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Reacción de ajuste

Por 1 de septiembre de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Espero que hayan tenido unas agradables vacaciones. Espero que al menos hayan tenido vacaciones. Yo pasé las mías con un colapso nervioso.

La crisis se desató después de mi infección auditiva, y precisamente a raíz de ella. Descubrí que ocurría algo anormal en cuanto me encontré llorando en un hotel de Trujillo y llamando a mi pareja en Barcelona sólo para escuchar una voz familiar. Pero mi regreso a Lima no mejoró en nada las cosas. No podía entrar en un restaurante sin romper en llanto. La gente que se acercaba a pedirme que le firmase un libro –algo que siempre me ha hecho muy feliz- ahora me daba miedo. En una reunión familiar me quedé todo el tiempo en un rincón, como el tío idiota que no articula oraciones. De hecho, era incapaz de hablar. Era incapaz de ver personas a menos que estuviesen en la pantalla del televisor. Era incapaz de leer. Era incapaz de salir de mi cuarto y dejar de llorar.

Cancelé el resto de la gira, el blog, el trabajo pendiente, mi colaboración en la radio española e incluso mi dirección de mail. No respondí ninguna llamada telefónica. No le respondía ni a mi madre cuando me llamaba para tomar un café en el comedor.

El psiquiatra me explicó que eso se llama “reacción de ajuste”. Y paradójicamente, es una enfermedad producida por el éxito. Cuando estás excesivamente expuesto, la gente desea verte y que la veas. Como eres un escritor, las personas tienden a quererte, ya que eres básicamente inofensivo, y más bien, les ayudas a sobrellevar la existencia cotidiana. En mi caso, este fenómeno es mucho más intenso en el Perú. Muchos peruanos sintieron el premio Alfaguara como suyo, y además, la novela logró llegar mucho más allá de los lectores habituales, a  barrios y clases sociales en las que por lo general ni siquiera hay librerías.

Creo que eso es lo mejor que puede ocurrirle a un escritor. Pero también lo más difícil de manejar. Súbitamente, pasas de tu silencioso escritorio a dar un acto público diario, a veces ante cuatrocientas personas. La gente se te acerca por la calle, y nunca estás plenamente seguro de ser anónimo y pasar desapercibido. Enciendes la televisión y ahí estás. Abres el periódico y está tu cara. Y luego están las invitaciones. Un día, pasé la mañana con el comité central de Sendero Luminoso, la tarde con Michelle Bachelet, la noche en un programa de televisión y la madrugada en un concierto de Los Diablos Azules. Y eso era un día normal. Añádanse diez horas diarias de agenda de prensa. Y el desbarajuste emocional habitual de regresar al Perú. Y la presión que ya llevaba encima antes de llegar. Una constante olla a presión psicológica. 

Por lo que aprendí con el psiquiatra, los nervios funcionan como cualquier otro órgano del cuerpo. Del mismo modo que uno tiene jugos gástricos para digerir los alimentos, también cuenta con recursos emocionales para digerir las relaciones personales. Y así como el estómago deja de funcionar tras una comilona, los recursos emocionales se agotan tras un banquete de sociabilidad. Incluso una persona que se muda de una choza a un palacio tiene que afrontar cierto nivel de stress para ajustarse emocionalmente a su nuevo entorno. Uno puede tener más suerte de la que su cuerpo puede asimilar.

La diferencia es que, cuando te duele el estómago, sabes qué hacer: comes menos y tomas aspirinas. Cuando te rompes una pierna, puedes más o menos reemplazarla con una muleta. Pero todo eso lo manejas con tu cabeza. Cuando la que está mal es precisamente tu cabeza, no tienes otra, no puedes confiar en tus propias decisiones, te sientes como un náufrago, a la deriva en tu propia e inflamada sensibilidad.

Hay un agravante más: nadie entiende esta enfermedad. Si dices que tienes una crisis nerviosa, la gente se ríe. Todos han tenido un dolor de estómago, pero una crisis nerviosa suena a broma. Las estrellas de cine tienen crisis. Lula tuvo una. Ronaldo sufrió otra. Es una enfermedad demasiado glamorosa. Es difícil creer que tuve una yo. Si no estás sociable, la explicación más obvia es: “desde que es un escritor premiado, se ha vuelto un imbécil”. Me temo que es la explicación que creerán todas las personas a las que no les respondí la llamada, y las que tuvieron la mala suerte de verme en mis peores días, haciendo el papel de guiñapo social. En fin, estoy vivo. Y soy funcional de nuevo. El psiquiatra me ha autorizado a sentirme satisfecho con eso.

Quiero agradecer los casi cien mensajes de apoyo que he recibido en el blog a lo largo de estas semanas. Realmente han sido para mí más reconfortantes de lo que pueden imaginar. Sentir que le importas a alguien es la mejor manera de reconstruir tu contacto con las personas. Gracias por estar ahí, y bienvenidos de vuelta.

Ah, y recuerden: no trabajen demasiado.

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