Jean-François Fogel
De la victoria de Alan García en la elección presidencial de Perú, lo más significativo es la derrota de Hugo Chávez. Fue derrotado a pesar de lo que dijo Pavel Rondón, el vicecanciller de Venezuela en declaraciones a la Radio Uno: “Chávez no fue derrotado, nosotros no participamos en la campaña". La verdad es que hasta ayer no sabía de la existencia del Señor Rondón. Pero, al contrario, sí sabía que el presidente venezolano había llamado al entonces candidato García “sinvergüenza”, “ladrón corrupto” y “bandido” para citar algunas de las palabras que utilizó en su no-participación en la campaña electoral de Perú.
En la noche de la victoria de Alan García, a pesar de los esfuerzos de Hugo Chávez, no fue éste sino el señor Rondón quien intentó dar la cara con una mentira mediocre. Es un episodio significativo. Confirma la naturaleza de Chávez. Pertenece a la clase de figuras políticas que no saben cómo tragar una derrota electoral. Prefieren ignorarla. Su perfil psico-político le emparenta con los caciques inalcanzables que encontramos en El otoño del patriarca, Yo el Supremo, Facundo, El señor Presidente, El recurso del método, La fiesta del Chivo, etc. Son hombres cuyo poder no es sometido al mero voto de la población de un país. En la derrota, Chávez, que tanto habla, se quedó silencioso, pues no tiene nada que decir cuando un hecho pone de manifiesto los límites de su poder.
Lo que ocurrió es grave para el chavismo, pues es un tropiezo en el cumplimento de la visión histórica de su líder: la recuperación de un sueño bolivariano de unidad transandina. Hay que entender esto: no importan los fallos de la revolución en Venezuela. El lunes 5 de junio, en la edición de suscripción por Internet de El Nacional de Caracas, leí una declaración de Eustoquio Contreras, vicepresidente de la Comisión de Contraloría de la Asamblea Nacional: “el techo de esta revolución, decía, está roto debido a muchas cosas, entre ellas la corrupción y la inseguridad”. La verdad es que se pueden romper todas las goteras de la casa chavista y también el techo sin ningún problema. Pero un desmentido al presidente como soñador de la historia, esto sí es insoportable, y lo podemos comprobar en todas las novelas de dictador. El pueblo puede pasarlo mal, pero los sueños del caudillo son intocables.
Lo siento por Alan García, pero creo que en este momento clave para el continente no ganó la elección, fue Chávez quien la perdió. Hay algo milagroso en el retorno al poder del ex presidente peruano, un día antes de la condena por un tribunal de Asunción de otro ex presidente, paraguayo este, Luis González Macchi, a seis años de prisión por el desvío fraudulento a Estados Unidos de 16 millones de dólares de dos bancos quebrados durante su gestión. Así que todos los presidentes que salen del poder de manera vergonzosa no conocen el mismo destino.
Hoy recomiendo una visita a Machupicchu, una visita virtual, claro, a la capital del implacable poder de los incas, para pensar el tema a fondo: Alan García ha ganado en los sectores más urbanizados del país, donde la sombra de una alianza con La Paz, La Habana y Caracas ha dado mucho miedo; pero en el resto del país, en el Perú indígena y trágico de los Andes, salió segundo, detrás de su adversario que pintaba la imagen del nacionalista de mano dura. Hay que creer en las novelas: por el momento, la idiosincrasia del continente hace tanto caso al dictador como a la figura, moderna y todavía ajena, del líder demócrata.