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El reality show del poder

Por 12 de mayo de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

La señora está un poco nerviosa por las cámaras, pero en cuanto recibe el micrófono, pone la voz firme para hacer su demanda:
-En mi comuna no hay agua ni desagüe –protesta-. Llevan años prometiendo y prometiendo, pero no ponen tuberías. Tenemos que atravesar todo el cerro para llegar a la fuente más cercana.

Frente a ella, dirigiendo la sesión, está ni más ni menos que el presidente de Colombia Álvaro Uribe, flanqueado por sus ministros, el director de Planeación Nacional, el gobernador y su gabinete, los alcaldes y concejales del municipio, los diputados y congresistas de la zona e incluso representantes gremiales y del sector privado. Y está indignado. Se vuelve hacia el encargado de infraestructuras y le dice, casi le recrimina:

-¿Me puede explicar eso?

El aludido carraspea, se pone nervioso, tartamudea. Parece querer decir que la red de agua no puede subir hasta el final del cerro. Pero en realidad, así de porrazo, no sabe ni dónde está exactamente el barrio de la señora, ni cuáles son las previsiones y alcances de la red de tuberías punto por punto. Quizá podría preguntárselo a alguno de sus subordinados, pero esto es la tele, y cada segundo cuesta. No le queda más remedio que soportar la regañina casi paterna del presidente que exige una solución en menos de tres meses y asegura en cadena nacional que se ocupará personalmente del seguimiento del problema. 

Esta escena se repite todos los sábados, cada semana desde un punto diferente del país, y constituye una de las claves de la popularidad de Uribe. Los “consejos comunales” –que así se llama el programa- muestran a un presidente atento a los problemas de cada ciudadano colombiano, como un gran padre que, además, lo ve todo. Como Dios, vaya. Pero con la ventaja de que Dios no puede culpar a los santos y a los ángeles por sus errores. En cambio, la escenificación de los consejos comunales como una supervisión del patrón a sus empleados permite que Uribe se atribuya los aciertos pero delegue los fracasos en esta grey de funcionarios cuyo desempeño, sin embargo, vigila atentamente, día y noche, infatigablemente.

Y es que Uribe, como Hugo Chávez, hace gala de un gran talento escénico, menos chirriante pero no menos efectivo que el de su vecino. Si Chávez mezcla en su papel la retórica revolucionaria con los modos del papá populachero y acriollado, Uribe es más bien el padre severo pero justo, y en su discurso abundan las referencias a Dios, la Patria y los viejos valores de las familias decentes.

Eso funciona. El principal candidato opositor, Carlos Gaviria, era magistrado del tribunal que aprobó la ley que permite llevar una dosis de droga para consumo personal. Se trata de una ley que tienen todas las democracias. No obstante, la semana pasada, Uribe acusó a su rival de haber apoyado con ella el uso y por lo tanto el tráfico de drogas. En un país hipersensible donde el tema se confunde con la violencia guerrillera y la corrupción, Uribe sabe qué palabras empujan a Gaviria hacia el abismo. Otra de sus estrategias es llamarlo “comunista”. Gaviria, en respuesta, acusa al presidente de “macartismo”. Pero el primer adjetivo resuena mucho más fuerte en los oídos colombianos. 

Uribe domina no sólo las palabras y los escenarios, sino incluso los gestos políticos, y cuenta para ello con la propia ambición de sus opositores. Al candidato conservador Andrés Pastrana lo nombró embajador en Washington. Al liberal Horacio Serpa lo envió a la OEA. A la independiente Noemí Sanín, a Madrid. Así acalló las principales voces que lo acusaban de cercanía con los paramilitares, y neutralizó a los partidos opositores.

En el reality show del poder, Uribe es un conductor privilegiado y goza de una gran sintonía. Su imagen personal es como una luz que baña a sus aliados y condena a la oscuridad a sus enemigos. Como ocurrió con Fujimori o Chávez, eso tiene un efecto corrosivo en las instituciones democráticas: los grandes partidos tradicionales están descabezados. Y él mismo, en las últimas elecciones, no contó con una lista sino con una alianza de siete, lo cual lo libera de ceñirse a un programa. Ha conseguido reformar la constitución para optar a la reelección. Las autoridades juzgaron que la emisión de los consejos comunales en televisión pública durante la campaña por la presidencia constituía competencia desleal, y él recurrió a la intocable televisión privada.   

Colombia tiene un récord de más de cincuenta años de institucionalidad ininterrumpidos. Aquí había elecciones cuando casi todos los demás países de la región sufrían dictaduras militares. Y sin embargo, hoy, aunque haya tomado un rumbo opuesto a los demás países andinos, es una muestra más del desprestigio que sufre la democracia entre sus propios ciudadanos.

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