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El mexicano tranquilo

Por 27 de septiembre de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

El día en que Cuba entera se quedó sin luz debido a la crisis energética, Juan Villoro fue encomendado para escribir una crónica al respecto. Sería un relato poético y a la vez irónico sobre las ilusiones apagadas y las metáforas eléctricas. Juan tenía un comienzo perfecto para la crónica, un comienzo que había esperado decenios para encontrar el relato que le correspondía: y es que su abuela, que vivía en Yucatán, durante su infancia jugaba a divisar las luces de la isla más allá del mar. Y ahora todas esas luces habían desaparecido. Hermoso, realmente. Juan había encontrado también una cita de Martí que parecía escrita pensando en él: "tengo dos patrias: Cuba y la noche". El escenario estaba dispuesto.

Pero el día en que Juan llegó a La Habana, la luz se había restablecido. Su crónica se arruinó antes de comenzar.

Villoro es un narrador literario de la realidad. Juega con ella, le  roba el material de sus historias, y a veces a cambio soporta sus malas pasadas. Creo que es entonces cuando escribe ficción. En todo caso, es mexicano, y como tal, vive en una especie de limbo en el que todo es posible. Supongo que en México, como en Perú, la verdad es el género literario con más posibilidades sorprendentes.

-¿Tú me puedes explicar qué cuernos está pasando en tu país? -le  pregunto cuando lo veo en Segovia.
-Pues no. Si se pudiese explicar, no sería México.

Otra particularidad de Villoro es que dice todo en el mismo tono. Es como si no se enojase jamás, ni se pusiese eufórico. Tampoco hace distingos con sus interlocutores. La mayoría de la gente en los festivales literarios persigue a los grandes escritores y desprecia a los chicos, y siempre te mira por encima del hombro en las conversaciones, a ver si detrás de ti aparece alguien más interesante. Villoro no. Le dedica a Ian McEwan, a un periodista, a Rosa Montero, o al camarero del bar la misma cortés y parsimoniosa ironía, la misma mirada que desplaza por temas tan variados como el fútbol, la literatura o, por supuesto la política.

-Con la información disponible fuera de México, resulta difícil entender a López Obrador -le digo-. Parece que hubiese enloquecido.
-Tiene el antecedente de las elecciones que ganó Salinas de Gortari.
Ahí hubo un fraude muy claro, y la izquierda no consiguió articular ninguna respuesta hasta hoy.
-¿Pero hubo fraude o no?
-No hay evidencias contundentes de que sí, pero tampoco de que no. El tribunal no permitió el recuento de votos. Y eso, en un país que no confía en las instituciones, produce mucha desconfianza.
-¿Y esto hasta dónde puede llegar? ¿Puede estar la gente bloqueando el país indefinidamente?
-Tras su radicalización, la popularidad de López Obrador ha descendido mucho. Pero la percepción ciudadana de que hubo fraude ha aumentado. Todas estas movilizaciones servirían si no se quedasen acá, si fuesen el principio de un movimiento ciudadano de vigilancia y reacción ante los abusos desde el Estado.
-Eso es lo que estaba tratando de hacer el Subcomandante Marcos.
-Sí, pero él nunca cuajó. Y ahora, con un López Obrador antisistema, no le queda ningún espacio político.

Hasta ahí llega nuestra conversación, porque oímos que ha comenzado el concierto de Bob Geldof. Yo he visto a ese cantante en fotos con Bono, con Sting, con George Bush y con Mandela, pero nunca he escuchado una canción de él. Villoro, en cambio, es su fan de toda la vida, y ésta es su primera oportunidad de verlo en vivo. Nos dirigimos a la plaza del acueducto. Llueve en Segovia. Cuando al fin llegamos, el concierto se suspende por las condiciones del clima. Es la única noche lluviosa del Hay Festival, pero es justo la del concierto. Sin embargo, Villoro no se inmuta ni se frustra. Acostumbrado a los reveses de la realidad, mantiene la sonrisa incólume y sugiere:

-OK, hagamos algo serio. ¿Vamos a otro bar?

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