Javier Rioyo
En la capilla del museo Esteban Vicente, en ese edificio central y recuperado para las obras de uno de nuestros más singulares pintores, estuvimos charlando de literatura, cine, política, deudas y lecturas con dos de los más interesantes escritores de los “nuevos bárbaros” de la literatura hispana. Dos de los más destacados nietos del boom. No habían oído hablar de Esteban Vicente, uno de los grandes del expresionismo abstracto americano que nació en un pueblo de Segovia. En Turégano, hijo de un guardia civil, nació este pintor que buscó su futuro en Nueva York, ya desde los años finales de la década de los años veinte. Culto, educado, dandy y elegante, no visitó más nuestro país, entre otras razones por la derrota de la República, de la que se sentía cercano. Muerto Franco volvió muchas veces, legó parte de su obra para este museo pequeño, singular e importante para entender nuestras modernidades y reconocer a un pintor demasiado olvidado. Murió cerca de los cien años sin renunciar nunca a su expresión abstracta de la que fue uno de los mejores exponentes.
Allí, en una capilla anexa al edificio, nos sentamos a charlar con Roncagliolo y Franco. Reconocieron sus deudas con los abuelos del boom, pero también su liberación del realismo mágico, en el caso de Franco. O del peso de Vargas Llosa, en el caso de Roncagliolo. No matan a los abuelos, pero se sienten, son, otra mirada, otra escritura. Más cercana está la deuda de Franco con Fernando Vallejo, pero al contrario del autor de La virgen de los sicarios, él si que puede, quiere y vive en su país. En Franco, como en otros tantos de esta generación del “realismo sucio”, o de McOndo más Mackintosh, las mayores influencias vienen del cine. Y eso es lo primero que quiso ser el autor de Rosario Tijeras. Escribiendo para el cine se dio cuenta de que también podía escribir sin él. Y surgió uno de los escritores con más fuerza, con más dureza y una suerte de ternura en medio de la violencia que tienen sus novelas. Acaba de publicar Melodrama, donde hace un giro con sus anteriores novelas, Rosario Tijeras y Paraíso Travel, y se acerca a la estética del melodrama y la intriga con colombianos menos canallas que buscan su supervivencia en un mundo encanallado, con más charme en París. García Márquez ha declarado que le quiere pasar la antorcha, pero el escritor de Medellín vuela libre sin vuelos mágicos.
Santiago Roncagliolo, seductor, simpático, mucho más expresivo que su compañero Jorge Franco, vive con normalidad su esquizofrenia de escritor con éxito pero que tiene que trabajar duro para poder vivir, y bien, en Europa, en Barcelona. Al contrario que Franco, que casi siempre dice no a cualquier trabajo que le saque de sus novelas, Roncagliolo dice que sí a casi todos los trabajos que le proponen. Feliz con su blog, con sus bolos y colaboraciones en un país en el que se encuentra felizmente instalado. Están a punto de terminar una película sobre su novela, Pudor, que fascinó al actor y debutante director Tristán Ulloa. Y él todavía no está del todo recuperado de la estela que provocó con el éxito de su Premio Alfaguara, de su thriller político Abril rojo.
Dos grandes escritores, dos maneras de acercarse a la literatura, a unas historias que siguen surgiendo de sus países de origen. Roncagliolo cree que desde la distancia se ven más claras algunas cosas que puede contar del país que abandonó por amor y otras supervivencias. Franco no piensa tener que abandonar su feroz y feraz país, un país que está cambiando, que se está transformando de manera acelerada y que no piensa dejar de mirarlo desde cerca, desde las propias calles de Bogotá. Para seguir viajando se inventa situaciones, viajes, vidas en otras ciudades en las que le gusta perderse de vez en cuando.
Se encontraron felices en estos días segovianos, rodeados de colegas y viendo de cerca algunos de esos escritores que sienten tan cercanos como Amis o McEwan. La lengua rápida de Roncagliolo no pudo evitar señalar su sorpresa cuando conoció de cerca a Martin Amis, “¡qué pequeño puede ser un escritor tan grande!”. Tuvieron público y prensa. Aunque, la verdad, los medios que cubrieron el festival estaban más dedicados a la persecución de los ingleses que a los que escriben en español. Algo que sorprendió a Vila-Matas. “Parece que no nos ven”. No creo que sea por los kilos que Vila-Matas ha perdido. Otro día hablaré del adelgazamiento de críticos y novelistas españoles. Algo está cambiando en nuestras dietas.