Félix de Azúa
El viernes 2 de junio moría acompañada por los suyos la cantante Rocío Jurado. Ya lo sé. Ya lo sé.
Lo que no sé es si hay otros países en donde las Grandes Madres ocupen tanto espacio público y se hinquen tan fuertemente en el corazón de las poblaciones. Tiendo a creer que sólo en algunos países árabes se da esta idolatría hacia mujeres fuertes y de tremendo carácter. Mujeres que vencen en un universo, no ya de hombres, sino de machos violentos.
Su hermano Amador dijo que había muerto tranquila, “atendida por su médico personal, Alejandro Domingo”. Dar el nombre del “médico personal” en estas circunstancias, es mayestático. Sólo las más altas figuras del Estado suelen mencionar a su médico por el nombre. Así fue durante la agonía de Franco y sus atribulados matasanos. Quizás por esta razón el Rey de España llamó al viudo para expresar sus condolencias. Inter pares.
Las Grandes Madres ocupan un lugar paralelo al de los sátrapas, por compensación sentimental. Ellos son machos agresivos, ellas son las Grandes Madres que protegen a la débil, frágil, delicada progenie. Anna Magnani había construido maravillosamente el personaje en Mamma Roma. Era la Roma de los años cincuenta, la de la miseria sureña, la de la inmigración, la del fin del fascismo y el comienzo del desarrollo inmobiliario desaforado. La Mafia, machos violentos, se estaba adueñando del país con la colaboración del ejército americano y la Democracia Cristiana.
Las Grandes Madres, adoradas por sus hijos más frágiles y vulnerables, son un clásico de las sociedades patriarcales. Por eso Almodóvar ha dicho de Rocío Jurado: “Las mujeres como ella no se mueren”. Un enunciado perfectamente irracional en el mismo día de la muerte, pero comprensible como aullido de dolor que escapa del pecho de un hijo abandonado. Ya nunca más estará ella para interponerse entre el hijo y el puño del padre que llega a casa borracho y ciego de resentimiento.
En Francia sólo hay un precedente semejante de exequias de Estado, las de Edith Piaf. Pero es el modelo contrario. La pobre mujer explotada por sus chulos. El ídolo de los inmigrantes árabes era, en cambio, Dalida, un modelo de Gran Madre típico de nuestras tierras, pero sin la fuerza de la autenticidad.
En el entierro estaban las otras Madres que aún viven: Sara Montiel, Paquita Rico, Massiel, son Madres Menores que no alcanzaron la altura de Rocío Jurado por falta de energía, potencia, fuerza, audacia y desmesura. Han sido prudentes. No han disputado su autoridad al macho, se han hecho amigas suyas.
Van muriendo las verdaderas, Lola Flores, la primera. Con ellas se muere lo que aún queda en España de siglo XIX.