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Sobre la identidad (II)

Por 26 de septiembre de 2006 Sin comentarios

Marcelo Figueras

Ayer Nicolás respondió con un comentario muy interesante a mi texto sobre Jorge Julio López, el albañil de 77 años que declaró en un juicio contra su torturador y pocas horas después desapareció. (He enviado este nuevo texto a último momento, y López sigue sin aparecer; si todo sigue igual, mañana miércoles seremos multitud los que marchemos a Plaza de Mayo a reclamar por su vida.) Nicolás se preguntaba si un maltrato como el que López recibió al ser secuestrado –hablamos de torturas a diario, de amenazas de muerte- puede, incluso en su extremismo, arrebatarle a un hombre su identidad. Estoy seguro de que lo primero que pierde un hombre en semejantes condiciones es su dignidad, en esto acuerdo con Nicolás. Pero si he de guiarme por los numerosísimos testimonios de aquellos que sobrevivieron a horrores semejantes, la guerra que los victimarios emprendían contra la identidad de sus prisioneros no podía menos que dejarles cicatrices, menos visibles que las del cuerpo pero más acuciantes y hasta más duraderas.

A esta gente se la desvestía, después les vendaban los ojos y les prohibían remover las vendas bajo amenaza de fusilamiento. (Los casos de infecciones oculares eran numerosísimos.) Eran encerrados en celdas o cubículos individuales, casi siempre sin camas, sin calefacción, sin vidrios en las ventanas –en el caso de que fuesen tan afortunados de tener una. Apenas se los arrojaba allí se los despojaba de sus nombres y se les otorgaba un número al que debían responder de inmediato. Recién entonces comenzaba la tortura efectiva: picana eléctrica sobre las partes más sensibles del cuerpo desnudo, golpes, violaciones, asfixia con bolsas o en cubos de agua –que podía llegar a estar hirviendo; recuerdo el testimonio de un prisionero que al que se le caía la piel del rostro a jirones. Y ese dolor inenarrable estaba entretejido con la tortura psicológica. ¿Delatar a nuestros compañeros? ¿Mentir, inventar cualquier cosa con tal de detener la tortura? ¿Aceptar la acusación de ser terrorista aun cuando no se lo era? ¿Informar a los torturadores de datos y señales de la propia familia, sin saber si negociarán con ellos nuestra libertad o si los secuestrarán también? Nunca podremos tener información exhaustiva sobre lo que pasó en el alma de esta gente, porque en su inmensa mayoría fueron asesinados. Sus huesos yacen en alguna parte que no conocemos, porque los victimarios se aseguraron de que permaneciesen despojados de su identidad hasta en la muerte.

No digo que la mayoría de los sobrevivientes haya sufrido problemas de identidad, tan sólo sugiero que es posible que así sea. Cuando a uno le arrancan todos los elementos que ha utilizado para construirse (porque la identidad es una construcción, imagino que en esto estaremos de acuerdo), las consecuencias pueden ser graves. Privado de historia y de futuro, privado de nombre, privado de toda sensación de bienestar, privado de todo contacto humano que exceda la violencia, privado de alimento y de bebida (¿alguno de ustedes ha experimentado sed verdadera?) y hasta privado de certezas (después de sesiones maratónicas de tortura, ¿quién podía saber si era quien era en verdad, o era en cambio quien le decían que era?), el edificio de la identidad debe verse conmovido de alguna manera: a veces con temblores que sacuden hasta los cimientos, a veces con derrumbes parciales –o totales. Yo imagino que en circunstancias como esas uno debe necesitar aferrarse a algo, del modo en que Montecristo se aferraba a la idea de venganza cuando estaba encerrado en lo más hondo de su prisión. Quizás Jorge Julio López se haya aferrado a la idea de llevar a su victimario a juicio, de testimoniar en su contra, en suma: de obtener justicia. Y que al llegar al final de ese camino, con el ex comisario Etchecolatz condenado a cadena perpetua, se haya enfrentado por vez primera al vacío del resto de su vida.

Pero en fin, hoy todo es especulación en torno de este hombre. Pocas horas atrás el premio nobel de la paz Adolfo Pérez Esquivel manifestó sus sospechas, expresando que existen sectores de la vieja policía bonaerense todavía dispuestos a recurrir a la violencia. Espero que esté equivocado, sinceramente. Porque querría creer, primero, que el pobre viejo tendrá un destino menos aciago que el de acabar sus días en manos de sus antiguos victimarios. Y porque quiero creer, al fin, que los testigos que esperan en fila para declarar contra los represores de la dictadura no serán, ahora, presa del miedo.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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