Vicente Verdú
Hace muchos años, cuando todos los hermanos habíamos mostrado en nuestros primeros pasos profesionales qué clase de satisfacciones desearíamos obtener del trabajo, el benjamín de la familia seguía vacilando sobre la carrera a elegir. Los padres, tras incontables sondeos, estaban ya desistiendo de animarle u orientarle y entonces me enviaron a mí para intentar una operación tú a tú, dentro de la supuesta complicidad del territorio fraterno.
Dimos unas vueltas por un parque y unas calles, regresamos al parque, dimos varias vueltas a la glorieta y ya terminaba la tarde sin sacar nada en claro cuando, sólo por trasmitir a la familia un somero balance de su estado, se me ocurrió plantearle una pregunta general que propiciara la mínima respuesta, por abstracta que fuera.
Le pregunté si, al margen de una u otra carrera y olvidándose también de cualquier oficio o profesión concreta no aspiraba a conseguir, aunque aproximadamente, una determinada satisfacción en la vida. Y contestó: "mi única aspiración es que la gente me quiera".
Después se hizo finalmente licenciado en algo. Se hizo médico y, a poca atención que uno ponga, la clínica se comporta como una eficiente factoría de producción de amor.