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LA PORTUESPAÑA

Por 26 de septiembre de 2006 Sin comentarios

Vicente Verdú

La idea de mayor atractivo para la nación española a lo largo de los últimos años no ha llegado del corazón patriótico, sino de la nación portuguesa. En realidad ni siquiera se trata de una idea nueva e incluso tampoco de una idea. Procede menos del impulso de la mente que de la dinámica de un sondeo. Un 28% de los portugueses respondieron a una encuesta del semanario lisboeta Sol su disposición para formar un solo país con España. Un 97% respondieron que se desarrollarían más con esta unión y un 68% se manifestaron seguros de recibir un trato de igualdad en el caso de la fusión. La experiencia de la Unión Europea ha operado sin duda como escuela para deshacer el temor a las integraciones y más si se trata de pueblos tan vecinos culturalmente.

Portugal se convirtió en un reino autónomo en 1143, tres siglos antes que España, pero los continuos conflictos con Castilla, la rivalidad entre los dos Imperios, las guerras recurrentes y la decadencia de los 60 años vividos  bajo los gobiernos de Felipe II, Felipe III y Felipe IV alimentaron el sentimiento antiespañol. Efectivamente, dos principales factores desbarataron las ilusiones de la llamada Unión Ibérica a lo largo del siglo XIX. Uno fue el soterrado boicot de Inglaterra y Francia interesados en el fracaso de un proyecto que incrementaba la fuerza de un rival europeo. El otro fue, decididamente, la resistencia popular a esta coalición. El antiespañolismo discurría  paralelo a los congresos y convenciones iberistas que promovían los liberales de ambos países y veía con desconfianza la cultura popular impregnada de relatos en que los españoles representaban el papel de enemigos. Sin embargo, la experiencia nacionalista del siglo XIX con los ejemplos de la unión alemana o la unión italiana favorecían su réplica en el ejemplo peninsular. No llegó, de todos modos, a cuajar porque la caída de la monarquía portuguesa en 1910 y el auge del republicanismo dio lugar a una etapa de nacionalización muy intensa fundamentalmente a cargo de asociaciones cívicas y masónico-republicanas, según Álvarez Junco. De esa época son la bandera y el escudo actuales, el himno y la normalización ortográfica. El nacionalismo portugués encontró un buen refuerzo en la hispanofobia, puesto que la fobia viene a ser siempre para el nacionalismo alimento de primera calidad. Nutrida la nación portuguesa de estos víveres su vida ha cundido con el resquemor a lo español cuando no la desconfianza abierta y las variadas versiones del odio. En los años veinte del siglo XX los únicos que fundaban organizaciones “ibéricas” eran los anarquistas. Unos chalados.

¿Unos soñadores? Una historia larguísima sostiene el sueño de crear la unidad ibérica pero únicamente en el siglo XIX se inspiró en la idea de una gran nación. Antes se trataba de ambiciones territoriales de los reyes a uno y otro lado de la frontera que solo consiguieron conciliarse en el periodo de 1580 a 1640, desvanecido por completo después. Si la imantación ha permanecido como un romance por consumar debe atribuirse no ya a la atracción del incesto entre cuerpos tan próximos en el espacio sino también en la cultura y la lengua. Durante la Edad Media las élites se manejaban en las principales lenguas peninsulares sin notables problemas. Como cuenta José Alvarez Junco (Mater Dolorosa, Taurus,  p. 525) “Los poetas castellanos se expresaban en galaico-portugués en los siglos XIV y XV, como en los XVI y XVII los portugueses Camóens o Gil Vicente, o el catalán Boscán, escribían en castellano. El mayor distanciamiento se produjo en el XVIII, cuando las alianzas internacionales situaron a Portugal al lado de los británicos y a Castilla y Aragón en el bloque francés”.

Una nueva aproximación llegó con la guerra napoleónica y desde ella partieron las nuevas iniciativas de unión que salpicaron el siglo XIX y llegaron hasta la dictadura de Primo de Rivera. En Franco también siguió latiendo esta afección familiar por los portugueses no en vano regidos en ese tiempo por la dictadura de Salazar y situados, como sus hermanos españoles, en el extremo geográfico, económico y político de Europa. Una posición que por encima de las prevenciones populares acercó naturalmente los lazos entre intelectuales de uno y otro lado de la frontera. Una “raya” que ha ido haciéndose cada vez más delgada con la integración en la Unión Europea, la creciente integración de las economías y el abrazo político que promueve la democracia peninsular y su marco de refuerzo común en la unidad europea. ¿Ser una sola nación? No se conoce un proyecto  más excitante para el presente político español que la copulación con los portugueses. Frente a la vieja tabarra de las secesiones, la visión de un enlace prometedor. Frente a la exclusión de los particularismos el ejercicio de fusión. En sustitución del “llamado hecho diferencial” la llamada a la comunicación aliada. No la fatua alianza de civilizaciones que en sus mismos términos evoca Las mil y una noches sino un enlace cierto y carnal, sin cuentos, donde cabe la esperanza de aumentar la prosperidad y el disfrute recíproco de los dos pueblos. O comunidades, o naciones, o gentes que aún en el olvido siempre se tuvieron presentes.

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Vicente Verdú

Vicente Verdú, nació en Elche en 1942 y murió en Madrid en 2018. Escritor y periodista, se doctoró en Ciencias Sociales por la Universidad de la Sorbona y fue miembro de la Fundación Nieman de la Universidad de Harvard. Escribía regularmente en el El País, diario en el que ocupó los puestos de jefe de Opinión y jefe de Cultura. Entre sus libros se encuentran: Noviazgo y matrimonio en la burguesía española, El fútbol, mitos, ritos y símbolos, El éxito y el fracaso, Nuevos amores, nuevas familias, China superstar, Emociones y Señoras y señores (Premio Espasa de Ensayo). En Anagrama, donde se editó en 1971 su primer libro, Si Usted no hace regalos le asesinarán, se han publicado también los volúmenes de cuentos Héroes y vecinos y Cuentos de matrimonios y los ensayos Días sin fumar (finalista del premio Anagrama de Ensayo 1988) y El planeta americano, con el que obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo en 1996. Además ha publicado El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción (Anagrama, 2003), Yo y tú, objetos de lujo (Debate, 2005), No Ficción (Anagrama, 2008), Passé Composé (Alfaguara, 2008), El capitalismo funeral (Anagrama, 2009) y Apocalipsis Now (Península, 2009). Sus libros más reciente son Enseres domésticos (Anagrama, 2014) y Apocalipsis Now (Península, 2012).En sus últimos años se dedicó a la poesía y a la pintura.

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