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Desgracia y consuelo en Babel

Por 11 de enero de 2007 Sin comentarios

Basilio Baltasar

El director de cine Alejandro González Iñárritu consigue más de lo que se propone con su nueva película pero la ejemplar tensión dramática de su historia babélica consigue enervar al espectador exigente. Llegando al final, a lo que debería ser una adecuada desgracia colectiva, vemos como se impone un extraño rubor. Como si el director sufriera un súbito desfallecimiento.

Un ejecutivo japonés no encuentra para sus agobios profesionales más terapia que la caza. Este modo de drenar sus carencias afectivas ya nos da una idea de su personalidad. Según nos permite suponer el director con una sutil economía de medios narrativos, el japonés había contratado una batida para liberar las emociones del instinto urbano y conmovido por la fraternidad de la inolvidable excursión regala a su guía el fusil que le ha servido para abatir cabras y cabritos en los peñascos de Marruecos.

Por las carreteras de esta región africana circula un autocar de turistas norteamericanos atemorizados por el aspecto de los lugareños. No se entiende muy bien por qué se han embarcado en una aventura peligrosa: pasearse entre moros de aspecto ceñudo. Ajeno a tales temores, el matrimonio protagonizado por Brad Pitt y Cate Blanchett dirime la tortura de un doloroso remordimiento.

Mientras, en su casa, en Estados Unidos, la mujer mexicana contratada para cuidar a los dos hijos de la pareja Britt/Blanchett debe regresar a México por unos días. Su hijo mayor se casa y no puede faltar a la boda. Como no encuentra sustituta decide hacer el viaje con los dos niños. De nuevo alguna peripecia tercermundista y el cúmulo de premoniciones que nos hacen temer lo peor. La mujer desesperada y los niños rubios desmayados acaban perdidos en el desierto de la frontera.

El guía marroquí vende el rifle de caza a un vecino y éste lo deja en manos de los dos hijos que sacan a pastar el rebaño de cabras. Hacen prácticas de tiro con gran imprudencia temeraria y una de las balas perdidas hiere a la turista norteamericana Cate Blanchett. La sangre mana en abundancia, ella se desmaya, no hay médicos, ni ambulancias.

La hija adolescente del japonés es sordomuda y vive atormentada por el reciente suicidio de su madre. Sabemos que esa mujer desconocida se mató de un disparo (quizá sea el motivo que llevó a su esposo a desprenderse del fusil) pero la muchacha asegura que la madre se lanzó por el balcón del rascacielos. La supersticiosa tentación de los hijos de suicidas (imitar el acto fatal de los padres) hace creer al espectador que ocurrirá lo mismo ante sus ojos espantados por tanta desdicha.

Efectivamente, la desgracia cae sobre los protagonistas de la historia… pero no sobre cada uno por igual. La policía norteamericana encuentra a los niños perdidos y expulsa del país a la trabajadora mexicana. El padre japonés se abraza a su hija dando a entender que no todo está perdido para ella. A Cate Blanchett la rescata un helicóptero de las Fuerzas Armadas de su país pero el cabrero marroquí ve caer a su hijo mayor abatido por las balas de la policía marroquí que los cerca allí donde antes corrían las cabras.

Y de repente comprendemos que hemos estado viendo un western.

Si Alejandro González Iñarritu hubiera sido el dueño de Babel o no le importaran las exigencias sentimentales del público norteamericano, la adolescente sordomuda, hija del cazador japonés, se habría arrojado al vacío, Cate Blanchett habría perdido su brazo gangrenado y, al regresar a casa con su atormentado marido, recibiría la terrible noticia de sus hijos abandonados y muertos en el desierto mexicano.

Pero en el cine, como en la vida real, el infortunio sólo persigue a los desafortunados. En la Babel de Iñárritu nada se confunde, todo está en su sitio: las penas de japoneses y norteamericanos tienen remedio; las alegrías de mexicanos y marroquíes son efímeras y acaban mal.

Esta es la moraleja que la crítica ha celebrado como una obra de arte.

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Basilio Baltasar

Basilio Baltasar (Palma de Mallorca, 1955) es escritor y editor. Autor de Todos los días del mundo (Bitzoc, 1994), Críticas ejemplares (BB ed; Bitzoc), Pastoral iraquí (Alfaguara), El intelectual rampante (KRK), El Apocalipsis según San Goliat (KRK) y Crítica de la razón maquinal (KRK). Ha sido director editorial de Bitzoc y de Seix Barral. Fue director del periódico El día del Mundo, de la Fundación Bartolomé March y de la Fundación Santillana. Dirigió el programa de exposiciones de arte y antropología Culturas del mundo (1989-1996). Colabora con La Vanguardia y con Jot Down. Preside el jurado del Prix Formentor y es director de la Fundación Formentor.

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