Sergio Ramírez
En la ciudad de Bilwi, en la costa del Caribe de Nicaragua, que es capital de las comunidades indígenas misquitas, existen 80 mataderos de tortugas, la mayor parte de ellos clandestinos, lo que no quiere decir secretos, cuenta Jairo Ubieta en el periódico Hoy,de Managua.
Cuando llegan los barcos a puerto cargados con su presa,las tortugas deben permanecer sobre cubierta, boca arriba, sin que nadie se acuerde de darles agua o comida, y así por varios días mientras no sean vendidas para el destace. Para llevarlas al matadero las amarran de las aletas y las arrastran por las calles, entre el lodo o el polvo, según la estación.
Para matarlas las golpean en la cabeza con un hacha o con un garrote, y luego son descuartizadas, a veces aún vivas, pues la carne debe ser vendida en caliente. Tras el destace se aprovecha todo, patas, vísceras, cabeza, aletas, excepto la concha y la sangre.
Se sacrifican cada día hasta 150 tortugas, una cifra de exterminio. Una tortuga de 120 libras de peso vale 30 dólares, y una de 200 libras un poco más, 40 dólares, pues aquí toda la lógica es infernal. El precio de una libra de carne de tortuga es de 80 centavos de dólar para el consumidor, y cada aleta, de las que sirven para sopa, vale 15 centavos de dólar. Un paraíso para gourmets. Y para sádicos.