Vicente Verdú
Si no han cambiado las cosas recientemente, en España no existe ninguna ciudad mayor de 50.000 habitantes que no cuente ya con su Universidad. La consecuencia está siendo al cabo de estos años que en diferentes centros haya más profesores de la asignatura que alumnos matriculados en ella.
España todavía invierte en universidades, en investigación, un porcentaje del PIB (1,12%) inferior a la media de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, OCDE, (1,3) y, sin embargo, si se trata de hacer turismo visual el número de edificios universitarios a contemplar ha aumentado espectacularmente.
No deberá extrañar que se encuentren semivacíos. La misma política de levantar contenedores sin contenido ha venido aplicándose a los museos, a los auditorios o a los centros policulturales.
El presupuesto no crece en lo más sustantivo pero sí en lo accidental. De este modo se explica lo grotesco de una situación en que deben suspenderse las clases por falta de alumnado o deben dejarse en blanco algunas asignaturas tras la ambiciosa multiplicación de su surtido. Se calcula que para hacer rentable un aula, deberían ocuparla 125 alumnos pero en España, en Humanidades, no es tan extraño que el contingente no rebase la decena.
Entre los factores de invertebración de la España siglo XXI, el desajuste universitario no es menos significativo. ¿Enseñar qué? ¿Enseñar para quién? El remedo acrítico del extranjero norteamericano, la vanidad política y la general tentación de la apariencia ha derivado en esta degeneración del sentido común.
Seguramente contamos en 2006 con una fotografia de España mucho más semejante a la estructura de los modelos europeos que hace dos décadas pero se trata de una estampa en solo dos dimensiones. No calibrada la profundidad, la instantánea se asemeja pero ¿a dónde puede conducir esta escueta fachada de la verdad?
Con alto grado de probabilidad la cosmética no aguantará el paso del tiempo, el tinglado sufrirá deterioro y la universidad misma, que ha preferido ampliarse que fortalecerse, perderá significación. Pronto los títulos serán tan solo papel, si es que no están empezando a valer ya tan solo como máscaras.