Sergio Ramírez
…y te diré quién eres. En cada época los nombre de pila han respondido a mecanismos secretos que sólo en la mente de los progenitores que bautizan a sus críos se pueden develar. Hoy, estamos llenos de neologismos extravagantes, que no son tan recientes. A mitad del siglo pasado, en Cuba aún se inscribía a los niños en el registro civil bajo nombres como Usnavi (de U.S. Navy) o Usmail (de U.S. Mail). Siempre hubo el culto a las diosas de cine (Marylin, Deborah, Catherine, Rita) y a sus dioses (Marlon, Gregory, Spencer) traslados con toda su orotografía, aunque a veces oímos de un Spencer Manuel y de un Marlon de Jesús.
Pero más atrás, en mi pueblo natal de Masatepe, el elenco completo de Homero andaba por las calles, unos panaderos, otros agricultores o albañiles, jugadores empedernidos de gallos, costureras: Héctor, Ulises, Telémaco, Aquiles, una Helena que de verdad era bella. También conocí a dos hermanos, uno Julio César, el otro Marco Aurelio. O un padre de familia que decidió que todos sus hijos llevaran por segundo nombre Napoleón: Francisco Napoleón, Carlos Napoleón, Eduardo Napoleón.
Y aún más atrás, los nombres eran aquellos que traía el almanaque Bristol en su santoral católico. No sólo un nombre, sino los de todos los santos del día, como mi abuela paterna a la que bautizaron con Petrona Simodosia Proserpina Prosilapia Auxiliadora del Carmen.
Como puede verse, e invito al lector a buscar los nombre de su progenie en su propia memoria, la estética no anda siempre de por medio, o es asunto de la estética de la época, y el nombre debe soportarse como un suplicio, o agradecerse como un don.