Basilio Baltasar
A mediados del pasado mes de diciembre, diecisiete días antes de estallar la bomba que el "Movimiento Vasco de Liberación Nacional" puso en Barajas, el equipo de expertos que rodean a Zapatero en La Moncloa llegó a la oficina con una desagradable noticia bajo el brazo. En el caso de haber comprendido la gravedad del artículo se habrían preocupado mucho más, pero alentados por el optimismo corporativo que reina en la casa se limitaron a esperar que la noticia pasara desapercibida. En las acaloradas discusiones ibéricas –pensaron- raras veces se jalea lo que dice el New York Times sobre el disturbio español.
El afamado periódico norteamericano deseaba explicar en su artículo el derrotero por el que marcha España y después de hilvanar argumentos, noticias y declaraciones sucintas, intentó sustentar una sorprendente tesis: Zapatero es el culpable de la tensión que crispa el ánimo de la clase política y periodística española.
Veremos hasta qué punto acierta el NYT en sus juicios pero lo que está fuera de duda es el fracaso que el artículo supone para la política de comunicación dirigida desde La Moncloa. Que el más notable periódico norteamericano haga suya la propaganda del Partido Popular es un fiasco.
Sufrimos las molestias que ocasiona la retórica gubernamental entre los más críticos de sus observadores, pero imputar al jefe del gobierno el insoportable caudal de difamaciones y engaños difundidos por la emisora de los obispos entre un amplio sector de la población española es un evidente error de criterio.
Resulta muy extraño que se culpe al más paciente y pedagógico de los políticos españoles de la desaforada agresividad que la derecha española maneja con tan desabrida soltura. Pues si de algo estamos seguros es de lo que hemos visto, oído y leído en España desde la victoria electoral del Partido Socialista: el empeño puesto por la derechota en encabronar el ambiente político y mediático de nuestro país.
Sin embargo, podemos aprovechar la ocasión que nos brindan el artículo del NYT y la fracasada política de comunicación de La Moncloa para plantear un inaplazable interrogante: ¿de qué modo la terca y fluorescente bondad del talante ha propiciado una de las broncas más insultantes de los últimos años?
(Continuará)