Vicente Verdú
No diré hoy mucho más que estos versos de Antonio Gamoneda en Arden las pérdidas:
“Puse mis manos en su rostro y las retiré heridas por el amor.
Ahora,
el olvido acaricia mis manos.”
La disposición de los espacios en blanco copia la que aparece en el libro editado por Tusquets, según el irrenunciable deseo de Gamoneda.
Desde la palabra “Ahora” a “el olvido” cunde un espeso y silencioso intervalo donde pausadamente va devanándose el discurrir del tiempo.
No es posible olvidar “Ahora”, ahora mismo, inmediatamente, pero el olvido llega y apenas se insinúa opera como una barrendera aniquiladora. Borra los signos, rellena la hondura de los rastros, crea del monumento pasado una sensación crecientemente rebajada hasta convertir la sensación en mera narración y la emoción insoportable en el alfabeto de la poesía. Esta metamorfosis representa la esencia de la escritura. Y su ejercicio de irrenunciable manipulación. Gracias a la manipulación nace la obra, gracias al controlado efecto del recuerdo y el olvido nace el arte. Todo lo que se sienta después por los lectores procederá no tanto de la vida como de su reelaboración, no tanto de la verdad como de su manufactura.
El deliberado y falso espacio blanco entre los dos primeros versos y el tercero delata la vistosa mano del manipulador. La aviesa intencionalidad de convertir el sufrimiento en acontecimiento, el dolor en producto y la llaga insufrible o lacerante en un nuevo ademán iluminado.