He vivido muchos años en Cataluña. Al leer las noticias sobre el follón (no conozco otra palabra) que se produce en el “Palau de la Generalitat”, la sede del gobierno catalán, me preguntó cómo se entiende, o mejor no se entiende, al otro lado del mundo, lo que es ser catalán en el siglo XXI. Una parte de la península que explicaba la necesidad de “fer país”, de construir su país frente al franquismo, no sabe ahora cómo hacer para que una persona se sienta cómoda en el noreste de España ( ya puse la maldita palabra).
“Qui viu i treballa a Catalunya es catalá” (quien vive y trabaja en Cataluña es catalán) decía Jordi Pujol, el presidente de la Generalitat, para definir a sus ciudadanos en las últimas décadas. Hoy, la confusión es total. Una sociedad civil que fue la más inventiva, irónica, eficiente en la época de la dictadura se pierde y pierde su alma. Es muy difícil entender cómo la izquierda catalana, al llegar al poder en la Generalitat, y conociendo los problemas de vivienda, de calidad de la salud o de enseñanza que se plantean, decide en 2003, bajo el mando de Pasquall Maragall, que no hay tarea más urgente que definir los términos nación y nacionalismo.
Quizá lo mejor para percibir la esencia de tanta confusión es leer dos capítulos, no mas que dos capítulos de Vaya España (Aguilar), un retrato de España escrito por dieciocho corresponsales extranjeros. Ni uno de ellos merece la sospecha de no sentir amor por los españoles. Lo aman todo, incluyendo sus defectos. Es un libro que dice cuánto se disfruta al vivir en España, pero los dos capítulos dedicados al nacionalismo en general y a Cataluña en particular son devastadores.
“¿Mai has viatjat a Espanya?” (¿Has viajado alguna vez a España?) es la primera pregunta que se hace a Barbara Schwarzwälder, de Alemania, en su primer curso de catalán en Barcelona. Como ella lo dice, la pregunta está hecha para impedir a una alumna que quiere aprender el catalán dar una respuesta sin errar. Con razón titula su magnifico texto “En el laberinto nacionalista”. Y no se sale del laberinto.
Gerrit Jan Hoek, un holandés enviado a Barcelona, por su amor al Barça, el club de fútbol, no dice otra cosa al recordar que un idioma es también un “medio de comunicación” y que no se puede utilizar para apartarse de todos sin ser más pobre.
Escribo todo esto con sumo respeto hacia los maestros de la literatura catalana, Mercé Rodoreda o J.V. Foix, si hay que citar a alguien. Pero citar nombres es peligroso. Enseguida tengo que admitir una “traición”: los versos de Gabriel Ferrater (autor del Poema inacabat) y los de Jaime Gil de Biedma (que recopiló sus poemas en Colección particular) siempre están a mi lado. El primero escribía en catalán y el segundo en castellano y no sé elegir entre ellos sin quitar algo a Barcelona. A menos que, como advierte un poema de Gil de Biedma que toma del catalán, con lo que pasa ahora, “Barcelona ja no és bona”.