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Un hombre responsable

La película Breaking and Entering, de Anthony Minghella, que aquí en la Argentina se estrenó bajo el prosaico título de Violación de domicilio, encendió mi alma con sus mejores luces. Es una película bella, simple en apariencia pero compleja en trama y en resonancias, que está entre lo mejor que Minghella haya hecho. (Yo que soy fan de The English Patient, me atrevería a pensar que está casi a su altura y sin necesidad de recurrir a los grandes gestos propios del romanticismo que constituían la marca, y para muchos la condena, de aquella película.)

Breaking and Entering cuenta la historia de un hombre bueno. Pero no de un bueno parecido al héroe habitual de las películas, enfrentado a algún riesgo a pesar de su inocencia o por el hecho de haber cometido un desliz del cual debe redimirse. Este Will Francis (Jude Law) es un hombre bueno de verdad, quiero decir alguien falible y lleno de defectos de los que es consciente pero que no se escuda en ellos para dejar de formularse a diario la célebre pregunta del Evangelista: “¿Qué debo hacer?”  Frente a cada hecho de mi vida, frente a cada elección que el destino me pone delante, ¿qué debo hacer para producir el mayor bien posible y no perder mi alma en el proceso? Hasta el nombre elegido por Minghella para su personaje sugiere esta actitud que le es tan propia y esencial: con el simple agregado de unos puntos suspensivos y de un signo de interrogación, Will Francis se convierte en Will Francis…?, lo que en inglés significa ¿Lo hará Francis, será Francis…? Este personaje se plantea el dilema moral a diario, porque sabe que a cada paso lo acecha la posibilidad de errar, de fallar, de hacer y de hacerse daño.

Francis es un arquitecto londinense, que vive desde hace diez años con una mujer, Liv (la siempre fascinante Robin Wright Penn), que es madre de una hija con problemas en la órbita del autismo. Sus vidas son demandantes, porque la niña no duerme de noche y está siempre en zona de riesgo. Will siente la presión pero no se queja, lo que lo desvela a él es en todo caso el hecho de que las necesidades de la niña fuerzan a su madre a vincularse con ella en un círculo excluyente, en el que no sólo Will no logra entrar sino que además consume toda la afectividad de su mujer. En medio de esa crisis, Will descubre que un adolescente es el responsable de los sucesivos robos que ha padecido su estudio, y al seguirlo entiende que se trata de un inmigrante de Sarajevo, hijo de una mujer, Amira (Juliette Binoche, veterana como Law de los films de Minghella), que trata de mantenerlo trabajando en doble turno como costurera y como camarera en un bingo. En vez de denunciar al chico, Francis hace a un lado la existencia del robo y desarrolla una obsesión con su madre, con la que inicia una relación amorosa a escondidas.

En simultáneo, Minghella hila en torno de Francis una serie de historias o viñetas que conciernen a los personajes secundarios: el socio de Will, la chica de la limpieza, la prostituta que ronda el estudio por las noches (una criatura formidable en manos de la actriz Vera Farmiga), pero no lo hace a la manera de Iñárritu en Babel, donde hechos que los personajes no pueden controlar terminan influyendo sobre destinos ajenos. Yo creo que el esquema de Babel es fatalista, porque nos cuenta que no hay nada que podamos hacer para cambiar las cosas: el japonés no puede controlar lo que se hará con el rifle de caza del que se ha desprendido, los estadounidenses no pueden controlar lo que ocurre con sus hijos, todos estamos a merced de este efecto mariposa ante el que no nos queda otra que resignarnos. En cambio en Breaking & Entering los destinos se entrecruzan pero no existe fatalismo: todo lo que hacemos con nuestro prójimo y todo lo que nuestro prójimo hace con nosotros es el resultado de una elección por la cual, siendo adultos, deberíamos estar en condiciones de responder aun cuando nos hayamos equivocado.

Esa conciencia, un músculo entrenado por la pregunta diaria sobre lo que debemos hacer, hace que Will no pierda de vista el juego de espejos en el que se ha embarcado: se aparta momentáneamente de una mujer con una hija en problemas para involucrarse con una mujer con un hijo en problemas, lo que está buscando no es tanto una instancia superadora sino la posibilidad de sentir que puede relacionarse con Amira a pesar del lazo-círculo que existe entre ella y su hijo –y de descubrir, finalmente, que puede hacer algo positivo por ellos. Y al comprenderlo invierte su nombre para que deje de ser una pregunta, Francis will, Francis lo hace, asume sus problemas y sus errores, da la cara y se expone para tratar de hacer el bien.

A diferencia de la mayoría de los films que nos llegan hablados en inglés, Breaking and Entering está protagonizado no por un adulto que en realidad es un adolescente disfrazado sino por un adulto con todas las letras, la clase de ser que lamentablemente escasea no sólo en el cine, sino también en la vida: un hombre responsable.

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25 de enero de 2007
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La perpetua decepción

Paul Theroux nos contó la historia de su amistad con Naipaul y mediante un magistral artilugio narrativo nos obligó a catar la amargura de su dolorosa decepción.

La extensión de La sombra de Naipaul (436 páginas) expresa elocuentemente el alcance de su frustración pero nada en el libro nos permite atribuir su empeño a un desagradable resentimiento. Al contrario, liberándose de la habitual mala saña con que algunos cultivan su rencorosa animadversión, Theroux confiesa al lector sus ambiciones filiales y recorre de nuevo el camino que le llevó a someterse al juicio de un solo hombre.

La biografía de una amistad -pues así se subtitula el libro- nos advierte contra los peligros de la admiración. Como embelesamiento, viene a decir Theroux, puede acabar muy mal. Como vínculo sacramental lleva necesariamente al infierno de una violenta desilusión.

Supongo que permanecerá arraigada en el hombre durante mucho tiempo la natural inclinación a la idolatría. Parece que no tiene remedio. La hemos visto florecer en sociedades patriarcales y en épocas sometidas al poderío de los grandes hombres. Subsiste ahora bajo múltiples aspectos. Las más inocentes sumisiones se resuelven consumiendo los productos comerciales que facilitan el contacto virtual con el mito (la música, el cine). También en su aspecto más banal se resiste a desaparecer: es el entusiasmo popular por los líderes políticos.

Podía entenderse en tiempos más opacos que los nuestros, cuando a la prensa le avergonzaba descubrir sus vicios. Sin embargo, a pesar del implacable relato de los hechos que difunde el buen periodismo no se lesiona la tendencia innata de la población a ver héroes donde sólo hay individuos encumbrados.

Quizá sea inútil fomentar la indiferencia de los escépticos, pero no veo como podrá evitarse el amargo sabor de la decepción. Con un poco más de astucia por nuestra parte, nos ahorraríamos muchos disgustos.

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25 de enero de 2007
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PUENTE AÉREO

Llevo años despotricando contra eso que se llama puente aéreo. Una forma de transportarnos que no consigue unir Madrid con Barcelona, ni a los madrileños con los barceloneses. Y no será porque no lo intentamos. Un lleno que se repite a casi cualquier hora del día. No porque sea barato, ni cómodo, ni puntual, ni amable… es porque es el único. ¡Ya hablaremos cuando llegue el tren! Me pienso reír del puente, de Iberia y de los aéreos. Pero ahora lo que toca es tragar y tragar. En fin, paciencia y rezos por el AVE.

De trenes acabo de recibir los cuentos y poemas premiados por la Fundación de Ferrocarriles Españoles. Aviso para escritores despistados: son de los mejor dotados de esa selva de muchos premios. Hay unos premios de relato corto y otro de poemas.

Antonio Machado se llama el de poesía y Camilo José de Cela el de cuentos. Y en dinero se llaman así: 15 mil euros a los primeros y 5 mil a los segundos. El premio ya tiene un curioso historial, un buen nivel. Este año los premiados en prosa han sido Fernando León de Aranoa, que ha vencido al veterano Abilio Estévez. Y en poesía el joven Antonio Lucas se impone a Ana Merino. Pero yo no quería hablar de esto, se me han cruzado los trenes en mi historia del puente aéreo, aunque me gustan algunos de los cuentos y los poemas que editan los ferrocarriles este año.

Yo pretendía hablar de la última, corta y eficaz novela de Enrique Murillo. Especialmente pensada para  los usuarios del puente aéreo y para los amantes de las pequeñas intrigas cotidianas. La historia, que está basada en un relato que escuché, escuchamos, hace años en un bar madrileño que me era muy cercano, en compañía de Murillo y Dulce Chacón a la periodista Rosana Torres. Aquella era la historia de unas cenizas de un muerto muy querido por quien las transportaba, las cenizas del mismo padre de Rosana Torres, y de cómo a veces la muerte, los muertos, se nos pegan a las uñas. No les contaré mucho, así se llama el relato que en la resucitada Bruguera publica Murillo: La muerte pegada a las uñas.

Todo el relato transcurre en un trayecto del puente aéreo. Un accidentado viaje de Barcelona a Madrid una mañana cualquiera de un día laborable. Al protagonista le sucede algo horrible, inusual, excéntrico y llamativo, el pasajero que ocupa el asiento de su lado no para de hablar en todo el viaje -retrasos incluidos- al tranquilo ejecutivo que pensaba hacer lo que siempre hacemos, viajar sin mirarnos, sin hablarnos, sin sentirnos. Viajar como viajamos esa fauna de pasajeros de esa cosa llamada puente aéreo. Yo me bajo en la próxima.

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24 de enero de 2007
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Marihuana S.A.

-¿Saben lo que ustedes necesitan, chicos? Ustedes necesitan un vaporizador de marihuana. Va a cambiar su vida.

-Ya, pero es muy caro. Quizá debamos conformarnos con una pipa de agua.

-Piénsenlo: con un vaporizador, necesitarán menos hierba, porque las dosis se pueden reutilizar entre 3 y 6 veces. A la larga, se ahorra dinero.

Los dos clientes se miran, indecisos, y fuman un poco más, paladeando los resultados. Uno de ellos lleva el pelo como una alfombra enrollada. El otro tiene unas profundas ojeras y acné. Pero mientras consideran juntos su decisión, parecen un matrimonio joven ante el funcionario que tramita la hipoteca. Examinan el producto que humea frente a ellos y hacen cuentas para calcular si se lo pueden permitir. Los vaporizadores cuestan 410 euros, pero hay uno digital por 180. La chica del mostrador, sobriamente vestida, les explica los planes de financiamiento y pagos a plazos. Parece que los va a convencer.

La feria Highlife Barcelona de comerciantes y productores de marihuana se ha puesto corbata. Este año, los folletos comerciales son sobrios y elegantes, la mayoría impresos en papel couché, y el público tiene más nivel adquisitivo. La descripción de cada variedad de hierba parece la etiqueta de un vino: Martha my dear disfruta de un vigor híbrido sorprendente... sativa temprana de tonalidad verde oscuro brillante y tonos rojizos con un bouquet dulce. Igual que el año pasado, puedes pasar a dar una calada gratis por la tienda de De Verdamper BV,  pero ahora está en una esquina, detrás de un cartel. Lejos del look rasta, un hombre autodenominado The king of cannabis luce en la foto como un Patrick Swayze maduro y galanesco, con una sonrisa impecable y un traje de vendedor de aspiradoras, promocionando su segundo curso para cultivadores en DVD. La feria quiere resultar seria y natural, normalizar el producto para apartarlo de los estereotipos.

Debe tener éxito, porque el número de tiendas y la gama se han ampliado: más productos para fumar –desmenuzadores, papel de liar transparente, pipas- y más moda con tela de cáñamo y motivos alusivos. Sobre todo, más oferta tecnológica de lámparas fluorescentes, temporizadores, medidores de humedad y fotómetros para controlar el cultivo en interiores. La tajada más sustanciosa de este negocio es la que se dedica a esconderlo. Por 300 euros, te llevas un ingenioso armario para cultivos con capacidad para cincuenta macetas: su fachada tiene apariencia de un mueble de madera, para que tu mamá nunca sospeche lo que lleva dentro.

La feria se sostiene en un extraño retruécano legal: no está permitido vender marihuana, pero sí regalarla. En el interior del recinto de La Farga –a media hora en metro del centro de la ciudad- se fuma, se cultiva y se intercambia. Pero si alguien te encuentra vendiéndola, te puede denunciar a la policía. Eso tampoco sería tan grave, la verdad. En la calle hay agentes de la guardia urbana, pero se limitan a aclararles a algunos despistados que sólo se puede consumir en el interior del local.

Highlife Barcelona es el mejor ejemplo de que todos los tabúes tienen precio. Si quieres una revolución, haz que se ponga de moda. Uno no se pregunta “¿Esto es bueno o malo?” sino “¿Dónde está el cupón de descuento?” Lo único que nos disgusta es lo que no podemos comprar. Si entra en el mercado, cualquier producto o actividad se abrirá paso en una sociedad, porque generará grupos de aficionados con algo que compartir, lugares de reunión y pequeños o grandes negocios. Hay ferias de marihuana y festivales porno, como hay mercados de armas, fruterías, tiendas de artículos nazis y jugueterías, y en cada uno de esos lugares se encuentra y se conoce gente con intereses comunes.

Por mi parte, estoy tratando de organizar un festival anual que convoque a toda la gente que toma cerveza frente al televisor. He diseñado ya dos productos para los stands: el control remoto con posavasos y el cojín para hemorroides con reposapiés incorporado. Piensen en todo el público potencial a mi disposición. Me voy a hacer rico.

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24 de enero de 2007
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LA SOGA EN EL CUELLO

            No puedo dejar de comentar este pequeño drama del que tal vez leyeron ustedes para el tiempo en que estuvo de moda en las noticias la ejecución en la horca del dictador Saddam Hussein. Un niño hijo de inmigrantes pobres guatemaltecos que viven en el condado de Webster en Houston, Texas, vio por la tele las escenas de la ejecución. Todo eso de la subida al patíbulo, el momento en el que el verdugo  encapuchado coloca en el cuello del reo de muerte la gruesa soga con que va a ser ahorcado.

            El niño se llamaba Sergio Pelico, y tenía apenas diez años. Como las escenas pasaban una y otra vez por la pantalla, algo en aquel rito que merecía tantas repeticiones lo indujo a ensayar él mismo lo que seguramente creyó un juego, porque si se ponen ustedes en la mente de un niño sentado el santo día frente a la pantalla de la tele, la frontera entre juego, ficción, realidad e historia viva resulta borrada. Y no sólo para un niño, también para no pocos adultos. Colgarse de una cuerda le pareció al niño una diversión, o una manera de distraer su tedio. Una manera de entrar con su vida, y con su muerte, dentro de la pantalla.

            Hussein fue ahorcado un sábado, el día primero de la fiesta musulmana del sacrificio. A Sergio Pelico lo encontró colgado su madre la mañana del domingo 31 de diciembre del 2006, víspera del año nuevo.

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24 de enero de 2007
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LA NOTICIA BOMBA: LA BOMBA DE LA NOTICIA

Una constante de algunas noticias vedette en nuestra actualidad es su desaforada absorción informativa.

Como en todos los ámbitos, los elementos compiten por la supremacía de la atención y concretamente, en los periódicos, los sucesos combaten entre sí primero en las secciones del diario y más tarde en las reuniones vespertinas para resolver la primera página.

Esta pugna conforma el quehacer habitual de los medios y la tarea distintiva del director. Lo novedoso radica ahora no tanto en la clase de disputa o en su probable desenlace como en la condición que muestran  ciertas  noticias para saturarse desaforadamente de tinta y ahogar casi todo lo demás.

Tales criaturas mediáticas no perviven mucho ni en las pantallas o en el papel pero en tanto permanecen fagocitan los textos de  los redactores,  de los columnistas, los editorialistas y las cartas de los lectores.

Ahora tenemos el caso de las reyertas juveniles en Alcorcón. Durante días y días el periódico, la radio o la televisión se entregarán al suceso con todas las fuerzas y, especialmente, con el máximo de temperatura emocional, porque lo distintivo de esta absorción consiste en calentar el medio y a su clientela. Del calentamiento se obtienen caldos y sopas, efluvios y atmósferas para ganar el gusto del público y componer una parroquiana asociación que se alimenta de sí y consigue evocar la vecindad de las comunidades menudas.

Con todo ello la interdependencia alumbra un suceso adicional  representado en el clamor o especie de fenómeno natural nacido de la saturación artificial del hecho y de su abusiva secreción. Una secreción que ofusca la nitidez del hecho y que nacida como de una patología no posee más destino que ser el síntoma de la disfunción. Comentarios, análisis, entrevistas, indagaciones, declaraciones, réplicas, se amontonan  sobre la noticia estrella sin conseguir llegar a su porqué pero agigantando su presencia hasta el límite del hastío. Sólo llegando a esta cota la noticia estrella inicia una extinción veloz.

Pero un instante sólo se vivirá sin luz. De inmediato otra luminaria de cualquier color surgirá de la  nada y repetirá el guión, la  biología del suceso que se clona en supersuceso, noticia bomba o masa crítica del suceso siempre coincidente con el punto en que el máximo grado de información posible coincide con el ínfimo nivel de comprensión.

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24 de enero de 2007
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La fiebre del Oscar

Como cuadra a un fan del cine, estuve atento minuto a minuto a las nominaciones del Oscar. Me dieron algunas alegrías, claro: la elección de Penélope Cruz, que hizo el mejor papel de su carrera en Volver. La selección en la misma categoría de mi idolatrada Helen Mirren. La inclusión de Little Miss Sunshine en el podio de las mejores películas. Para mí, qué quieren que les diga, es superior a The Departed y a The Queen. Y si me apuran, diría que es más redonda, y por ende más lograda, que Babel. De cualquier forma, lo que queda claro es que el nivel general de las seleccionadas es más bien bajo, en especial porque no había grandes opciones dentro del cine producido en inglés. (Es una lástima que no hayan nominado a Children of Men, de Alfonso Cuarón, en las categorías mayores más allá del guión adaptado: para mí es infinitamente superior a The Departed, por ejemplo.) La única que no he visto del grupo de las nominadas es Letters from Iwo Jima, de Clint Eastwood, pero me consta que ninguna de las otras está a la altura de un clásico.

Entre los actores hay dos caras populares –las de Leo Di Caprio y Will Smith, que debería haber ganado cuando hizo Ali- y tres que provienen de películas marginales al gran sistema: el gran Peter O’Toole por Venus (¿se acuerdan cuando los votantes de la Academia debían votar por películas como Lawrence de Arabia?), Forest Whitaker por su interpretación de Idi Amin en The Last King of Scotland y Ryan Gosling por Half Nelson; este chico es buenísimo, y aunque no sea en esta ocasión ha venido a este mundo con la palabra Oscar grabada en su frente.

El grupo de las mujeres se presenta bien difícil. Además de Penélope y de la insuperable Mirren está Judi Dench, otro monstruo, Meryl Streep –lo mismo, aunque esta vez por un delicioso papel de comedia en The Devil Wears Prada- y Kate Winslet, magnífica en Little Children. Me temo que Mirren va a volver a arrasar como en los Golden Globe: este es su año, sin duda alguna.

Me gusta que hayan nominado a Alan Arkin, por su papel del abuelo drogadicto de Little Miss Sunshine. Aunque supongo que el Oscar al mejor actor de reparto se lo van a dar a Eddie Murphy por Dreamgirls, aunque más no sea porque en Hollywood aman las historias de regresos con gloria. Entre las actrices de reparto está muy bien que hayan seleccionado tanto a Adriana Barraza como a Rinko Kikuchi, por Babel: sus actuaciones elevan la película por encima de su propio nivel. Y también me parece justo que hayan elegido a Abigail Breslin, la nenita de Little Miss Sunshine: esa pequeña es increíble. (Su última escena con Alan Arkin es una lección de actuación.) Pero imagino que aquí también le darán el Oscar a alguien de Dreamgirls, Jennifer Hudson, porque la película cuenta cómo su talento mayúsculo como cantante es eclipsado por la belleza de Beyonce Knowles, y en Hollywood aman la noción de hacer justicia con alguien que sufrió en una película –aunque tan sólo estuviese actuando. (Con los años, uno casi puede oír pensar a los miembros de la Academia.)

Y en lo que hace al director… Eastwood ya lo recibió. Frears ha hecho cosas mejores que The Queen. Paul Greenglass no lo ganará por United 93. Iñárritu es demasiado joven, lo cual implica que tiene mucho tiempo por delante. Así que se lo darán por fin a Scorsese, que nunca recibió una estatuilla por sus grandes películas y terminará ligándola por uno de sus títulos menores. Un amigo se preguntaba ayer por qué Scorsese sigue filmando, en vez de optar, por ejemplo, por el camino de la dignidad que emprendió Coppola con su retiro efectivo. Esta es la respuesta: Scorsese sigue filmando para que alguna vez le entreguen un maldito Oscar.

La alegría que espero recibir la noche de la entrega es muy simple: el Oscar para El laberinto del fauno como mejor película extranjera.

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24 de enero de 2007
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MAESTRO

En el momento de salir de viaje para Cartagena (Colombia) me entero de la muerte de Ryszard Kapuscinski. En Cartagena, Kapuscinski era, como yo, maestro en la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, FNPI (que le dedica un homenaje en su portal). Sé que al encontrar a los amigos allá estaremos todos de acuerdo sobre lo que hemos perdido: el reportero con más experiencia de una cierta parte del mundo. El reportero del sur, de la pobreza, de los humillados.

Kapuscinski era, como lo escribe el diario El País «uno de los grandes maestros del periodismo moderno y el autor polaco más traducido y publicado en el extranjero». Su presencia física a lo largo de los años en 27 golpes de estado, cuartelazos y otras revoluciones conformaba su leyenda. Pero, aun más, era la mirada más generosa sobre los que no tienen una voz propia.

Un maestro de la FNPI no puede dedicarse a celebrar a un compañero suyo sin ser objeto de una lógica sospecha de «amiguismo» o «sociolismo». Entonces, ni una palabra sobre él, pero dos puntos precisos para los que desconozcan la obra del periodista polaco.

1. Su libro más famoso: sin duda, El emperador, que cuenta la caída del trono de Haile Selassie en Etiopía. Es un libro fenomenal por varias razones. Primero, por una pregunta: ¿qué fue de la vida de un cortesano en una corte imperial? La pregunta es buena, la respuesta apasionante. Segundo, por su descripción del poder: el poder como expresión del dominio psicológico de una persona hacia otra. Tercero, por la escritura: directa, transparente, con muchos sustantivos y pocos adjetivos, sigue siendo un modelo del equilibrio entre el efecto producido y los recursos utilizados.

2. Su mejor libro: en mi opinión, el que fue traducido al castellano con el título Un día más con vida. Es el libro del tiempo detenido, de un reportero estancado y también de la caminata implacable de la historia. Es el diario de un reportero polaco en Luanda, en los últimos meses de la historia colonial de Angola, en 1975. Se van los portugueses blancos. Se acerca a la capital una tropa rebelde que toma el poder por la fuerza y rechaza a los herederos del poder colonial. Es una guerra sin lógica en un país involucrado en un proceso de autodestrucción. Kapuscinski tendría que irse para salvar su vida pero, por el contrario, se queda, sube a camiones, intenta entender combates que no se pueden entender. Su libro se parece al diario íntimo de una persona que espera una muerte ineludible. Claro que no es periodismo sino lo que le pedimos a la literatura: hablarnos de la condición humana a través de detalles triviales de la vida.

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24 de enero de 2007
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Redes, señuelos y anzuelos

Para que nos venza la curiosidad y no resistamos la tentación de abrir los correos que llegan a nuestro ordenador con remitente desconocido, a sus maliciosos autores se les ha ocurrido la feliz idea de anunciar con titulares irresistibles su mensaje.

Castro ha muerto, dice uno de ellos. Putin ha muerto, dice otro. Hay un titular que además de improbable es insuperable: Saddam no ha muerto.

Como la intención de los correos es traspasar las medidas de seguridad del ordenador para instalar en su circuito el virus que ponga nuestros documentos en manos extrañas, hay que atribuir a estos laboriosos piratas informáticos una pericia sofisticada y un esmero profesional encomiable. Aunque no sepamos qué ganancia sacarán al hurgar en los archivos de destinatarios elegidos al azar.

La selección de los asuntos escogidos para captar nuestro interés pone en evidencia el escaso respeto intelectual que merecemos los internautas. Emulando la habilidad del estafador que reconoce de un vistazo a la más tonta de sus víctimas posibles, el pirata nos tienta con titulares bastante ridículos. Es probable que Putin o, incluso Castro, fallezcan un día de éstos pero la noticia sobre Saddam más bien parece un sondeo. Como si el pirata quisiera atraer a su redil tan solo a los que habiendo visto el vídeo de la ejecución estuvieron en condiciones de pensar que era un montaje.

Excitando el instinto de la sospecha, siempre a flor de piel, el hacker obtendrá una curiosa relación de ingenuos desconfiados. Un selecto mailing, como se dice ahora por pereza, de incautos dispuestos a picar el anzuelo.

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23 de enero de 2007
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El último tabú de la Historia

La más antigua institución política de la historia contemporánea posee una extraordinaria cualidad para desenvolverse con soltura en medio de los imprevisibles acontecimientos de nuestro tiempo. La Iglesia Católica es probablemente la única entidad dotada con un milenario caudal de memoria y con el recuerdo corporativo que hace falta para entender las cosas de otra manera. Eso que ahora se llama “memoria histórica”, y que apenas se remonta a deudas contraídas hacia medio siglo, es para la jerarquía romana un patrimonio secular y el más excelente atributo de su singular y anacrónico estado moderno. De hecho gran parte de las incomprensibles decisiones adoptadas por Roma en la controversia contemporánea han sido posibles gracias al terco afán de durar y sobrevivir a lo contingente.

La opinión pública asiste con disimulada sorpresa al derribo del último gran tabú de nuestra cultura. Lo contempla como uno más de los programas del espectáculo circundante, ocupado a partes iguales por la política y las catástrofes, pero la repentina aparición del suicidio como derecho personal conmueve el fundamento de los temores más secretos. No en balde, suicidarse significa aceptar la existencia de la muerte que la ilusión civilizada quiere negar y precipitar la confrontación que todos deseamos postergar.

Que existan individuos dispuestos a convocar plácidamente la llegada de la muerte, como hizo ante nosotros la señora Madeleine Z desde las páginas de El País, no es sólo un dato más de la imparable liberalización de las costumbres sino el más radical cambio de perspectiva que una sociedad puede adquirir.

No es la primera vez. El movimiento religioso y social del catarismo lo consideró el más lógico de los derechos humanos que cabía imaginar en un mundo creado por el gran demiurgo del mal para torturar a las criaturas. Aquéllos que consideraran insoportable el sufrimiento que el mundo les infligía podían abandonarlo sin remordimiento. Roma ordena lo contrario, decían los herejes cátaros, pues su misión es prolongar la agonía de la creación. Al ser coherentes con la tradición gnóstica que habían recibido de los bogomilos búgaros, los cátaros desplegaron en su Occitania natal un insólito esfuerzo de interpretación. Su filosofía vegetariana y pacifista excitó las iras de Roma y la sangrienta cruzada que acabó con ellos. El exterminio del movimiento cátaro fue uno de los primeros genocidios modernos.

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23 de enero de 2007
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El Boomeran(g)
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