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Desgracia y consuelo en Babel

El director de cine Alejandro González Iñárritu consigue más de lo que se propone con su nueva película pero la ejemplar tensión dramática de su historia babélica consigue enervar al espectador exigente. Llegando al final, a lo que debería ser una adecuada desgracia colectiva, vemos como se impone un extraño rubor. Como si el director sufriera un súbito desfallecimiento.

Un ejecutivo japonés no encuentra para sus agobios profesionales más terapia que la caza. Este modo de drenar sus carencias afectivas ya nos da una idea de su personalidad. Según nos permite suponer el director con una sutil economía de medios narrativos, el japonés había contratado una batida para liberar las emociones del instinto urbano y conmovido por la fraternidad de la inolvidable excursión regala a su guía el fusil que le ha servido para abatir cabras y cabritos en los peñascos de Marruecos.

Por las carreteras de esta región africana circula un autocar de turistas norteamericanos atemorizados por el aspecto de los lugareños. No se entiende muy bien por qué se han embarcado en una aventura peligrosa: pasearse entre moros de aspecto ceñudo. Ajeno a tales temores, el matrimonio protagonizado por Brad Pitt y Cate Blanchett dirime la tortura de un doloroso remordimiento.

Mientras, en su casa, en Estados Unidos, la mujer mexicana contratada para cuidar a los dos hijos de la pareja Britt/Blanchett debe regresar a México por unos días. Su hijo mayor se casa y no puede faltar a la boda. Como no encuentra sustituta decide hacer el viaje con los dos niños. De nuevo alguna peripecia tercermundista y el cúmulo de premoniciones que nos hacen temer lo peor. La mujer desesperada y los niños rubios desmayados acaban perdidos en el desierto de la frontera.

El guía marroquí vende el rifle de caza a un vecino y éste lo deja en manos de los dos hijos que sacan a pastar el rebaño de cabras. Hacen prácticas de tiro con gran imprudencia temeraria y una de las balas perdidas hiere a la turista norteamericana Cate Blanchett. La sangre mana en abundancia, ella se desmaya, no hay médicos, ni ambulancias.

La hija adolescente del japonés es sordomuda y vive atormentada por el reciente suicidio de su madre. Sabemos que esa mujer desconocida se mató de un disparo (quizá sea el motivo que llevó a su esposo a desprenderse del fusil) pero la muchacha asegura que la madre se lanzó por el balcón del rascacielos. La supersticiosa tentación de los hijos de suicidas (imitar el acto fatal de los padres) hace creer al espectador que ocurrirá lo mismo ante sus ojos espantados por tanta desdicha.

Efectivamente, la desgracia cae sobre los protagonistas de la historia... pero no sobre cada uno por igual. La policía norteamericana encuentra a los niños perdidos y expulsa del país a la trabajadora mexicana. El padre japonés se abraza a su hija dando a entender que no todo está perdido para ella. A Cate Blanchett la rescata un helicóptero de las Fuerzas Armadas de su país pero el cabrero marroquí ve caer a su hijo mayor abatido por las balas de la policía marroquí que los cerca allí donde antes corrían las cabras.

Y de repente comprendemos que hemos estado viendo un western.

Si Alejandro González Iñarritu hubiera sido el dueño de Babel o no le importaran las exigencias sentimentales del público norteamericano, la adolescente sordomuda, hija del cazador japonés, se habría arrojado al vacío, Cate Blanchett habría perdido su brazo gangrenado y, al regresar a casa con su atormentado marido, recibiría la terrible noticia de sus hijos abandonados y muertos en el desierto mexicano.

Pero en el cine, como en la vida real, el infortunio sólo persigue a los desafortunados. En la Babel de Iñárritu nada se confunde, todo está en su sitio: las penas de japoneses y norteamericanos tienen remedio; las alegrías de mexicanos y marroquíes son efímeras y acaban mal.

Esta es la moraleja que la crítica ha celebrado como una obra de arte.

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11 de enero de 2007
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BUEN COMIENZO

Me toca, al abrirse el año, hacer la primera anotación en mi bitácora, con lo que celebro, antes de nada, la casi exactitud entre el calendario que se abre y las primeras rasgaduras de la pluma de ganso sobre el papel de este cuaderno que Basilio Baltasar pone a mi disposición, como acostumbraban hacer desde su sitio en el castillo de popa los buenos y pacientes marineros de antaño. Una agenda para llenar. Es lo que uno más recibe como regalo de Navidad, agendas de todos los formatos y tamaños, pero ésta prometo emplearla hasta su último espacio o margen disponible.

En el lenguaje de los jugadores de beisbol del Caribe, se dice “bateo libre”. Es decir, la iniciativa queda en manos del que esto escribe y veremos en mi cuaderno, de aquí adelante, de todo, todo lo que el ánimo del día tenga por ocurrencia, sabiendo que semejante espacio a mi disposición no es sino un punto de encuentro, o sea, un eje de conversación dispuesto a girar hacia donde el viento lo lleve. Y lo de buen comienzo, que reza el título, no es más que mi propio deseo de que sea bueno ese viento a lo largo de la ruta. Y pongo detrás de mis velas a soplar la voz de Rubén Darío, mi paisano inevitable, para recibir con él el nuevo año:

A la orilla del abismo misterioso de lo Eterno
el inmenso Sagitario no se cansa de flechar;
le sustenta el frío Polo, lo corona el blanco Invierno
y le cubre los riñones el vellón azul del mar.

Cada flecha que dispara, cada flecha es una hora;
doce aljabas cada año para él trae el rey Enero;
en la sombra se destaca la figura vencedora
del Arquero…

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10 de enero de 2007
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REPÚBLICA SOCIALISTA

Al anunciar, el lunes, el contenido del Plan Nacional Simón Bolívar (2007-2021), el presidente Chávez ha despejado las dudas. «Vamos, dijo, rumbo a una república socialista de Venezuela». Todos los detalles del recorrido son previsibles: más control del Estado sobre la economía, más control del líder sobre su entorno y más control de la educación sobre las cabezas.

Lo más interesante es el discurso del presidente. No es un tratamiento directo de la realidad sino su maquillaje, como corresponde a la gran tradición de la retórica socialista. Cuando el presidente habla a los ministros salientes del gobierno renovado dice «Ustedes no se van del Gobierno». Cuando se explica frente a los comentarios de la iglesia venezolana y de la OEA: «Señores, lean los libros de Karl Marx, la Biblia. No tengo nada que explicarles». Palabras para expresar la realidad al revés, palabras para rechazar el uso de la palabra: estamos en el socialismo real.

Y claro, lo que dice Chávez cuando intentar decir algo de verdad tampoco importa. «Soy del linaje de Trotsky, de la revolución permanente» dijo a su gabinete. Igual decía hace unos años (lo tengo apuntado) «La revolución china es hermana mayor de la revolución bolivariana»

En 2005, cuando venía subiendo la referencia al “socialismo del siglo XXI” en la propaganda  del gobierno en Venezuela, Chávez explicó que no había que desesperar del socialismo. Por una razón obvia: había sido el sistema de organización y de producción de las sociedades precolombinas ya desaparecidas. Y, en un enorme salto por encima de los siglos, el líder bolivariano estudiaba la posibilidad de resucitar al socialismo. Con una repuesta positiva: «El socialismo, afirmaba, no estaba muerto, estaba de parranda y el socialismo es el camino». Venezuela está en el camino.

Hoy, por la mañana, utilizando un PC con sistema “XP profesional” de Microsoft intenté conectarme con el sitio oficial de la presidencia venezolana. Lo único que había era una animación Flash con un título arriba: “Hacia el socialismo del siglo XXI”. Toda la página quedaba vacía. El único enlace “buscar las últimas noticias” no funcionaba. Quizás el sitio estará arreglado y listo para los internautas en el momento de la publicación de mi post, pero veo mi visión matutina con una aproximación al futuro de Venezuela. Es el susto fuerte que conocen los escritores: el temor a la página en blanco.

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10 de enero de 2007
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MANERAS DE GANAR

Me gusta la gente que sabe ganar. Saber perder es mucho más fácil. Al menos si eres más o menos aficionado al fútbol y tu equipo es el Atlético de Madrid. Me imagino que también sirve con otros equipos que no tengan el historial del Barça o del Real Madrid, aunque últimamente ya no sean lo que fueron. Saber perder es saber supervivir, adaptarse, disimular, mentir o fingir. Saber perder es saber vivir, que quizá no es poco mérito, pero es lo que nos pasa hasta que deja de pasarnos. Vivir perdiendo cosas, gentes, paisajes, recuerdos, tiempo… eso es algo que sabemos hacer mejor o peor casi todos los animales perdedores. Nuestra especie de animales lectores, incluso nuestros semejantes no lectores.

Maneras de perder se llama una colección de relatos, de cuentos de supervivientes, del escritor Felipe Benítez Reyes. Ahora le toca ser ganador del Premio Nadal. Otra vez  con una novela paródica. La parodia es un conocido tránsito literario de Benítez Reyes. Ahora en ésta que se titula, Mercado de espejismos, hace una mirada  sobre los thrillers con fondo histórico que tanto éxito de ventas tienen desde hace ya unos códigos. Estoy deseando leerla.

No disimulo mi afición ya antigua a la poesía y la prosa de Benítez Reyes. Desde hace ya bastantes años me reconocí “felipista”. Es un escritor de un humor y una ironía que muchas veces hay que buscar sus referencias en autores de que no son de este tiempo o de este país. Felipe es un cosmopolita de pueblo. Un universal de Rota. No es cualquier pueblo ese pueblo de Cádiz. Pueblo de playa popular que le hubiera dado envidia a Fellini. Cercano al liberal Cádiz, al señorial y decadente Jerez y a otros espacios tan razonables para vivir que uno entiende al escritor que sigue viviendo en ese centro de la periferia más agradable. También en Rota estuvo, está, la Base Americana. Y eso, que hoy más que ayer, parece un anacronismo, hace años representó la llegada de la modernidad, la coca-cola y el rock. Que se lo pregunten a Silvio. Más bien que no se lo pregunten, porque hace años está sin posibilidad de respuesta. Silvio fue uno de aquellos futuros roqueros que escuchaban la última música americana en la radio de la Base de Rota. Un tinglado ese pueblo de la Bahía, tan cerca de los americanos y tan cercanos al mundo de Camarón. Un buen refugio de señoritos y desempleados. Un lugar que se lleva bien con la queja y la alegría.

De esa Andalucía viene Benítez Reyes, ajeno al señoritismo, pero con una elegancia para saber ganar como sólo mantienen algunos muy elegantes en la vida y la literatura. Nunca quiso dejar de vivir en Rota -ni cuando las tentaciones, los premios y los amigos empujaban a ello- y allí sigue viviendo. Lo explica: “Vivo en Rota por dos razones bien insignificantes: porque he nacido en ese sitio y porque me gusta demasiado escribir como para poder disponer de tedio suficiente para escribir”. Desde Rota, desde sus aires difíciles, desde ese mundo que también es ya el mundo de toda una tribu de novelistas, poetas y cantantes, desde la Rota de Benítez Reyes, se pueden contar todos los mundos. Solo hay que saber escribir.

Me alegro que un premio como el Nadal, tan querido, tan importante en nuestras vidas lectoras, recupere  los mejores aires, aunque sean aires difíciles de nuestra literatura. Benítez Reyes, es un excelente premio Nadal. Una elegante manera de ganar. Lo hizo desde su periferia el pasado año Eduardo Lago -con una de las mejores novelas del año en castellano- y estoy deseando que con Benítez Reyes nos ocurra lo mismo. El saber ganar no hay quién se lo arrebate.

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10 de enero de 2007
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Un ingeniero de la luz

Descubrí la amable existencia de Francois Jousse gracias a un artículo de Elaine Sciolino en el New York Times. Jousse, cuya rotundez coronada por una barba entre rubia y gris le da un aire a Santa Claus joven, es desde 1981 el encargado de iluminar los edificios públicos de París, una capital a la que mantener el apodo de Ciudad Luz le cuesta 260.000 dólares diarios. Más allá del costo, cualquiera que haya visitado la noche de París sabrá que la elegancia con que sus edificios están iluminados constituye buena parte de su encanto.

A los 64 años, el ingeniero Jousse es responsable de la iluminación de trescientos monumentos, edificios oficiales, bulevares y hasta puentes de una ciudad erigida en torno a un río. En 1981 su oficio era prácticamente nuevo, pero hoy Jousse cuenta con la colaboración de treinta expertos en iluminación decorativa: gente que sabe cómo iluminar muros pero también objetos que se reflejan en el agua, vitreaux y gárgolas. Al comienzo Jousse recurrió a arquitectos e iluminadores teatrales, tanto en busca de consejo como de entrenamiento. Con el tiempo creó un laboratorio de investigación, donde él y su equipo experimentan con color e intensidades de la luz. El proyecto para rediseñar la luz de Notre-Dame le insumió más de dos millones de dólares y no pocas discusiones con las autoridades de la Iglesia católica, que protestaban ante lo que consideraban un intento de convertir el famoso templo en “una sucursal de Disneylandia”. Pero al fin Jousse se salió con la suya. El último tramo de su trabajo, la iluminación de la fachada sur de Notre-Dame, fue inaugurado a fines del último diciembre; ardo en deseo de ver cada detalle de esa maravilla arquitectónica resaltado -¡y recreado!- por el arte de Jousse.

Supongo que lo que más me gusta del trabajo de Jousse es la forma en que se parece a la labor de los que escribimos ficción. Así como Jousse debe iluminar edificios preexistentes, nosotros no inventamos nada: el mundo al que comentamos ya existía desde antes, al igual que el lenguaje que empleamos. No creo que Jousse considere que la preexistencia de los edificios es una limitación; supongo, por el contrario, que la toma como un desafío. Del mismo modo, entiendo que la tarea del escritor es crear la mejor iluminación posible para resaltar cada detalle del fenómeno de la vida: buscamos nuevas formas de iluminar lo eterno para no adormilarnos en la oscuridad, para reencontrarnos con la posibilidad de la maravilla, de lo inefable.

“Los secretos son simples”, dice Jousse. “Integrar la luz con sus alrededores. No molestar a los pájaros, a los insectos, a los vecinos, a los astrónomos”. Suena a perfecto consejo para un escritor. “Si el municipio me diese el dinero que necesito, le enseñaría a la gente sobre la belleza de la luz”. Esto también suena a deseo propio de un escritor. Jousse concluye diciendo: “¡Me han bendecido con el más espléndido de los trabajos!” También a mí, querido Jousse; también a mí.

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10 de enero de 2007
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Un mundo feliz

Si tu vida es una porquería, compra otra. Sólo cuesta diez dólares, y a veces ni eso. Los nuevos juegos de realidad virtual te lo permiten. Puedes descargarte Hotel Habbo o Project Entropía, o puedes ir directamente a la estrellita de los mundos paralelos: Second Life.

Con más de dos millones de inscritos –y previsiones para nueve millones más a lo largo de este año- Second Life está construyendo un planeta aparte, una especie de colonia espacial sin espacio. Al entrar, escoges un nombre y una apariencia que llaman “avatar”: yo me llamo Norman Zhaoying -Norman Bates ya estaba cogido- y soy una especie de engendro intergaláctico sin rostro de la especie de los “cybergoths”. Pero también es posible verte más normal. De hecho, uno de los avatares que ofrece el juego se llama “el chico de al lado”. Y si te va el look hippie, el de animal de discoteca o el de perro con cuerpo humano, también hay una figurita para ti.

Los personajes de estos juegos se dedican básicamente a inventar cosas, comprarlas y venderlas. Uno de mis vecinos ofrece una silla con forma de avión. Es completamente inútil como silla, pero es bonita. Otra de mis vecinas se vende a sí misma. Puedes tener sexo con ella, y es más barata que la silla.

Lo curioso es que se juega con dinero de verdad. Al entrar en el juego te piden tu línea de crédito: un dólar se cotiza a 270 lindens. Y un terreno de 100 metros cuadrados cuesta unos 500 lindens. Al menos la propiedad es mucho más barata que en España. Sólo por eso, ya es una ilusión feliz. Además los lindens pueden volver a cambiarse por dinero de verdad. Una alemana –que en el juego es una china de apariencia misteriosa- es la primera millonaria gracias a los beneficios extraídos del juego. Ha abierto en el mundo real una empresa con 25 empleados para administrar sus posesiones en Second Life. También hay empresas haciendo negocios y construyendo edificios corporativos ahí. Los inspectores de Hacienda tiemblan: ¿Cómo se cobran los impuestos en un mundo que no existe? El gobierno norteamericano ya ha creado una comisión investigadora.

Los juegos de realidad virtual desafían los límites entre lo real y lo imaginario. Parecen funcionar como la literatura, como el cine y como la Playstation, pero el elemento añadido es que juegas entre otros personajes que también plasman ahí su mundo imaginario. No hay autor, no hay Dios, no hay control maestro. Hay sólo otro mundo del que también formas parte. No hay reglas sino interacciones. Tu casa puede tener una torre de palacio barroco y un jardín japonés, si los gráficos lo permiten. Como una colonia virgen, los que van llegando crean un nuevo mundo. Llegará un día en que la tecnología permita apagar el mundo real y quedarnos ahí, en ese universo a nuestra medida. O mejor aún, un día en que la vida virtual invada a la real y la someta a sus normas.

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10 de enero de 2007
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La guerra de las esquelas

En su número de enero Revista de Libros publica una entusiasta recensión del libro Francisco Ferrer y Guardia. Pedagogo, anarquista y mártir, de Juan Avilés, publicado por Marcial Pons.

El artículo de Rafael Núñez necesita más espacio del que suele ocupar una esquela pero a su modo participa en la reciente tendencia española de sacar a desfilar a los muertos. Si bien en ciertos casos la procesión de momias ha sido un acto de piedad retroactiva, en este artículo la exhumación desentierra un cadáver olvidado para darle su merecido.

Rafael Núñez, doctor en historia y profesor de filosofía, hace suyos los criterios de Juan Avilés y a grandes rasgos reproduce la figura de Ferrer que el autor ha desmenuzado “tras una minuciosa revisión de los documentos ya conocidos”:
“No sería exacto –dice Núñez- considerar que la dimensión pedagógica de Ferrer y Guardia fuera solo una mera tapadera para sus otras (sic) actividades subversivas”.
Y acto seguido espolvorea su crítica con asertos que desbaratan la idea romántica que nos habíamos hecho del racionalista catalán:

“Fue una figura intrigante, siempre en la sombra, que urdía, alentaba o financiaba las más variadas maquinaciones. Es más que probable que estuviera directamente implicado en los atentados contra Alfonso XIII".

Núñez admite que quizás las sospechas que comparte con su patrocinado no podrían ser aceptadas como evidencias por un tribunal, pero "hay que reconocer que en este aspecto de tirar la piedra y esconder la mano, Ferrer fue un consumado maestro. Actuó siempre bajo cuerda y con actitudes poco claras”.

Deslizándose sobre los acontecimientos de la Semana Trágica que provocaron el fusilamiento de Ferrer en los fosos del castillo de Monjuitch, Núñez se ve obligado a reconocer que Ferrer “no tuvo un protagonismo en los hechos, pero da la impresión –añade- de que no fue por falta de ganas”.

Cuatro pinceladas más le bastan a Núñez para concluir que “nada hay en la vida de Ferrer que nos permita sustentar el mito”.

Y así acaba el justiciero epitafio que estos dos profesores dedican en Revista de Libros al fundador de la Escuela Moderna.
Es probable que algo parecido se temiera Francesc Ferrer cuando dictó al notario Permanyer de Barcelona (abuelo de Borja de Riquer) sus últimas voluntades:

“Protesto ante todo, con toda la energía posible, por el castigo que se me ha impuesto, declarando que estoy convencidísimo de que antes de muy poco tiempo será públicamente reconocida mi inocencia.

Deseo que en ninguna ocasión ni próxima ni lejana, ni por uno ni otro motivo, se hagan manifestaciones de carácter religioso o político ante los restos míos, porque considero que el tiempo que se emplea ocupándose de los muertos sería mejor destinarlo a mejorar la condición en que viven los vivos, teniendo gran necesidad de ello casi todos los hombres.

En cuanto a mis restos, deploro que no exista horno crematorio en esta ciudad, como los hay en Milán, París y tantas otras, pues habría pedido que en él fueran incinerados, haciendo votos para que en tiempo no lejano desaparezcan los cementerios todos en bien de la higiene, siendo reemplazados por hornos crematorios o por otro sistema que permita mejor aún la rápida destrucción de los cadáveres.

Deseo también que mis amigos hablen poco o nada de mi, porque se crean ídolos cuando se ensalza a los hombres, lo que es un gran mal para el porvenir humano. Solamente los hechos, sean de quien sean, se han de estudiar, ensalzar o vituperar, alabándolos para que se imiten cuando parecen redundar al bien común, o criticándolos para que no se repitan si se consideran nocivos al bienestar general.”

Bueno, el artículo de Núñez y el libro de Avilés realizan una decisiva contribución contra el testamento de Ferrer y Guardia. Con renovados bríos los dos profesores se enfrentan valerosamente al que ya entonces deseaba la rápida destrucción de los cadáveres.

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10 de enero de 2007
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EL MAL Y EL VACÍO

Los mejores poemas de amor son los que cantan la ausencia y las más cautivadoras canciones románticas son aquellas que remiten a la imposibilidad o a la pérdida.

El vacío es el lujo del arte.

La magia de lo invisible caracteriza a la pintura que excepcionalmente consigue suscitarlo. El valor crece a partir del valor de lo imaginado y la presencia se comporta sólo como un pretexto, cuanto más exacto mejor, de un universo inasible.

La arquitectura representa elocuentemente esta ecuación. La creación del espacio en arquitectura es la producción de una atmósfera intangible, presentida, inconsumible. El espacio se comporta como el aliento de lo que no podrá ver nunca y vivirá unido a nuestra aura. Con el espacio en buenas condiciones mejoramos nuestras condiciones. ¿Cuáles? Todas las innombrables, las principales.

Pero igualmente, la vida en general se desarrolla gracias a sus carencias, gana energía e interés a partir del  deseo insatisfecho o de la ilusión no consumada y su trascendencia se sostiene en pie gracias a  su sinsentido.

La negación, el dolor, el mal, el vacío, son creadores insignes. Altamente activos.

Todo lo que proviene del bien absoluto se consolida en su propia obviedad mientras la parte maldita, y tanto más cuanto más arbitrario se presenta, es la materia prima del conocimiento creativo. ¿La gloria? No hay nada tan confortable y a la vez demoledor. ¿La felicidad? No hay nada más dulce y simultáneamente más inverosímil. El dolor, sin embargo, es consistencia, biología.

La falta de dolor es subónimo de indolencia. La indolencia lleva a la inacción y su mayor pasividad a la ataraxia. Ataraxia o  asíntota de la muerte.

Paradójicamente la ausencia de dolor -o el ataque de un dolor insufrible, igualable al desvanecimiento- conduce a la nada mientras su indeseadas e imprevistas visitas acentúan, como una ley radical, la oportunidad física y espiritual de recrear el mundo.

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10 de enero de 2007
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¿HACIA LA MIEL?

Decía el tenebroso  Schopenhauer que "la vida es la historia de un sufrimiento". Y, por si faltaba poco, he ojeado El ocaso del pensamiento de Cioran.

Ante esta desaforada acumulación de pesadumbre y dolor surge un inocente ácido de incipiente felicidad. No una felicidad de orden intelectual o siquiera sentimentaloide sino un pulso de dicha puramente orgánica. La supervivencia instintiva hoza entre los montones de adversidad en busca de algún objeto donde se conserve un fragmento de ilusión. Esta dosis menuda y primera representa una golosina hallada sin planeamiento ni confianza, sobrevenida como una gota de miel, y succionar de ella reproduce la escena inaugural de la vida. La desesperada energía de un renacimiento contra la historia mortal

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9 de enero de 2007
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El increíble cine menguante

Días atrás volví a ver El graduado. Esta película de Mike Nichols es de aquellas que se aprecian más a medida que uno crece. Ya me había ocurrido hace algunos años, cuando vi por segunda vez Último tango en París: esa visión repetida fue mejor que la original, porque el tiempo había jugado en su favor. La historia del Paul interpretado por Brando es una cosa cuando uno la recibe a los 18 años, y otra muy distinta cuando uno ha llegado a la edad del personaje; hay angustias que nos parecen puro artificio a los veinte años, pero que a los cuarenta suenan a cosa de todos los días.

Esta vez, además del guión de Calder Willingham y Buck Henry (que además está graciosísimo en el papel de conserje del hotel), de las actuaciones de Dustin Hoffman y Anne Bancroft y de la música de Simon & Garfunkel, me alucinó la puesta de Nichols y su sagaz uso del formato scope. Supongo que en buena medida sentí la diferencia entre lo que era habitual en aquel cine estadounidense de fines de los ‘60 y comienzos de los ’70 –la inteligencia feroz, su iconoclastia, la forma en que reinventaba el medio en cada película- y el promedio del cine hollywoodense de hoy. Ayer nomás conversaba con Marcelo Piñeyro sobre Little Children, de Todd Fields, una peli americana de esas que hoy pasan por adultas y hasta controversiales. A mí Little Children me gustó bastante (a Piñeyro bastante menos), pero confieso que mi apreciación tiene mucho que ver con el hecho de que los standards con que juzgo al cine estadounidense de estos tiempos se parecen a los que uso cuando juzgo al dinosaurio Barney: esto es, con una pretensión cercana a cero. Si cada vez que me siento en el cine para ver una peli made in USA lo hiciese con la esperanza que esté en el nivel de Taxi Driver, Five Easy Pieces o El padrino, mi vida sería mucho más triste de lo que es.

Supongo que en aquellas décadas los estadounidenses estaban muy dispuestos a verse en el espejo sin anteojeras, y a confrontar el espacio –o en algunos casos, el abismo- que separaba sus ideales y sus discursos de la práctica cotidiana. Esa voluntad ha desaparecido casi por completo del cine, y mucho antes de que el atentado del 11 de septiembre les brindase excusas para atrincherarse entre sus peores prejuicios. El cine de Hollywood de hoy es, parafraseando aquel relato de Richard Matheson, el increíble cine menguante: cada vez es más pequeño y no puede evitar seguir decreciendo, es cine pensado para gente con escasa o nula capacidad crítica. Imagino que alguno sonreirá al interpretar esto que digo como un palazo a los Estados Unidos (que, dicho sea de paso, se han convertido en el increíble país menguante por motivos bastante más serios que la decadencia de su cine), pero en todo caso lo que me interesa del asunto es la forma en que nos interpela a nosotros, los que hablamos en español. Porque los que hablan en inglés están menguando por mérito propio, pero nosotros todavía no hemos crecido en la misma medida. Tenemos grandes artistas, pero estamos lejos de producir constantemente películas como El graduado. Y eso debería mosquearnos, porque los dueños del imperio nos están dejando el campo libre (en lo creativo, ya que no en lo industrial) y nosotros no estamos aprovechando la oportunidad tal como podríamos.

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9 de enero de 2007
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