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Algunos ángeles

Así como los demonios que vimos el otro día son sólo una pequeña parte de los conocidos, los ángeles registrados son escasísimos, no porque sean menores en número sino por su mayor discreción. Los demonios arman bulla, hablan a gritos en los restaurantes, empujan en el metro, se saltan las colas, dan codazos, comen kilos de palomitas en el cine, en fin, su ego ocupa una enorme cantidad de espacio físico. Los ángeles, por el contrario, son ligeros, leves, intangibles, muchas veces transparentes y hablan en susurros, como los actores ingleses. Hoy veremos unos cuantos, pero, ojo, desconocemos el carácter y los trabajos de otros mil ángeles ignotos.

Armonía. Nunca se le ha visto, aunque se le oye constantemente. A su paso, las cosas suenan quedamente pues es el encargado de la música callada. Un dring en el jarrón de vidrio, por ejemplo, cuando le da el sol, o el fru-fru de las flores que contiene, son huellas de su vuelo cercano. Es muy celebrado al amanecer cuando pone en marcha los sonidos del alba. Y naturalmente se esconde a veces en un violín, a veces en un órgano de pedales, si se le persigue. No obstante, su función severa no es en absoluto ornamental: este ángel maravilloso mantiene el equilibrio entre la matemática y el mundo, de manera que nunca la una o el otro predominen y acaben con la variedad y los cambios.

Don. Es un ángel robusto, bajo de estatura y de complexión fuerte y huesuda. Es el que protege los intercambios e inclina el beneficio hacia la parte más justa. En su máximo esplendor consigue que algunas gentes se desprendan de lo que necesitan, para dárselo a alguien aún más necesitado. La última intervención de Don divulgada por la prensa fue cuando un marroquí se arrojó a la vía del metro para salvar de la muerte a una muchacha. La salvó, pero dejó allí una pierna. He aquí un caso de intercambio privado, pero este ángel regula también la economía general, aunque sólo entre los pueblos honrados. En consecuencia va perdiendo áreas de dominio frente a su oponente, Mammón. En Francia le llaman Dépense. Y en tiempos antiguos se llamaba Potlach.

Elevación. Aunque a diferencia de los demonios que tienen tres o cuatro sexos los ángeles por lo general no tienen ni uno, el ángel Elevación es femenino. Actúa muy rara vez, pero obligadamente una en cada vida humana. Algunos mortales han tenido la fortuna de que les tomara en más de una ocasión, pero por lo menos una está garantizada. Elevación acude al desamparado y si es hembra se abraza a ella, si es varón lo sujeta por las axilas. A medida que asciende, el humano va dejando caer trozos de su cuerpo, un brazo, el hígado, las manos, el cabello, el cóccix, las ubres, hasta desprenderse por completo de toda su encarnadura física. Una vez reducido a su parte esencial, el humano acompañado por Elevación danza como un mosquito ante el fuego cósmico. Allí, en esa danza extática, comprende la esencia del universo. Al cabo de unos segundos, Elevación lo vuelve a dejar en donde estaba, un banco del parque, una sucia habitación londinense, un hospital, de manera que el elevado tenga ocasión de contar lo que ha visto. Suele hacerlo, pero los resultados son decepcionantes.

Meteoro. Quizás estemos hablando del más sutil de los ángeles porque carece de mismidad, es pura relación, no tiene ser, sólo establece conexiones. Su función es tan importante para la conservación del mundo que comparte con su dueño la facultad de estar al mismo tiempo en todas partes. Es el que traslada de aquí para allá los mensajes. Podría decirse que es el responsable del lenguaje, pero se trata de algo mucho más importante: es el responsable del sentido, de todos los sentidos, de cualquier cosa que tenga sentido. Se le invoca mirando al cielo y preguntando: “¿Qué tiempo hace hoy?”. De inmediato se pone en movimiento y comienza a juntar polos emisores, a veces humanos, a veces animales o vegetales, e incluso minerales. En momentos muy singulares, cuando está contento, produce efectos luminosos como las lluvias de estrellas, las auroras boreales o los cometas. Es su manera de menear la cola.

Paciencia. Cuando en épocas siniestras las voces de los muertos son escandalosas y su indignación impide a los vivos llevar una vida más o menos normal, cuando la tierra donde reposan tiembla de cólera después de horribles matanzas e injusticias insoportables, debe intervenir Paciencia para restablecer el sosiego. Su función, a la que solemos llamar “paz” o bien “pacificación”, es un trampantojo. Nunca hay paz. No puede haber paz. Los mortales nunca conocerán la paz. Lo que hay no es, tampoco, un cese de las matanzas por fatiga de las tribus violentas, es más bien que los muertos dejan de gritar y ya sólo hablan entre sí o se lamentan con menos furor, se quejan en voz templada, se desconsuelan y dan palmaditas en la espalda persuadidos de que no hay nada que hacer con los vivos. Entonces los humanos descansan un poco, dejan los cuchillos, los cañones, las bombas de racimo, aran la tierra, adiestran perros de compañía, se reproducen, preguntan qué tiempo hace.

Sereno. Muchos especialistas le tienen por el más amable de todos los ángeles, seguramente porque solo se fijan en su mitad luminosa que es la de abrir el cielo, sea por la mañana, sea cuando cesa la tempestad. Es sin duda encantador ver cómo se corre esa cortina gris plomiza, betuminosa, y aparece la vibrante luminosidad dorada. Olvidan que es también el mismo ángel que abrirá definitivamente la esfera celeste detrás de la cual se agita nerviosa, sinuosa e impaciente la potencia infinita sin nombre ni persona, el núcleo incognoscible que produjo la primera explosión y provocará también la última. En esta segunda función, Sereno se parece mucho al antiguo guardián del Séptimo Sello, aunque despojado de sus elementos supersticiosos y eclesiásticos.

Simpatía. Su evidente parcialidad hacia los humanos le mantiene en una de las dinastías inferiores, ya que los jerarcas angélicos no se fían de él. Al parecer, no le importa. Fascinado con su tarea, carece de ambición y nunca ha deseado destinos más elevados. Para nosotros es imprescindible ya que es quien tiene la clave que resuelve todas las contradicciones y siendo así que los humanos vivimos en la pura contradicción y no conocemos la muerte si no es por la vida, el frío gracias al calor, la luz mediante las tinieblas, lo femenino por oposición a lo masculino y lo justo contra lo injusto, solo un mecanismo de constante vigilancia en ese nudo de problemas agobiantes es lo que evita el caos completo y la destrucción universal.

Muchos más son los ángeles y no todos son terribles, pero esta es la extensión que podemos concederles por hoy. Debo decir, para que no se produzcan equívocos, que entre ángeles (Luzbel) y demonios (Lucifer) sólo hay una débil y quebradiza bisagra: nosotros. Eso es lo que les mantiene tan atentos a nuestros intereses y pasiones. Ellos dependen de nosotros y nosotros de ellos. Cuando desaparezcamos, la soledad eterna los congelará en forma de estatuas errantes, girarán para siempre como piedras mudas en un universo vacío.

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6 de octubre de 2006
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ESPAÑA Y LA FERRAMENTA

España como problema, España como tragedia, España como destino en lo universal. Todas las disquisiciones de vida o muerte, de imperio o averno desaparecen, dice Santos Juliá al final de su libro Historia de las dos Españas, cuando llega la democracia y “resulta, más que embarazoso, ridículo remontarse a los orígenes eternos de la nación, a la grandeza del pasado, a las guerras contra invasores y traidores; carece (así) de sentido hablar de unidad de cultura, de identidades propias, de esencias...”.

En la democracia absoluta, podría decirse, todo es contingencia, avatar, accidente sucesivo. Ni hay proyecto hacia un punto encimado ni hay raíces robustas.

La historia discurre al compás de los nuevos vehículos que se deslizan fácilmente,  desde el ferrocarril al avión, a través del espacio abierto y en la ilimitada vastedad del ciberespacio. ¿Qué sentido tendría entonces preocuparse hoy por la selección nacional de fútbol y su partido del sábado? ¿Qué enemistad nos enfrenta a Suecia? ¿Deseamos acaso que se la humille en su propia tierra? ¿Anhelamos que triunfe Luis Aragonés?

Nada de nada. La paz democrática nos provee de un estado de felicidad fragmentada  y azarosa. No aspiramos a ser los más fuertes ni los más egregios. Ni nunca ni para siempre.

La vida es sólo cotidianidad. Todos los partidos de fútbol brotan como episodios que empiezan y terminan en el tiempo del partido (tiempo partido) puesto que no hay un Camino que recorrer ni una Grandeza que conquistar. A la actitud de milicia sucede la distracción y a la misión el entretenimiento. Con esto ni los hijos son de nuestra misma sangre ni nuestra sangre, reducida a un tipo, se relaciona con la patria insigne o el sagrado color de las camisetas. De esta manera vivimos más cerca que nunca del curso natural y sus peripecias, de la biología y sus sorpresas, del universo y sus hecatombes. Puede parecer una existencia mucho menos estructurada pero ¿desde cuánto tiempo atrás no hemos aborrecido la ferramenta?

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5 de octubre de 2006
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TRES EN CÍRCULO

Antes de subir a la presentación del libro de Jorge Edwards, Persona non grata, que tendría lugar en una de las últimas plantas de ese laberíntico espacio del Círculo de Bellas Artes, tuve un feliz encuentro con la obra de tres artistas fundamentales de la modernidad del siglo XX, de sus sueños de rupturas, de sus maneras heterodoxas de entender el arte. Me tropecé, en realidad estaba buscando el tropezón, con la obra de Jean Arp, de Henry Michaux y de Mario Cesariny. Placentero encuentro en un espacio cada día más dinámico pero más complicado de recorrer, de salir y de entrar. Y sin embargo se llena, a la gente le gusta el laberinto. A mí también. Debería haber más laberintos, aunque fuera en los jardines públicos. Sigamos en el Círculo, en ese contenedor de artes dispersas -incluido el billar- ese territorio imprescindible de nuestros encuentros culturales, en donde lo normal es dar una conferencia o que te la den. Un excelente mirador para esperar pacientemente que algún día funcione mejor el más hermoso de los cafés abiertos a una ciudad que soñó ser una moderna metrópolis al mismo tiempo que crecía su edificio.

El libro de Edwards, ahora felizmente rescatado, tiene más de treinta años. Más de tres décadas y sigue tan vigente, tan lúcido y eficaz como cuando no quisimos leerlo. No quisimos y, sin embargo, lo hicimos. No queríamos compartir sus opiniones, sus miradas, sus críticas y lo terminamos haciendo. Si no lo hicieron entonces, háganlo ahora. El libro de Edwards sigue siendo necesario para saber más de Cuba, Fidel, la izquierda guerrillera y la del caviar. Para saber de Neruda y de Allende, para saber de diplomacia y de mentiras. Un libro que debemos agradecer. Y más algunos que tan ingratos fuimos con un escritor que se atrevió a decir la verdad de una revolución que era una mentira.

El libro de Edwards está en las librerías. También los catálogos de las tres exposiciones más interesantes y no tan habituales de tres artistas que hicieron de su independencia, de su inteligente camino a contracorriente, de su navegar entre el dadaísmo y el surrealismo sus esencias artísticas, Arp y Cesariny. Y esa manera de moverse al margen de un artista tan esencial, tan genialmente arbitrario, tan excelente en sus márgenes que fue Michaux. Un buen bárbaro que estuvo muchas veces en nuestro país. Que no le gustó nada Madrid y que se enamoró de Doñana y del paisaje de Almería. Si Michaux pudiera ver ahora este Madrid en que se le edita y expone, podría cambiar de opinión, sobre todo si recorriera la ciudad de manos de un amigo, seguidor y admirador, de otro pintor que escribe y que dejó la dulce Francia por el cocido madrileño: Eduardo Arroyo. En los “ Icebergs” expuestos en el Círculo encontramos los antecedentes de muchos artistas, no precisamente de Arroyo. Nada malo saber mirar a los maestros.

También hay que ver el mundo de Arp, el mundo de ese dadaísta que supo pasar por el Cabaret Voltaire cuando tocaba estar allí.¡Cuántas veces hemos deseado estar allí, entre aquellos que tanto y tan bien se reían de tantas cosas desde un bar en Zurcí! Ahora, también Madrid le sienta muy bien a Jean Arp y sus ya tan clásicas piezas de los tiempos en que la vanguardia tenía sentido. Quizá lo siga teniendo.

Y cerrar el círculo, o dejarlo abierto, con la pintura y la poesía del último surrealista portugués, Mario Cesariny, uno de los últimos mitos vivos de ese movimiento, el surrealista, que pasó por Iberia, llegó a México y se encontró muy cómodo.

Después siguió su camino, su historia de ida y vuelta, todavía está presente y vivo en artistas, en poetas tan jóvenes como el viejo Cesariny.

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5 de octubre de 2006
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Luchando con los ángeles

Leí que se estrenó en New York Wrestling with Angels, el documental de Freida Lee Mock sobre Tony Kushner. Ojalá llegue aquí pronto, aunque más no sea en DVD. Tengo por Kushner la más furibunda admiración desde que vi Angels in America en el Walter Kerr Theatre. Aquí en la Argentina usamos mucho una frase que sirve para describir el efecto que Angels tuvo sobre mí: me voló la cabeza. Angels (que en ese momento se limitaba a su primera parte, Millennium Approaches) era algo que yo había deseado desde siempre, convertido en realidad delante de mis ojos: una obra artística ambiciosa hasta la locura en lo formal pero también en lo temático, enamorada del lenguaje y del logos, que demostraba que era posible dramatizar lo que nos ocurre hoy, lo que nos desvela, y a la vez aspirar a la grandeza.

Por aquel entonces –hablo de mitad de los 90- me desvelaba la renuncia de gran parte de mis compatriotas a asumir la posibilidad histórica de una grandeza semejante: acabábamos de salir de una dictadura que nos produjo heridas tan profundas como traumáticas, de esas que marcan para siempre (cualquiera que crea ingenuamente en nuestra capacidad de cicatrización, no tiene más que acudir a los diarios de estos días: el albañil Jorge López sigue sin aparecer, las amenazas por carta y por mail inundan juzgados y organizaciones de derechos humanos y el candidato de la derecha, Mauricio Macri, habla sobre la necesidad de una reconciliación fundada en la impunidad de los asesinos), pero buena parte de los artistas se negaban a hacerse cargo de la devastación. Los cineastas reunieron el coraje, hubo muchas películas malas pero también de las otras, las que sobreviven: Tiempo de revancha, La historia oficial, Un muro de silencio, Garage Olimpo. Pero en lo que hace a la novelística, la post-dictadura constituye un agujero negro: cualquiera que revea los últimos años del siglo XX colegirá, equivocadamente, que la narrativa argentina no registra trauma colectivo alguno, o en todo caso más grave que la muerte de figuras como Borges, Cortázar y Soriano. Intuyo que más allá de experiencias como la seminal de los ciclos de Teatro Abierto, en la escena ocurrió algo parecido: mucha experimentación, la mansa asunción de que después de Beckett no se puede aspirar a un teatro del sentido y mucho menos a un teatro popular, y pocos intentos de usar el escenario para tratar de dilucidar qué nos ocurrió, y a qué clase de locura recurrimos para sobrevivir en ese infierno. (Exagero para fijar imágenes, como dice un amigo: las generalizaciones siempre son injustas, pero creo que en este caso las excepciones como Eduardo Tato Pavlosky no hacen más que subrayar la regla.)

En ese contexto Kushner apareció para demostrarme que lo que yo ansiaba era posible. Angels in America se hacía cargo de su lugar y de su tiempo: hablaba de la era Reagan, del sida y del milenio, de los problemas raciales y de la muerte o desaparición de Dios, de la posibilidad del amor y del poder del lenguaje. Se animaba a convertir a personas reales como Roy Cohn en personajes shakespirianos, algo que casi nadie logró hacer desde, um… ¿Shakespeare? Y asumía la tentación del gran gesto, pero sin dejar nunca de lado el sentido del humor. (El final de Millennium Approaches, cuando el Ángel irrumpe en escena con todo su esplendor –imaginen esas alas kilométricas, esa luz enceguecedora- y a Prior no se le ocurre otra cosa que decir: “Very Steven Spielberg”, me arrancó una carcajada que todavía duele en mi costado).

La epifanía que Kushner indujo entonces funciona todavía. En aquel momento cometí el error de tomármela literalmente, escribiendo una obra teatral llamada Antarctica que duraba tanto como las dos partes de Angels juntas, y que hoy no me animo a releer. Pero la inspiración siguió viva y me impulsó además a seguir a Kushner en cada paso que daba. Leí Slavs!, destinada a sufrir el síndrome esto-no-es-Angels. Sufrí la imposibilidad de no ver Homebody/Kabul y el musical Caroline, or Change. Vi Munich adivinando los toques Kushner sobre el guión de Eric Roth. (La reunión Spielberg-Kushner estaba cantada desde el principio.) Y cada vez que descubro una noticia que lo menciona, aunque más no sea la del estreno del documental, hago un alto para leerla.

Tony Kushner es un gran artista, que no teme poner el cuerpo ni alzar la voz para decir lo que piensa. Sigo pensando que necesitamos muchos más como él, porque la visión de cualquier noticiero me confirma que el mundo sigue en llamas y que por ende los artistas timoratos son un lujo que no podemos, que no debemos darnos.

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5 de octubre de 2006
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Esto se pone feo

Me parece muy bien que los de la Ópera hayan salido corriendo como ratas. Finalmente, a la estupidez de haber encargado un escenario mentecato le corresponde la vergüenza de levantarse la sotana y poner pies en polvorosa en cuanto entra el fiero turco con el alfanje desnudo. Los musulmanes están en contra de la decapitación, siempre que no la ejerzan ellos, y me parece muy sensato, yo haría lo mismo. No todo el mundo puede decapitar. Hace falta un cierto respeto hacia el reo.

Cortar cabezas es posiblemente el acto institucional más antiguo del mundo. Caín le partió el cráneo a Abel con la quijada de un burro, según cuentan, pero es porque aún  no se había inventado la metalurgia. De haber existido tal cosa, le habría cortado la cabeza, eso es seguro. Cortar cabezas es una actividad noble, reconocida por Lewis Carroll en su muy exacta representación de la monarquía: “Off with their heads!”.

Durante siglos la decapitación ocupó una parte relevante del imaginario mundial. Su desaparición ha traído consigo humillaciones espantosas para los condenados como el garrote vil, la horca o la silla eléctrica, sin representación posible que no sea grotesca o moralizante. Y siendo así que el fusilamiento se ve restringido a los periodos de guerra, ya no hay modo de morir ajusticiado con un poco de dignidad.

San Dionisio es llamado “el cefalóforo” porque tomó con sus manos la cabeza que acababan de cortarle y la llevó consigo hasta el lugar donde debía ser enterrado. Al parecer, no dejó de hablar durante todo el camino palabras hermosísimas sobre la santísima trinidad, palabras con aroma de rosas. El lugar donde está enterrado es hoy la abadía de St Denis, uno de los lugares más bellos del mundo. Ya me dirás si algo así es posible con la silla eléctrica.

María Antonieta, quizás la reina más estúpida de cuantas parieron los Imperios Centrales, fue dignificada gracias a la guillotina, la cual no tenía ya la grandeza del verdugo con capucha de pico y segur, pero se las trae. Por lo menos ha servido para poner en su boca esas últimas palabras que confirman su profunda idiotez: “Por favor, cortad por encima del collar de perlas”. Totalmente falsas, claro, porque conservamos un dibujo de J.-L. David en el que se ve a la austriaca en completo desorden, muy flaca, sin ningún ornamento y con gorro de dormir. Así subió al cadalso, oyendo el redoble de los atabales destemplados y al noble pueblo de París jaleando como en el fútbol.

La decapitación, además, permitía metáforas inmensas, como las esplendorosas de Artemisia Gentilleschi, o las de Lope de Vega. Mira, vamos a reproducir una, que no es tan fácil de encontrar:

Cuelga sangriento de la cama al suelo
el hombro diestro del feroz tirano,
que opuesto al muro de Betulia en vano,
despidió contra sí rayos al cielo.
Revuelto con el ansia el rojo velo
del pabellón a la siniestra mano,
descubre el espectáculo inhumano
del tronco horrible convertido en hielo.
Vertido Baco, el fuerte arnés afea
los vasos y la mesa derribada,
duermen las guardas que tan mal emplea;
y sobre la muralla, coronada
del pueblo de Israel, la casta hebrea
con la cabeza resplandece armada.

Esta magnífica Judit que parece pintada por Rembrandt sería rechazada, prohibida, censurada y muy criticada por los columnistas si la pusiera en escena alguien que no fuera Rubianes. ¿Cómo se atreve Lope a insultar de ese modo al milenario pueblo iraní? Es cierto que Holofernes era persa, pero se advierte que Lope tira contra los analfabetos clérigos de la barba.

Y luego está ese espantoso insulto, ese agravio gratuito, fruto de su falocrática condición: ¿cómo osa hablar de “la casta hebrea”? Envidia de macho resentido y antisemita. ¡Pues buena era Judit de Betulia como para seguir casta a esas alturas…!

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5 de octubre de 2006
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LIBREROS DE VIEJO

De lo idílico de mi visión de un hermoso pueblo castellano dedicado a los libros de viejo bajo a la realidad de los libreros de viejo en la feria que cada otoño les convoca en Madrid. Es una bajada desde el deseo a la realidad. Comento con algunos de mis más frecuentes amigos entre los libreros de viejo la posibilidad de tener un pueblo con deseo de ser una constante dedicación de su oficio. No les noto entusiasmados. Incluso bastante escépticos. Me comienzan a contar algunos de los problemas reales con los que se enfrentan.

Primero, el bajo crecimiento, o el retroceso en muchos casos, de la venta de los libros de viejo en los establecimientos tradicionales. La falta de espacio, de ayudas, de difusión y el intrusismo en la profesión. Siguen, al menos los libreros de Madrid, quejándose de la existencia de dos ferias anuales del libro de ocasión. Y además, con ese espíritu abierto del que hace gala la ciudad, ese espíritu tan de agradecer por los compradores, de abrir la feria a cualquier librero sea de dónde sea no favorece a los profesionales del sector madrileño. Dicen no ser correspondidos con las mismas invitaciones por otras ferias que se hacen en otras ciudades. Yo, que simplemente pretendía ser un paseante en feria, un curioso a la busca de alguna sorpresa, de alguna ganga que no estuviera reflejada en la red, me encontré con una suerte de reivindicaciones, de quejas y de negritud con el futuro de ese peculiar mercado que me hicieron rebajar mi proverbial optimismo.

Suelo situar mis deseos por encima de la realidad así que me dio por seguir pensando que la idea, el proyecto de Albalate y sus librerías de viejo, eran una salida más imaginativa y apetecible que esa de algunos pueblos al vestirse de medievales, montar un mercado lleno de fritos grasientos, de vino peleón, de trajes de disfraces, juegos absurdos y música de instrumentos de viento poco evolucionados. Digan lo que digan sigo pensando que Albalate podría ser una suerte de Hay-on-Wye a la manchega, tendrá menos glamour pero tendrá sentido.

Ciertamente el mundo del libro de viejo cambió con la entrada en la red de los grandes libreros del sector. Es sin duda uno de los cambios más notables en un negocio que era personal, pequeño, lleno de polvo y con la trastienda cargada de posibles sorpresas. Quizá sea una mirada un tanto romántica pero de vez en cuando así podía ser el rastreo en esos cubículos, tenderetes o librerías con sabor que dan asilo al mundo de los libros de viejo.

Llegó Internet, llegaron los buscadores por la red, llegó la librería de viejo universal y todo fue más abierto, más fácil, más uniformado y menos imprevisible. Subieron los precios. Todos, casi todos, los libreros de viejo saben lo que piden los grandes mantenedores de este negocio por una primera edición de un poeta del 27 o por el descatalogado libro de Vargas Llosa sobre García Márquez. Ahora todo es más fácil y también más difícil. Ahora los libros de viejo, las librerías de viejo, están en la red y el mundo entero, el pequeño gran mundo de ese universo de buscadores de libros perdidos, raros, hermosos o descatalogados, tiene una información que les hace tener un argumento frente a los que pretenden cazar una rareza a precios de saldo. Apenas hay sorpresas y prácticamente no existe el librero que no tiene esa información para subir, ajustar o presionar a su comprador con el precio universal que marcan los dominadores de la red de los libros de viejo.

Después de todo esto, ¿por qué, para qué una experiencia en marcha como la del pueblo conquense de los libros?... Pues quizá, como me señaló uno de los más veteranos y amantes de su oficio, uno de los resistentes históricos de la Cuesta de Moyano, porque ofrezcan además de la posibilidad de buscar viejos libros, la posibilidad de tomar un buen cabrito, una agradable habitación con vistas o un paraje que merezca la pena la escapada de nuestros hábitos de fin de semana. Quizá tenga razón, quizá tengan que ofrecer los del pueblo de Albalate algo más que libros de viejo. Pero si consiguen ofrecer una buena muestra de libros perdidos y además unos vasos de buenos vinos, un paisaje y una fonda con buena comida y dormida… si me pierdo, que busquen en ese pueblo de la Mancha de cuyo nombre sí quiero acordarme.

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4 de octubre de 2006
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La coca salvadora

Diez días después de su sulfuroso discurso ante la Asamblea de las Naciones Unidas, Chávez no parece haber surtido un gran efecto: sus apoyos y obstáculos para alcanzar un asiento en el Consejo de Seguridad siguen siendo los mismos, y la retórica antiimperalista -aunque grata a muchos oídos- no resulta muy contundente en boca de un gran socio comercial de Estados Unidos como él. Quizá el máximo efecto de su discurso fue disparar las ventas del libro de Noam Chomsky que mostró en el estrado. Nunca está de más promocionar un poco la lectura.

El que sí tuvo un eco inesperado en la prensa internacional -Newsweek le dedicó una página y el Herald Tribune, un editorial, por citar solo dos ejemplos- fue el menos rimbombante Evo Morales quien, en vez de un libro, empuñó una hoja de coca. Morales está haciendo campaña para diferenciar la coca de su derivado más tóxico: la cocaína. Y quizá a los Estados Unidos le convendría poner más atención a lo que dice.

La lucha contra el narcotráfico constituye el eje de la política norteamericana hacia la zona andina y buena parte de Centroamérica. En nombre de la salud de sus ciudadanos, EE. UU. no vaciló, por ejemplo, en invadir Panamá y vetar la entrada en su país a un ex presidente colombiano. Y aunque los métodos de lucha se han refinado un poco en los últimos años, la estrategia para luchar contra las drogas sigue basándose en la erradicación absoluta, con frecuencia recurriendo a infraestructura militar. Es como si para erradicar el alcoholismo bombardeasen con napalm los viñedos franceses.

Significativamente, la mayor resistencia contra Estados Unidos en la región andina se ha articulado precisamente en torno a las zonas que producen coca: es ahí donde comenzó su carrera política el propio Evo Morales, es ahí donde se hizo fuerte la guerrilla colombiana y es ahí donde más tenazmente sobrevivió Sendero Luminoso en el Perú.

La razón es simple: la violencia en la guerra contra la cocaína no suele afectar a los narcotraficantes y sus laboratorios, sino a los campesinos que cultivan lo que ha formado parte de su cultura durante siglos. Esos campesinos no pueden recurrir a las autoridades del Estado, que además a menudo son compradas por las ingentes masas de dinero que produce el negocio ilegal. En su camino hacia EE. UU., la cocaína deja tras de sí un reguero de conflictos sociales que van de la guerrilla a las maras. El resultado de todo esto es el caldo de cultivo perfecto para grupos antisistema, violentos o no, que capitalizan el descontento.   

¿Cómo se soluciona todo esto? Dándole otro uso a la coca. Un uso legal. La propuesta de Morales y de muchos pequeños empresarios andinos es precisamente producir dentífricos, bebidas, medicinas, y convertir la coca en un polo de desarrollo para las poblaciones más deprimidas. Habrá que ver, claro, qué tan viable es eso, y qué solidez tiene la evidencia científica que ensalza a la hoja de coca como una panacea. Pero sí hay evidencia de una cosa: la política actual contra las drogas no está funcionando. No se han reducido significativamente los cultivos, y no lo harán mientras se mantenga el cóctel entre gente muy pobre y zonas geográficas muy inaccesibles.

La lección para EE. UU. parece difícil de aprender. De hecho, en Afganistán cometen el mismo error: en vez de dar una salida factible a los cultivadores de opio, los dejan en manos de los talibanes, que se están rearmando con el dinero del narcotráfico, gracias a EE. UU. Pero en el caso de la coca, la comunidad internacional puede dar un paso importante derogando la prohibición de Naciones Unidas que pesa sobre los productos derivados de la coca (prohibición que, por cierto, tiene excepciones que permiten a la Coca Cola comprar estos insumos). Ese sería el primer escalón para una solución pacífica y negociada que, además, beneficiaría tanto a los campesinos como a los Estados Unidos. Queda por ver si la administración norteamericana está dispuesta a que la salven de sí misma.

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4 de octubre de 2006
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LOS CIBERNIÑOS

Club Penguin.com, imbee.com, neopets.com o Tweenland.com, son direcciones que, al estilo de MySpace.com, se han abierto recientemente para contactos sociales on-line y entre preadolescentes.

Niños norteamericanos ( y no norteamericanos) de 8 a 12 años han acogido con tanto entusiasmo estos sites de encuentro que, por ejemplo, Club Penguin registró más de dos millones de visitas en agosto pasado, apenas cuatro meses después de inaugurarse.

La legislación de Estados Unidos, quizás la más cautelosa del mundo respecto a la infancia, hace muy difícil sostener una web de este tipo sin cumplir unas condiciones altamente restrictivas pero, por lo que se ve, varias firmas han conseguido respetarlas. Lo han logrado de tal modo que una mayoría de los padres encuestados este mes pasado estimaron que esta ueva  interacción en la red contribuye al desarrollo de la sociabilidad, la formación y los conocimientos escolares de sus hijos.

Efectivamente se comercializan ya numerosos videojuegos pedagógicos y de educación cívica pero la red añade el “contacto humano” que no se encuentra en el interior de las consolas. “Los niños aprenden, trabajan y viven on-line” corrobora un último reportaje del semanario Business Week y, en consecuencia, nada más recomendable que ampliar o mejorar los destinos de sus navegaciones.

Cada site debe respetar no sólo las leyes generales de protección infantil sino que debe contar con especiales anuencias de los padres tanto para impedir que los niños se perviertan en algún recodo de sus entretenimientos como para evitar que desplumen a sus progenitores.

Cumplidas estas garantías una buena proporción de padres ha visto en el  ciberentretenimieno y las pandas de amigos on-line el recurso más eficaz para la tranquilidad del hogar y de sus propias conciencias. De hecho en el espacio doméstico norteamericano o japonés -y progresivamente en el europeo o el australiano- apenas se oye una mosca. Sólo se escucha, casi en exclusiva, el teclado del múltiple ordenador personal y alguna que otra exclamación que no puede absorber la densidad de la pantalla.

¿Alguna pega?  Diversas en general. En particular, hay quien dice, desde BlogSafety.com, que no es posible controlar plenamente todo lo que estos veloces ciberniños son capaces de hacer o perpetrar cuando se les deja a solas. Más o menos lo mismo que se ha dicho a lo largo y ancho de la Historia.

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4 de octubre de 2006
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De la ficción como vieja puerta china

Estar en mitad de la lectura de un libro encantador es una de las sensaciones más disfrutables de la vida. Quizás sea más disfrutable incluso que la llegada al final del texto, porque cuando uno todavía promedia la lectura, todo es posible: estamos fascinados por el acto mismo del descubrimiento, sentimos como si hubiésemos encontrado un universo detrás de una puerta por la que habíamos pasado mil veces, todo es flamante y sugestivo, los personajes, el lenguaje, la forma narrativa. Hoy me está pasando todo esto con Sputnik Sweetheart, de Haruki Murakami. Es mi primer Murakami, e intuyo que no será el último. Tal como insinué, todavía es demasiado temprano para decir nada muy serio al respecto (primero hay que disfrutar, ya habrá tiempo después para las elaboraciones; salvo, vale aclararlo, que se trate de un acto creativo como la escritura, en el cual el disfrute y la elaboración ocurren a la vez), pero aun así encontré dos pasajes que me gustaría compartir. Y los dos son, precisamente, comentarios sobre la escritura.

En el primero, el narrador le cuenta a su amiga Sumire, que aspira a ser escritora, una vieja costumbre china. Dice que siglos atrás se dedicaba gran esmero a la construcción de las puertas de las ciudades. “La gente creía que el alma de la ciudad residía en esas puertas. O por lo menos que debía residir allí”, cuenta. Por eso se las construía siguiendo un rito específico: además de las consideraciones puramente arquitectónicas, los constructores visitaban los campos de batalla para recolectar viejos huesos humanos, que enterraban a los pies de la puerta para que el espíritu de aquellos soldados siguiese protegiéndolos. Después degollaban a algunos perros y regaban el lugar con su sangre, para que el líquido reviviese las almas de aquellos muertos.

El narrador le dice a Sumire que escribir novelas se parece mucho a la construcción de esas puertas. “Uno puede juntar huesos y hacer su puerta, pero por más maravillosa que sea, eso solo no la convierte en una novela viviente, en una novela que respira. Una historia no es algo de este mundo. Una verdadera historia requiere una suerte de bautismo mágico, que ligue el mundo de este lado con el mundo del otro lado”, dice el narrador. No sé a ustedes, pero a mí me encantó la comparación. Yo también creo que existe algo “de otro mundo” en las grandes novelas, una línea de conexión con lo inefable que queda tendida por siempre a nuestra disposición, ignorante del paso del tiempo. De paso, el narrador de Murakami me proporcionó una excelente manera de explicar las características de tanta literatura de hoy. Yo creo, por ejemplo, que buena parte de la literatura argentina contemporánea no vale gran cosa porque es pura construcción, nomás: una puerta sin huesos y sin sangre.

En el otro pasaje el narrador dice a Sumire, angustiada porque no logra escribir, que de una u otra manera todos vivimos dentro de una ficción. No se trata de una ficción al estilo Matrix, ficción como engaño en el cual vivimos inmersos, sino ficción como mecanismo de interpretación de la propia vida –de interpretación, y a la vez proveedor de sentido. “Pensá en términos de la transmisión de un auto,” dice. “Es como una transmisión que está entre vos y las duras realidades de la vida. Tomás el poder crudo del exterior y recurrís a los cambios para ajustarlo, de forma que todo funcione de manera agradable, en sincro”. Lo que el narrador sugiere a Sumire es que de alguna manera ella ha cambiado el relato de su propia vida, la ficción que la rige; y que no podrá escribir más hasta que decida si la escritura forma parte de ese nuevo relato, del nuevo paradigma que configurará su vida de allí en adelante. 

¿No creen ustedes que cada uno de nosotros ha elegido, conscientemente o no, una ficción o cuanto menos un género que guía la evolución de nuestras vidas? ¿No dirían que existe gente que vive vidas kafkianas, o vidas de realismo sucio, o vidas proustianas, o vidas de porno-novela? Yo creo que sí. Haciendo un poco de antropología barata, creo que la especie humana ha creado ficciones en todos los lugares y en todos los tiempos como un mecanismo de adecuación a la vida en este planeta. Como la transmisión del auto de Murakami, o la atención a la despresurización que prestamos aquellos que buceamos. Algunas especies han desarrollado branquias para sobrevivir, o espinas, o habilidades camaleónicas. Nosotros desarrollamos nuestra capacidad de crear ficciones, desdoblándolas de la realidad.

Y la termino aquí, al menos por hoy. No para seguir leyendo a Murakami (prefiero saborearlo de a poco), sino porque me llegó la hora de visitar los campos de batalla, en busca de algunos huesos con los que construir mi próxima puerta.

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4 de octubre de 2006
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EL LIBRO DEL VALOR

Es un pequeño libro: La travesía de la noche. Lo publica un pequeño editor madrileño: Arena Libros. Viene en una pequeña colección de relatos: “Libros del Último Hombre”. Lo único grande es lo que cuenta el libro: el valor tranquilo de una mujer que se encuentra en la «noche oscura».

«De momento -se lee en la primera página- estoy en un edificio en el interior del campo de Ravensbrück, llamado bunker. Es una prisión que sirve también de calabozo. En ese caso no hay ni manta ni jergón, se distribuye el pan cada tres días; la sopa cada cinco días. La condena al bunker va acompañada de un apaleamiento: veinticinco, cincuenta o setenta y cinco golpes, a los cuales raramente sobrevive la detenida».

El relato que sigue esas líneas no ocupa más que treinta y nueve páginas en el librito, pero es un monumento de dignidad humana, de fe y de un valor cargado de humanismo. Lo leí en el momento de su publicación en francés (La traversée de la nuit). Acabo de releerlo en su traducción al castellano y queda intacta la sensación de oír una voz más alla de la muerte. Aunque el texto habla del sufrimiento humano con una desnudez total, aplastante, parece una lucecita imposible de apagar. Es más que literatura o testimonio literario. En su renuncia a cualquier efecto literario, en su ausencia de una condena verbal de los asesinos y torturadores, el texto consigue aislar y entregar al lector, como en un extracto de perfume, el soplo de la vida que continúa a pesar de la muerte, que ya está al lado de la autora.

Después de tantas horas leyendo Les Bienveillantes de Jonathan Littell, la novela que provoca un terromoto literario en Francia con la muy creíble historia de un miembro de la Waffen-SS, la lectura de La travesía de la noche cambia todo en unos minutos. Su autora, Geneviève de Gaulle Anthonioz, esperó más de cincuenta años antes de liberarse de la historia de su superviviencia en el bunker de Ravensbrück. Sí, se llama de Gaulle. Era la sobrina del General, hablaba alemán y para los oficiales SS su destino, su ineludible muerte, era un problema frente a una posible victoria de los aliados. Claro que su apellido le salvó la vida. Ella no lo dice, pero se entiende muy bien. Tal como se entiende la imposibilidad, a pesar de tener una industria de la muerte, de aplastar a un ser humano. Aun en la soledad de una «noche oscura» hay espacio para la fe religiosa y el calor de la convivencia pasada.

Por su papel en la resistencia contra los nazis en Francia, por su actitud en los campos, y por su trabajo después de la guerra en un grupo, ATD Quart Monde, la primera ONG en Francia que se dedicó a luchar contra la pobreza extrema, Geneviève de Gaulle Anthonioz fue una persona aparte. Un monumento. Utilizar la palabra valor para hablar de ella es un poco mezquino. Hay otra. Pero ella la rechazó siempre. En sus pocas entrevistas, solía decir: «no me gusta la palabra heroísmo».

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4 de octubre de 2006
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El Boomeran(g)
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