Félix de Azúa
Es que he vuelto muy impresionado de esta última visita a Barcelona. Coincidí con el derrumbe del gobierno de Maragall, la expulsión de los independentistas y la convocatoria de elecciones. En el palacio de la Generalidad quedó un montón de cascotes mezclados con relojes Rollex, carburadores de BMW y lencería de Christian Dior, horterismo caro. En realidad, se han derrumbado más cosas.
Cuando los socialistas catalanes ganaron la carrera de los Juegos Olímpicos y pusieron a Barcelona en el mapa internacional, sufrieron un ataque de narcisismo que ha acabado por sorberles el seso. Diseñaron una ciudad de servicios sobre las ruinas de una ciudad industrial y aquella masa amorfa, negra de hollín, miserable y cubierta de roña del franquismo que tanto le gustaba a Bataille, se transformó en una agradable ciudad socialdemócrata.
A partir de ese momento se creyeron capaces de crear de la nada, como Dios. El montaje de espectáculos ha sido una obsesión de los últimos diez años. Escenarios, telones, montajes, coreografías, en resumen, falsedades, cuentos y trampantojos. Una escenografía de purpurina que escondía corrupciones, mafias, criminalidad rampante, clientelismo y estafas apenas disimuladas a la población, como el hundimiento del túnel del Carmelo que dejó a casi un centenar de familias sin hogar.
Creyeron que se harían con el poder absoluto si diseñaban un partido que, aunque socialista, fuera nacionalista, porque Cataluña echa mucho de menos la religión. Olvidaron que el único caso conocido de nacional socialismo es escasamente recomendable. Se aliaron con los independentistas, los cuales disfrazan una ideología de extrema derecha con retórica izquierdoide. Finalmente, ese diseño les ha estallado en la cara al cabo de dos años.
El poder, en las próximas elecciones, volverá muy probablemente a la derecha tradicional y católica en cuyas manos estuvo desde la muerte de Franco y que representa muy cabalmente a la burguesía catalana. El paréntesis socialista se verá como una aberración: aquellos años en los que un grupo de señoritos convencidos de ser de izquierdas creyeron poder diseñar la vida de los ciudadanos como si fuera un desodorante.
El diseño de la mentira, unido al espectáculo circense continuado para distraer a la población y un soborno descarado de los medios de comunicación, no les ha servido para nada. Si quieren volver al poder no tendrán más remedio que ser socialistas. Y eso seguramente no conviene a sus intereses privados.
Por lo demás, los restaurantes estaban carísimos y había bajado mucho la calidad. Seguía siendo un placer ver el sol cada mañana y a los loros verdes volar en formación de combate entre las palmeras, como aquellas heroicas patrullas de Spitfire en la batalla de Inglaterra. Están anidando y no se andan con bromas.