Marcelo Figueras
Hubo un tiempo en que la Tierra estuvo habitada por gigantes, como los que vivían en la isla de Albión hasta que fueron diezmados por las huestes de Bruto. Pensamos en aquellos gigantes con nostalgia porque lo hacían todo de manera diferente, marcando el paisaje con sus hombros enormes, sus brazos de grúa y sus pies como canoas. Es posible que todavía sobreviva alguno escondido en cuevas o en las montañas, pero en todo caso hoy hay uno menos, desde que Robert Altman murió en un hospital de Los Angeles tomándose un atajo (un "short cut") hacia el otro lado.
Fue un creador desparejo y caótico, que hizo muchos bodrios y unas cuantas películas memorables. Lo que lo torna querible fue que -como los gigantes- hizo cosas que hoy nadie hace, que hoy nadie se atreve a hacer. Reírse de la guerra en Mash, reinventar el western con McCabe & Mrs. Miller, aniquilar a Hollywood en The Player, describir cuán pequeños y mezquinos solemos ser aun en los momentos límites, como lo hizo en Nashville, como lo hizo en Short Cuts. (Hoy los enanos como Paul Haggis usan el esquema de historias cruzadas que Altman patentó en aquellas películas, le ponen un moño bienintencionado al final y ganan Oscars como lo hizo Crash, un film mediocre como pocos.) Porque aun cuando se incendiaba, Altman lo hacía a lo grande: hay que tener cojones para filmar Popeye, o releer a Chandler como lo hizo con Elliot Gould en la piel de Marlowe, o meterse con un símbolo como Buffalo Bill. Los enanos de hoy no vienen con cojones, vienen con canicas en la entrepierna. Van a lo seguro y no se atreven a perturbar al ejecutivo de turno. Como en The Player, los mandamases que rigen nuestras vidas pueden cometer crímenes y salirse con la suya -porque ya no existen gigantes que alboroten su sueño.
Lamento que el viejo haya muerto. La verdad es que le creí cuando recibió el Oscar honorífico de este año (los Oscar honoríficos son aquellos que la Academia de Enanos entrega por izquierda cuando no ha tenido el valor de hacerlo por derecha) y dijo que, tocado por un transplante de corazón que había recibido, planeaba vivir cuarenta años más. Es cierto que hace mucho que no filmaba nada como la gente, pero imagino que su última película, A Prairie Home Companion, funcionará como coda apropiada dado que trata de un viejo programa de radio al que el nuevo dueño de la empresa decide terminar. El programa tiene su última edición, la música suena agridulce, el film termina. Todo lo que sabemos es que vivimos y que moriremos: sobre lo que ocurrirá en el medio no existe ninguna garantía.
El gigante Altman tuvo la sensatez de recordárnoslo. En lo que a él respecta, entre su nacimiento y su muerte tuvo el tino de crear Mash, y Nashville, y Short Cuts, lo cual marca toda la diferencia. La mayor parte de aquellos que han escrito hoy necrológicas con olor a sorna no han producido nada parecido, al menos hasta ahora.
Los enanos que le sobrevivimos conservaremos sus zapatos, con la tibia esperanza de llenarlos alguna vez.