Marcelo Figueras
Me conmovió un artículo del dominical de Clarín, en que Graciela Mochkofsky recuerda a los argentinos que formaron parte de las Brigadas Internacionales que se enfrentaron al ejército franquista durante la Guerra Civil Española. Paradójicamente, Mochkofsky encontró el rastro de estos héroes anónimos en Rusia. Mientras esperaban salir de España, expulsados por un gobierno republicano que los sacrificó para congraciarse con un Franco en plena racha de victorias, los brigadistas llenaron unos formularios que les hicieron llegar las burocracias partidarias. Tras la caída de la República, esos papeles marcharon rumbo a Moscú, transportados por los combatientes soviéticos que había sobrevivido al desastre. Y así los documentos que registraban la existencia del grupo más numeroso de brigadistas latinoamericanos quedaron arrumbados en los depósitos del Instituto de Marxismo-Leninismo. Allí permanecieron hasta que la caída de la Unión Soviética transformó al Instituto en el Archivo Estatal Ruso de Historia Sociopolítica. Fue la presidenta de la Asociación de Amigos de las Brigadas Internacionales, Ana Pérez, la que informó a Mochkofsky de la existencia de aquellos documentos. Y después de una larga negociación, de la intermediación del embajador español en Buenos Aires y de lo que Mochkofsky denomina “un difícil acuerdo monetario con la guardiana del archivo moscovita”, una copia de los viejos formularios llegó al fin a sus manos.
Dice Mochkofsky que los había comunistas, socialistas, anarquistas y simples simpatizantes de la República. Dice que el menor tenía 17 y el mayor 55; la mayoría rondaba los veinte años. Dice que había mecánicos electricistas como Francisco Comendador López, gente de clase media como el estudiante de abogacía Juan Gastón Gilly y hasta aristócratas como Carlos Kern Alemán, primo hermano de los economistas Juan y Roberto Alemann. Kern Alemán (que firmó así su ficha) era la oveja negra de la familia desde que, como estudiante de arquitectura en Berlín, se convirtió en líder de los estudiantes rojos que enfrentaron a Hitler. Para la mayor parte de los argentinos de hoy, las ovejas negras de la familia deberían ser los Alemann, que supieron colaborar de buen grado con la dictadura y con cuanto gobierno de origen democrático que profundizase las recetas económicas que sumieron a este país en la miseria.
Pelearon en Brunete, Belchite, Aragón, Mallorca, Madrid. Padecieron veinte grados bajo cero en Teruel, sufriendo una derrota agravada además por las ejecuciones disciplinarias ordenadas por jefes militares comunistas. Y el 21 de septiembre, en plena batalla del Ebro, recibieron la noticia de que el presidente republicano Juan Negrín había pactado su retirada con la Sociedad de las Naciones. El ánimo con que esperaban su exilio en Cataluña era unánime. Cuando los formularios les preguntaban cuál había sido la intención que los animó a unirse a la guerra, la mayoría decía: “Luchar contra el fascismo”. El pronto inicio de la Segunda Guerra Mundial demostró hasta qué punto habían hecho lo correcto, sin recibir el apoyo formal de las naciones que más temprano que tarde (aunque demasiado tarde para las víctimas del genocidio nazi) terminaron enfrentándose al fascismo. Jesús Castilla llegó a protestar por escrito en el viejo formulario, quejándose porque estaban “abandonando la lucha antes de tiempo”.
Lo que más me conmovió fue la razón íntima por la que Mochkofsky se embarcó en esa investigación. Quería saber más sobre su tío abuelo Benigno Mochkowsky, a quien su padre echó de casa a los quince por comunista. Benigno era el secreto de la familia Mochkofsky, que había decidido negarlo y que sólo lo mencionaba en voz baja con el seudónimo de Boris. El resultado de la investigación se convirtió en un libro: Tío Boris, un héroe olvidado de la Guerra Civil Española, que me prometí comprarme. Porque me gustan las historias de familia, porque los actos de entrega generosa escasean y porque creo, como Graciela Mochkofsky, que necesitamos rescatar a nuestros héroes. Aun cuando esto suponga negociar arduamente con una oscura empleada de Moscú.