Jean-François Fogel
Los informantes, de Juan Gabriel Vásquez, es una novela que debería ser francesa. No ha sido traducida al francés, cuenta una historia ubicada en Colombia, pero se dedica a un rasgo fundamental del comportamiento público en Francia: la denuncia de un vecino, un amigo o un pariente a las autoridades. Sin buscar más lejos, el caso «Clearstream» que puso hace poco en el suelo la popularidad del primer ministro Dominique de Villepin, es un caso de denuncia falsa, hecha por un amigo de Villepin y con la ayuda de este, sobre el actual ministro de interior, Nicolas Sarkozy, quien supuestamente tenía cuentas bancarias en el extranjero. De diez investigaciones por fraude tributario que hace hoy en día la administración francesa de Hacienda, nueve tienen como origen una carta de denuncia anónima. ¡Vaya Francia, el país que inventó los derechos humanos y se dedica todavía a golpes sucios y anónimos!
Este comportamiento repugnante culminó en la Segunda Guerra Mundial durante la ocupación de Francia por las tropas nazis. Los alemanes no tenían mucho tiempo para investigar y cualquier denuncia por parte de lo que se llama “trumpeta” o “sapo” según el país de América Latina, tenía efectos imposibles de revertir. Es una actividad frenética en Francia, que se toca poco y muy mal en los libros de Historia. Si se busca una síntesis completa de lo que pasó en Francia en aquella época, lo mejor es leerlo en inglés. France: the dark years (Oxford University Press) de Julian Jackson, un profesor de la Universidad del País de Gales. Su libro no tiene algo parecido en francés. Y para entender lo que pasó entonces por la cabeza de los franceses, se puede leer Los informantes, pues tampoco existe en francés algo semejante a esta novela.
El libro se publicó en 2004 pero los amigos que me lo recomendaron en Madrid no se equivocaron al hablarme maravillas de este relato que tanta resonancia tiene con lo que ocurrió en Francia. Su tema, las Listas de Nacionales Bloqueados, es decir la lista de las personas que vivían en Colombia y, durante la Segunda Guerra Mundial, a instancias de EE. UU. tuvieron que dejar su casa, abandonar su negocio y vivir en centros donde se les vigilaba como supuestos peligros que representaban para los países aliados en contra del Eje. El sistema se prestó para abusos de todo tipo, cuyas víctimas fueron comunidades de extranjeros así como colombianos con nombres alemanes. Tal como en Francia, se hacía un fideicomiso de los bienes, lo que permitía satisfacer los celos o la voluntad de eliminar su competencia por parte de los informantes. Y claro, tal como en Francia, hubo una furia de denuncia. Una de ellas es la columna vertebral de la novela.
No voy a contar nada, pero nada de nada de la historia, pues se trata de un puro ejemplo de lo que se llama en las universidades una metaficción. Un relato con otro relato por dentro construido con tanta habilidad que da la sensación, al profundizar la lectura, de que la novela cobra fuerza, velocidad y profundidad de manera continua. No dudo de las emociones de los protagonistas en esta aceleración permanente. En Francia, donde la historia de actos similares sigue siendo un explosivo silencio, lo poco que salió mostraba informantes, tal como lo escribe Juan Gabriel Vásquez, que no saben «lidiar con los hechos de su propia vida». La gran literatura es universal; Los informantes abarca por lo menos desde Colombia hasta Francia.