Skip to main content
Category

Blogs de autor

Blogs de autor

Amor de plástico

Amanda tiene un aviso en Internet, junto a sus amigas, que se promocionan para tener sexo contigo. Puedes echarle un vistazo aquí. El texto de Amanda la describe «rubia, ojos azules, color de piel variado, cara tipo 7 y cuerpo tipo 4 & 5». Algunas de sus características pueden resultar difíciles de comprender en una lectura rápida, pero quedan aclaradas en cuanto comprendes que Amanda, en realidad, es de plástico.

Ella forma parte del catálogo de Real Dolls, una empresa que fabrica y distribuye muñecas inflables con características tan humanas que resultan mejores que las humanas de verdad. Piénsalo: no le temen a ninguna experiencia, no amanecen con ojeras, no tienen ni una palabra de protesta si eres un pésimo amante y se parecen eternamente a lo que quieras. Por lo demás, sus orificios corporales asemejan a la perfección a los de una fémina humana: los genitales producen un efecto de succión, y la cavidad bucal viene con suaves dientes y lengua de silicona. La piel es suave al tacto y no despide más olor que un suave aroma frutal, y los labios vaginales pueden manipularse a voluntad. Además, consiguen sostenerse en cuatro patas con ayuda de una almohada. 

Real Doll no es una empresa machista, y para probarlo está Charlie (moreno, ojos marrones, tono de piel medio, cara 1, cuerpo 1), un ejemplar que nunca fallará a las chicas más exigentes en la medida en que su erección es perpetua. Sin embargo, hay que admitir que la mayor parte de su catálogo es para chicos y ha sido diseñado pensando en tipos claros de varón. Los que prefieran la exótica belleza oriental tienen a Kaori, y los amantes de la sensualidad africana disponen de Melissa. Los fanáticos de los pechos optarán sin duda por Anna Mae, que por un suplemento trae el pelo rosado  y pestañas de fantasía. Y todas (menos Charlie) vienen con minifalda, tacones y ropa interior, para que te hagas la ilusión de pelarla como a una fruta: no se puede pedir más por $7000.   

El precio de una muñeca de estas equivale al de un caballo de buena calidad, pero si la tratas bien, la muñeca dura más. De hecho, la idea es que solucione para siempre tus problemas con las relaciones sexuales. Porque por mucho que se parezcan a las personas, las muñecas no tienen personalidad, ni voluntad, no exigirán nada de ti. Como el sexo telefónico, las pelis porno, los yogures sin lactosa o el café sin cafeína, las Reall Dolls son productos diseñados para saciar una necesidad sin producir los perjuicios del producto original: son un sucedáneo del sexo. Y sin embargo, si el sexo es definidio de un modo rigurosamente físico, el sucedáneo es más eficiente que el original, con el que a menudo es necesario conversar, por lo menos mientras ambos se emborrachan.   

Supongo que vivimos en un mundo cada vez más solitario, donde la soledad entra en el mercado de forma cada vez más sofisticada. Pronto, quizá la ciencia consiga que estas muñecas también digan lo que uno quiere escuchar: «qué bueno, papi», «qué rico lo haces» ese tipo de cosas (No creo que reciten a Becquer, en todo caso). La cuestión es que, cuando hablen, las muñecas entrarán en competencia con las prostitutas, que siempre se podrán conseguir a mejor precio, así que ese debe ser un nicho de mercado demasiado arriesgado. Al fin y al cabo, Real Doll está diseñada para un consumidor con una demanda clara y un apetito limitado, como un McDonalds del amor.

Leer más
profile avatar
2 de octubre de 2006
Blogs de autor

PAIDEIA

La revista en linea Cubista Magazine dedica su número del verano 2006 a un dossier «Proyecto Paideia». No sé si me llegó tarde la noticia de la publicación, ya estamos en otoño, pero el paquete de documentos, testimonios y reproducciones me lleva a pensar en los cubanos, en el poder en Cuba (algo muy diferente) y, finalmente, en lo que queda de nuestras palabras.

Los cubanos
Paideia es una palabra griega que significa educación. El filólogo alemán Werner Jaeger llegó a definirla como algo que significa a la vez la educación formal de un maestro y la educación que da el hecho de vivir en una ciudad (en el sentido de la grecia antigua). Entonces la palabra Paideia habla a la vez de educación y de cultura política. Es el doble sentido que buscó un grupo de jóvenes cubanos al reunirse el 16 de febrero de 1989 para crear algo «que no se define como un grupo con entidad propia». Se trataba para ellos de producir pensamiento político sin hacer política.

Hay que entender el surrealismo de aquella actitud en su contexto histórico: en una isla dañada por el colapso del campo socialista, en una vida diaria de escasez total, unos jóvenes cubanos pensaban que lo más urgente era debatir de filosofía y de arte y hasta pelearse entre «francfuristas» y «deconstruccionistas» en el momento de hablar de teoría.

Recuerdo todavía a estos jóvenes, que no tenían ni para comer, como el mejor ejemplo del prejuicio hacia los cubanos. Siempre se cree que por vivir en la isla de un comandante obsesionado por promover su revolución, los cubanos tienen obsesiones ideológicas: igualitarismo, anti-imperialismo, solidaridad internacional, etc. Para nada. Les gusta el amor, les preocupan la fe y los santos y cuando se meten en la cultura lo hacen con un fanatismo total. Lo que explica que para estos jóvenes era más importante debatir de Foucault o sacar una revista medio «underground» como Naranja Dulce que solucionar su hambre.

El poder en Cuba
Me acuerdo que en aquella época yo solía decir a unos de ellos: «¿Por qué no buscan fríjoles en lugar de libros de pensadores parisienses?». Pero el poder cubano no se interesaba en los fríjoles (que no tenían las tiendas estatales) ni en las ideas de afuera (siempre prohibidas). El grupo Paideia llegó a pasar a otra etapa de su vida intelectual al producir «las tesis de mayo» y por fin a meterse en una acción de promoción de una alternativa democrática a la crisis cubana que se llamaba «Tercera Opción». ¿Quiénes eran los miembros de Tercera Opción? Unas veinte personas que a lo mejor tenían una bicicleta china de más de veinte kilos para desplazarse por La Habana, prohibiéndose cualquier reunión con más de tres personas para no tener problemas con la seguridad del Estado. Pero para el Estado cubano, ya era algo insoportable.

El primer discurso público que reconoció en Cuba la existencia de unas personas con una visión disidente fue pronunciado por Carlos Aldana, secretario del comité central, el 27 de diciembre de 1991. El entonces número tres del régimen denunció las «partes blandas» de la revolución, algo como mil personas «disidentes»; entre ellas, menos de cien, decía, tienen una actividad continua. En el corazón de estos disidentes, según él, estaban los más peligrosos, los que promueven la idea de una «tercera opción» entre el poder de la revolución y la visión promovida por Washington.
El pequeño grupo, que no era grupo, con un pensamiento autónomo, ya era un enemigo del Estado cubano. Lo de la «tercera opción» se solucionó como siempre: hoy, casi todos sus miembros viven en el exilio; son los autores y comentaristas del informe de Cubista Magazine. Por su parte, Aldana no tuvo que esperar un año para ser susituido (un rumor dice que trabaja ahora como responsable de un parque de ocio al lado del río Almendares). Aunque enfermó, Fidel Castro tiene todavía el poder, que entregó de manera provisional a su hermano Raúl. Tercera Opción es otro caso de "no pasó nada".

Nuestras palabras
Lo más emocionante del dossier son algunos documentos originales en formato PDF. Hace quince años, en el aire húmedo de La Habana, tuve en la mano estos documentos en papel de estraza. Ahora, digitalizados, se parecen a los documentos del ejército americano que los sitios de los diarios de Nueva York o de Washington reproducen a veces para explicar lo que pasa en Irak. Es el destino ineludible de nuestras palabras: todo sale igual en la pantalla. Un episodio de la historia de Cuba ha perdido su olor de salitre aunque ha recuperado su historia en un dossier ubicado en el ciberespacio.

Leer más
profile avatar
2 de octubre de 2006
Blogs de autor

A Beautiful Child

Acabo de terminar la biografía de Truman Capote escrita por Gerald Clarke. El domingo por la tarde no fue el momento más apropiado para hacerlo, dada su propensión a la melancolía, pero me dejé llevar por la tentación de las últimas páginas –o por la inercia imparable de la caida del escritor. Qué tristeza, por Dios. Da ganas de parafrasear A Beautiful Child, aquel retrato de Marilyn que apareció en Música para camaleones, y reemplazar el nombre de la Monroe por el del autor para decir: “Truman, Truman, ¿por qué las cosas tuvieron que salir de esa forma? ¿Por qué tendrá que ser tan jodida la vida?” .

Si hay que creerle a Clarke, la vida de Truman fue una miseria de principio a fin. El color y el encanto de la infancia en el sur, donde creció en compañía de parientes estrafalarias como la Sook a quien recrea en A Christmas Memory, palidece al considerar que su madre lo encerraba bajo llave para irse de parranda, aunque llorase hasta desmayarse. La marca que le dejó esa mujer, Lillie Mae Faulk, fue definitiva, y la condena que le dictó su desamor resultó tan inescapable como la de los convictos de A sangre fría: pudieron escapar varias veces de ese destino, pero la muerte temprana terminó asaltándolos igual. Lillie Mae lo hirió con su desamor, condenándolo a vivir una larga cadena de relaciones basadas en la inseguridad, que creía compensar con el dinero que arrojaba a sus amantes; y hasta le señaló la vía de salida, que Truman siguió sin rechistar matándose como ella (¿cómo Marilyn?) con una sobredosis de pastillas.

Es verdad que dejó algunos textos inolvidables, pero me temo que Breakfast at Tiffany’s, A sangre fría y algunos de los relatos de Música para camaleones no justifican tanto dolor. ¿Existe alguna obra de arte, a fin de cuentas, que lo justifique? Para colmo Truman el hombre no parece haber sido lo que se dice un role model. La forma en que a último momento dio la espalda a Perry Smith y Dick Hickock, los criminales que le habían abierto su alma para que pudiese escribir A sangre fría, fue abominable, y de alguna manera espejaba los desprecios que recibió de su madre: como ella, los dejó bajo llave y se apartó, aunque lloraron hasta que el verdugo fue por ellos.

El libro de Clarke está lejos de ser una hagiografía, al igual que la película Capote pinta al escritor con su talento y su miseria a la vez; pero me temo que peca por su diligencia. Clarke cuenta sin iluminar nunca, permanece a una distancia de su sujeto que será prudente tratándose de un biógrafo pero que al final resulta inhumana, como si se negase a rescatar a Capote del mismo modo en que se negaron a hacerlo en su momento los personajes de su vida: Lillie Mae, Jack Dunphy, sus amigas del jet set. Truman debe haber soñado que más allá de sus bajezas alguien le dedicaría una mirada póstuma no exenta de ternura, como la ternura con que retrató a Marilyn en A Beautiful Child. Estoy seguro de que le habría gustado que alguien lo recordase de esa forma, como el beautiful child que también fue alguna vez, cuando era pequeño y se asociaba con Sook para cobrar unos centavos a cambio de la visión de un gallina de tres patas que había nacido en su granja. Le habría gustado tener a alguien que lo consolase en su caída como el pequeño Truman consoló a Sook, diciéndole que ya no llorase, que ella no era tan sólo la vieja rara que organizaba el Fun and Freak Show. (Y durante muchos años, la vida de Truman fue un verdadero Fun and Freak Show.) Quizás le habría gustado elegir por epitafio las frases que atribuyó a Marilyn en aquel texto: Los perros no me muerden. Sólo los humanos. E imagino que le habría gustado que alguien le preguntase cómo quería ser recordado así como Marilyn se lo preguntó a él, para poder decir que él también había sido un beautiful child alguna vez, cuando su madre no había terminado de arruinarle la vida, mucho pero mucho antes de que sus plegarias fuesen atendidas.

Leer más
profile avatar
2 de octubre de 2006
Blogs de autor

Tal para cual

Uno de los más grandes matemáticos de todos los tiempos, Friedrich Gauss, era consciente de la aplastante superioridad de su inteligencia y lamentaba que los humanos no pudiéramos nacer en un tiempo elástico o perpetuo. “Es extraño e injusto, un ejemplo del lastimoso azar de la existencia, nacer en una época determinada y quedar atrapado por ella, quiéraslo o no. Te procura una ventaja indigna sobre el pasado y te convierte en un payaso del futuro”. Así pensaba el gran matemático Gauss y no le faltaba razón.

Por su parte, nuestro amado Alexander von Humboldt, no podía soportar que en el planeta hubiera tan ingente cantidad de cosas que nadie se hubiera detenido a mensurar. “Una colina de altura desconocida ofende e inquieta a la razón. El ser humano no puede avanzar sin determinar continuamente su posición. No hay que dejar al borde del camino ni un solo enigma, por pequeño que sea”. Así decía el barón Humboldt, y actuaba en consecuencia.

Gauss no se movió de dos o tres ciudades del provinciano conglomerado de ducados y principados que era entonces la futura Alemania. Cuando se movía, no podía decirse que viajara sino más bien que se iba de excursión, como cuando visitó a un Kant ya totalmente lelo. Humboldt, en cambio, recorrió el mundo entero por arriba y por abajo, y sólo a la fuerza regresó a Berlín para acabar sus días. Ambos vivieron inmersos en un universo ajeno a la rutina cotidiana, la vida corriente, la tarea mercenaria, la tortura amorosa o filial.

Asqueado por las farisaicas demoras del amor burgués, comparadas con la eficacia racional del burdel, “Gauss se preguntaba si llegaría un día en que las personas fueran capaces de relacionarse sin mentir, pero antes de que se le ocurriera algo al respecto, comprendió cómo se podía representar cada número como suma de tres números triangulares”. Así que le arrebató la tiza a un camarero y comenzó a tomar apuntes sobre el mármol de la mesa. No. Gauss no conoció nunca la estación del amor.

Por su parte, Humboldt pasó la vida rebotando de frontera en frontera como una bola de billar, provisto de “dos barómetros, un hipsómetro, un teodolito, un sextante, un declinómetro, una botella de Leyden y un cianómetro”, tanto si atravesaba la altiplanicie castellana, como si subía el Chimborazo o tomaba el té con señoras en Ekaterinenburgo. Si en algún momento hubiera accedido a meterse entre sábanas con algún ser humano habría llevado consigo aparatos de mensuración, lo que hubiera dificultado la espontaneidad. Quizás por ello no se le conocen casos.

Pero ambos iban a encontrarse en septiembre de 1828, en el Congreso de Naturalistas de Berlín, organizado por Humboldt. Demasiado tarde. La vejez había comenzado a acariciar con helados dedos sus cerebros y ambos científicos pensaban entre nieblas y sufrían aceleradas confusiones, hasta el punto de que a veces Humboldt creía ser Gauss y haber deducido el mundo desde su gabinete, y a veces Gauss creía ser Humboldt y haber comprobado experimentalmente todas las leyes de la probabilística en acantilados abismales y ensangrentadas pirámides incas.

Al final de sus vidas, en efecto, ambos científicos parecían payasos del futuro y habían agotado todas las ventajas sobre el pasado adquiridas por el trivial hecho de nacer.

Esta es la historia que cuenta Daniel Kehlmann en su notable La medición del mundo (Maeva), cuya traducción saldrá a la venta en noviembre y de la que me he permitido entresacar unas citas, convenientemente manipuladas. Esta novela tiene una peculiaridad que la hace única: es alemana y divertida. Un oxímoron.

Leer más
profile avatar
2 de octubre de 2006
Blogs de autor

LA SEGUNDA LESBIANA

Me encontré en Segovia, en los días del Hay Festival, a Pablo Jiménez Burillo, responsable de cultura de la Fundación Mapfre y hombre de muchas curiosidades culturales. Pasaba unos días en Segovia representando a uno de los principales colaboradores del Festival y acudiendo a las charlas que le parecían más interesantes.

Me preguntó si yo conocía a una poeta llamada Renée Vivien. Confesé mi ignorancia, no recordaba ese nombre, no conseguía situar a ninguna poeta francesa con ese nombre. “Pues la segunda lesbiana de la historia de la literatura”. ¿La segunda? “Pues sí, después de los explícitos poemas de Safo, tienen que pasar muchos siglos para que una mujer, una escritora, lleve a su obra el lesbianismo sin encubrimientos, sin tapar su condición, sin disimulos”. Me regaló el libro, Estudios y preludios, de Renée Vivien que acaba de traducir y publicar en T.F. Editores. Efectivamente este poemario es un hermoso libro de amor, de explícito amor a las mujeres. Es Renée Vivien el seudónimo de la inglesa Pauline Mary Tarn. Una joven lesbiana que se trasladó al París de principios del siglo XX. Cambió su nombre por ese otro nombre francés -que más o menos quiere decir “renacida y viviente”- que señala su placer de una nueva vida fuera de los corsés -o de los armarios- de la Inglaterra victoriana. Muere joven, a los treinta y dos años, no sin haber dejado una curiosa obra poética, además de alguna novela autobiográfica y otras a la moda de la época. Pero, como señala su traductor, si  hay que recordarla será por sus poemas de amor lésbico. Poemas arrebatados, sensuales, felices  o angustiados que son el reflejo de una vida llena de pasiones y de derrotas.

Tiene amores con Natalie Barney, verdadero personaje central de todo un grupo de mujeres ricas, inteligentes y sin prejuicios que se atreven a mostrar públicamente su clase de amor. Un mundo refinado, exquisito, perverso y exótico dedicado al universo de Safo. En aquel grupo de lesbianas de vanguardia también las hubo de doble militancia en amores. En el entorno de Renée Vivian y Natalie Barney encontramos nombres como Liane de Pougy, Emilienne d’Alençon, la Bella Otero o Romaine Brooks.

Decía Paul Lorenz que en aquellos años “la nobleza europea y las finanzas judías producían lesbianas notorias”. Mujeres y hombres del gran mundo (y demi-monde) que participaban en aquellas fiestas exóticas en las que creían estar en los dulces jardines lésbicos. Renée fue una de las más lanzadas en esa vida de amores, pasiones, viajes -un rito era escaparse a Mitilena, en la isla de Lesbos- rupturas e infidelidades de unas mujeres que se atrevieron a vivir su vida. Renée con muchas relaciones tormentosas asustó a la no muy asustadiza y ex amante, Lianne de Pougy, que escribió que su antigua enamorada “frecuenta gentes espantosas, lleva una vida de orgías y venenos que ni siquiera la embriagan”.

Todos los poemas de Vivien tienen algo cercano, físico; poemas del amor consumado, del amor detenido, perseguido o perdido.."porque ella recuerda los besos que se olvidan/ y nunca aprenderá el deseo que no tiene dolor/ aquella que ve siempre con melancolía/ a través de las noches de orgía, agonizar a las flores".

Es una notable poeta, pero yo, perdido para la causa de esa forma de amor, sigo prefiriendo los dulces y eróticos cantos de amor lésbico que escribiera Pierre Louys en sus canciones de Bilitis. Miro mejor ese mundo fascinante y sensual, desde las ventanas que me abrió Louys. A cada uno su libro sáfico.

Leer más
profile avatar
29 de septiembre de 2006
Blogs de autor

PROHIBIR, PROHIBIR, PROHIBIR

Una plaga de prohibiciones y restricción de derechos individuales asola el mundo. Estados Unidos, el histórico paradigma de la democracia, la fuente de los derechos del ciudadano, ocupa un lugar central en la alocada marea de represiones que violan la intimidad, destruyen la protección personal frente a la tortura, defienden de los abusos y atropellos policiales sin apenas límites y ampliando su arbitrariedad.

Afirmar que un Estado policía sustituye día tras día al sistema democrático constituye una mera realidad, sin necesidad de análisis o investigaciones profundas. Los legisladores se han concedido, ante la anómala pasividad de los electores y partidos opositores, prerrogativas impensables en un sencillo Estado de derecho. Un Estado literalmente “de excepción”, sin respeto a la Constitución y concentrado en atenazar las libertades. Y, sin embargo, no se detecta ninguna subversión.

Desde las luchas por los derechos civiles en los años sesenta norteamericanos la población civil parece haberse deslizado hacia la molicie o la indolencia, cuando no a la parálisis del miedo. El miedo o la mucilaginosa sustancia generada desde el Estado para envolver la conciencia de la población con ataduras que narcotizan la mente y silencian  la desobediencia del grito.

Pero no se trata tan solo de Estados Unidos. En España, donde los socialistas inauguraron un universo de libertades y promovieron un país con uno de los mayores grados de tolerancia, la actualidad viene marcada por el fin de la holgura y el martirio sucesivo de leyes estrechas.

Desde uno u otro ministerio, se trate de regular el tráfico en las carreteras como los desfiles en las pasarelas, un espíritu delirante de prohibiciones lo infecta prácticamente todo.

No se podrá seguir con los botellones como se anunciaba pero además la sanción rebasará a los participantes para filtrarse en los hogares y castigar a los progenitores. No se dispensará alcohol a los menores de edad pero tampoco, tras sonar las diez de la noche, a ningún ser vivo.

Tanto la Dirección General de Tráfico a través del sañudo carnet de puntos como el Ministerio de Sanidad a través de una titular, parecen gozar de las opciones más represoras y sádicas.

El regusto por el control adquiere así, bajo la égira terrorista, la naturaleza de una perversión sistemática. Prohibir, prohibir, prohibir. Lo que parecía una actitud reaccionaria hace medio siglo ha pasado a convertirse, dentro de España, en signo de civilización. La totalidad de la sociedad se halla hoy bajo sospecha y sus ciudadanos han pasado de inocentes originarios a seres tan peligrosos que podrían delinquir al instante siguiente.

Contra el peligro del individuo la política de prevención. La prevención, en la medicina, en la seguridad, en la estética de la anorexia, en la gripe aviar o en la calada a un Winston. ¿No se alzará un movimiento de hartura contra ello?

Las gentes día tras día llegan tan fatigadas al pensamiento o la reflexión, sufren tanto la pandemia de la depresión que, a la manera de los caballos confinados de la operación Malaya, se conforman todavía con poder sobrevivir estabulados. ¿Hasta cuándo? Un sonido todavía remoto hace confiar en una acometida explosiva y desordenada, desbocada y terminante contra esta asfixiante omnipresencia del poder.

Leer más
profile avatar
29 de septiembre de 2006
Blogs de autor

EL FACTOR HEIDEGGER

Los diarios Le Monde y Le Figaro están de acuerdo: Gallimard acaba de renunciar a publicar un libro sobre Heidegger después de mandar pruebas a varios periodistas y profesores. Heidegger à plus forte raison (Aún más Heidegger), libro colectivo editado por François Fédier, llegó a tener unas reseñas en revistas de filosofía antes del verano. Ahora, Gallimard se calla y no responde a la prensa después de anunciar a Fédier la cancelación de la publicación.

Hace ya veinte años que Martín Heidegger (1889-1976) es un factor recurrente de discordia y de malestar entre los filósofos franceses. Desde 1987, para ser más preciso. La publicación de Heidegger y el nazismo de Víctor Farias nunca fue superada por una clase intelectual que, detrás de Sartre y del post-estructuralismo, hizo tanto caso a un pensador que asumió el cargo de rector de una universidad (Friburg) en la época nazi.

No hay más que rumores para explicar las razones de la renuncia de Gallimard. Pero se conoce muy bien el contexto de la génesis de la obra detenida antes de su llegada a las librerías. En 2005, Emmanuel Faye (el hijo del filósofo Jean-Pierre Faye) publica Heidegger, l’introduction du nazisme dans la philosophie (la introducción del nazismo en la filosofía). El libro cita textos desconocidos de Heidegger de los años veinte y se dedica a demostrar los vínculos del filósofo con pensadores racistas que soportaron después el nazismo como Ludwig Clauss, Erich Rothacker o Alfred Baeumler. El libro hace mucho caso a ciertos seminarios del invierno 1933-34: Heidegger, como rector, utiliza sus conceptos filosóficos (entre otros, la diferencia entre el ser y el siendo) para analizar la relación entre el Führer y el pueblo alemán.

Es para responder a esta visión de la obra de Heidegger como un capítulo de la historia de la ideología nazi que se formó un grupo de diez personas alrededor de François Fédier. Querían (otra vez) limpiar al filósofo alemán de sus acusaciones, al explicar que sus compromisos imprescindibles para sobrevivir en su oficio no quitaron nada a su pensamiento. Según varios rumores, el libro ponía en duda la calidad de las traducciones de Faye del alemán al francés. Es una acusación clásica de los debates sobre el nazismo de Heidegger pero, claramente, es también una posibilidad de demanda judicial. Y, sobre todo, una posibilidad, indirecta, de otra demanda por “négationnisme” (palabra francesa que designa el hecho de negar la existencia de la exterminación de los judíos por los nazis, lo que es un delito castigado por la ley).

Al final, vemos que Heidegger (otra vez) no se recupera y al contrario pierde un poco más su prestigio. Ya su imagen cambió en la prensa, incluida la prensa de izquierda. Es un autor que en Francia se vincula de manera confusa con el nazismo. Pero es todavía un autor que hace parte del programa del concurso de “agregación”, el concurso que se debe superar para ser profesor de filosofía en las universidades. ¿Hasta cuándo?

Leer más
profile avatar
29 de septiembre de 2006
Blogs de autor

Maneras de estar triste

Cuando queremos deprimirnos, los latinoamericanos montamos un circo. Lloramos, sufrimos, nos cortamos las venas, gritamos. La exteriorización impúdica del dolor forma parte de nuestra manera de superarlo.

En cambio, si uno recorre la sala Munch de la Galería Nacional de Oslo, encuentra genuinas muestras de la manera noruega de lidiar con la depresión. Munch -aquí le dicen Munk- se pone triste "para adentro", se hace un ovillo y se encierra en sí mismo a sufrir.

La descripción es literal: en uno de los cuadros, llamado Cenizas, una mujer se tira de los cabellos mientras Munch oculta la cabeza entre las manos en un rincón. En otro, aparece la figura del pintor apenas delineada en la oscuridad, pálidamente iluminada por la luna, difuminándose entre el humo del tabaco. En Melancolía (y fíjense nomás en los nombrecitos que escoge) se le ve en la playa, triste mirando al suelo, mientras al fondo del cuadro, para mayor escarnio, la gente de colores se divierte.

El equivalente latinoamericano como catalizador del sufrimiento es la canción romántica, de la que la cultura noruega carece. Comparemos, por ejemplo, a Munch con el baladista mexicano José José. Cuando le da por sufrir, José José no mira al suelo, sino al barman. Amenaza con emborracharse, cumple sus amenazas y está dispuesto incluso a alcoholizarse hasta la inconsciencia con otro tipo que está enamorado de la misma que él, como en Quiero que brindemos por ella. José Jose socializa y esparce su dolor. Con Munch se habría aburrido de lo lindo.

Quizá la explicación estriba en los motivos de la tristeza. Munch dedica por lo menos tres cuadros a la muerte: el fallecimiento de su hermana es retratado en uno de ellos, y otros dos muestran la agonía de esa mujer víctima de tubercolisis, pálida, más bien verde, atendida por alguien que la observa patéticamente. El sufrimiento de los demás cuadros se debe a cosas tan abstractas como la existencia, la soledad o la incomprensión.

José José, en cambio, sufre solo, única y exclusivamente por el amor que "vuelve a quien lo toma gavilán o paloma" porque "el que ama todo lo da" (y poco recibe en sus canciones), que la edad es un impedimento, que el abandono, que el desamor. Si Munch le contase sus penas, José José le propinaría sin duda un botellazo por perder el tiempo con tonterías.

De hecho, lo más cercano del pintor nórdico a un cuadro sensual, la Madonna, es una mujer oscura y vaporosa semioculta en la penumbra, con las ojeras más marcadas que los ojos. Hay un cuadro de un beso -se llama así, El beso- pero es un beso furtivo, arrinconado, y el centro del cuadro en realidad lo ocupa la ventana abierta sobre la aplastante ciudad.

En otra de sus pinturas, llamada El día después, una mujer reposa sobre la cama agotada, frente a una mesa llena de botellas vacías. Imagino que acostarse con Munch debe haber sido una experiencia emocional agotadora.

Luego, claro, de tanto sufrir para adentro, a Munch le roban los cuadros a plena luz del día y sus vigilantes no se dan cuenta. Pero esta semana, al fin, vuelve a colgarse en el museo del pintor su cuadro más famoso: El grito, una metáfora más de la angustia generalizada que produce el hecho de existir. Imagino que José José, si alguna vez visita la exposición, le echará un vistazo al lienzo con sus ojitos rojos, lo interpretará sesudamente y lo rebautizará con el nombre de La resaca.

Leer más
profile avatar
29 de septiembre de 2006
Blogs de autor

¿Cómo debemos vernos, cómo debemos contarnos?

Lo que dio pie al argumento que voy a presentar fue un hecho pueril, y de algún modo personal (se me ocurrió mientras leía una de las críticas a la película Rosario Tijeras, que acaba de estrenarse en la Argentina), pero creo que se trata de una cuestión que debería interesarnos a todos –por lo menos a todos los que sentimos que es importante poder contar nuestras historias, las historias de la Hispanoamérica de hoy.

Ya había percibido en varias oportunidades que los comités de selección de los festivales de cine internacionales (esto es, los que no son hispanoamericanos) tienden a elegir, entre las películas que hacemos, aquellas que hablan de nuestras realidades de una cierta manera, y nunca de otra: les gustan las películas que nos pintan como marginales pintorescos, las películas que narran con una desprolijidad que asumen propia de nuestra pobreza de medios (aun cuando la desprolijidad pueda disimular pobreza narrativa, o resultar en ella), o sea que prefieren, por ende, todas las películas hispanoamericanas que no podrían representar nunca una amenaza comercial para su propio cine. La crítica a Rosario de la que hablo (que ni siquiera era mala, lo aclaro) me sugirió la existencia de algo peor: una cosa es que el establishment del gran cine americano o europeo opere para que permanezcamos dentro de un nicho narrativo que no le moleste, y otra muy distinta sería que la prensa, que debería defender nuestros intereses ya no como artistas sino como público, le haga el juego a la industria internacional del cine. Lo de los festivales es malo porque nos fuerza a tomar un camino único, nos limita, pero que el periodismo les haga el juego y le cuente al público que existe algo parecido a un deber ser, una sola forma en la que se nos permite hablar sobre nosotros mismos, eso sí sería grave.

Empecé a preguntarme si no ocurriría algo parecido en la literatura. En términos generales (lo cual significa que este es un tema complicado, y que aun no lo he pensado a fondo) diría que sí. Más aun, dado que en este caso está claro que no es el mercado externo lo que nos compele o limita, creo que aquí se ve con mayor claridad que lo que compele y limita son las voces del establishment cultural –expresadas en buena medida por el periodismo y por lo que podríamos denominar “la Academia”. Intuyo que aquí también existe un deber ser: debemos escribir de determinada manera y no de otra, y aun cuando nos decidimos a tocar ciertos temas o a abordar momentos históricos precisos debemos hacerlo de acuerdo al mismo método, de mirada oblicua, deprovista de toda acción y asfixiante en su retórica. Imagino que periodistas y académicos tendrán sus razones, que expondrían con florida verba, pero todo lo que consiguen es frustrarme. Me pasa que no puedo enfrentarme a las novelas que se editan y a las películas que se estrenan como un artista, yo reacciono ante todo como público, quiero que esta nueva novela mexicana, argentina o española sea lo mejor que he leído en años, quiero que esta película colombiana o brasileña me parta la cabeza, y al encontrarme que la mayor parte de la producción pasa por esta criba a medias industrial y a medias periodística, resulto casi siempre frustrado. Yo busco a un Shakespeare hispanoamericano, y no sé si no lo encuentro porque no existe o porque no lo editan ni le financian sus películas. ¡Yo espero al Fellini hispanoamericano y nunca llega!

Lo que siento es que nos dicen que llegamos tarde a la Historia, y que no nos queda más remedio que meternos dentro del huequito que queda y alimentarnos con las sobras. ¿Qué demonios me importa a mí que Tolstoi ya exista? ¡Yo quiero que algún latino escriba nuestra Guerra y paz!  A veces me parece que nos están diciendo que las grandes naciones de hoy han reservado el copyright de la épica, del romance, de la fantasía, y que en la repartija nos ha tocado apenas la representación naturalista de la miseria y, en el mejor de los casos, el esperpento. ¿Por qué debo conformarme a su criterio? ¿Por qué debería hacer caso a los sicofantes que repiten en nuestros países los argumentos de los que nos quieren ver siempre pequeños y sojuzgados? ¿Es que acaso no existe en nuestras culturas inspiración suficiente para mil Macbeths, para cien mil Citizens Kane, para un millón de Guerras y paces? Si Shakespeare viviese hoy y leyese los diarios, no tengan duda alguna que escribiría historias inspiradas en Latinoamérica y el Medio Oriente. Las naciones más poderosas han perdido el derecho a escribir la épica: ¡la épica de hoy debería ser nuestra! (Y no sólo en el arte, que conste).

Detesto que me enseñen una camisa de fuerza y que me digan que es la última prenda que quedó en el almacén. Detesté en su momento que algunos periodistas desdeñaran Ciudad de Dios porque les parecía demasiado bien hecha, demasiado bien contada. A veces imagino que si quisiese filmar una saga familiar inscripta en el mundo del hampa me colgarían: Coppola puede hacerlo porque es estadounidense y por ende partícipe de los derechos del copyright, pero yo no puedo filmar un Padrino porque soy de aquí, de Latinoamerica, y aquí las sagas que para colmo resultan atractivas para el gran público nos están prohibidas, nuestro deber ser indica que no debemos apartarnos de los márgenes en los que nacimos. Lo que rechazo es que me impongan cómo debemos vernos, cómo debemos contarnos. Me resisto a asumir el tono menor que tratan de echarnos encima como un destino. Siento que están tratando de manipularme, como artista pero ante todo como público. Y a mí, qué quieren que les diga, no me gusta un carajo que me digan lo que debo hacer.

Leer más
profile avatar
29 de septiembre de 2006
Blogs de autor

Real como la vida misma

Aumenta a ojos vista la necesidad de tener algo por seguro, de poder agarrarse a lo que sea, de pisar firmemente la tierra, de confirmar un fundamento indudable. Como es lógico, cuanto más fantástica o fantasmal es la sociedad oficial, cuanto más onírica y alucinada la que describen los medios, más difícil y necesario es pillar algo seguro.

Me parece a mí que cuando aparece algún “realismo” es porque suele coincidir con un delirio general. Zola y Haussman, por ejemplo. El mundo de los humanos analizado en el quirófano con instrumentos de precisión; Zola empinado en el estribo de un tren a punto de emprender sus estudios sobre personal ferroviario que le permitirán escribir “La bestia humana”; y aquel París que estaba en trance de inventar la soñada capital del siglo XIX, levantando la ciudad de arriba abajo, borrando sus viejos barrios milenarios, arrasando la ciudad verdadera con el fin de elevar una metrópolis de fantasía. La novela era real, la realidad era novelesca.

O las andanzas de don Quijote por territorios de peñasco y quebrada, trochas de cabra, desiertos de brezo y zarzamora, posadas siniestras, una desolación punteada con ahorcados a la entrada de aldeas habitadas por aparecidos. Un lugar quimérico que reconoce su irrealidad trescientos años más tarde en “El manuscrito encontrado en Zaragoza” del conde Potoki. ¡Cuánto más fantasmales son el cura y el barbero, el posadero y el bachiller, que los gigantes transformados en molinos de viento! La ficción cervantina pone de manifiesto el realismo del loco.

En la actual carrera hacia lo real, lo seguro y lo verdadero, un grupo de científicos franceses y canadienses ha aportado una contribución muy tranquilizadora: el personaje que figura en el cuadro conocido como “La Mona Lisa”, acababa de dar a luz a su segundo hijo cuando la pintó Leonardo. Menos mal. Por un momento temíamos que fuera una pintura de Leonardo. Se ha salvado: ahora es un documento de obstetricia.

Hace unos años (no tengo aquí la referencia exacta, pero puedo buscarla), otro estudio científico demostraba que la abundancia de pigmento amarillo en la pintura de Van Gogh era debida a la absenta que el holandés bebía inmoderadamente. Aunque quizás la más graciosa era aquella tesis de que las figuras de El Greco eran muy espigadas porque sufría un severo astigmatismo.

Los artistas, en cambio, siempre lo han tenido más claro. En cierta ocasión los amigos invitaron a Degas al hipódromo, pero como conocían la tremenda miopía del pintor le alcanzaron unos prismáticos para que viera la carrera con nitidez. Degas miró por un instante a través de los binoculares, dio un respingo, y los devolvió horrorizado. “¡Qué espanto! –dijo-. ¡Parece un Meissonier!”.

Es casi imposible resignarse a que las pinturas, las novelas, los dramas teatrales y demás constructos artísticos sean imaginarios incluso cuando no quieren serlo. ¡Nos parecen tan verdaderos! No hay manera de convencer a los ingleses de que el retrato de Enrique VIII por Holbein, esa maravillosa pintura en la que aparece un chulo de clase acomodada mirando desafiante a la cámara con las piernas abiertas y los brazos en jarras, es tan fantástico como el retrato de un unicornio.

Un estudio científico puede demostrar, seguramente, que Ana Karenina estaba ya muerta cuando la atropelló el tren. No había querido suicidarse, ni mucho menos: la desdichada caída la produjo un derrame cerebral. Así se deduce tras el riguroso análisis forense de la descripción del cadáver que aparece en la novela. El titular del diario sería: “¡Salvada del suicidio!”.

Naturalmente, la ciencia ha demostrado que Aureliano Buendía nunca tuvo la edad centenaria que erróneamente le atribuye García Marquez. El autor colombiano sufrió una confusión entre tres sucesivos Aurelianos, los tres registrados con el mismo nombre y equivocadamente unidos en la misma ficha de empadronamiento. Ésta sería la causa del exagerado personaje novelesco, el cual, sin embargo, fue real y existió verdaderamente. Así se desprende de un estudio minucioso de los archivos municipales de Macondo. Titular colombiano: “Tres en uno”.

Aunque la mejor de todas las fantasías realistas era aquella maravilla de libro titulado “La Biblia tenía razón”, en el que un alemán de seriedad episcopal demostraba científicamente la realidad del maná, de la zarza ardiente, del milagro de los panes y los peces, de la historicidad de David y Goliat, del caos sexual que puede producirse cuando te cortan el pelo mientras duermes, y así sucesivamente. Titular romano: “Fe y razón unidos por la revelación”.

Como si la realidad deducida a partir de un material imaginario pudiera crear una segunda realidad de la que habría surgido la imaginación. Como si lo imaginario fuera un producto de la realidad. Operación ésta que coincide exactamente con la del barón de Munchausen salvándose a sí mismo de morir ahogado mediante una técnica tan infalible como científica: tirarse de los pelos hacia arriba, hasta sacarse del agua.

Leer más
profile avatar
29 de septiembre de 2006
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.