Marcelo Figueras
Me conozco todas las razones convencionales, pero a veces creo que más allá de lo que pretende la ciencia, también existe gente que hace girar al mundo; gente sin la cual el planeta encallaría, enajenándose de su rumbo, perdiéndose en la inmensidad.
El miércoles por la noche fui a ver el show que la cantante Isabel de Sebastián y su marido, el pianista y compositor Bob Telson, ofrecen en el Faena Hotel. Conozco a Isabel desde hace varias vidas atrás, cuando era la vocalista de un grupo de rock llamado Metrópoli al que muchos considerábamos la gran esperanza de la escena local. Se ve que algo le faltaba o le sobraba a esa escena, porque un día Isabel agarró sus maletas y se fue a los Estados Unidos. Conocí a Bob por su intermedio, cuando ya eran pareja y vivían en un apartamento de Tribeca que el 11-9 arrasaría tiempo después. En ese entonces yo conocía a Bob como el autor de Calling You, la inolvidable canción que Jevetta Steele cantaba en la película Bagdad Café. Gracias a Isabel descubrí además que Bob había compuesto varias piezas para la compañía de danzas de Twyla Tharp, y que era de la clase de persona dentro de cuya cabeza Sófocles podía ocurrir en Harlem; conservo la grabación de The Gospel at Colonus, en la que brillan The Five Blind Boys of Alabama y The J.D.Steele Singers, como uno de mis regalos más preciados.
Siempre me pareció que Bob vivía dentro de su propio universo. Es un hombre parco, pero no desconectado de los demás. Lo he visto pasarse toda una velada abrazado a una guitarra mientras los demás conversaban, sin enajenarse nunca: las cosas que improvisaba sobre las cuerdas constituían sutiles comentarios personales. Lo del universo personal termina de aclararse cuando uno oye sus canciones: se trata de un planeta donde Cole Porter dialoga con Salgán, donde Nick Cave y Tom Jobim intercambian impresiones de vida –convertidas en música, por supuesto; he ahí el lenguaje que se habla en su propia metrópoli.
Bob Telson es un compositor exquisito. Definidas por el perfecto instrumento de Isabel, sus canciones brillan en la oscuridad del universo como un faro. En el último tiempo compuso el score para un musical de Bagdad Café que ojalá tengamos suerte de ver alguna vez en la Argentina. (Saboreé algunas de esas canciones el miércoles, durante su show.) Mientras tanto, me basta con saber que sigue en la casona de Martínez que parece construida alrededor de su piano, y en la que vive junto a Isabel y sus dos hijos desde hace tres años: lejos de su país natal pero cerca de todo, viviendo a su aire, dándole tiempo al mundo para acomodarse a su sorpresa. Y yo, que he tenido la inmensa fortuna de conocerlo, seguiré durmiendo tranquilo noche tras noche aun cuando George W. Bush pretenda que su hermano Jeb lo suceda en la presidencia, aun cuando ya hayan muerto mil en un mes a causa de la violencia sectaria en Irak, aun cuando sigan intentando ahogar a Palestina, porque sé que en este rincón de Sudamérica existe un tipo que día tras día se levanta de la cama para crear algo bello. Y las cosas bellas que el hombre crea, más allá de lo que pretenda la ciencia, son las que hacen que el mundo siga girando.