Javier Rioyo
La guapa gente tiene también sus guapos premios. El más guapo de los que conozco es el Premio Loewe de poesía. Al ganador le dan un guapo premio, algo así como 18 mil euros. El libro se publica en Visor y la fiesta de entrega siempre tiene una mezcla de poesía, periodistas y gente del mundo Loewe.
Una cita guapa donde algunos estamos como con sensación de habernos colado. Yo estoy con la canalla poética, al amparo de Caballero Bonald y entre alguno de los de la tribu de Visor. Desde esa mesa suele haber unas vistas fantásticas. Por ejemplo se puede ver a una princesa, o lo que sea, que es algo de los Borbón y que siempre va de guapa a esas fiestas. A su lado estaba Marichal, que también es de mucha elegancia. Después se rebajan un poco los títulos y te puedes tropezar con un ex alcalde de Madrid, una estrella de la prensa del corazón, el presidente de la Real Academia de la Lengua, Víctor Manuel y Ana Belén, Carmen Alborch, Eduardo Arroyo o Ana Botella.
Todo eso bien mezclado, sentados en los salones del hotel Palace, es una buena imagen del Madrid guapo. Es decir un sitio de elegancia muy dispersa donde los poetas van cada año esperando que la mirada del mecenas, que la decisión de un jurado notable y diverso, se fije en ellos y pasen por unas horas a participar del mundo Loewe, dando glamour a la poesía.
Este año tenía la cita un morbo añadido. A la fiesta se presentó la muy esperada Esperanza Aguirre, la “presidenta” que sí tiene quién le escriba. Suelta y sonriente, segura y batalladora. Y un también muy suelto ex presidente, gran aficionado a la poesía, de reconocido ardor guerrero y sin perder la sonrisa, buscando poetas en su mesa de ilustres. Sí, al premio Loewe se presentó el mismísimo Aznar en persona. La verdad es que esa no era la noticia. De cerca no parece tan peligroso. La noticia, el morbo de la tarde, estaba en la clamorosa ausencia de Alberto Ruíz Gallardón. El intelectual de la derecha, el más centrado de los populares y también el más solo, descentrado y malquerido de todos. No sé, cuando le veo tan desasistido, tan abandonado de casi todos, tan lejos de los poetas y de los guapos, me dan ganas de recomendarle un traslado, un espacio nuevo, una vida nueva. No sé, ¿qué tal lo verían los de Ciutadans?
Los cotilleos, los murmullos y las falsedades corrían por las mesas. La poesía estaba esperando. Y llegó. Se presentó con el nombre de Juan A. González Iglesias, un gran poeta que vive en Salamanca y que no olvida de dónde venimos. Que mantiene su escepticismo sobre hacia dónde vamos. A la guapa gente de la fiesta, también a los demás, nos recordó que nuestra cultura viene del cristianismo, sí. Pero que también viene de Roma y Grecia, o no viene. Y nos dio un respiro pagano. La pureza puede esperar.
PD: El poema de Borges al que el otro día hacía referencia es del libro Museo. Se llama “Le regret d’Héraclite”. Es así de corto y melancólico:
“Yo, que tantos hombres he sido, no he sido nunca
aquel en cuyo abrazo desfallecía Matilde Urbach”.