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COTILLEO POÉTICO Y GUAPA GENTE

La guapa gente tiene también sus guapos premios. El más guapo de los que conozco es el Premio Loewe de poesía. Al ganador le dan un guapo premio, algo así como 18 mil euros. El libro se publica en Visor y la fiesta de entrega siempre tiene una mezcla de poesía, periodistas y gente del mundo Loewe.

Una cita guapa donde algunos estamos como con sensación de habernos colado. Yo estoy con la canalla poética, al amparo de Caballero Bonald y entre alguno de los de la tribu de Visor. Desde esa mesa suele haber unas vistas fantásticas. Por ejemplo se puede ver a una princesa, o lo que sea, que es algo de los Borbón y que siempre va de guapa a esas fiestas. A su lado estaba Marichal, que también es de mucha elegancia. Después se rebajan un poco los títulos y te puedes tropezar con un ex alcalde de Madrid, una estrella de la prensa del corazón, el presidente de la Real Academia de la Lengua, Víctor Manuel y Ana Belén, Carmen Alborch, Eduardo Arroyo o Ana Botella.

Todo eso bien mezclado, sentados en los salones del hotel Palace, es una buena imagen del Madrid guapo. Es decir un sitio de elegancia muy dispersa donde los poetas van cada año esperando que la mirada del mecenas, que la decisión de un jurado notable y diverso, se fije en ellos y pasen por unas horas a participar del mundo Loewe, dando glamour a la poesía.

Este año tenía la cita un morbo añadido. A la fiesta se presentó la muy esperada Esperanza Aguirre, la “presidenta” que sí tiene quién le escriba. Suelta y sonriente, segura y batalladora. Y un también muy suelto ex presidente, gran aficionado a la poesía, de reconocido ardor guerrero y sin perder la sonrisa, buscando poetas en su mesa de ilustres. Sí, al premio Loewe se presentó el mismísimo Aznar en persona. La verdad es que esa no era la noticia. De cerca no parece tan peligroso. La noticia, el morbo de la tarde, estaba en la clamorosa ausencia de Alberto Ruíz Gallardón. El intelectual de la derecha, el más centrado de los populares y también el más solo, descentrado y malquerido de todos. No sé, cuando le veo tan desasistido, tan  abandonado de casi todos, tan lejos de los poetas y de los guapos, me dan ganas de recomendarle un traslado, un espacio nuevo, una vida nueva. No sé, ¿qué tal lo verían los de Ciutadans?

Los cotilleos, los murmullos y las falsedades corrían por las mesas. La poesía estaba esperando. Y llegó. Se presentó con el nombre de Juan A. González Iglesias, un gran poeta que vive en Salamanca y que no olvida de dónde venimos. Que mantiene su escepticismo sobre hacia dónde vamos. A la guapa gente de la fiesta, también a los demás, nos recordó que nuestra cultura viene del cristianismo, sí. Pero que también viene de Roma y Grecia, o no viene. Y nos dio un respiro pagano. La pureza puede esperar.

PD: El poema de Borges al que el otro día hacía referencia es del libro Museo. Se llama “Le regret d’Héraclite”. Es así de corto y melancólico:

“Yo, que tantos hombres he sido, no he sido nunca
aquel en cuyo abrazo desfallecía Matilde Urbach”.

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24 de noviembre de 2006
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OPORTUNIDAD PERDIDA

Hoy me pongo pesado. Hablo de comercio internacional. Es imprescindible hacerlo, pues los cambios que se producen (elecciones en EE. UU., fiebre en el área Siria/Irán/Irak/Líbano) tendrán una clara consecuencia. América Latina va a perder otra oportunidad de solucionar un poco su problema mayor: Washington.

Aparentemente, las noticias son buenas. EE. UU. y Colombia acaban de firmar un acuerdo de libre comercio. Tal como lo dice la BBC, es el episodio más importante desde el NAFTA de 1994, que agrupó en un solo mercado a México, EE. UU. y Canadá. La realidad es distinta: además del artículo en el que anuncia esta noticia, el Washington Post hizo muy bien, al día siguiente, al visitar una fábrica de jeans (en Cuba le dicen “pitusa”) en Medellín, Colombia, para publicar otro artículo y contar otra historia. Allá, claro, hay mucha preocupación por la toma de poder de los demócratas en el Capitolio de Washington. Ellos ganaron hablando de la maldita guerra de Irak pero también de la globalización. De las fábricas que cierran en EE. UU. para abrir en países con sueldos más bajos como Colombia. Un paisa de Antioquia no da muchas vueltas al tema antes de adivinar que lo que firmó la Casa Blanca, el Congreso nunca lo aprobará.

No es un asunto menor para América Latina, pues su situación económica, por el momento, depende mucho de un mercado muy volátil: las materias primas. No se pueden explicar los gastos sociales de Chávez en Venezuela, la buena salud de Chile, la recuperación milagrosa de Argentina, las iniciativas de Evo Morales en Bolivia sin pensar en el boom de los precios de las materias primas. El colapso reciente de un fondo de inversión, Amaranth Advisors, que apostó sobre un alza aún mayor que nunca llegó, es una advertencia para todos: una inversión del ciclo económico puede producirse a medio plazo. Y por eso América Latina necesita crear una demanda real desde afuera más allá de la venta de las materias primas.

Como siempre, basta visitar el excelente sitio de Inter-American Dialogue, la ONG de Washington que mas cariño e interés sincero tiene por América latina, para entender el problema. En su área de publicaciones hay un excelente estudio (en inglés, por desgracia, como todo lo que voy citando hoy) sobre el comercio del petróleo en la zona: Petropolitics in Latin America: A Review of Energy Policy and Regional Relations. La situación de muchos países se explica por los flujos y el precio del oro negro. Pero vale la pena quedarse un rato en este sitio para leer el excelente informe sobre las posibilidades reales del comercio con China: China's Relations with Latin America: Shared Gains, Asymmetric Hope. La limitación de las expectativas es muy clara.

A pesar de las visitas y de los sueños compartidos, China y, mas allá, toda Asia, no basta como solución para construir el futuro comercio de América Latina. Hace poco, un excelente artículo del Financial Times, reproducido en el Financial Express lo dice muy bien al resumir la torpeza de los intentos actuales.

China, Macao y Hong-Kong, las Filipinas, Taiwán, Malasia o Brunei quedan muy lejos de los Andes o del cono sur. Lo que no se hizo con los republicanos en el congreso (por culpa de la “guerra al terror” del señor Bush) no se hará con los demócratas. Otra oportunidad perdida. Otra vez. Como siempre…

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24 de noviembre de 2006
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Reflejo en dos espejos

Durante el año 2004 se publicaron dos novelas sucesivas que tenían por protagonista a Henry James. La primera en ocupar las librerías fue la de Colm Toíbín titulada The Master. La segunda, Author, author, de David Lodge, se editó algo más tarde. Yo las leí según fueron apareciendo y tuve por superior, quizás por muy superior, a la de Toíbín. Luego constaté que así lo juzgaba también el club de críticos anglosajones a los que leo asiduamente.

Toíbín había elegido como asunto, es decir, como excusa para pintar su retrato, las oscuras relaciones de James con algunas mujeres, así como las casi translúcidas que mantuvo con ciertos hombres. El escritor irlandés no reclamaba la homosexualidad para James (habría sido demagógico reivindicar desde la ficción algo que no ha sido probado documentalmente), pero sí alegaba una cierta homofilia muy característica de la era victoriana, acompañada por una frialdad sexual no menos típica.

Lodge, en cambio, había visto a James en otro espejo: cuando el escritor trataba de obtener un éxito de público mediante el teatro. Sin embargo, su pieza Guy Domville fue un fracaso que le hundió en una severa depresión. Durante el tiempo de redacción de su drama, James tuvo como íntimo amigo y confidente a George Du Maurier cuya novela Trilby se convertiría en el mayor éxito de ventas del siglo. A James se le vino el mundo abajo. Una ficción mediocre aparecía a juicio del público y gracias a una crítica totalmente beocia como una obra maestra.

Para acabarlo de arreglar, el éxito teatral de aquella temporada lo obtuvo Oscar Wilde, un personaje que para James era la encarnación viva del mal gusto, la pereza, la ausencia de recursos artísticos y la trivialidad. Dada su alta estima del arte de escribir, Wilde debía de ser a los ojos de James lo que en la actualidad un guionista de series televisivas. James estaba descubriendo, sin saberlo, la democratización de la literatura.

Es muy bello ver dos figuras de James en sendas deformaciones especulares, una sexual y angustiosa (Toíbín es autor de novelas sexualmente angustiosas), otra inquieta por las relaciones entre éxito y calidad (Lodge escribe novelas sobre el éxito y el mundo universitario). Es como si a la actual The Queen de Frears le pudiéramos añadir otra The Queen firmada por Scorsese. Como era de suponer, Frears es partidario de la reina de Inglaterra y desprecia a la insoportable Lady Di. Seguro que Scorsese no lo vería del mismo modo y dedicaría más tiempo a la trama mafiosa de Buckingham.

Me parece indudable que si se exhiben dos retratos de una persona por la que sentimos respeto, amor o curiosidad, querremos verlos ambos. Nos interesan ambas deformaciones. Porque sin deformación no hay arte. Pues bien, Lodge ha publicado hace unos meses The year of Henry James con el exclusivo propósito de mostrar su disgusto por la duplicación. Cree que la aparición del James de Toíbín golpeó el mercado de tal manera que cuando asomó la portada del segundo James ya nadie leyó la solapa. De haber sabido que iba a editarse otra novela sobre el victoriano, confiesa, quizás habría abandonado la suya.

En esta confesión se encuentra la causa del éxito de la novela de Toíbín, y no en haber llegado antes a las librerías. Estoy persuadido de que Toíbín nunca la habría abandonado, aun sabiendo que alguien trabajaba sobre el mismo personaje. La convicción es la razón primera de un buen trabajo artístico y se nota de inmediato. Si puedes abandonar algo que estás escribiendo, no lo dudes, abandónalo. Si no lo haces, será él quien te abandone.

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23 de noviembre de 2006
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EL LUJO DEL OTRO

Todo problema tiene su solución. No por ser difícil o parecernos irresoluble carece de ella. Cualquier conflicto se configura no desde el caos sino como un desafío al orden conocido, luego debe hallarse otra ordenación en la que el conflicto queda conjurado, desarmado, privado de virulencia.

Esta verdad sin evidencia goza, sin embargo, de muy buena vista.

Basta comprobar cómo, en determinadas circunstancias, cuando no encontramos salida a una encrucijada alguien, venido de fuera, nos brinda la clave que nos salva. Y con una facilidad tan impredecible por nosotros que se parece a un milagro.

El ensalmo hace buena evocación de esta clase de sensación inesperada. Las cosas se ven claras como por ensalmo y saltamos desde su precipicio a la calma transportados por una suerte de ayuda sobrenatural que nunca imaginamos.

El cielo se encuentra al lado y no lo percibimos. Y el infierno habita en nosotros sin que seamos conscientes de nuestra potencia de autodestrucción o muerte. No alcanzamos a ser inmortales pero disponemos de una energía criminal absoluta, especialmente sobre nosotros mismos.

De la misma manera, no hay mejor especialista en la tortura que el autorturador ni tampoco peor enemigo de la lucidez que nuestro firme sentido de la marcha, no hay mayor oscuridad que la ofuscación propia. Todo problema aparece emparejado con su solución. Saber cómo hallarla representa el problema verdadero; y el verdadero problema reside en el lugar donde se cree definitivamente afianzado el yo. El otro, sin embargo, que nos observa desde afuera, liberado de nuestra fijación, puede operar como la clave de nuestra libertad, la llave de nuestro bienestar y nuestro lujo. El otro es la solución.

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23 de noviembre de 2006
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Un largo adiós

Hubo un tiempo en que la Tierra estuvo habitada por gigantes, como los que vivían en la isla de Albión hasta que fueron diezmados por las huestes de Bruto. Pensamos en aquellos gigantes con nostalgia porque lo hacían todo de manera diferente, marcando el paisaje con sus hombros enormes, sus brazos de grúa  y sus pies como canoas. Es posible que todavía sobreviva alguno escondido en cuevas o en las montañas, pero en todo caso hoy hay uno menos, desde que Robert Altman murió en un hospital de Los Angeles tomándose un atajo (un "short cut") hacia el otro lado.

Fue un creador desparejo y caótico, que hizo muchos bodrios y unas cuantas películas memorables. Lo que lo torna querible fue que -como los gigantes- hizo cosas que hoy nadie hace, que hoy nadie se atreve a hacer. Reírse de la guerra en Mash, reinventar el western con McCabe & Mrs. Miller, aniquilar a Hollywood en The Player, describir cuán pequeños y mezquinos solemos ser aun en los momentos límites, como lo hizo en Nashville, como lo hizo en Short Cuts. (Hoy los enanos como Paul Haggis usan el esquema de historias cruzadas que Altman patentó en aquellas películas, le ponen un moño bienintencionado al final y ganan Oscars como lo hizo Crash, un film mediocre como pocos.) Porque aun cuando se incendiaba, Altman lo hacía a lo grande: hay que tener cojones para filmar Popeye, o releer a Chandler como lo hizo con Elliot Gould en la piel de Marlowe, o meterse con un símbolo como Buffalo Bill. Los enanos de hoy no vienen con cojones, vienen con canicas en la entrepierna. Van a lo seguro y no se atreven a perturbar al ejecutivo de turno. Como en The Player, los mandamases que rigen nuestras vidas pueden cometer crímenes y salirse con la suya -porque ya no existen gigantes que alboroten su sueño.

Lamento que el viejo haya muerto. La verdad es que le creí cuando recibió el Oscar honorífico de este año (los Oscar honoríficos son aquellos que la Academia de Enanos entrega por izquierda cuando no ha tenido el valor de hacerlo por derecha) y dijo que, tocado por un transplante de corazón que había recibido, planeaba vivir cuarenta años más. Es cierto que hace mucho que no filmaba nada como la gente, pero imagino que su última película, A Prairie Home Companion, funcionará como coda apropiada dado que trata de un viejo programa de radio al que el nuevo dueño de la empresa decide terminar. El programa tiene su última edición, la música suena agridulce, el film termina. Todo lo que sabemos es que vivimos y que moriremos: sobre lo que ocurrirá en el medio no existe ninguna garantía.

El gigante Altman tuvo la sensatez de recordárnoslo. En lo que a él respecta, entre su nacimiento y su muerte tuvo el tino de crear Mash, y Nashville, y Short Cuts, lo cual marca toda la diferencia. La mayor parte de aquellos que han escrito hoy necrológicas con olor a sorna no han producido nada parecido, al menos hasta ahora.

Los enanos que le sobrevivimos conservaremos sus zapatos, con la tibia esperanza de llenarlos alguna vez.

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23 de noviembre de 2006
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LA NOVELA IMPOSIBLE

¿Puede todo la novela? Sí, como género literario la novela es insuperable y los ensayos de Milan Kundera lo afirman con talento y una abundancia de ejemplos del siglo XVIII. Pero estamos en el siglo XXI. Es decir, en un mundo mucho más virtual que la realidad descrita por Voltaire o Laurence Sterne. Hoy existe la realidad aplastante de la pantalla electrónica. Gran competencia para la novela.

Así se debe entender una noticia que va y viene entre justicia, libros y dinero: el magnate de los medios Rupert Murdoch cancela para siempre la publicación del libro de O.J. Simpson: If I did it, here's how it happened (Si lo hubiera cometido, así es como sucedió). ¿Cuál es el género de este libro de O.J. Simpson? Es, de manera formal, una novela; es decir, el producto de una imaginación, pero es una novela-fe de error frente a la historia. Simpson, estrella del fútbol americano, consiguió una doble hazaña durante su proceso, hace unos años, en una corte californiana: convencer a todos de que era culpable del asesinato de su esposa y del amigo de ella, y salir ileso del tribunal, al destrozar la acusación del fiscal con los argumentos de sus abogados.

Las imágenes del proceso llenaron por completo los programas de las cadenas de televisión por cable. Simpson negó de manera continua ser el autor de los crímenes y millones de personas escucharon sus declaraciones a lo largo de días y días de transmisión. Ahora pretendía con su libro «imaginar» el doble asesinato que nunca cometió; es decir, contar lo que hizo conjugando verbos en condicional.

La editora del libro, Judith Regan, no tiene duda sobre la naturaleza del texto: es una confesión. Acaba de explicarlo en un largo texto en inglés. Afirma que lo más fácil para confesar lo que una persona no puede o no quiere decir es, para esa persona, hablar de una mera hipótesis. Pero aquí tenemos una diferencia fundamental en la reacción del público: la mentira de Simpson frente a la justicia era algo que se podía entender; pero su franqueza, dentro de una supuesta obra de ficción, es, según todas la reacciones, algo insoportable. Se trata de un acto de mal gusto, han dicho varias personas a la BBC. Y Judith Regan, que tiene una historia de éxitos en la industria de los libros, se equivocó por completo, dice The Guardian.

Más allá de la indignación frente a la manera de pisotear la memoria de las víctimas, se nota una verdad ineludible en el episodio: una novela puede ser una obra inspirada por la realidad, puede utilizar personajes reales y hechos comprobados, puede ser la confesión de la persona más despreciable del mundo (caso de Les bienveillantes, de Jonathan Littell, que arrasa en ventas en Francia con el testimonio de un nazi especializado en eliminaciones masivas de poblaciones), todo es posible, sí, con la novela, pero bajo una condición: debe ser una obra de imaginación. El error de Simpson/Regan no es el mal gusto, es un error de conjugación: la verdad no se dice con el condicional. En los tiempos modernos se cuenta en presente del indicativo.

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22 de noviembre de 2006
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AMORES PERDIDOS

Tiempo perdido. Amores perdidos. Polvo serás, más polvo enamorado. En realidad estaba pensando que la lista más importante es la de los amores que no fueron, los que no serán, incluso algunos que fueron sin tener que haber sido. Tantas cosas hemos sido, pero no hemos sido los que recibieron el abrazo de aquella que tanto deseamos. También le pasó a Borges y supo hacer un poema, triste, breve, hermoso… No sé, en realidad pensaba escribir sobre el premio a la mejor labor editorial. Fui jurado. Y me sentí cómodo con el premio. El premio fue para Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores.

Tenemos muchas deudas con el Círculo de Lectores. Las hemos seguido teniendo con Galaxia. Y por supuesto con Gutenberg, un buen tipo. Y cuando pensaba escribir sobre la felicidad que nos proporcionó, la que sigue proporcionando, la editorial de galaxia abierta a las librerías, se me cruzaron las listas.

Esa manía de ordenar los gustos, las pasiones, las músicas, los libros y las amadas. ¡Me encantan las pelirrojas! Sobre todo las que se llaman Katherine Hepburn. También las que se dejan enamorar por un bruto hombre tranquilo. Incluso, cuando fui pequeño, me gustaban las pelirrojas y pecosas fueran de Boston, de California o Rita Pavone. ¿Era pelirroja Guillermina Mota? Da igual, me encantaba. Pues eso, nunca fuimos abrazados por ellas. De lo otro, ni hablamos. Y como no tengo más que decir no me callo porque diré algo más.

Estoy contento con el premio a Galaxia/Círculo por mi memoria antigua y por mis placeres recientes. Por los libros que le encargaron a Eduardo Arroyo, los de Juan Goytisolo incluidos. Por el Kafka de Pepe Hernández. Por los de Barceló, Amat y por el placer de volver a viajar con Gulliver con Pérez Villalta. Pero también les doy las gracias por Gómez de la Serna, Baroja, Vargas Llosa y por muchos rusos o de los países del este que estuvieron perseguidos por esos archivos que guardaban los del KGB. Gracias por Anna Ajmátova, Marina Tsvetáieva y por Joseph Brodsky. Gracias por muchos más, por ejemplo, gracias por Canetti, por Sophia de Mello y por Eugenio Montale. En fin, gracias porque cuando fui pequeño, leí a los rusos y ahora que soy mayor los sigo leyendo. Y por otros amores que nunca serán.

Dice un bloguero que hay que dejarse al menos un libro sin leer para hacerlo antes de morir. Eso me hace recordar aquello que le pasó a Pepe Isbert. Uno de nuestros más grandes actores. Ese hombre pequeño de voz ronca, narices grandes, talla corta y enorme capacidad para fingir. Era un hombre muy católico, un hombre conservador, pero hizo algunos papeles que fueron una crítica a todo eso que él pensaba. Una mujer se había enamorado de él, ya una vieja gloria a punto de terminar su carrera. Aquella señora le sometía a un cariñoso acoso. Hasta que el actor encaró la situación diciendo: “Señorita me queda un polvo, uno solo, y se lo tengo prometido a mi mujer… Perdóneme”.

No sabemos cuántos nos quedan. Esperemos que nos queden algunos más. Y ciertamente muchos libros por leer. Gracias a algunas editoriales tenemos la sensación de que nunca llegaremos a las lecturas necesarias. Así será. Pero ¡menos mal que nos quedan algunas editoriales! ¿Haremos la lista de nuestras diez principales? Un día de estos tengo que hacer mi lista.

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22 de noviembre de 2006
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La esperanza negra

Más de 1.700 personas desbordan el Gusman Center for the Performing Arts de Miami para la que sin duda será la presentación más concurrida de la feria del libro. El hombre que esperan, sin embargo, no es un escritor. Su testimonio, The audacity of hope, se ha colocado rápidamente en las listas de ventas de este gigantesco país, pero no compite con novelas o poemas sino en todo caso con libros como My father, my president, las memorias de una hija de George Bush papá. Y es que el orador de esta noche, Barack Obama, no es un inventor de historias, sino la esperanza del Partido Demócrata en las próximas elecciones presidenciales.

Aunque hace un par de años era un ilustre desconocido a nivel nacional, Obama ha despertado rápidamente las esperanzas de todos los demócratas que detestan a Hillary Clinton, que son muchos. Obama lo tiene todo: es hijo de un inmigrante africano y una norteamericana blanca, ha barrido en los comicios por Illinois y además se opuso en 2002 a la guerra de Irak que Hillary sí apoyó y que ahora es percibida como el mayor desastre del gobierno republicano. Incluso el perfil bajo de Obama durante sus años como senador juega a su favor en comparación con una Hillary famosa por su ambición y desgastada tras quince años de imagen pública. Como si fuera poco, es joven, guapo, alto y decididamente carismático.

Esto último se  percibe desde que entra en escena. Su gigantesca sonrisa no cabe en el escenario. La ovación que lo recibe durante un minuto entero. No lleva corbata. Su simpática informalidad lo hace parecer un Will Smith presidenciable, con una diferencia: puede hablar durante media hora con párrafos perfectamente articulados enlazando todos los temas de interés sin perder la atención del público. Sabe hacer mención a su propia historia personal, sabe dónde poner las anécdotas y dónde los chistes, pero también sabe introducir en el discurso su visión del país. De hecho, este evento luce una calculada ambigüedad entre presentación de libro y mitin político.

Lo más impactante de Obama es su capacidad de articular proyectos satisfaciendo a todos los públicos: por ejemplo, propone una nueva política energética, que ofrezca a los granjeros norteamericanos trabajo en la producción de nuevos combustibles ecológicos para que el petróleo pierda importancia. Si baja el precio del petróleo, los enemigos de EE. UU. como Irán no podrán financiar sus programas nucleares. Tampoco será necesario financiar experimentos bélicos en Extremo Oriente. El dinero así ahorrado se podrá usar para mejorar los sistemas de seguridad social, y todo con los correspondientes beneficios ecológicos. En ese plan, Obama apunta a la vez al voto rural y al urbano, al pacifista y al paranoico belicista, a los más pobres y a los más ricos.

En efecto, a pesar de expresarse con excepcional claridad, Obama es un maestro de la ambigüedad. Aunque se opuso desde el principio a la guerra de Irak, su discurso es conciliador. Sus críticas a Bush son matizadas y a menudo sobreentendidas por la complicidad del público. Sobre el matrimonio gay, su respuesta es quizá. Constantemente repite que sus propuestas benefician a los norteamericanos sin importar su partido. De hecho, constantemente se refiere a los políticos como gente que no va a cambiar las cosas por sí misma. Su mensaje parece ser: “si no te gustan los republicanos, soy tu candidato. Si no te gustan los demócratas, también. Incluso si no te gustan los políticos. El hecho de que yo sea un político y un demócrata no debe confundirte”.

Así, aunque aún no expresa su decisión de postularse, Obama parece reunir el rompecabezas perfecto para convencer a todos. Al final, en la ronda de preguntas, el público lo llama “presidente”. Se los ha metido en el bolsillo. Pero mientras abandona el escenario en medio de una ovación de pie, es claro también que a su campaña le falta un detalle: el dinero. Y en ese punto, nada despreciable, Hillary es imbatible.

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22 de noviembre de 2006
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LA PIEDAD Y EL SEXO

En algún texto de Freud, pero no sé cuál, debe relacionarse el erotismo con la piedad.

La excitación sexual tiene que ver con plantar cara frente al otro cuerpo, vencer o ser vencido en la pugna apasionada ante un contrincante amoroso, encender o ser encendido en una hoguera más allá del territorio racional.

La razón mata la simiente del amor o la redondea de una hermosa perfección tan previsible que disuade la hecatombe.

Toda locura de amor se apoya, en cambio, en una rueda excéntrica que cruza desde el miedo a la aventura de la indeterminación.

La piedad, entonces, ¿puede excitar? Sólo excita aquella piedad que guía hasta un preciso grado de posesión, que envuelve al otro en un delirio narcisista. La piedad connota con el erotismo en sus partes oscuras y con nosotros en sus puntos blandos.

Cuando la piedad puede comprehender al desvalido hasta hacerlo posesión absoluta, de este apresamiento se desprende un zumo dulce que se confunde con la propia succión infantil. La succión no tanto de otras sustancias ajenas como de nuestra misma bondad maternal.

Amar al desvalido, al pobre, al mendigo, encuentra su correspondencia en los incontenibles impulsos sexuales hacia los sirvientes o las sirvientes; hacia la suprema voluptuosidad de regodearse en el olor y el sabor de la miseria, en la completa posesión de lo prohibido, extenuados en los márgenes de lo distante, marginal y ajeno. La perversión, grado máximo de la inversión, halla sus modelos en esta manera insólita de conjugar la caridad con el sadismo, el gusto con la repulsión, el placer con la náusea.

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22 de noviembre de 2006
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El peligro de las superficies

Estoy en Barcelona, invitado por el MIDA (Mercado Internacional de Desarrollo Audiovisual) para presentar mi novela La batalla del calentamiento ante productores de cine españoles. Me acompaña el director Marcelo Piñeyro, con quien ya trabajé en Plata Quemada y Kamchatka. Marcelo leyó La batalla cuando todavía no era más que un original, y desde entonces manifestó su deseo de dirigir la adaptación al cine.

...Y aquí estamos, pues. Recién llegados, y como siempre pasmados por la belleza de una ciudad de esas que no solo seducen, sino que se comprometen con uno en una historia de amor. Hay ciudades que son pura superficie: bellas, sí, y rebosantes de promesas que casi siempre se traducen en satisfacciones efímeras. Pero hay otras -y Barcelona es una de ellas, al menos para mí- cuyo encanto va mucho más allá de la profundidad de la piel. Lo mismo ocurre con las mujeres: algunas prometen un rato de diversión, pero las que a uno lo iluminan de verdad son aquellas de las que vale la pena enamorarse.

Anoche vimos The Black Dahlia, la película de Brian De Palma que adapta la novela de James Ellroy, inspirada a su vez por un célebre crimen irresuelto. El film tiene sus momentos, aunque en líneas generales es un disparate. Cualquiera que haya disfrutado L.A. Confidential haría bien en salir disparado en otra dirección, para evitarse el sufrimiento. The Black Dahlia tiene problemas de guión y problemones de casting: Josh Harnett, que va de protagonista, no puede sostener una película ni con la ayuda de una estructura de hormigón. (Algunos actores, como Hillary Swank, hacen lo que pueden, pero no les alcanza; me gustó mucho la chica que hace de la actriz asesinada, Mia Kirshner: su tristeza taladra la pantalla.

Pero uno de los problemas principales pasa por la forma en que De Palma maneja la época en que transcurre el relato. Los años 50 son muy tentadores para un cineasta, y más aún si la historia transcurre en Los Angeles: hablamos de Hollywood, del glamour, de las starlets y del trasfondo de droga y corrupción política. Lo que De Palma hace con esa imaginería es tan sólo lo obvio: juega con las figuritas. Sin otra dirección al respecto, los actores se limitan a jugar también. Josh Harnett juega al duro con corazón tierno. Scarlett Johansen juega a la mujer sensual, disfrazada con ropa ceñida al talle y rígidos peinados de peluquería. Ninguno de ellos parece gente viva, tan solo arquetipos, muñecos de cera con movimiento. Interpretan la época y a sus personajes como pura superficie. Librados a su suerte, actores de talento probado como Fiona Shaw se acercan peligrosamente al ridículo.

Ese es el problema con las superficies relucientes. Si uno se obsesiona con ellas, se quedará en la cáscara. The Black Dahlia no nos induce nunca a pensar que estamos viendo la época tal como fue o podría haber sido, sino tan solo una representación epitelial, puro diseño de producción y nada de espíritu. (¿Debería pensar que se trata de un mal generacional, dado que De Palma y Scorsese son coetáneos?)

Barcelona también es hija del diseño (el hotel en que paro es una maravilla funcional, por ejemplo), pero basta con perderme en cualquier callejuela lateral para que me sienta vivo. Es una de esas ciudades en las que no me molestaría nada vivir. Pero nunca viviría en esa ciudad de Los Angeles que pinta The Black Dahlia.

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22 de noviembre de 2006
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