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MIAMI

Ya tenemos al chivo expiatorio de los latinos que no puedan emigrar a Estados Unidos. Se llama Tom Tancredo. Es representante por el estado de Colorado. Republicano, por supuesto. Acaba de establecerse como la figura anti-latino en EE. UU. al describir a Miami como un país del Tercer Mundo. (Para él no es un elogio, todo lo contrario).

Lo interesante con Tancredo es que entrega tanto la practica como la teoría. Tancredo se dedica como político a la defensa de las fronteras del imperio. Y también es el autor de un libro In Mortal Danger (Peligro mortal) que pretende dar un «corpus» teórico al viejo miedo frente a los invasores. En un país hecho por inmigrantes que empezaron por matar a los indígenas, es siempre cómico descubrir un intento de detener la historia: vale la inmigración hasta la llegada de los padres del señor Tancredo; después no más.

El Miami Herald se preocupó por la denuncia del congresista y publica un mediocre artículo que cuenta la muy mediocre reacción que provocaron las palabras de Tancredo. El articulo es mediocre pues nunca llega a decir lo que es imprescindible: ¿Tercer Mundo, y qué? Nuestro mundo, en su mayoría, es Tercer Mundo. Miami es el producto de nuestro mundo. Miami no tiene más historia que la de las olas que llegan a una playa.

Hace poco más de un siglo que existe Miami, producto del afán de dinero de Henry Flager, un inversionista que se dedicó a poner ferrocarriles y hoteles desde Jacksonville hasta Key West. Cuando Flager llega a Miami por primera vez (1883) la ciudad es una aldea: 257 habitantes. Hoy Tancredo expresa su sorpresa: «es grande el número y el extenso tamaño de los barrios étnicos donde no se habla inglés y están controlados por culturas extranjeras». Tiene toda la razón: es grande en las Américas el número de poblaciones que no hablan inglés.

Lo que pasa con Miami es algo extraño, es un puro caso de confusión de nuestro Tercer Mundo: es la capital de un continente (América del Sur) que es también una entidad cultural (América Latina), pero Miami no se encuentra ni en el uno ni en el otro. La capital de América Latina se encuentra en América del Norte. Y con el paso del tiempo, notando el peso de las metrópolis en la globalización (siempre tiene más identidad una metrópolis que un país que no sabe cómo defender sus fronteras), es obvio que Miami gana poco a poco a EE. UU. No se trata de una reconquista, es la conquista continua por el mero movimiento de la vida. La única conquista que vale: por el idioma y la cultura. La indignación del congresista Tancredo no es una falta de respeto hacia Miami, es un rechazo al mundo entero. Un lugar que no tiene historia no puede ser otra cosa que el espejo donde vemos el mundo que vamos construyendo, nuestro Tercer Mundo.

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30 de noviembre de 2006
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EN INGLÉS

Parece que para responder a ciertas preguntas sobre Francia, hay que leer en inglés:

¿Cómo hacen las mujeres francesas que nunca engordan? Mireille Giuliano, la escritora americana que consiguió traducir a 37 idiomas su libro sobre las mujeres francesas ha escrito otro sobre la alegría de la vida y de la comida en Francia: French Women for All Seasons. Vivo en Francia y no lo voy a leer, no lo creo: hay francesas gordas y a veces vida sin alegría (y gordas alegres).

¿Qué pasa con el idioma francés? Dos canadienses (que ya publicaron en francés un libro muy bueno sobre los franceses) publicaron en inglés, en EE. UU., un libro sobre el idioma francés y su historia: The Story of French. Este sí lo voy a leer pues parece optimista y positivo, opina al revés de todo lo que se dice sobre el idioma francés: se reduce su influencia frente al inglés, etc.

¿Qué pasa con la literatura francesa más experimental? Hay que visitar el primer número de Electronic Literature Collection, una fenomenal recopilación de literatura que acaba de publicar, entre otros, la universidad de Maryland, para entender que Francia ya no es lo que fue. Pensando en la época del simbolismo, del surrealismo o, más cerca de nosotros, del Oulipo, descubro otro síntoma de las dificultades de Francia: el hecho de que dos libros, The set of U, de Philippe Bootz y Marcel Fremiot, y Jean-Pierre Balpe ou les Lettres dérangées tengan que ubicarse dentro de un conjunto de obras en inglés para tener visibilidad.

He dedicado horas a visitar las posibilidades de esta primera gran oferta de literatura digital (por esto escribo poco hoy en mi post). Con relación a la oferta magnífica del sitio del Oulipo (Ouvroir de littérature potentielle, Dispositivo para abrir la literatura potencial) veo en la Electronic Literature Collection la prueba de una pérdida definitiva. De algo que Francia no va a recuperar. Tenemos al idioma francés, a gordas y a flacas, pero la literatura como aventura ya se fue.

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29 de noviembre de 2006
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HABITACIÓN DE CITA

No llegará a ser una casa de citas. Tendría que hacer una selección de varios textos. Pero al menos sí citaré uno. En el libro de Cristóbal Serra, Viaje a Cotiledonia, alguien dijo que los seres que habitan ese país se podrían parecer a esos que pueblan algunos cuadros de su paisano Miró. No tengo idea, pero de vez en cuando no me importaría ser un bilibús.

“Los Bilibús: Son la raza superlativa de Cotiledonia y con fama de ser los menos tenebrosos de todos y hasta tal vez los únicos despojados de la tristeza ratonil que ensombrece a los demás cotiledones.

No se dejaron, hasta ahora, gobernar por nadie. Jamás un rey pudo entronizarse entre ellos, y, con razón, pueden vanagloriarse de no haber conocido régimen de gobierno alguno.

Los Bilibús no trabajan más que cuando les viene en gana. Las necesidades y progresos de la colectividad les importan un comino. Consecuentes, no se quejan si falta agua, canela o sal en sus poblados.

Pasa, además, que los bilibús no quieren ser serios porque lo primero que os dice un bilibú es que hay que acogotar la seriedad, la formalidad, la respetabilidad. Y por más que arguyes con él, no consigues convencerle.

El  bilibú cree que los disparates son más divertidos que las verdades y, en consecuencia, no duda en desarrollar el don maravilloso de la insensatez que muchos otros cotiledones tienen ya ahogado. Así, hay un bilibú que, desde que nace, se relame probando y chupando el caramelo de la Gran Tontería. Este aprende a ser estolidón sin serlo y es el verdaderamente educado al modo bilibú”.

Pues eso, el que quiera más que busque la obra completa. No es muy abultada y toda es para frecuentar, volver y gozar. La última edición que conozco es la de Editorial Bitzoc. Y se llama Ars quimérica.

Hoy creo haber contribuido a una buena labor: tratar de conseguir más lectores, más cómplices de Cristóbal Serra. Al menos así lo siento, sin temor a la censura ni a ser censurable, como quiere el maestro.

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29 de noviembre de 2006
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Terry, los piratas y yo

Una de las alegrías que me deparó mi breve viaje a España fue el hallazgo de una edición en forma de libro de Terry y los piratas, de Milton Caniff. Terry es una de mis historietas favoritas de todos los tiempos. Recuerdo haberla leído en mi infancia, en una revista llamada Tit Bits que en los años 70 publicaba lo que ya en ese entonces eran clásicos del género. (Terry apareció en los Estados Unidos entre 1934 y 1946, a modo de tira diaria.) La impresión que me dejó entonces fue tan vívida, que no sólo me recuerdo a mí mismo en el acto físico de la lectura (soy muy pequeño, estoy sentado en la escalera que da al patio de mi casa con Tit Bits entre las manos), sino que además, al releer las primeras aventuras en un cafetín de Madrid, descubrí que todavía recordaba cada pormenor de la trama: ¡hasta la parte en que el Viejo Pa no logra tirar del gatillo porque tiene la mano vendada! A eso sí que puede llamársele impresión perdurable.

Parte del atractivo de la historia estaba resumido en su título: la mezcla de lo común y cotidiano (Terry es un nombre simple, que era aplicado a un protagonista preadolescente –esto es, gente como uno) con la aventura concebida en su marco más exótico: llegado a la China para buscar un tesoro con la ayuda de un mapa que su abuelo le legó, el jovencito Terry se cruza una y otra vez con los piratas del título. Pero no lo hace solo, y es allí donde ya empieza a operar la maestría narrativa de Caniff. Lo acompaña en primer lugar Pat Ryan, un escritor y periodista free lance con cierta experiencia aventurera. Ryan es apuesto, fuerte, valiente y también listo; una figura tan idolatrada que revela sin ambages la mirada ingenua del Terry narrador. Pero también los acompaña George Webster Confucio, alias Connie, el chinito que se les ofrece como traductor y después se convierte en socio todoterreno. Connie puede resultar hoy algo parecido a un estereotipo racista (está allí para ofrecer alivio cómico, tiene unas orejas tamaño plato que convierten al príncipe Charles en un hombre discreto), pero también es cierto que en el transcurso de la historieta Caniff introduce tantos villanos orientales como occidentales, y que ya en la tira inicial Pat Ryan se encarga de dar la perspectiva de respeto con que se acerca a su objeto: “Los chinos ya eran un pueblo antiguo antes de que se descubriera América… China es el origen de nuestra cultura moderna”.

Y ya que hablamos de villanos, ellos también forman parte vital del atractivo de la tira. Caniff los creó inolvidables, desde el educado pirata Judas hasta la misteriosa –y bellísima- Burma. Quizás el más memorable de sus malvados sea una mujer, cuyo nombre pasó a formar parte de la cultura universal como sinónimo de la mujer oriental peligrosa y llena de misterio: Dragon Lady, la Dama Dragón.

Pero el arma secreta de Caniff son sus dibujos. Precursor de lo que más tarde se llamó línea clara, Caniff es un artista excepcional: por la nitidez y la humanidad de su trazo, por el detalle con que enriquecía los pequeños cuadros y por la energía cinematográfica que anima todas sus tiras. Cuando vi por primera vez la saga de Indiana Jones, sentí de inmediato que la deuda de Spielberg con Caniff era inmensa. Ahora mismo, en mi cafetín madrileño, descubrí en el segundo volumen de la saga –que no había leído en mi infancia- que en el combate a puño limpio de Pat Ryan contra los hombres de Papa Pyzon estaban comprendidas todas las escenas de pugilato del Corto Maltés; en esas viñetas el Corto y Pat se parecen hasta físicamente –a Pat sólo le falta la argolla en la oreja para convertirse en la criatura de Hugo Pratt.

La edición española está muy bien, más allá de los inevitables extrañamientos que produce la traducción. (El humor de Connie resalta cuando una de sus muletillas en el inglés original se transforma en: “¡Está todo muy fetén!” Hasta hoy yo hubiese jurado que la expresión fetén era puro lunfardo porteño, yo creía que sólo mis abuelos y mis tías gordas decían que algo estaba fetén, fetén. Pero en fin, la vida te da sorpresas.)

Mi presupuesto alcanzó para comprarme sólo dos volúmenes, cuando hay como dieciséis. No es que necesitase más argumentos para regresar a España –cosa que haré en febrero, para presentar La batalla del calentamiento-, pero es bueno saber que tengo como catorce excusas más para justificar mi entusiasmo al subir al avión.

Todos aquellos que amen la aventura en estado puro, con el aderezo de una pizca de nostalgia (etiqueta que abarca desde Gunga Din hasta el moderno Indiana), tienen con Terry y los piratas una cita obligada.

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29 de noviembre de 2006
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POLÍTICOS DE LA PERVERSIÓN

Una prueba patente, y muy patética, de la perversión política se padece hoy en España a propósito de la llamada negociación con Eta.

Ni uno ni otro de los dos grandes partidos parece tan interesado en el centro capital del asunto como en sus flancos, a derecha e izquierda, que representan sus adversarios políticos.

Conseguir un acuerdo para terminar con el terrorismo lo desea hasta el último de los españoles pero los términos de ese acuerdo que deberían, obviamente, implicar integralmente al Estado y no a una facción política dan lugar a que el mayor esfuerzo se dedique a querellas interpartidistas con el ojo puesto en la próxima convocatoria a las urnas.

¿Han perdido los partidos su razón fundacional y se enroscan patológicamente en la conservación del poder a cualquier precio? No solo en España parece que es así. El aparato partidista en conexión con otras edificaciones de poder ha enajenado la ideología política y, en su vacío, se ha instaurado la perversión de mandar por mandar.

Acaso siempre fue así y no lo vimos con nitidez. La novedad ahora reside en que, legitimado y popularizado, el porno la obscenidad es total. Y estomagante.

Nadie merece nuestro crédito moral. Acaso merece nuestro apoyo oportunista, cínico y circunstancial.

El cruce de intereses personales (privados unos, públicos otros) ha gestado un enorme ovillo de innobles y ominosos detritus. Una y otra vez cuando el líder del partido se apoya en el atril y clama hacia el fondo del palacio de deportes todos ven que busca su provecho particular. No el bien de la ciudadanía completa ni tampoco, siquiera, lo mejor para los pasivos ciudadanos que representa. Su discurso trata de robar el voto del bolsillo al elector y continuar haciendo caja en la siguiente comparecencia que, poco a poco, le conduce al momento crucial del escrutinio.

Su tarea, a fuerza de desgastar el afán, la astucia y el estudio, de vencer al adversario político, se convierte en un quehacer de bajo vuelo, cuando no rastrero e inmoral. No se hará esto o aquello si no conviene al recuento; se emprenderá por el contrario cualquier operación de marketing, por falsa que sea, si sirve para orientar ocasionalmente la voluntad del elector ocasional.

El fin del terrorismo es el deseo de todos los españoles y no españoles. Pero el terrorismo y las víctimas del terrorismo, con sus mutilaciones, sus muertes, su desesperación, se introducen como materia energética en las armas de destrucción masiva hacia el partido rival, sin garantías de respeto y dignidad. En medio de una obscenidad palabrera sin apenas freno, van lanzándose pedazos de carne y dolor entre unos y otros, en un maniobrar tan siniestro que como poco se merece el aborrecimiento de la inteligencia y del corazón.

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29 de noviembre de 2006
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Un orgasmo por la paz

Bueno, basta de tonterías. La ONU ha fracasado en detener las guerras y los genocidios. El hambre en el mundo parece incontrolable. Las armas nucleares proliferan en Asia. Ha llegado el momento de tomar conciencia. Es hora de encarar los retos y aplicar soluciones drásticas a los problemas del mundo. En suma, es la hora del sexo.

Sí, porque el evento Global Orgasm propone reducir las malas vibras de este planeta de la manera más natural: a punta de polvos. Cito textualmente:

“La misión de Orgasmo Global es cambiar el campo de energía de la Tierra mediante una inyección de energía humana. En estos días, dos nuevas flotas norteamericanas se aproximan al golfo pérsico con armamento antisubmarinos que solo puede tener como destino Irán: el momento es AHORA!”.

La acción social propuesta es “concentrarse en la paz en los pensamientos durante y después del orgasmo. La intensidad de la energía orgásmica e intención mental sera más efectiva que las oraciones y meditaciones masivas. El objetivo es sumar energía positiva al mundo para reducir los niveles de agresividad y violencia en el mundo”.

El momento previsto es el solsticio de invierno, viernes 22 de diciembre. Ese día, hombres y mujeres de todo el mundo, desde la intimidad de sus hogares o en plazas públicas, deben tener orgasmos acompañados o incluso a solas. La masturbación, empleada con rigor y constancia, despliega tanta energía positiva como una buena encamada.

Según Global Orgasm, son especialmente necesarios los orgasmos en los países con armas de destrucción masiva, pero lo ideal es que recorran el mundo. Si sus dueños -de los orgasmos, no de las armas- se concentran en la paz mundial durante el acto en cuestión, se desencadenará un orgasmo global sincronizado que podrá hacer todo lo que no hicieron el impotente de Kofi Annan, ni el reprimido de Bush.

Quizá les parezca una convocatoria, digamos, un tanto supersticiosa. Pues los organizadores sostienen que la efectividad del sexo para resolver los problemas mundiales está científicamente comprobada. Como base, argumentan que un campo cuántico rodea e integra todos los hechos en el universo, y que gracias él, la conciencia humana puede tener un efecto mensurable en la materia. Aseguran haberlo probado durante fenómenos que han recibido atención a nivel mundial como el 11/S o el tsunami del Océano Índico. Incluso tienen un video con científicos de dibujos animados que explican cómo funciona todo eso. Si ustedes creen que todo esto es una broma pesada producto de mi fértil imaginación, échenle un vistazo al proyecto.

Así que ya saben. Preparen su sesión sexual del 22. Entrenen teniendo sexo frente al televisor a la hora de las noticias. Cuando empiecen a excitarse con la imagen de Kim Jong Il, es que están listos. El día del solsticio, procuren concentrarse en el momento preciso. Y si lo hacen en pareja, tengan los orgasmos al mismo tiempo, no vaya a ser que el mundo pierda valiosa energía sexual. Total, aunque parezca absurdo, la verdad es que las soluciones más racionales tampoco han servido de gran cosa. No se pierde nada con probar.

A lo mejor la técnica no consigue la paz mundial pero permite alcanzar metas menos ambiciosas. Si no es mucha molestia, les pediría a los que hagan el amor en Año Nuevo que piensen en que necesito una computadora nueva. Y los que lo hagan en el equinoccio, por favor, concéntrense en que la energía cuántica me reduzca un poco la barriga. Recuerden: el futuro del mundo –o al menos el mío- está en sus manos y en sus entrepiernas. Úsenlas con responsabilidad.

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29 de noviembre de 2006
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CRISTÓBAL SERRA, UN RARO

Será un clásico, pero es raro. La condición de raro literario nos tendría discutiendo mucho tiempo. Y no lo tengo. Al menos será raro Serra porque siendo uno de los más interesantes y originales escritores vivos de los nuestros, muy pocos conocen sus libros. Su mundo quimérico está transitado desde el principio por un viaje literario tan imaginativo y fantástico que cualquier camino que utilice el lector para llegar a su puerto será recompensado.

Una tremenda ironía me parece que estos días, por razones tan zafias, estemos hablando del Puerto de Andratx. Ese puerto, que ahora es zona de especuladores, es para los lectores de Serra el lugar desde donde inventa y crea sus peculiares mundos. Allí lo imaginamos, allí lo situaba Basilio Baltasar, “leyendo y escribiendo, como en la cubierta de aquel barco anclado en la bahía de Andratx, como aquel escéptico nombrado por Kant, a quien horroriza establecerse definitivamente en una tierra”.

No recuerdo cómo descubrí a Cristóbal Serra, seguramente por un azar, por algún olfato de buscador, cuando encontré ya en los años setenta aquella primera edición de un pequeño libro: Viaje a Cotiledonia. Un pequeño libro amarillo con un cotiledón dibujado en su portada. Después le seguí por otras rutas. También lo conocí en una mañana mallorquina. Una  mañana de radio en la que le convencimos de que nos dejara su leve ironía, su profundo humor en aquellos micrófonos en compañía de Concha García Campoy.

Fui, lo sigo siendo, muy cortaziano. Y durante un tiempo muy cronopio. Hasta hice pintadas con spray, nocturnas y clandestinas,  a favor de los cronopios en años en que casi todos mis amigos hacían pintadas antifranquistas. Yo lo era, pero de la sección cronopia. Fue entonces cuando descubrí que había un escritor en esa senda, y en otras muchas, que merecía no estar en el olvido. Hay mundos paralelos. Cortázar desde su isla parisina. Serra desde su puerto de Andratx. Como tengo mucha prisa y mucho viaje por delante, buscaré un texto de Cotiledonia para que mi blog de mañana sea una pequeña casa de citas para encontrarse con sus sátiras sobre nuestros mundos. O para ironizar sobre nosotros mismos. O para desear ser otros que no somos. Habré sido progre, sí, pero soñé mundos donde no estaban algunos que gritan mentiras y negocian dolores.

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28 de noviembre de 2006
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El último desaparecido

Comía con amigos en Madrid, el otro día, y uno de ellos me preguntó "qué había sido de ese señor" desaparecido sobre el que yo había escrito algunas veces aquí, meses atrás. Comprendí entonces que era posible que hubiese mucha gente fuera de la Argentina que no tuviese más noticias sobre el destino de Jorge Julio López que las que yo proveía al pasar, en el contexto del blog. Y sentí una responsabilidad tremenda. Leyendo por Internet los diarios de mi país había recibido una noticia inquietante. (La segunda noticia a la que aludía ayer.)

Cuando desapareció de su casa, hace ya más de dos meses, se decía que si López había salido de allí por sus propios medios, como muchos -su familia incluida- pretendían, lo extraño era que no había cumplido con uno de sus ritos diarios: cerrar con llave al salir, y arrojar el llavero al interior de la casa por una ventana. Las llaves no estaban. Finalmente aparecieron, más de dos meses después. Estaban en el jardín. Los peritos científicos las analizaron de inmediato, llegando a dos conclusiones que ponen la piel de gallina. En primer lugar, no hay una sola huella digital, ni siquiera sobre la tira de cuero del llavero, lo cual implica que el objeto fue limpiado concienzudamente. Y en segundo lugar, que el estado de llaves y llavero sugiere que no hace dos meses que estaba en el jardín, sino un tiempo menor, quizás no superior a los quince días. Lo cual sugiere que cuando alguien lo arrojó, López ya llevaba mes y medio desaparecido. Si esto no es un mensaje mafioso, no sé bien qué es.

Una de las cosas que más me revuelve las tripas desde que López desapareció es el efecto de su fantasma sobre mi alma. Se trata del insidioso poder de la figura de la "desaparición", al que de alguna manera, pasado ya tanto tiempo desde la dictadura y en plena consciencia de que aquellos desaparecidos de los años 70 están muertos, había olvidado. La perversión del método de la desaparición es siempre la misma: como en los demás existe la duda sobre su estado -la familia de López insistía en que podía haber sufrido un shock emocional, imaginábamos a López sintiéndose paranoico y escondiéndose en un hueco-, la intensidad de nuestro reclamo y de nuestra preocupación disminuye. Uno no sale a la calle y manifiesta con la misma intensidad, si en el fondo sospecha que es posible que López aparezca en cualquier momento, mostrándose confundido. Si hubiese habido alguna prueba de que había sido secuestrado el país entero habría salido a la calle, en cantidades infinitamente superiores que las que asistimos a las primeras marchas. Pero no había pruebas, tan sólo una desaparición y ninguna pista, ningún testigo. Al menos hasta ahora.

En este sentido, la aparición del llavero es providencial. Porque en su envanecimiento, en el éxito de su primer cometido, es posible que uno de los secuestradores haya incurrido en un error garrafal. No digo que la vida vaya a seguir los derroteros de CSI y que en breve lapso los investigadores logren dar con López; no, yo soy de los que prefieren pensar lo peor y construir desde allí. Pero el mensaje mafioso del llavero, esa forma de decir "lo tenemos, y lo tendremos", me importa porque derrumba buena parte del castillo de terror construido por los violentos de la Argentina. En las películas de horror, el monstruo asusta más cuando no lo vemos. Al mostrarse sobre el final, el disfraz y el efecto digital y el encuadre mismo lo achican, lo vuelven posible, el horror de un organismo físico siempre es menos impresionante que los horrores que construimos en el interior de nuestras mentes. Y ahora estos monstruos se han mostrado. Ya sabemos que son ellos, nuevamente. Todavía no conocemos sus nombres ni sus edades (¿son parte de la vieja guardia militar, o son gente de las nuevas camadas, aquellos jóvenes a quienes el ex dictador Reynaldo Bignone conminó a "terminar con lo que nosotros no pudimos"?), pero ya sabemos que son ellos, los mismos de siempre. Sabemos cómo piensan y qué buscan. Encontrarlos y hacer justicia es sólo cuestión de tiempo. Si hay algo que el accionar de los organismos de derechos humanos nos ha enseñado, es que si uno persiste con paciencia de hormiga la justicia al fin llega.

En mi cabeza, y en la de millones de otros, López ya es un desaparecido más, al igual que aquellos de los años 70. Nuestra lucha, ahora, será la de lograr que sea el último. El último desaparecido de la historia argentina. Como dijo Estela Carlotto, la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo: si no dejamos de luchar por la verdad y la justicia en plena dictadura, mucho menos ahora.

No les tenemos miedo.

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28 de noviembre de 2006
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LA EDAD SIN MUERTE

La esperanza de vida en España se ha duplicado en un siglo: de 40 a 80 años.

Un cambio así no solo representa un aumento en los años de vida sino en la clase de vida. Muriendo a los cuarenta años puede acaso soportarse un matrimonio pero ¿cuarenta años más? El trabajo o las parejas no son para siempre porque todo dura poco en la sociedad de consumo pero, además, porque “siempre” ha aumentado exageradamente.

En cuarenta años de vida acaso solo había tiempo para una vida pero en ochenta años cabe alguna vida o algunas vidas más. No pocos jubilados o prejubilados confiesan que empiezan a vivir a su gusto cuando tienen en torno a los cincuenta o sesenta años. Nuevos amores, nuevas familias. Nuevas ocupaciones, nuevos proyectos.

Más que la edad, la vejez queda determinada por la falta de proyectos de vida. Se envejece casi a cualquier edad: justo cuando no se tiene o se ha perdido la ilusión.

La frontera de los sesenta años que hace menos de medio siglo marcaba la vejez ha ascendido hasta los ochenta y el desmoronamiento del esqueleto más el surtido de achaques correspondiente a esa edad se han trasladado, en general, a dos décadas más tarde.

No hay ilusión ni proyecto posible sin salud pero en las encuestas un 90% de las gentes entre 60 y 85 años declaran sentirse bien. Cada vez se sentirán probablemente mejor gracias a la asunción de mejores hábitos de vida y a la ayuda de la medicina.

Con cada año que se cumple actualmente se ganan casi tres meses de aumento en la esperanza de vida, sobre todo para las mujeres. Un 5% de las mujeres que actualmente tengan entre cuarenta y cuarenta y cinco años llegará a los 100.

¿Cómo no pronosticar que su vida se compondrá de diferentes episodios de vida? ¿Cómo no deducir que el conocimiento del mundo y de uno mismo, las relaciones con los demás y hasta con la muerte se alteran sustantivamente si se es o no centenario?

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28 de noviembre de 2006
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SOLZHENITSYN

Hay días así, todo lo que tiene que enchufarse se enchufa de manera perfecta. Cada noticia es el eslabón de una misma cadena. El primer eslabón lo tengo desde la semana pasada; viene de Londres. La muerte, por ingestión de un producto radioactivo, del ex espía soviético Litvinenko. Como muchos, estoy pendiente de lo que publica el sitio de la BBC. Ayer lunes anunciaba una fase judicial. Pero ya tuvimos lo mejor, la carta de ultratumba del ex espía Litvinenko al ex espía Putin, que ahora manda en Rusia; palabras de una víctima a su verdugo antes de la muerte: tarde o temprano, será tu turno...

No hay que despreciar estos episodios. Conocemos la obra de Graham Greene, hemos dedicado horas a Le Carre. Sabemos que el alma del espía, como la del terrorista, es un mundo divido en pequeñas habitaciones. Se parece a un prostíbulo. Única diferencia: se vende miedo y mentira en lugar de sexo y falso amor. De repente, el domingo, otra noticia: la larga reseña de la última novela de Pynchon en el suplemento de libros del New York Times; otra vez aparece el tema (en el folio cuatro sobre todo). Buenas referencias al “agente secreto” de Conrad.

Hay que entender: los rusos son los maestros en el trueque de una vida miserable por la promesa de un futuro feliz. Allá, joder la vida de varias generaciones con una revolución es una contribución a la felicidad del género humano. Lo que se consigue, claro, no es un futuro feliz sino el final mediocre de una revolución que acaba con la toma del poder por parte de hombres del KGB. Todo lo que leemos hoy con Litvinenko está muy por debajo de la realidad. Escribo desde Francia donde un diputado ruso, Suleyman Abusaidovich Kerimov, acaba de quemarse en el incendio del Ferrari que conducía en la ciudad de Niza. Tenía a su lado una presentadora de televisión, dice una agencia rusa. Es la otra cara del caso Litvinenko, la otra cara de la revolución soviética en su final vergonzoso.

Todo se enchufa de manera perfecta pues, al final de mi recorrido por las noticias, leo en el sitio de Clarín una entrevista con Alexander Solzhhenitsyn. «Me preocupa el futuro de Rusia» dice el premio nobel. Cita textual del escritor: «Los hechos en Rusia desde la década de 1990 han tomado un rumbo aún peor. Antes de que se produjera la recuperación nacional, tanto moral como económicamente, las fuerzas de las tinieblas rápidamente ganaron ventaja: los ladrones más inescrupulosos se enriquecieron saqueando libremente la propiedad del país, ahondando el cinismo de la sociedad y el daño moral ya perpetrado. Eso fue una catástrofe para toda Rusia”.

Como siempre, Solzhenitsyn se dedica a establecer una diferencia entre lo que fue la revolución soviética y Rusia. No sé si lo consigue con las noticias que vienen ahora del este. No podemos considerar las almas oscuras de la obra de Dostoievski como meros accidentes de la historia. Son productos de una civilización. Conspiraciones, violencias, terrorismo, sociedades secretas, etc. El veneno radioactivo, el Ferrari que se quema con un diputado riquísimo y una estrella de la televisión, son la versión moderna de aquellos hombres que soñaban con matar al zar. Rusia es una civilización fenomenal pero con la desaparición de la revolución vemos su cara mucho mejor. Y no hay duda: tiene un lado oscuro.

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28 de noviembre de 2006
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El Boomeran(g)
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