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Mujeres al borde de un ataque de genio

Siempre he creido que las mujeres son nuestra última esperanza en este mundo. Es verdad que mi juicio dista de ser objetivo, porque adoro a las mujeres en general y además tengo tres hijas, lo cual no me deja mucho margen de elección. Pero creo que la Historia me va dando la razón. Con escasas excepciones, como las de Margaret Thatcher y Comepizza Rice (que no sólo es una vergüenza para las mujeres en general, sino también para los negros de los Estados Unidos, cuyo dolor, ay, nunca termina), han sido las mujeres las que echaron luz sobre los rincones más oscuros de la realidad.

En nuestro país las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo señalaron el único camino digno y efectivo para reclamar justicia: rechazando la tentación de la violencia e insistiendo sin bajar los brazos, aun cuando todo parecía jugarles en contra. Cuando los hombres se mezclaron en reclamos similares, la cosa siempre se enturbió. Miren lo que ocurre con el caso de Cromagnon, por ejemplo. Cromagnon es el local de conciertos de Buenos Aires que se incendió hace un tiempo, acabando con la vida de casi un centenar de jóvenes. Los que reclaman justicia son aquí madres y padres (o sea: mujeres y hombres). ¿Será casualidad que estos padres hayan enturbiado su reclamo recurriendo a amenazas telefónicas, actitudes patoteriles y hasta agresiones físicas –nada menos que a Estela Carlotto, una de las Abuelas de Plaza de Mayo?

Les doy otro ejemplo, el del caso Blumberg. Axel Blumberg era un joven que resultó víctima de un secuestro extorsivo y terminó asesinado, en buena medida a causa del deficiente –por corrupto, en especial- accionar de la policía. Axel tiene una madre, pero quien se puso al frente del reclamo fue su padre, Juan Carlos Blumberg. Lo que hizo este hombre fue capitalizar la ola de simpatía popular que despertó su dolor, aprovechando su cuarto de hora mediático para pedir más policía, penas más duras y la criminalización de los adolescentes. Estoy seguro de que si hubiese sido la señora Blumberg la que tomaba la iniciativa, su reclamo de justicia hubiese sido distinto; menos enamorado del poder de la violencia (ah, los hombres y nuestra debilidad por la dialéctica del garrote…), lo cual equivale a decir más humano.

Pensaba en todo esto cuando leí una noticia que ocurrió en Colombia, y de la que dio cuenta el diario español El País. Las esposas, novias y compañeras de más de cien pandilleros de la localidad de Pereira, a 350 kilómetros de Bogotá, decidieron tomar la iniciativa para poner fin a la violencia y sometieron a sus amados a una huelga de piernas cruzadas: nada de sexo hasta que abandonen la senda del delito. Esta decisión fue tomada el fin de semana pasada, durante una asamblea, y de inmediato obtuvo el apoyo de la alcaldía y del asesor de seguridad de la ciudad, Julio César Gómez, que lidera una campaña llamada Pereira con vida, cuyo objetivo es el desarme de las pandillas. Con 450.000 habitantes, Pereira es víctima de su proximidad al mayor cartel de droga del momento, el del norte del Valle: su tasa de homicidios es la más alta del país, noventa por cada cien mil habitantes.

Ignoro si la medida tendrá el efecto que buscan (me consta que, privados de sexo, los hombres solemos alterarnos más que de costumbre), pero no puedo dejar de saludar la imaginación de estas mujeres, su paso al frente y la intuición que es el espíritu mismo de la “huelga”: revelarles a esas bestias irracionales y autodestructivas (o sea nosotros), mediante el uso del rigor que es lo único que parecemos comprender, que sin las mieles del amor todo – y cuando digo todo, quiero decir todo- pierde su sentido.

Ojalá resulte. Si los hombres capitulan como deben, imagino que esa misma noche Pereira dejará de ser la capital del crimen para convertirse en la capital del amor.

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14 de septiembre de 2006
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MORIR TARDE O PRONTO

Determinadas personas en las reuniones de amigos suelen presumir de una probable longevidad supuestamente garantizada por herencia. Tales individuos fundamentan su orgullo en que sus antepasados  llegaron a cumplir muchos años y deducen, sin correcciones y contra el saber científico, que a ellos les ocurrirá lo mismo.

El grupo que escucha y observa al infatuado no encuentra en su apariencia  indicios suficientes para creer en lo que dice pero tampoco descarta la posibilidad de que esté profetizando con tino. De este modo el longevo en ciernes se erige, quiérase o no, en una figura desprendida de la rasa comunidad y, claramente, como un bendecido.

Como consecuencia, el efecto psicológico que desencadena sobre los demás se hace insoportable. ¿Cómo un individuo corriente, un ser humano común, puede perorar o enaltecerse desde un blindado plus de existencia? ¿Cómo aceptar sin detrimento propio que un azar le haya provisto arbitrariamente de un gen no repartido democráticamente?

La contraofensiva puede armarse a partir de otra perspectiva del fin. Ciertamente, la muerte es temible e indeseable pero a la vez posee el prestigio especial que corresponde a lo irreversible.
Contra la petulancia de no morir en el plazo de los demás se alza la importancia de morir muy pronto.

En las familias donde abundan  los longevos reina el convencimiento de ser más firmes. En las familias donde los fallecimientos han segado a padres jóvenes o incluso niños reina una melancolía que hunde la desdicha  en una suplementaria porción de amor. La resistencia de los linajes longevos remite a cuerpos enjutos y caracteres recios mientras la fácil mortalidad de otros racimos familiares evoca un blando corazón cuyos  frutos son más dulces.

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14 de septiembre de 2006
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Que todo se mueve

La Fundación César Manrique gestiona fondos para la protección ecológica de Lanzarote. Manrique, muerto en 1992, fue un artista que logró juntar una fortuna en el mercado de pintura de Nueva York durante los años sesenta, años de oro, y luego concibió una obra más sólida: la isla misma. Así, por ejemplo, las carreteras menores de la isla son las únicas de España que no llevan señalización central, para que la línea blanca no rompa la tonalidad azabache del conjunto volcánico.

Con una visión adelantada del desarrollo de la industria turística, intuyó el problema que afecta a todas las islas oceánicas a las que llegan visitantes: son los lugares más frágiles de la tierra, los más amenazados. En menos de treinta años, el turismo ha pasado de ser una actividad secundaria a convertirse en la industria más rentable del mundo, por encima de la química, la automovilística, o la farmacéutica. En el año 2000 se movieron 668 millones de turistas. Allí en donde desembarca el turismo de masas la destrucción es inmediata, sean las Ramblas de Barcelona o un oasis tunecino. En pocos años los lugares más delicados, como Lanzarote, sufren un verdadero arrasamiento, una nueva erupción volcánica en la que coches, motos y autocares hacen la función de la lava.

Manrique adivinó lo que iba a suceder y se planteó crear cuatro o cinco centros de atracción, construidos con suma inteligencia para aglomerar el turismo de la isla en unos pocos puntos y de ese modo dejar en paz a la mayor parte del territorio. Así lo hizo, gracias a la colaboración del Cabildo, pero el éxito ha sido tan rotundo que en este momento hay ya serios problemas para digerir las masas turísticas incluso en los puntos diseñados para tal fin.

La visita del núcleo volcánico de Timanfaya es un buen ejemplo. El lugar sigue teniendo tal potencia telúrica que resiste bastante bien la avalancha de autobuses y las colas interminables de automóviles, pero el visitante se ve obligado a pasar frente a paisajes estremecedores y junto a cráteres abiertos como heridas, a toda velocidad y sin salir del autocar. Imposible tomárselo en serio.

De modo que aquello mismo que atrae al visitante, queda destruido por la llegada del visitante. Una paradoja que parece el núcleo de una tragedia griega. A lo que debemos añadir un segundo elemento.

La encantadora Idoya, una de las biólogas de la Fundación, nos contó que su abuelo transportaba camellos de África a Lanzarote, cuando todavía la población era mayoritariamente agrícola. Cuando los aljibes menguaban, en todos los pueblos y en las viviendas aisladas había que ir a buscar el agua a Arrecife, donde estaban las grandes maretas, depósitos muy capaces que proporcionaban agua de boca a toda la isla. El transporte aún se hacía sobre la joroba de los camellos. Su hermano todavía estudió a la luz del candil en 1973, porque la luz eléctrica no llegaría hasta el año siguiente. En resumidas cuentas: ha sido el turismo lo que ha sacado a la isla de una vida que había quedado estancada en el feudalismo.

De modo que los isleños no pueden rechazar el turismo, pero es el turismo lo que va a destruir a la isla, la cual se quedará sin turismo en cuanto se banalice lo que atrae al turismo. Hay síntomas de agotamiento en las zonas más explotadas, como Costa Teguise.

Otro amigo de la Fundación, Alfredo, expuso el proyecto que se avecina: siendo así que Fuerteventura carece de interés biológico o monumental, pero en cambio posee una capacidad de almacenamiento turístico casi intacta, la solución que están estudiando los expertos es usar la plataforma vecina como isla dormitorio (y jolgorio), unida por rápidas lanzaderas y carreteras de primer orden con los centros turísticos de Lanzarote. De ese modo se preservaría la joya del archipiélago, con el beneplácito de los vecinos, encantados de la riqueza que les caería encima.

Una pesadilla, seguramente, pero, ¿hay alternativa?

Y con esto (suena el finale de las “Noches en los jardines de España”) nos despedimos de este marco incomparable con nuestro habitual no es un adiós sino etcétera, etcétera. (v. 3 julio)

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14 de septiembre de 2006
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La Cadena Internacional del Polvo

Y pensar que todavía existe gente que cree que los escritores somos gente seria, que pasa el día abocada a los grandes temas, a los que sólo les dedica grandes pensamientos… Si me preguntan a mí, diría que es verdad que algunos escritores piensan en los grandes temas, pero agregaría que la ley de las compensaciones proporciona a sus vidas una generosa porción de frivolidad, aunque más no sea para compensar: no conozco a ningún gremio más proclive a los celos, la envidia y el chismorreo vil que el de los escritores.

Ya les conté que estaba leyendo la biografía de Capote, uno de esos raros artistas que no sólo no se esfuerzan por disimular la frivolidad que forma parte esencial de nuestras vidas, sino que por el contrario la subrayan. Voy por 1950, el año en que Capote y su amante Jack Dunphy pasaron en un chalet próximo a Taormina, alarmados por la presencia de un hombre lobo (parece que en Taormina eran cosa habitual), viviendo la erupción del Etna como una atracción turística y tomando martinis en el Americana Bar en compañía de Jean Cocteau, Orson Welles y Christian Dior. A pesar de estas distracciones Capote se sentía un tanto apartado del mundo, y enviaba cartas a troche y moche en las que, muy especialmente, reclamaba que le escribiesen también. Fue en el texto de una de esas cartas suyas, enviada al matrimonio amigo de los Cerf, que descubrí uno de los pasatiempos de Truman: un juego de relaciones que le gustaba llamar CIP, la Cadena Internacional del Polvo.

Yo conocía ya los Seis Grados de Kevin Bacon, que hace posible llegar desde Kevin Bacon hasta cualquier otro actor en un máximo de seis pasos, y que a su vez es una aplicación práctica de la teoría de los Seis Grados de Separación, tan bien explotada por John Guare en una magnífica obra teatral. Pero de la Cadena Internacional del Polvo no tenía ni noticias. “Es una cadena de nombres,” dice Truman en su carta, “todos enlazados por el hecho de que él, o ella, haya tenido relaciones con la persona previamente mencionada. Por ejemplo, esta es una cadena que va desde Peggy Guggenheim al rey Faruk. Peggy Guggenheim con Lawrence Vail con Jeanne Connolly con Cyril Connoly con Dorothy Walworth con el rey Faruk”.

Capote proporciona dos cadenas más. Una es la insólita que une a Henry James con la actriz Ida Lupino: James se acostó con Hugh Walpole que se acostó con Harold Nicolson que se acostó con David Herbert que se acostó con John C. Wilson que se acostó con Noel Coward que se acostó con Louise Hayward que se acostó con Ida Lupino. Y su cadena predilecta es la que une a Cab Calloway, el cantante de jazz que se hizo famoso gracias a Minnie the Moocher, con Adolf Hitler. Según Capote es así: Calloway se acostó con la marquesa Casamaury que se acostó con el cineasta Carol Reed que se acostó con Vanity Mitford (¡oh, Vanity, tu nombre es mujer!) que se acostó con el Führer en persona…

Para poder jugar hace falta un conocimiento enciclopédico del chismorreo y un grado equivalente de malicia, lo cual convertía a Truman en un candidato perfecto: “Puedes calumniar a diestra y siniestra, todo en interés de le sport,” se ufanaba.

Lo cierto es que el jueguito de Truman me puso a pensar en las cadenas de las que uno formó parte… o pudo haberlo hecho. Una vez, por ejemplo, ignoré los avances de una estrella internacional del pop, a quien estaba entrevistando en New York: si hubiese aceptado su juego, me habría convertido en un eslabón más de una cadena que puede dar vuelta a la Tierra varias veces. En todo caso, si quiero avergonzarme no tengo más que imaginar con quién me vinculan algunas cadenas de las que, ugh, formé parte en efecto.

Toda acción que aproxime a un escritor a la humildad es, en esencia, una buena acción.

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13 de septiembre de 2006
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11 DE SEPTIEMBRE: EL SÍMBOLO Y LOS HECHOS

Como cada año, Chile conmemoró el 11 de septiembre de 1973. En este día un golpe militar derrocó al presidente Salvador Allende y puso en el poder a una Junta Militar cuya figura más visible y al final única fue el general Pinochet. Los asesinatos, las desapariciones, el enriquecimiento acelerado de ciertas personas y la supervivencia de un país durante dieciocho años de gobierno militar empezaron con el muy conocido episodio del bombardeo del Palacio de La Moneda, en Santiago de Chile, por aviones de las FF. AA. de Chile. La imagen del golpe es el humo que sale del palacio presidencial. Pero la conmemoración ya clásica del 11 de septiembre no se hace siempre ese día,  ni tampoco en La Moneda, sino el día que mejor conviene, con una marcha hasta el memorial que recuerda a las víctimas del régimen militar en el cementerio central de la capital.

Este domingo, durante la marcha, unas decenas, quizás medio centenar de manifestantes con el rostro tapado, intentaron provocar disturbios en el centro de Santiago. Tiraron pintura roja sobre los muros blancos de La Moneda donde una pequeña bomba «molotov» consiguió el principio de un incendio en una ventana. Hubo unas llamas, un poquito de humo y una declaración de la presidenta Michelle Bachelet, consternada de ver las imágenes (no estaba en el lugar) de "La Moneda en llamas, como hace 33 años". La mandataria dijo que nadie tiene derecho a atentar contra La Moneda porque «los símbolos patrios como la bandera, como La Moneda, son símbolos de democracia que pertenecen a todos los ciudadanos».

Claro que la bombita de La Moneda no se compara con los hechos terribles del golpe, documentados de manera definitiva por una Comisión Nacional de verdad y reconciliación pero en este caso la presidenta chilena se preocupó de la mala memoria traída por la presencia de un símbolo del pasado: humo en un ventanal del palacio presidencial. El símbolo, para ella, no se puede apartar de los hechos.

Por su parte, el presidente venezolano y bolivariano Hugo Chávez Frías se dedicó también a la misma problemática pero dentro de un proceso que funciona al revés: buscando desnaturalizar los hechos para eliminar el símbolo. Hablando de otro 11 de septiembre, el del 2001 con el atentado contra las torres del World Trade Center en Nueva York, el mandatario declaró el martes que "La hipótesis que cobra fuerza... es que fue el mismo poder imperial norteamericano el que planificó y condujo este atentado». Al recopilar todas las teorías conspirativas sobre el atentado, Hugo Chávez fingió ignorar que la población civil de EE. UU. fue víctima y no promotora de un ataque terrorista que provocó 2.948 víctimas.

Sumando las desapariciones, hubo en realidad 2.996 víctimas del terrorismo ese día. Lo que permite a EE. UU. disponer, en la parte sur de Manhattan, de un lugar simbólico para justificar la “guerra al terrorismo” de su presidente. Al cambiar la naturaleza y el sentido de estos hechos (para los que lean el inglés, existe una demoledora refutación de las teorías conspirativas), Hugo Chávez busca, al contrario de Michelle Bachelet, eliminar la existencia de un símbolo. Son ejercicios de memoria política que recuerden la visión de Paul Valery: “la mentira y la credulidad se acoplan para engendrar la opinión”; la bombita no era bomba y el atentado era de verdad.

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13 de septiembre de 2006
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La verdad ya no es lo que era

¿Qué vendrá después del capitalismo? ¿La riqueza del primer mundo depende de la pobreza del tercero? ¿El desarrollo de los países pobres debería basarse en micro o macrocréditos? Prepárate para responder cien preguntas como esta. Tienes tres minutos para cada respuesta y estás rodeado de genios. Y lo peor de todo, hay una cámara frente a ti.

Esa fue la dinámica de la Table of free voices que se celebró el sábado pasado en Berlín. Cien preguntas enviadas desde todas las esquinas del planeta sobre temas como la paz, la guerra, la ecología, el mercado, la tecnología y el futuro recibieron 11200 respuestas por parte de 112 invitados alrededor de una mesa: físicos, artistas plásticos, activistas, actores, empresarios, expertos en informática. Como en el aleph de Borges, todo el universo estaba ahí, incluso yo.

Está claro que un lugar así no es normal. El día del evento, bajé a desayunar al comedor del hotel y me encontré con Willem Dafoe comiendo tofu y antojitos japoneses. Y como me distraje mirándolo, Bianca Jagger me robó el asiento. Yo me resigné en silencio -porque no es cosa de andarse peleando con Bianca Jagger, que ya ha sacudido a varios dictadores y algún Rolling Stone- y sobre todo, porque Terry Gilliam estaba contando chistes en la mesa de al lado.

Creo que hasta entonces nadie tenía muy claro que hacíamos ahí todos. Pero la organización germánica es a prueba de incompetentes como yo, y minutos después, estábamos los invitados reunidos en el significativo lugar del evento: la Bebelplatz, donde los nazis organizaron su famosa quema de libros. Ahí, en torno a una mesa gigantesca, cada uno tomaría su lugar y daría sus respuestas a una cámara.

Imagino que, como instalación plástica, no dejaba de tener interés: 112 personas de los más variados orígenes y con las más variopintas vestiduras hablando con sendas cámaras. El escritor norteamericano Eliot Weinberger estaba sentado entre un economista inglés y una payasa rusa que jugaba con su nariz. El cineasta argentino Fernando Solanas tenía al lado a una japonesa con una sombrilla azul. Había gente con saris y con túnicas y con barbas y con kimonos.

Yo me senté entre una ecologista sueca y un artista plástico alemán. De vez en cuando, escuchaba lo que ellos decían, especialmente en las preguntas ecológicas, tema del que no sé absolutamente nada. La sueca hablaba en inglés, así que podía entender con claridad que todas sus respuestas eran exactamente contrarias a las mías. Básicamente, ella consideraba que si continuábamos este ritmo de industrialización acabaríamos con el planeta. Yo, por mi parte, creo que si escuchamos a los ecologistas nos quedaremos todos sin trabajo excepto los agricultores artesanales de tomates. Por su parte, el alemán hablaba en alemán. Pero de vez en cuando, en las preguntas sobre calentamiento global, yo oía entresacados entre sus respuestas los nombres de Orson Wells, Macbeth y Doctor No.

-¿Se puede saber qué cuernos estás diciendo? –le pregunté en una pausa.
-Es que no entiendo las preguntas –me dijo.   

Un evento como éste te hace comprender que no tienes idea de nada. En una pausa, Eliot Weinberger me confesó que las respuestas ecológicas se las sopló su economista inglés, y yo comprendí que ni siquiera los más brillantes invitados tienen todas las respuestas. Sobre todo, creo que la Table of free voices nos puso en contacto con la naturaleza de la verdad en el mundo globalizado. En un siglo en que los grandes discursos se han venido abajo, la verdad es así de difusa y contradictoria. Dos enunciados pueden ser contradictorios sin dejar de ser verdaderos, y lo único cierto es que tendrán que convivir en paz. Como una mesa con Willem Dafoe y una payasa rusa y una cantante tibetana y un cineasta australiano: miles de millones de monólogos haciendo un esfuerzo por convertirse en un diálogo.

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13 de septiembre de 2006
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Blanco y sin ojos

No estaba del todo cierto, pero cuando Paco me dijo que lo más importante de la isla era un cangrejo totalmente blanco y totalmente invidente, único en el mundo, supuse que me estaba llevando al huerto, como suele. En consecuencia, cuál no sería mi sorpresa al notar que una mano me agarraba por el tobillo y no me dejaba caminar. Al volverme, vi a una extraña muchacha que me miraba desde el suelo con una mueca de súplica y espanto. Miré a donde señalaba su otra mano con una uña pintada de marrón, y, en efecto, estaba yo a punto de pisar el cangrejo albino ciego, único en el mundo.

A la sazón me encontraba yo en los Jameos del Agua, una burbuja (chaboco) que contiene un lago a lo largo del tubo volcánico. Los chabocos son auténticas burbujas de lava a las que se les ha derrumbado la bóveda, de modo que por el agujero celeste entraba un foco de luz cegadora que daba sobre el lago subterráneo y se refractaba en verdes veroneses, óxidos de hierro, azules de Prusia y demás arpas cromáticas, una locura que rebotaba contra el techo verdegrís, azafrán y betún, si quieren sigo.

Aturdido por la despampanante exhibición de la madre de todos los colores, no había advertido yo que en aquel laguillo, justamente, es donde vive el albino ciego, que uno de ellos había trepado por la roca y emergido al aire para cambiar de ambiente, que como buen ciego no se percataba de que por allí caminábamos los turistas sobradamente pirados por el espectáculo, y que lo más probable es que lo dejáramos como una calcomanía en el bellísimo suelo de carbón vitrificado.

Pero allí estaba la turista, atenta al cangrejo y a mi pie, de modo que la buena mujer se había lanzado al suelo al tiempo que me sujetaba por el tobillo antes de que mi pie aplastara al ejemplar único. Atlética, la moza. Debíamos de formar una figura inquietante porque Eva me sugirió con su bella sonrisa que abandonara de una vez la conexión turística: “¿Quieres hacer el favor de sacar tu tobillo de la mano de esa interesante muchacha?”, me preguntó.

En ese preciso instante intervino Fernando Parra, que además de ecólogo tiene una vista de lince, y en veloz pirueta atrapó al albino con delicadeza de orfebre al grito de “¡Cielos, el albino ciego!”, con lo que logró que la mujer de la mano de hierro me soltara de una vez. Todos vimos entonces a Fernando, como un dios antiguo, lanzar el cangrejo al agua dibujando una parábola casi perfecta y al cangrejo volar a velocidad de vértigo primero por el aire y luego por el fondo esmeraldino sin que nadie pudiera decir en qué momento había cambiado de elemento.

“¡Gracias, Fernando! ¡Has salvado al cangrejo albino ciego!”, le dije emocionado y moviendo el pie como un pato.

“Es un langostino albino ciego, Azúa, por Dios. Se advierte que tú de crustáceos...”, añadió displicente. Ir con científicos, es lo que tiene.

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13 de septiembre de 2006
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LA VOZ (2)

La voz no posee tanta densidad carnal como un pecho pero ¿quién puede dudar de su composición carnal? Se trata de una materia más próxima al tegumento que a la musculatura, más afín a la médula invisible que al hueco, más cerca de los gases que de los sólidos pero, con todo, de una entidad sólida o total.

En la voz se llevan inscritas partes explícitas y secretas de sí, con la particularidad de que se hace difícil corregirlas. ¿Enmendar la voz? ¿Qué consecuencias no provocaría? Porque si la personalidad se trasunta en el sonido que emitimos, el nuevo sonido segregado necesitará un nuevo continente donde guardarse.

La voz como las más complejas cristalizaciones sólo parece simple si es observada con simpleza. De otro modo, la voz constituye un racimo de múltiples sugestiones y puede cambiar su función de proyectil a activo a la pura recepción de una copa.

La voz es un objeto. Tal como todo ruido nacido súbitamente desde el silencio o como surgido por ensalmo de un depósito donde los productos nacen sin proceso y despojados de manipulación. Ajenos al uso de las manos.

Los sonidos se escapan de las manos y van más allá puesto que dicen aún no articulando palabra ni gesto alguno. Dicen de igual manera que la poesía pura cuyo efecto no procede de los significados como de los retumbos. La poesía habla directamente a la carne y sus diferentes espacios.

La voz se inmiscuye en sus entresijos y condiciona los ritmos, matiza los funcionamientos, se introduce como un sólido más o menos liviano y se hace propiamente un objeto vivo que daña o sana, apacigua o empuja a la desesperación.

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13 de septiembre de 2006
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ESPAÑA-IRAK

La guerra de Irak se parece a lo que fue la guerra civil en España. Varias veces leí esta analogía extraña en la prensa norteamericana sin darme cuenta. Pero, por fin, ayer, me llegó el e-mail de un amigo invitándome a descubrir un artículo  titulado 1936 and All That (1936 y todo esto), con un subtítulo explícito: Why the Spanish Civil War is like Irak, and viceversa (Por qué la guerra civil española se parece a Irak, y viceversa). El artículo fue publicado por The Weekly Standard que es de hecho la revista oficial del pensamiento neo-conservador en Washington.

Joseph Lieberman, el senador demócrata que se subió al coche de la candidatura de John Kerry con la ilusión de ser vicepresidente de EE. UU., es la primera persona citada en el texto. Su presencia me parece lógica: fue un sostén firme del presidente Bush al principio de la guerra, y ahora paga duro por eso. Con una mezcla de frustración y de mala fe, él dice ahora lo que ciertos republicanos gritan en el congreso: no ayudar a EE. UU. en su guerra al terrorismo en Irak es olvidar lo que ocurrió a los países que se negaron a ayudar al gobierno legal en España en 1936; en lugar de combatir a Franco tuvieron que luchar en contra de Hitler.

Esta visión se apoya en cuatro argumentos principales:

1. En ambos casos, la no participación se explica por el temor de las grandes potencias de involucrarse en una guerra amplia (una equivocación resumida en la famosa frase de Churchill después del acuerdo de Munich: “aceptaron el deshonor para conseguir la paz. Tendrán el deshonor y la guerra”.

2. Con su aristocracia, una Iglesia tan inalcanzable como su ejército y la potencia de nacionalidades centrifugadas -el País vasco o Cataluña- España era en 1936 algo como Irak hoy: un país dividido, sin identidad nacional, listo para ser el escenario de un enfrentamiento internacional.

3. Irak hoy en la guerra, tal como España en su época, es una mezcla de masacres y milicias, secuestros, asesinatos y venganzas. Hay una competencia interna (política, religiosa, ideológica) más allá de la guerra.

4. Tal como la izquierda republicana barcelonesa tenía un amigo totalitario en el estalinismo, hoy, en Irak, el movimiento chiíta tiene el apoyo de Irán, un régimen totalitario.

Claro que la comparación provoca un cierto malestar. Un novelista como Javier Cercas demostró de manera contundente que no existe un vencedor en una guerra civil. José Luis Rodríguez Zapatero dice lo mismo cada vez que toca el tema del pasado de España, pero los neo-conservadores no miran para atrás sino hacia el futuro y lo hacen de la misma manera que Hemingway preguntaba “¿Por quién doblan las campanas?”.

No me imaginaba la tragedia española reciclada para justificar una guerra en las orillas del Tigris o del Eufrates.

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12 de septiembre de 2006
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La belleza del infierno

Seguramente me han salvado mis colegas de congreso. Nos habíamos reunido en Lanzarote un grupo de ecólogos, urbanistas, biólogos y sinvergüenzas (yo) para dar un curso sobre las peculiares características de la vida insular en la reputada Fundación César Manrique, gente encantadora. A mí me tocaba explicar la transformación de los centros urbanos en ínsulas de historia prefabricada. O sea, en simulacros ideológicos.

Lanzarote invita a gritar “¡esto está que arde!” incluso sin llegar a los 32º con una humedad del 60%, como alcanzamos desde el primero hasta el último día, porque lo cierto es que la vida natural de la isla es volcánica. Todo es volcánico, todo es erupción y lava y solfatara y azufre. Hasta los grifos del hotel tienen explosiones inesperadas. El suelo es negro con tachuelas metálicas y los campos de color ligeramente zaino se extienden entre lenguas de carbón. Uno cree encontrarse en las puertas del infierno.

Sin embargo (ya me lo habían contado los que se internan en el desierto), poco a poco la sinfonía carbonizada comienza a matizarse, aparecen manchas coloreadas aquí y allá, crecen vegetales minúsculos en los rincones más inverosímiles, en ocasiones tan sólo líquenes de pálido amarillo, y de pronto te das cuenta de que nunca has visitado un lugar tan lleno de vida, de plantas, de animales, de maravillosos colores cuya existencia jamás habías sospechado. La potencia de los supervivientes, por microscópicos que sean, hace gemir la tierra.

Así, por ejemplo, bordeamos un campo de cactus, a la altura de Guatiza, cuyas pencas me parecen enfermas y así lo digo. Frenazo. Todo el mundo a mirar los cactus. “Son Opuntias”, dice Rocío, la encantadora sevillana, y al ver que me pongo bizco, aclara: “¡Sí, hombre, que es la ficus índica, no la ficus carica!”. Respiro aliviado, “¡Ah, bueno, en ese caso...!”. “Hay que ver lo tonto que eres”, dice, toma en su mano una muestra del hongo blanco que mancha las pencas, lo aprieta, y su mano se tiñe de un color rojo vivísimo. Por la noche aún lo llevaba. No hay quien lo borre. Es el carmín más preciado del mundo, y no es un hongo, es una cochinilla, y no es una enfermedad, es un cultivo. Este espléndido carmín escondido en una chinche no se me olvidará en la vida.

Seguimos viajando por tierras de malpaís, es decir, zonas negrísimas en donde los escombros de lava no permiten cultivo ninguno, y de repente se abren unas lenguas de arena como brochazos amarillos que llenan el paisaje de luz. Son los jables, las tierras cubiertas de arena de playa que el viento arrastra desde el otro lado de la isla por pasillos naturales cuando soplan desatados los alisios.

Cerca de los jables, allí en donde la ceniza volcánica (el picón) tiene la hondura adecuada, en el valle de la Gería, se cultiva la viña en preciosos embudos protegidos por muretes diminutos en media luna llamados socos. Las hojillas y las uvas de malvasía se ven casi translúcidas contra el suelo oscuro de picón. El conjunto de las parras, cada una con su soco particular, forma un campo de semicírculos verdes cristalinos en admirables arreglos geométricos sobre fondo lacado en negro, un Kandinsky de los años cuarenta.

Camino del Mirador del Río, hacia el norte, el malpaís está ya alfombrado de tabaibas, sólo han pasado quinientos años y ya la tierra carbonizada y cubierta de escoria va verdeando con una vida pujante. Las manchas delicadas de las euforbiáceas nos van conduciendo hacia el único palmeral de Lanzarote, el de Haría, pero cuando lo avistamos, está muy estropeado. Fernando Parra, que lo había visto hace quince años, se lamenta. Imagino que para él debe de ser como haber conocido a Brigitte Bardot en los años sesenta y verla ahora. Están construyendo mucho en Haría, este pueblo de belleza escalofriante, el único cubierto de buganvillas de toda la isla y que parece salido del Antiguo Testamento. Sólo le falta un borrico y la Sagrada Familia para que venga Giotto y lo pinte.

De repente Fernando Roch, que es urbanista y está muy enfadado, señala una casita blanca y radiante como una novia abrazada a una palmera y exclama: “¡Pero a quién se le ocurre construir una casa al lado de una monocotiledónea!”.

Me parece una de las frases más poéticas de la jornada.

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12 de septiembre de 2006
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El Boomeran(g)
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