Marcelo Figueras
A fines de 2005 Jon Pareles, crítico de música popular del New York Times, eligió al álbum Tres cosas de Juana Molina como “uno de los diez mejores del año”. Pareles destacaba “la voz calma, las melodías con la simplicidad de las canciones de cuna y los fondos sintetizados que llenan su música de misterio”. La clase de honores por los que cualquier artista vendería su alma. ¿Ser consagrado por el New York Times? No es cosa fácil para ningún músico no estadounidense, y más aún si el artista en cuestión vive tan pero tan al sur del muro fronterizo que separa a Babilonia del resto del continente. Pero es posible que el efecto más beneficioso de la lista de Pareles haya sido otro, por cierto paradójico: lograr que en la Argentina, país natal y hogar de Juana, hayan empezado a prestarle un poco de atención –y a otorgarle el respeto que hasta entonces se le negaba.
Ayer martes salió otro artículo en el Times, esta vez firmado por el corresponsal en Buenos Aires, Larry Rohter, que se hace cargo de este absurdo. Fernando Kabusacki, un guitarrista que supo acompañar a Juana en sus presentaciones, se lo dijo a Rohter con todas las letras: “Su música nunca hubiese sido aceptada aquí sin su popularidad en los Estados Unidos y en Europa, porque la Argentina es así”, declaró. “Sin la validación de afuera, acá es como ir cuesta arriba rumbo a ningún lugar”.
Es posible que el ninguneo que Juana sufrió en los últimos años se deba en parte a la confusión de expectativas. Aunque Juana es hija del reconocido cantante Horacio Molina, ella se instaló inicialmente en la percepción pública como actriz, acompañando primero al cómico Antonio Gasalla y obteniendo al fin consagración individual, en programas de TV como Juana y sus hermanas. Juana era buena comediante, muchos de aquellos personajes –y de sus muletillas- todavía subsisten en la conciencia de una generación joven. Pero cuando decidió abocarse a la música se la miró con sospecha. Aquí no se valora mucho a una persona que parece dispuesta a matar una gallina de huevos de oro. Para colmo su música, decididamente low key, parecía confirmar los prejuicios de sus detractores, que confundían su personalidad inefable con puro capricho.
Pero aunque sus seguidores se hayan confundido, lo que no tiene excusa es la ceguera del periodismo. Se supone que los periodistas deberían ser aquellos que tienen la mirada más abierta y desprejuiciada, para ver cosas que el común de la gente no tiene tiempo ni forma de ver por las suyas y orientarlos en esa dirección. Sin embargo los periodistas argentinos tuvieron que esperar el espaldarazo del Times para reaccionar. Rohter cuenta que David Byrne, el ex Talking Heads, descubrió la música de Juana navegando por Amazon.com: buscaba un disco de Sigur Ros, y el sistema de Amazon le sugirió que si le gustaba Sigur Ros, Juana también le gustaría. Estaba en lo cierto. Byrne compró el disco, lo escuchó y después buscó contactarse con Juana. Incluso llegaron a hacer gira juntos por los Estados Unidos, hace ya dos años. Es obvio que Byrne estaba más dispuesto a abrirse y a escuchar que los críticos argentinos.