanas ha definido las posiciones, por si aún no lo estaban. De cara al exterior, García se presentará como el candidato de la socialdemocracia y Ollanta como el antisistema, jugando, por ejemplo, la previsible carta de los yacimientos de Camisea. En la segunda vuelta electoral, el eje de la confrontación traduce el dilema central de América Latina: si es posible redistribuir la riqueza dentro de las reglas del juego o hay que patear el tablero.

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5 de mayo de 2006
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Más música maestro

Lo mejor de la última película de Spike Lee (The Man Inside) no es la película, aunque supera con creces sus anteriores intentos de combinar una gota de sociología con el lenguaje macho que (según afirma) le permite exponer una cierta reflexión política a sus hermanos de los barrios criminales.

Será mejor que lo traduzca.

Spike Lee dice tener como propósito artístico consciente la construcción de un lenguaje que sea accesible para las gentes pobres y criminalizadas de los barrios negros americanos, a los que desea abrir los ojos. Con este propósito moralizante justifica dos acciones contrarias: se gana la voluntad del público blanco, culto y políticamente correcto, al tiempo que se permite facilidades comerciales que el público blanco y culto condenaría en cualquier otro artista. Eso es nadar y guardar la ropa con estilo.

Por esta razón el cine de Spike Lee a mi me ha sonado siempre lejanamente a cine español. Un cine que pretende ser ideológico, pero sólo para ocultar la codicia del taquillazo. La diferencia es que la parte comercial de Spike Lee cuenta con la mejor industria cinematográfica del mundo, de modo que sus películas son tan espléndidamente comerciales como casi todo el cine americano. En tanto que el cine español que dice no querer ser comercial, en efecto, no lo es, pero no porque no quiera.

Sin embargo, lo mejor de la última película de Spike Lee, como iba diciendo, es la canción con la que se inicia y termina. No figura en los principales títulos de crédito, donde la música viene firmada por el habitual (y gris) Terence Blanchard. Sólo se la menciona al final y en letra pequeña. Es la potente Chaiyya Chaiyya Bollywood Joint del prolífico A.R. Rahman, un tema que viene de la película Dil Se, de 1998, adaptado a hip-hop por el grupo Punjabi MC. Chaiyya había sido ya un éxito en India. También en DVD: lo bailaban los actores y comparsas del film en el techo de un tren a toda velocidad. Lo pasan en los pub ingleses a todas horas.

¿Por qué lo ha ocultado Spike Lee? ¿Había razones de copyright? ¿Motivos económicos? Sin embargo, ponerla como portada y colofón de su película la ha convertido en un artículo de culto que se está copiando por millones a través de Internet.

La teoría de la sospecha me inclina a pensar que Lee ha tratado con discreción a Rahman porque conoce a su gente y sabe que los hindúes son execrados por los racistas negros (la película se permite una escena burlesca sobre el turbante de un sigh), aunque me temo que los racistas negros no son fanáticos de Spike Lee.

No lo sé. Espero equivocarme. En todo caso, A.R. Rahman le debe el mejor lanzamiento que puede desear cualquier músico del tercer mundo.

El original está aquí.

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5 de mayo de 2006
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La Academia de los Menospreciados

Volví a ver Manhattan el otro día y me quedé enganchado con la Academia de los Sobrevaluados que inventan los personajes de Diane Keaton y Michael Murphy para burlarse de aquellos consagrados de la cultura a quienes consideran indignos de semejantes laureles: gente como Mahler y Van Gogh, por ejemplo. Woody Allen utiliza esta Academia ficticia para burlarse a su vez de los snobs interpretados por Keaton y Murphy. (Es gracioso cuando se mofa de la forma en que ella dice Van Gogh: “¡Van Goj…!”)  Quizás debido a mi alma de defensor de pobres y minusválidos, me quedé pensando a quién incluiría en una Academia de los Menospreciados, que agruparía a aquellos artistas que nunca han gozado de las mieles del éxito o recibido una atención acorde a sus méritos.

Habría que definir los términos de la membresía. En primer lugar deberían figurar aquellos artistas que a pesar de contar con un mínimo reconocimiento crítico y de público, se ven obligados a encarar cada nuevo trabajo como si fuese el último porque nunca saben si volverán a darles una oportunidad. Gente como Lloyd Cole, que siempre ha volado debajo del radar de la percepción masiva y que quizás encuentre problemas para financiar cada nuevo disco. Hace un tiempo atrás hubiese incluido aquí a David Cronenberg, pero el canadiense parece haber resucitado crítica y comercialmente con A History of Violence. (Que no me gustó, dicho sea de paso, a pesar de tanta alharaca.) También pienso en Richard Price, que ha escrito novelas magníficas como Clockers pero nunca termina de consagrarse públicamente. (Quizás no lo tomen del todo en serio porque tiene la osadía de escribir guiones de cine, además: qué caradura.)

Pero también sería justo incluir a aquellos que han obtenido éxito popular a pesar de que la crítica los maltrata contínuamente: Jim Carrey, por ejemplo. Yo entiendo que ha hecho películas olvidables, pero si al tipo lo han convocado Michel Gondry, Frank Darabont y ahora Tim Burton debe ser porque algo tiene, ¿no les parece? O gente como Daniel Handler, el autor de los libros de Lemony Snicket. (Dicho sea de paso, la película sobre el primero de los libros, en la que actuaba Jim Carrey, debió tener y no tuvo el éxito que hoy tienen tantas porquerías animadas que no son de Pixar: era buena de verdad.) Ahora que Handler publicó Adverbs, su primer libro para adultos desde el éxito de Lemony Snicket, la crítica le frunció la jeta como si dijese: “Mejor que siga dedicándose a los libros infantiles”. ¡Si Handler ya era un gran escritor gracias a los libros infantiles!

Y también debería contar con un ala honorífica, que reúna a aquellos que quizás conocieron la fama y el prestigio en vida, pero que hoy han sido casi olvidados dado que la moda privilegia en este tiempo a otra clase de artistas. Pienso que habría que reinvindicar a Emilio Salgari, por ejemplo. Y a Hugo Pratt. ¡Y al soberbio David Lean, el director de Lawrence de Arabia y de El puente sobre el río Kwai!  (Un cineasta que de seguir vivo debería dedicarse a otra cosa, porque ya no se pueden hacer películas épicas con complejidad psicológica y política; hoy los grandes presupuestos demandan personajes pavotes y unidimensionales).

Tal como ven, sería una Academia multitudinaria.

Y ustedes, ¿a quién incluirían?

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4 de mayo de 2006
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El ejecutivo

He conocido a un ejecutivo petrolero. Es uno de esos hombres que de sólo verlos sabes que viaja en Business Class: la mirada de seguridad, la corbata de seda, el porte de quien maneja mucho dinero y a mucha gente. Como cuando bebo me pongo de izquierdas, me he acercado a reprocharle el hambre en el mundo. O en particular, en América Latina, su territorio. He barajado un par de abordajes, y al final he puesto el rictus justiciero pero también la mirada irónica. Y le he dicho:

-¿Y cómo les va con Hugo Chávez?
-Genial. No molesta para nada.

No esperaba esa respuesta. Me pregunto cuándo va a soltar la previsible andanada de insultos y carajos.

-¿Cómo que no?
-Tiene un montón de dinero del petróleo y hace proyectos de asistencia social. Pero con nosotros no se ha metido. Chávez ha convencido a todo el mundo de que ha hecho grandes cambios, pero la estructura de la propiedad sigue igual.

Trato de ir por otro lado, a ver si encuentro la revolución por alguna parte.

-Pero Evo, por ejemplo, detuvo a dos ejecutivos de Repsol hace poco.
-Sí, para fastidiar.

En este momento, el ejecutivo se sirve un canapé de queso. Yo me angustio:

-¿Pero ellos contrabandearon o no?
-Sí, pero con permiso. Se les vencía la licencia y la renovación tomaba veinte días. Pidieron no dejar de vender a las refinerías en ese lapso y el estado aceptó. De repente, un juez llamó a la compañía y dijo que le había llegado una orden de detención, y que si quería seguir siendo juez, tenía que firmarla. Por eso desaparecieron por un tiempo. Cuando Repsol aclaró las cosas con Evo, se entregaron. Aún así, los detuvieron incumpliendo acuerdos verbales. Pero poco a poco, van cumpliendo. Es una demostración de fuerza pero no van a condenar a esos dos, está claro.   
-¿Es necesaria esa demostración?

Aquí, el ejecutivo se come dos bocaditos de queso, para pensarlo bien.

-El precio del petróleo está muy alto –dice al fin-. El margen que deja es bastante. Y también es capital político. Chávez regala petróleo a Cuba, pero con eso sostiene a los médicos y profesores que le dan popularidad. En el plano internacional, su petróleo barato lo hace imprescindible para los países más industrializados de la región. Evidentemente, quiere ampliar su margen en detrimento de las empresas privadas. Lo mismo Evo. Es lógico. Es rentable por donde lo mires.
-¿Y ustedes no están furiosos?
-Lo damos por sentado. Forma parte de un estado soberano. En España, los hidrocarburos también son del estado. En Chile, el cobre, principal recurso natural, es del estado. Los operadores privados tenemos en nuestros contratos cláusulas que fijan nuestra participación según un “beneficio razonable”. Los abogados odian esa cláusula porque es interpretable. Pero es la que nos deja las manos libres para llegar a acuerdos. Si se gana demasiado dinero, el estado querrá más. Si se gana poco, necesitará más inversión privada. Ahora el petróleo está caro y sabemos que debemos ceder. Luego, el precio bajará, y nos pedirán que entremos. Eso se llama negociar. Y se hace siempre.
-No puede ser ¿Y todo el follón que hay montado con Chávez y sus cosas?
-Eso es política. Evidentemente, a los americanos no les hace gracia que un tipo que se pasa la vida insultándolos tenga un montón de petróleo. Pero no tiene que ver con sus acciones concretas. Es sólo política.

El ejecutivo se entrega a sus canapés de queso, y yo me quedo pensando que no se puede ser tan de izquierda con gente tan centrada. Pero que así tampoco se puede discutir rabiosamente, que es lo que nos divierte.    

Y sin embargo, luego me despierto con la noticia de que Evo Morales nacionaliza los hidrocarburos y ofrece seis meses a los empresarios para negociar o largarse de Bolivia. Imagino que a mi amigo el ejecutivo se le han atragantado los bocaditos de queso. Debo confesar que mi desayuno ha corrido la misma suerte.

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4 de mayo de 2006
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Dime la verdad

Gracias a Xoan M. Carreira he podido leer el artículo de José A. Tapia titulado “Cien años de Shostakovich” que se publicó en mundoclasico.com el 28 de abril pasado. Tiene toda la razón: el comercio mundial ha elegido a Mozart para celebrar el centenario que toca este año porque no sabe qué hacer con Shostakovich de quien también es el centenario.

Tapia insiste en algo cada día más evidente pero que a mi me ha costado la befa de varios bobos solemnes: la música del siglo XXI no obedece a los mandos. Debería haber seguido la pista abierta por Schoenberg pero está cada vez más cerca de la de Shostakovich. Los ancianos profetas que aún llevan crisantemos a la tumba de Adorno y queman incienso en el altar de Boulez, lo tienen crudo.

Va a ser divertido, porque en países con escasa nervadura cultural, como España, todos los cargos administrativos y todos los prebendados oficiales pertenecen a la cuerda post-viena y post-darmstad. Una ruina.

Lo interesante del artículo de Tapia, sin embargo, no es el aspecto ultra académico de los músicos con plaza, sino la figura crecientemente enigmática de Shostakovich. El compositor ruso, como las muñecas que han hecho famoso a su país, va saliendo cada año de un Shostakovich anterior un poco más amplio. Al tiempo que reduce su tamaño, se oscurece su figura.

Hay un primer Shostakovich vanguardista, ultramoderno y bolchevique, a quien Stalin descalabra de dos collejas por enemigo del pueblo. Viene luego un Shostakovich que trata de ganarse a los funcionarios comunistas con obras dedicadas a la heroicidad de proletariado, sin ningún éxito. Inesperadamente, durante la guerra mundial las sinfonías que celebran los triunfos rusos sobre los ejércitos alemanes cruzan el Atlántico y son recibidas en EEUU como la gran música de los aliados europeos. Bernstein, sobre todo, lo convierte en un símbolo del triunfo democrático. De poco le sirve, porque las chinches del Partido siguen chupándole la sangre y es cuando Shostakovich compone sus obras más geniales y desoladas. Luego, cuando está a punto de conseguir la celebridad, se muere.

Y una vez muerto viene lo mejor, porque gracias a un falsario llamado Volkov (ensayista tipo Ramonet), aparece un Shostakovich anticomunista en perpetua conspiración contra Stalin, alguien que estuvo del lado de los Soljenitsin y los Sakharov y cuyas composiciones están trufadas de panfletos cifrados contra el sátrapa. Nada más falso, pero muy conveniente para escribir programas de concierto y contraportadas de CD.

En la actualidad, la mitad de la crítica afirma que Shostakovich fue un héroe de la resistencia y la otra mitad que fue un pobre hombre que se adaptó cobardemente y como pudo a un régimen genocida. Lo cual es de todo punto admisible y no afecta en absoluto a la calidad de su obra, sin duda una de las más duraderas del siglo XX.

La música tiene esa peculiaridad: puede ser verdadera, pero no por eso dice la verdad.

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4 de mayo de 2006
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HISPANOS DEL NORTE Y DEL SUR

Voy a pisar un poco el terreno de Héctor Feliciano, pero no puedo eludir el tema: el “día sin inmigrantes” que tuvo lugar el lunes pasado en EE. UU. Un estudio financiado por la Fundación Pew establece entre 11 y 12 millones el número de inmigrantes que no tienen papeles en el país. Son indocumentados, lo que quiere decir que su vida se desarrolla meramente en el terreno económico: consumir y trabajar es lo único que se les otorga de manera oficiosa; repito: lo único.

Entonces no fue una sorpresa descubrir las reacciones negativas, incluida la del presidente Bush, a la versión en español del himno americano que han grabado estrellas latinas en EE. UU. La mayoría de los inmigrantes son latinos y, al intentar poner su marca en el cuadro cívico y político, estos “importados” del sur salieron de lo que es una especie de reserva de indios. No pueden olvidar que los padres de la constitución americana, aunque fue por la  diferencia de solo un voto, decidieron escoger el inglés en lugar del alemán como idioma oficial al final del siglo XVIII.

Con sumo respeto por Carlos Ponce, Gloria Trevi o Tito El Bambino, quienes intentaron aquella anexión por las letras de una música sagrada, creo que se equivocaron por completo. No hay que intentar conquistar lo que los latinos ya tienen. Habría que ser ciego para no entender lo que está pasando con la administración de Bush: hay una desaparición creciente de lo que fue la identidad política de un país yankee, blanco, de religión católica y reformista. EE. UU se parecen cada día más a sus vecinos del sur. La semana pasada el semanal The New Yorker describía la situación del país como una “South Americanization” de la cultura política en el norte de la frontera con México. Irresponsabilidad frente a la finanzas públicas, desigualdades crecientes, corrupción tapada por una retórica populista, utilización de la “guerra sucia” por servicios secretos y comportamientos dinásticos de los responsables políticos: todas las enfermedades que se denuncia sin parar y con razón en muchos países de América Latina se notan ahora en Washington.

Aquella observación del New Yorker da mucho para pensar. Pero los que creen, como tantos intelectuales franceses, que todo vale para oponerse a EE. UU tienen que mantener una visión equilibrada. Otro artículo que me llegó ayer, por Internet, basta para recordarlo. Es el relato de la escritora Zoé Valdés sobre su reciente visita a Santo Domingo. Vemos lo que los adversarios obsesionados de EE. UU, en este caso unos castristas, hacen al sur de la misma frontera, cuando se trata de un derecho político fundamental, la libertad de expresión. No es costumbre mía reproducir un artículo. Pero vale la pena leer éste, que copio abajo, aunque Zoé es amiga mía (y entonces se puede sospechar de favoritismo).

PS: se puede encontrar un eco de la movilización cubana en contra de Zoé Valdés leyendo el artículo que publicó el embajador cubano en Santo Domingo, Omar Córdoba Rivas, en primera página de El Nacional de Santo Domingo. Para entender que se trata de un funcionario en pleno acto de propaganda, basta leer lo que dice de Cabrera Infante, que supuestamente se publica en Cuba. Fue víctima de la censura y las autoridades no se atrevieron ni a anunciar su muerte. Siempre volvemos a la misma pregunta: ¿Por qué a tantos intelectuales les gusta repetir mentiras comunistas ahora que sabemos la verdad sobre estos regímenes?

MI FERIA DEL LIBRO DOMINICANA.
Entre los días 24, 25 y 26 de abril yo debía asistir y asistí a la Feria del Libro de Santo Domingo, la más grande de América Latina, y una de las más grandes del mundo. Los organizadores me habían invitado desde hacía casi medio año, y el intercambio de informaciones había sido la normal que se establece entre una feria y sus invitados. Una amiga me había dicho que lo de Cuba con su feria del libro era una mentira más del castrismo, igual lo de los precios bajos de los libros. La feria del libro dominicana, añadió, goza de una popularidad sin precedentes, los precios de los libros son bajos, y los libros no están censurados, lo que sí ocurre en Cuba.

Yo debía asistir a Miami a la presentación del libro Cuba: Intrahistoria. Una lucha sin tregua, memorias del Doctor Rafael Díaz-Balart, y organicé mi desplazamiento desde París, de tal manera que se pudieran combinar ambos eventos. Así fue. En Miami todo ocurrió como lo previsto, sin embargo, a punto de tomar el avión para Santo Domingo, me llama a mi teléfono celular, el poeta Raúl Rivero, que se había enterado a través de un periodista (no puedo citar su nombre) que algo se orquestaba en mi contra allá en Santo Domingo, que tuviera mucho cuidado porque las hordas castristas me estarían esperando en la capital de República Dominicana para impedir que yo impartiera mi conferencia, cuyo título era: Cuba: ficción y realidad en la obra de Zoé Valdés. Los que se dedicarían a dirigir esta operación, continuó Raúl Rivero, serían los funcionarios castristas López-Sacha y Carlos Martí. Yo no conocía a nadie en Santo Domingo, hice un par de llamadas al congresista cubano-americano Lincoln Díaz-Balart y a Oscar Haza, y enseguida supe que podía contar con personas honestas que me brindarían su apoyo, una de ellas el diputado Pelegrín Castillo. Otras no las cito aquí para no entregar sus nombres a la embajada cubana en la isla caribeña, y para evitar de este modo las posibles represalias en su contra. Yo pensaba que las agresiones se limitarían a las injurias y gritería a las que nos tienen casi habituados los revienta-conferencias de escritores exiliados, pero nada más lejos de lo que allí se urdía. Los esbirros asalariados de la dictadura se organizaron con un plan más potente. Contaré paso a paso lo que me sucedió y lo que logré averiguar de sus preparativos:

Me acompañaba en este viaje mi amiga, Enaida Unzueta, galerista de Miami. Ella conoce Santo Domingo como la palma de su mano, y adora a este pequeño país. En el avión íbamos conversando sobre los posibles sitios a visitar. En dos ocasiones, una mujer primero, luego un hombre, supuestos viajeros, se me acercaron para preguntarme si yo era la escritora cubana. Dije que sí la primera vez, pero en la segunda ocasión, un poco mosqueada, negué que fuese yo.

Al emerger del avión nos estaban esperando un guardaespaldas armado hasta los dientes, aunque discretamente el arma se le notaba por debajo del traje, y un edecán de la feria. También llegó una señora, enviada por el diputado Castillo, para ofrecernos su protección. Se me hizo el primer nudo en el estómago, “la cosa me huele mal”, comenté con Enaida. Nos sacaron por el Salón de los Embajadores, y de ahí atravesamos pasillos pocos frecuentados por los viajeros comunes hasta una salida segura, nos introdujimos en un automóvil de alta seguridad. Llegamos al hotel Intercontinental V Centenario, frente al Malecón, el mar estaba revuelto, pero aún así bellísimo.

Recibí una llamada del escritor Avelino Stanley, sub-secretario de Estado para la Cultura, me dice que necesitaría hablar conmigo con urgencia. Nos citamos para las tres y treinta de la tarde, era alrededor de la una. Tuve sólo el tiempo de instalarme en la habitación, de comer algo, y acudí a la cita en el restaurante del hotel. Lo acompañaban su esposa, y el escritor Marino Berigüete, autor de varias novelas, entre ellas una reveladora, El Plan Trujillo, editada por la editorial Norma, quien es además un político de mucho prestigio en su país, a los veintiséis años ya había sido Ministro del presidente Balaguer. Me explicaron brevemente cómo se desarrollaría mi actividad en la feria, limitándose sólo a eso. Pedí que me confirmaran sobre las amenazas recibidas por parte de la dictadura cubana a mi persona. Todas eran ciertas, respondió Avelino Stanley, pero aseguró que ellos controlaban la situación y que no me sucedería nada. Le recordé que semanas atrás Raúl Rivero no había podido impartir su conferencia en la universidad de Sevilla. Asintieron con la cabeza, se hizo un silencio que se podía cortar con una tijera. Marino Berigüete fue quien lo cortó, hablándonos de una posible escapada al día siguiente a Los Altos de Chavón, ciudad dedicada a los artistas. No estaba tan segura de que debíamos irnos con él, pensé, por la noche tendría la conferencia y deseaba llegar puntual. Al mismo tiempo, como acababa de conocerlos, ninguno de ellos me inspiraba confianza, aunque me comporté de manera natural, pero no sería la primera vez que ante situaciones como estas los organizadores de una feria y los políticos me dejan descolgada y a la merced de la violencia de los sátrapas castristas; me ha sucedido en varias ocasiones. Entre cuidarme y mantener relaciones con el gobierno cubano, desde luego que algunos han preferido lo segundo. Esta vez me equivoqué, por suerte.

Dos guardaespaldas me seguían a todas partes, hasta para entrar en mi habitación, puesto que en el hotel se hallaban hospedados miembros de la delegación cubana que participaba en la feria. Recibí dos llamadas en mi móvil, una de un periodista dominicano (tampoco citaré su nombre para no acarrearle problemas, el brazo de Fidel Castro es demasiado largo), deseaba entrevistarme y me dio la bienvenida, “a tu segundo país”, y me emocioné, porque es cierto que desde llegué este país me recuerda muchísimo al mío, huele igual, y la gente se parece también, aunque sin la amargura y el cinismo que ha sembrado el castrismo en el alma de los cubanos. La otra llamada resultó ser una amenaza: “Puta, te vamos a romper la cara”. No sentí miedo, pero pienso en mi hija, en mi familia. Llegué a la inauguración, atravesamos siempre con los guardaespaldas y con Marino Berigüete el tapiz de las letras, en lugar de un tapiz rojo, han colocado un tapiz con frases de escritores. Estreché la mano del Ministro de Cultura y me halagó, dice estar muy contento de mi presencia, agregó que soy muy querida en su país, esto lo reitera con mucho énfasis y bien alto. Sé que de este modo está pasando su mensaje a todos aquellos que se encuentran escuchando a una distancia considerable de nosotros.

Se inició el acto de inauguración, y a la hora de presentarme, el joven locutor se refiere a mí como escritora canadiense, o sea ni siquiera anuncia mis segundas nacionalidades, española y francesa. Resulta que el embajador de Cuba, el coronel del ministerio del interior Omar Córdova Rivas, ha pedido que no me presenten como lo que soy, escritora cubana.

Al día siguiente nos vamos a Los Altos de Chavón con Marino Berigüete, en el camino vamos escuchando música caribeña, Juan Luis Guerra, Armando Manzanero. No se me quita el dolor en la boca del estómago, estoy preocupada. Marino Berigüete es un hombre culto, que nos habla con mucho amor de su país y del mío, que nos enseña los lugares e intenta distraernos. Sigo preguntándole preocupada por lo que irá a suceder esa noche en la lectura. Suceda lo que suceda, asegura Marino, “no te harán daño”. Los Altos de Chavón es un sitio de ensueño. Advierto que él hace un par de llamadas para cerciorarse de que la entrada será por una puerta secreta del teatro, que la sala de la lectura será revisada antes de que yo llegue, que no falle ningún detalle. Avelino Stanley llama para confirmarme que él estará conmigo todo el tiempo.

Salimos del hotel con el doble de la seguridad, en tres autos. Al llegar a la feria entramos por una puerta rodeada de policías, se sube al auto un joven que actúa con la energía del militar con una orden específica a cumplir. Dos cordones de policía me rodean, delante va mi custodia personal. Subimos en un ascensor sólo para el personal de servicio del teatro, y del ascensor vamos directo a la sala de lectura. Me informan que afuera están reunidos unos cien castristas, la mayoría visten camisetas negras con la cara de Hugo Chávez al frente y por detrás se puede leer: “Patria o muerte”. O sea, para despistar ahora no aparece la cara de Castro por ninguna parte, pero el lema de “Patria o muerte” es su sello personal, desde esa mañana han estado lanzando volantes con mensajes injuriosos en mi contra, y mentiras.

Empezó el acto, la sala estaba repleta, advierto a los periodistas y fotógrafos a un lado. En la mesa nos encontrábamos Marino Berigüete, Alejandro Arvelo, director de la feria, yo, Avelino Stanley, y el periodista cubano Camilo Venegas, quien leyó sus palabras de presentación. Empecé mi lectura de poemas, canté la canción de Ricardo Vega Fábula del viejo cordero, termino con el poema Ficha del poeta y periodista, preso en Cuba, Ricardo González Alfonso. Hago un breve bosquejo de mi obra en relación al tema convenido. Hablo del cruel asesinato por parte de Castro de los doce niños y sus familiares, 75 personas en total, que se querían ir del país en el remolcador Trece de marzo, en el año 1994. Me detengo en el fusilamiento de los tres jóvenes negros que en el 2003 querían abandonar el país, también en una lancha de pasajeros. Explico mi relación con el periodismo y con los periodistas agredidos en el mundo entero, ya sea en Irak o en Cuba. Me da tiempo a comentar mis gustos literarios. Pero no ha sido fácil, entre los asistentes hay enviados especiales, uno específicamente se levantó a hacerme una pregunta sobre aquel famoso artículo que publiqué en El País cuando la visita del Papa Wojtila a Cuba, ahí empata con mi artículo de las caricaturas de El Mundo, cuestionó seguidamente mi posición religiosa, tiran por ahí para ponerme al público, en un país muy creyente, en mi contra. Tengo que imponerme para que se calle y me permita responder en orden; lo consigo. El hombre comentó que se sentía vulnerado, que le estaban violando sus derechos, le respondo que vulnerado se sentiría si hubiese querido hacer esas mismas preguntas en Cuba y Castro no lo hubiese dejado, el hombre continúa en un cacareo programado, robotizado. Ya desde que leía mis poemas se escuchaba un escándalo tremendo abajo, las puertas de la sala habían sido cerradas a cal y canto, guardias de seguridad por dentro y por fuera. El escándalo se fue haciendo más cercano, empujaron la puerta, a patada limpia, se oyó una gritería, golpes, forcejeos violentos. La puerta finalmente fue violentada, la abrieron a golpe limpio, los guardias de afuera se enfrentan a las hordas castristas. Los de adentro resistieron y cerraron nuevamente la puerta. Avelino Stanley pregunta si alguien más tiene algo que decir, empieza un hombre a escandalizar e insultarme, Stanley da por terminada la conferencia. De todos modos ya llevábamos más del tiempo previsto para mi conferencia. Yo fui a eso, a leer, a dar mis puntos de vista, y lo hice, no pudieron callarme. Pero pude cumplir mi objetivo gracias a los dominicanos, sin su apoyo me hubieran agredido físicamente, sin su apoyo, me hubiera pasado lo que casi al mismo tiempo le hacían a Marta Beatriz Roque en La Habana, entraron en su casa, la arrastraron, la golpearon en la cara.

Me marché de la sala con dos cordones de policía a cada lado, mis guardaespaldas, y más policías por delante. Enviaron un señuelo antes, con la cara tapada por una chaqueta, para despistar a los amotinados delante del teatro, que insultaban y apedreaban, sin saberlo, a la esposa del mismo Avelino Stanley. El auto en el que iba va blindado por dentro y por fuera, cuatro policías cubren las ventanillas con sus cuerpos, hasta que salimos a un tramo de calle lejano de la feria.

El único que no dijo ni pío fue el apocado director de la feria. Al día siguiente en los periódicos dio su punto de vista pasado por agua, junto al suyo estaba el del agregado cultural de la embajada cubana, negando por supuesto, que ellos fuesen los culpables del desorden y de las agresiones. Entre los desorganizadores del evento se encontraban el acérrimo comunista formateado en Cuba, Praedes Olivero Féliz, Emilio Galván de Brigadas de Abril, entre otros conocidos castristas. Todos ellos apuntaban, como no podía ser de otra manera, que la feria los había censurado, vapuleado, etc. Ya sabemos que los comuñangas son maestros en virar la tortilla.

Yo ahora, en París, recuerdo todo esto con tranquilidad. Repito, no tuve ni tengo miedo, pero qué manera de enturbiarnos la vida esta gentuza. Así y todo, pude conocer una parte hermosísima del país. Boca Marina, La Romana, Los Altos de Chavón. Almorcé con un grupo de exiliados, abracé a periodistas cubanos muy valientes. Bebí cerveza Presidente y buen vino Saint-Emilión, en exquisitos restaurantes, saboree el riquísimo mofongo. Disfruté del mar color turquesa, ese mar caribeño tan perfumado. Estoy ahora leyendo a escritores dominicanos excepcionales. Fui a lo que iba y lo hice, dar mi conferencia. Una pena que no pude visitar y caminar libremente por la feria, donde los estantes de Cuba son numerosos, desde luego todos enarbolan inmensos retratos de Fidel Castro, y exhiben los libros oficialistas de la dictadura. Me cuenta una cubana exiliada que se acercó para preguntar si los afiches de Castro los vendían con los dardos; una de las jóvenes cubanas que atendía el stand disimuló una sonrisa.

Zoé Valdés. Abril del 2006.

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4 de mayo de 2006
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