Basilio Baltasar
Siente una desagradable manía contra sí mismo. Su antigua coquetería no le sirve de mucho, pero lo que en verdad le impide mirarse al espejo, y cuidarse un poco más, es el fastidio de ver tan flaca y demacrada su propia figura. Somnoliento, envuelto en una vieja bata deshilachada, prefiere sentarse en la cocina y beber una taza de café.
Obviamente, el estado en que se encuentra condiciona sus opiniones literarias.
“Sólo a veces –dice mientras se rasca la cabeza- ciertos espíritus inspirados logran conmover el corazón de los hombres, ilustrar sus mentes inquietas y concebir momentos de memorable gozo estético y sentimental”.
“Pertenecer a este parnaso –y señala con la mano temblorosa la biblioteca del salón- no es algo que pueda exigirse. Aquí no sirven de nada las oraciones egoístas. No hay derecho alguno a reclamar. Ni misericordia que pueda ser suplicada. La amnesia del tiempo, amigo mío, es cruel y caprichosa”.
Cabecea como si fuera a dormirse. Con el pie arrastra las migas de pan que han caído al suelo.
“Sin embargo he conocido gente que vale la pena. ¡No esos corderos disfrazados de lobo prestos a zamparse caperucitas de mazapán!”. Y suelta una ruidosa carcajada.
“Hubo un tiempo, sin embargo, en que una alta ciencia, prometió redimir nuestras penas…”.
Bebe café pero habla como un borracho.
“Una alta ciencia…más allá… ¡No, de ninguna manera!"
Y apoya la frente en la mesa de la cocina para echar una cabezadita.